El ÚLTIMO DE LOS DEMÓCRATAS UTÓPICOS

Lo que nos deja Armando Villanueva del Campo

Quizá el principal legado de Víctor Raúl Haya de la Torre a América Latina fue ofrecerle un derrotero original en tiempos en los que el socialismo pretendía direccionar los anhelos populares, y en los que las masas irrumpían en la política sin itinerario cierto, a través de la radio, el cine y la prensa escrita. Quizá por ello mismo no hemos logrado comprender la lucha que libró el APRA durante el siglo XX y quizá por ello no valoramos el martirologio del que tanto hablan los apristas en sus mítines, cuando nos relatan su lucha política.

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La democracia fue su utopía

Que la democracia fue la utopía que persiguieron hombres de la talla de Haya de la Torre y de Armando Villanueva del Campo, claro que lo fue; que la democracia por la que esos hombres padecieron décadas de cárceles y persecuciones se ha conquistado es probable que sí, pero es también indudable que existen más utopías por alcanzar y más batallas por librar en nombre de ella. Es por eso que, para comprender la utopía a la que Armando Villanueva le entregó su vida desde los quince años, es preciso recordar que aquel mundo confrontaba tres sistemas políticos opuestos: el socialismo, el fascismo y la democracia, la que no generaba los consensos que hoy genera. Al contrario, en el plano nacional, no era más que el cínico eufemismo de un régimen estamental y racista, heredero del orden colonial.

Es bajo esta perspectiva que cobra relevancia la utopía democrática de Armando Villanueva, porque cuando se inscribió al PAP de Miraflores en 1931, para consagrar su vida a la lucha por la democracia, ésta contaba con poderosos enemigos en el mundo y debía enfrentar, en el Perú, al máximo despliegue de los sectores conservadores, amparados por las fuerzas armadas. Es bajo esta luz que se resaltan los mártires del APRA, aquellos a los que sólo los apristas tienen como tales, pero que deberían serlo mucho más allá de la celebración partidaria.

La gran mayoría yace ya muerta, los primeros cayeron en la década de 1920, como Salomón Ponce y Manuel Alarcón Vidalón, quienes murieron en Mayo de 1923, oponiéndose a la consagración del Perú a los Sagrados Corazones. Otros cayeron en el trienio de 1931 a 1933, en Paiján, Trujillo o Chanchán; otros en los calabozos de Odría o víctimas de su implacable represión. A los demás se los llevó la vida, o la muerte, allí donde las balas no pudieron. El último de esta generación fue Armando Villanueva del Campo.

A nuestros ojos sobresaturados de información, zapping y programas cibernéticos, su vida puede parecernos la del héroe romántico que nunca existió. Pero sí hubo alguna vez un Armando Villanueva que a los 15 años se afilió al APRA y que tres años después intentó capturar el Cuartel Militar de Barbones para tomar el armamento e insurgir contra la dictadura de Benavides.  Sí hubo un Armando al que sólo desterraban para verlo volver como sea a reincorporarse a la causa que corría por sus venas; sí hubo un luchador que, en 1935, se camufló entre los futbolistas aliancistas que volvían de una gira a Chile para escabullirse de sus cancerberos al desembarcar en el Callao. Hubo un Armando que le agradeció al Presidente Manuel Prado su exilio a Chile porque, según el mismo refería, le había curado el asma. Ese mismo Armando, volvería a camuflarse en un barco para regresar al Perú en 1944, esta vez junto con Carlos García Ronceros.

Pero la vida de Armando Villanueva no es sólo la historia del exilio y de la persecución; también lo es la del trabajo propagandístico, como en la Revista APRA y el diario La Tribuna en el Perú, o la revista Síntesis Económica Americana que dirigió en Argentina, así como Ercilla, Los Tiempos y Última Hora, publicaciones con las que colaboró en sus exilios chilenos.  Su activismo político nos habla de un gran líder y organizador que desempeñó en cuatro oportunidades la Secretaría General del Partido Aprista. Armando ejerció la labor parlamentaria, llegando a presidir la Cámara de Diputados en 1967 y la de Senadores en 1986. En 1988 alcanzó la Presidencia del Consejo de Ministros. Su última gestión parlamentaria, entre 1990 y el 5 de abril de 1992, fue interrumpida por el autogolpe de Alberto Fujimori, viva advertencia de que la lucha por la democracia no ha concluido.

Quizá podríamos separar en dos etapas la trayectoria de Armando Villanueva del Campo: la del utópico por la democracia y la del demócrata. La primera se vincula a las luchas y violencias de la primera mitad del siglo XX, en la que los sectores conservadores del país se unieron con las fuerzas armadas para cerrarle el paso a la democratización que el APRA preconizaba; de allí la violencia contra el APRA, pero también desde el APRA; y de allí la pléyade de revolucionarios que refiero, dentro de los cuales Armando ocupa un lugar entre los más comprometidos y activistas.

La segunda se atiene al periodo que abarca desde la década de 1960 hasta su muerte. En ella, la búsqueda de consensos con otras fuerzas políticas en defensa de la democracia ocupa el primer lugar de la acción política. Este periodo nos lleva a 1967, cuando Armando Villanueva es elegido presidente de diputados y, en su discurso de instalación, reconoce su vocación beligerante para renunciar a ella y ofrecer dirigir la cámara buscado el consenso entre sus fuerzas. Esta etapa nos conecta también con el candidato presidencial de 1980, pero, aún más, con el representante del Perú en 1981, con la tarea de defender la causa peruana ante Ecuador, tarea que le fue encomendada por su adversario, el Presidente Fernando Belaúnde, quien lo derrotara en las elecciones  apenas un año antes.

En la madurez de su vida, Armando Villanueva comprendió, siguiendo el ejemplo de su Jefe Víctor Raúl, que la democracia se construía en base a alianzas y que no se puede gobernar sin ellas. Por ello, la larga ancianidad del otrora joven revolucionario se convirtió en la etapa más lúcida de su vida, en el periodo en el que sus palabras nos calaron más y más hondo. Armando se ha ido rodeado de la admiración, el reconocimiento y la amistad de tirios y troyanos, se ha ido dejándonos la búsqueda del consenso como legado y, una vez más, exigiendo la afirmación de nuestra democracia como utopía; de esta democracia que ya cuenta con sufragio universal e igualdad de derechos pero que no reposa aún en instituciones solidas, ni está libre de aventuras autoritarias en ciernes.

En tiempos de informalidad, de talk-show y de política-farándula; la voz de Armando Villanueva nos recordará siempre que hay utopías por las cuales la vida vale la pena vivirse o perderse y que la democracia es un bien preciado por el que nos quedan muchas batallas por librar.

 

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