Sobre Héroes y Criptas: a propósito de Miguel Iglesias

Daniel Parodi Revoredo

General Miguel Iglesias

El héroe clásico provenía de la unión de un dios mitológico con un ser humano. Por ello, aunque mortal, contaba con cualidades extraordinarias que lo distinguían de los demás; tal es el caso de Aquiles, guerrero invulnerable salvo por su célebre talón. Ya en el siglo XIX, al héroe se le asocia con los proyectos de construcción nacionales y con la necesidad de dotar a las colectividades de un panteón de paladines cuyo distintivo sea el amor a la patria y su sacrificio por ella. Sin embargo, los héroes sólo alcanzan dicho estatus cuando la sociedad los adopta como tales. Así, para que su aura de gloria se difumine en la colectividad, su calidad heroica debe ser consensual y aceptada por la comunidad.

En el contexto actual las cosas han cambiado. El nacionalismo romántico del siglo XIX ha sido matizado por un mundo que en 1990 planteó el fin de las ideologías. Veinte años después, la multiplicidad de pequeñas historias parece preferible al largo relato del erudito y el exceso de información nos inserta en una interminable vorágine. Pero es precisamente por eso que el apego a lo propio, a lo más íntimo y cercano, es aún un referente esencial que le da sentido a nuestras vidas. Y es por ello que el nacionalismo de hoy –que ya no se corresponde con la exaltación que llevó a las dos guerras mundiales- mantiene su vínculo con nuestro mundo interior, cuyo espacio comparte con tantos otros puntos de identidad como la realidad virtual, la aldea global, el pueblo natal etc.

Es por todo lo anterior que considero un despropósito la resolución suprema que decreta el traslado de los restos del General Miguel Iglesias a la Cripta de los Héroes, en donde descansan los de Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Andrés Avelino Cáceres, José Abelardo Quiñones, entre otros. Mis razones son fundamentalmente dos:

En primer lugar, el desempeño de Miguel Iglesias durante la Guerra del Pacífico es objeto de controversia. Sobre el particular, Jorge Basadre sostiene que el caudillo de Montán sacrificó su imagen pública en aras de la paz. Por mi parte, pondero que el entendimiento entre Iglesias y las fuerzas de ocupación debilitó la estrategia resistente de Andrés Avelino Cáceres en la Breña y condujo a su posterior derrota en Huamachuco. No existe pues consenso acerca de la heroicidad de Iglesias ni entre los historiadores, ni en la colectividad.

En segundo lugar, creo que en nuestra historiografía la figura de Miguel Iglesias debería cumplir un rol diferente al que se le pretende asignar con su traslado a la Cripta de los Héroes. Yo discrepo con las voces que lo presentan como a un traidor; pero creo que su performance sí expone la desarticulación política existente en el Perú durante la Guerra del Pacífico. Ello explica la división de la oficialidad en bandos rivales y desnuda el carácter embrionario de un proyecto nacional hasta ese entonces elitista, caudillista y excluyente.

No he querido, en estas líneas, perennizar el “sacrifico político” de Miguel Iglesias. Por el contrario, creo que el historiador de hoy debe matizar aquellos juicios positivistas que dividieron maniqueamente a los actores de la historia en héroes y villanos o en patriotas y traidores. Lo que pienso, más bien, es que una evaluación del colaboracionismo iglesista durante la Guerra del Pacífico debe llevarnos a comprender las profundas fracturas socioeconómicas y políticas del Perú decimonónico; así como a fomentar un discurso histórico templado que nos permita conocer nuestras rivalidades del pasado sin convertirlas en las pugnas de nuestro presente.

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