Conocido el proceder del Tribunal de Justicia de La Haya en casos análogos, lo más probable es que en 2013 tengamos un fallo dividido, en el cual el Perú obtendrá una parte de lo que reclama y Chile mantendrá la otra. También son posibles otras opciones, como compartir espacios o recursos marítimos en zonas específicas. Aunque siempre existe la posibilidad de un fallo maximalista; es decir, totalmente favorable a una de las dos posiciones, ésta parece remota. En realidad, ambas partes debemos hacernos a la idea de que el fallo buscará solucionar el diferendo a través de un arreglo intermedio.
Así las cosas, el verdadero desafío que nos impone la sentencia de 2013 es lograr acuerdos bilaterales, previos a su emisión, e informarla con madurez para evitar que las poblaciones reaccionen emocionalmente, como si se tratase de ganadores y perdedores en una competencia deportiva. Es por ello que creemos que su anuncio también debe ser bilateral; es decir, en presencia de los dos presidentes en el mismo acto oficial. Por utópica que parezca, esta es la forma responsable no sólo de informar el resultado del juicio sino de crear un potente símbolo de la amistad peruano-chilena, el que deberá convertirse en el primer paso para por fin iniciar una etapa más sana y descontaminada de las relaciones binacionales.
Ciertamente, un gesto como el propuesto necesita masa crítica pues -en tanto que tal- la amistad entre los estados no existe; más bien, se sostiene en intereses. Pero incluso a ese nivel, las condiciones están dadas. En una coyuntura regional enrarecida por gobiernos que vienen endureciendo sus posturas nacionalistas, el Perú y Chile, junto con Colombia, apuestan por el libre comercio y la concurrencia a la globalización, a lo que se le suma las inversiones bilaterales, las que han generado ya una gran complementariedad entre ambas economías.
El juicio de La Haya ha generado comprensibles fricciones entre las partes; pero visto en perspectiva, es una oportunidad de iniciar una nueva etapa de las relaciones bilaterales a través de la aplicación de una impostergable política de la reconciliación para cerrar las heridas del pasado y de proyectos dirigidos a promover el desarrollo económico conjunto. Peruanos y chilenos nos merecemos –hace rato – una relación basada en la confianza. Comencemos a trabajar en ello.
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