Este artículo ha sido publicado en la edición del día de hoy del Diario La República, sección Opinión.

LA OTRA RECONCILIACION: el caso peruano-chileno
Por Daniel Parodi Revoredo
Para el año 2012 se espera el fallo del tribunal de justicia de la Haya respecto de la demanda marítima presentada por el Perú en contra de Chile. Lo saludable, a estas alturas, es que los dignatarios de ambos estados han señalado que acatarán el fallo por lo que hoy parece necesario plantearse qué hacer con y tras la decisión.

Es un hecho que la esperada sentencia desatará una oleada inicial de euforia en el país que se sienta vencedor, así como otra de frustración en el que se perciba como derrotado. Pensando en el largo plazo, es preciso planificar políticas de la amistad que abarquen diferentes aspectos de la relación bilateral.

Un aspecto neurálgico de estas políticas es la reconciliación con el pasado, tema complejo porque las guerras que tuvieron lugar en otros tiempos cuentan con tantas versiones como implicados. En todo caso, es de consenso que las heridas del pasado no cicatrizan con una vuelta de página; más bien, de lo que se trata es de aplicar un trabajo de la memoria bilateral, conducido por un tercero que cumpla la finalidad de acercar a las partes.

En el partidor, la mayor dificultad peruana es el justificado rencor frente a la agresión sufrida; y digo justificado porque una guer
ra de invasión territorial como la aplicada por Chile, deja siempre una secuela de cientos de pequeñas historias de la ocupación, las que juntas conforman la memoria doliente del acontecimiento. Es así como del escenario retratado surgen demandas, algunas veces altisonantes, que exigen la retractación del ofensor o –en los casos más extremos- la devolución de las provincias anexionadas.

En la otra orilla, la posición de Chile presenta complicaciones pues su historia oficial defiende la tesis de la guerra justa contra los países aliados, bajo la premisa de que la política nacionalista aplicada por éstos en los desiertos salitreros de Tarapacá y Atacama fue la expresión de una conspiración en contra de su país. El problema se agrava pues un imaginario muy difundido en Chile sostiene que este país es la excepción honrosa de América Latina, la sociedad ordenada del subcontinente que puede tratar de “igual a igual” con los países europeos. De ello se desprende un sentimiento de superioridad frente a las naciones aliadas, lo que dificulta la aceptación chilena de los excesos y desastres perpetrados por las fuerzas de ocupación durante el conflicto.

Quizá una propuesta inicial de acercamiento podría ser la admisión de que las causas de la Guerra del Pacífico son discutibles. Son innegables los poderosos intereses económicos que la burguesía chilena tenía en los desiertos del salitre, así como su política armamentista presta para actuar de llegar el momento; pero también lo son los errores diplomáticos cometidos por el Perú al firmar un tratado con carácter secreto en 1873 y por Bolivia al elevar el impuesto a la exportación del salitre fijado en el tratado de 1874.

Mucho menos discutible parece la naturaleza de la Guerra, la cual evidencia que hay un país que agrede y dos que son agredidos. Es por ello que una política de la reconciliación con el pasado sí debe suponer el reconocimiento chileno del daño infligido a las sociedades peruana y boliviana. Para el caso peruano, una política del perdón chilena podría aplicarse a lugares emblemáticos como Chorrillos y Mollendo, dos ciudades incendiadas y saqueadas durante la ocupación. De lo que se trata no es de enrostrar a los chilenos de hoy los desastres de ayer, sino de convertir aquellas ciudades en lugares de la memoria cuya conmemoración bilateral permitirá transmitir el mensaje de que la integración del presente se contrapone a los enfrentamientos del pasado.

Al concluir estas líneas, no puedo dejar de pensar en el canciller Alemán Helmut Khol y el presidente francés François Mitterrand, de la mano en Verdun, un 22 de septiembre de 1984, conmemorando la batalla más sangrienta de la historia universal. Ese día, con ese gesto, supieron franceses y alemanes que la guerra había terminado.

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