Sobre Gareca y nuestro nacionalismo de pacotilla

“Hablemos en serio”

Daniel Parodi Revoredo

 

La sutil llamada de atención de una institución crediticia local al técnico de fútbol Ricardo Gareca fue el punto culminante de un desborde nacionalista folklórico y destemplado que se manifestó cuando este último aceptó dirigir a la selección chilena de fútbol. Aunque resulta lo menos importante de este asunto, es bueno recordar que fue la federación local la que no aceptó las condiciones del DT, más relacionadas con mejoras en la infraestructura del fútbol peruano que con su salario, que, al aceptar entrenar a Chile, dicha federación ya había contratado a Juan Reinoso para suplirlo, que este ya había fracasado de la manera más estrepitosa y usurera posible, y que nuestra selección ya contaba con nuevo técnico, el uruguayo Jorge Fossati, de 71 años, y reciente campeón con Universitario.

Pero estos no son los temas que me resultan más llamativos, sino el vocabulario cuasi bélico de varios periodistas deportivos que denunciaron al DT argentino de traición a la patria, de venderse a los chilenos y de “haber aceptado dirigir al único equipo que debió rechazar sin atenuantes”. En conclusión, había que quemar la estatua que, también folklóricamente, un alcalde de un distrito de Lima centro, en busca de aumentar su aprobación popular, erigió en honor del seleccionador de nacionalidad argentina.

Tampoco me resulta el tema central de esta reflexión, destacar algo obvio. Ricardo Gareca es sencillamente un profesional del fútbol y tiene derecho a ofrecer sus servicios o a ser requerido por las federaciones y clubes que lo consideren pertinente para sus objetivos deportivos. Luego, evaluará y tomará una decisión de acuerdo con sus intereses. No es tan difícil de entender.

Lo que me llama la atención es nuestro nacionalismo barato, chato, cuasi ordinario, desideologizado y banal, que, hasta cierto punto, es manifestación de enormes carencias en nuestra sociedad, principalmente a nivel cívico y educativo. En primer lugar, ¿qué es esta guerra soterrada con Chile? ¿hasta cuando la vamos a seguir librando de manera tan trivial y primaria, tal cual una barra brava? Y al respecto, ¿cuándo ambos países, porque tienen que ser los dos, adoptarán las políticas del caso para que la “rivalidad del Pacífico” deje de ser uno de los entretenimientos más populares de nuestras dos naciones?

Creo que es momento de que nuestra sociedad se vea en un espejo, y observe su carencia de metas, su insulsa vocación por el galimatías más irrelevante y su casi absoluta inconciencia de sus grandes necesidades, las que pasan por el desarrollo a todo nivel, para empezar, de los servicios del estado: salud, educación, vivienda, infraestructura.

Lo peor es que al mismo tiempo, las redes sociales tienden a reproducir la vieja guerra de castas colonial -esa que denunció el arzobispo del Cuzco Juan Manuel Moscoso en contra de Túpac Amaru II hace 250 años. Es que nos sacamos los ojos unos a otros, nos dividimos en bandos, por barrios, ciudades, regiones, lenguaje, colores etc.

Así, diese le impresión de que solo somos Perú cuando se trata de Chile, y no le falta razón a esta triste afirmación. Apenas hace dos días, el 27 de enero pasado, conmemoramos los 10 años del fallo de la Haya en el litigio con el país vecino. La verdad, desde esa vez no he vuelto a ver a los peruanos actuar como nación, en defensa de sus altos intereses. Pero odiar, o vacilarnos, o vender humo con el tema de Chile no basta para que una sociedad enrumbe hacia el progreso.

A Gareca le ganaremos o nos ganará en las competiciones deportivas, pero él señaló alguna vez que, sin sembrar bases e infraestructura, no llegaremos a ninguna parte. Quizá solo por decirnos eso, en nuestra cara pelada, ya se merezca esa fea estatua, que se tambalea entre las cambiantes mareas de nuestra política, en el distrito de San Miguel.

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