Una epopeya civil
Las memorias de Nicanor Mujica, el secretario- enlace de Haya de la Torre (reseña)
Cuando el señor y amigo Francisco Mujica me pidió comentar esta noche las memorias de su padre, Nicanor Mujica Álvarez Calderón, depositó sobre mí una gran responsabilidad.
Que no solo lo es, por el desafío de reseñar adecuadamente esta obra, testimonio imprescindible para la historia política del Perú del siglo XX, sino porque soy irremediablemente parte de ese problema epistemológico que, para Hugo Neira, significa estudiar al APRA desde el Perú.
Porque resulta que la academia, cuando se trata del APRA, tiende a tomar partido, a favor o en contra, lo que limita las posibilidades de ir más allá de esa malhadada dicotomía que hasta unas décadas dividió al Perú, que aún hoy lo hace y que, sin duda, está presente en la producción intelectual: apristas vs antiapristas.
Y en mi caso, el problema se manifiesta más complejo porque soy parte de la academia que refiero, y al mismo tiempo soy miembro del movimiento político que acabo de mencionar, cuya historia me inspira y me emociona al punto de convertirse en una forma de vida, o en una manera de mirar al mundo, en aquella pasión a la que los hombres, por más que quieran, no pueden renunciar.
Sin embargo, fueron las mismas líneas de Nicanor el padre y de Francisco, el hijo, las que me dotaron de la tranquilidad, que no equivale a imparcialidad, para escribir este comentario.
Porque Nicanor y Francisco representan, en sí mismos, una forma justa y equilibrada de ver el mundo, la que dice mucho de las primeras generaciones apristas: la abnegación, el sacrificio, la honestidad y la capacidad de no verse afectados sus espíritus tras “diez años de odio”, que es lo que comentara Nicanor de su amigo Juan Seoane cuando este alcanzó la libertad, luego de pasar una década en el panóptico de Lima.
Cómo está construida la obra
Superado, espero, el aludido problema epistemológico, hablemos un poco de cómo está construida la obra que hoy nos ocupa. Sin lugar a dudas, el proyecto nace del deseo de Nicanor de escribir sus memorias porque cree que “los que participamos en los años de forja del movimiento aprista y estuvimos muy cerca de Haya de la Torre debemos legar nuestro testimonio vital a las juventudes del Perú y del Continente”
Quiso el destino, sin embargo, que partiese Nicanor antes de concluirlas y es entonces que interviene Francisco, el hijo abnegado, quien dialogando metafísicamente con su padre, lo comenta, lo ordena, lo sistematiza, lo hace hablar, lo ayuda finalmente a concluir el testimonio que aquel quería legar.
Pero al mismo tiempo, la obra se modifica y se enriquece porque Francisco no solo ordena y recorta, cual editor, sino que es hijo, es aprista y tiene mucho que decirnos también, de aquellas anécdotas, de aquellos tiempos y de aquellas coyunturas.
Francisco, además, quiere un libro que sea más que una memoria, quiere un texto que se sume y que perturbe la historiografía sobre el tema. El quiere que la obra sea parte de la ciencia que trata el asunto y es por eso, que en, franca manifestación de honestidad intelectual, recurre a autores de diferentes tendencias.
Es así como se advienen al texto los aportes de Hugo Neira, Julio Cotler, Alberto Flores Galindo, Francois Bourricaud, Jorge Basadre, entre otros. Y de esta manera, lo que el padre pensó como sus memorias, deviene, desde la intervención del hijo, en análisis, en tesis, en texto académico.
Hay otro aspecto saltante en la naturaleza de esta obra y que responde a la siguiente pregunta: ¿quién es el narrador?. En realidad no es uno, ni son dos los narradores, son tres las voces que orientan nuestra travesía a través de sus capítulos. La de Francisco, la de Nicanor y la de Víctor Raúl.
El jefe y el devoto seguidor
De hecho, el tema central de la obra es la relación entre los dos últimos mencionados. Este, el jefe del APRA, un partido clandestino; aquel, el devoto seguidor, el enlace secreto, el que debe cumplir la grave responsabilidad de llevar hasta su destino la correspondencia secreta del hombre más buscado del Perú.
Al respecto, Nicanor señala lo siguiente: “Cuando Víctor Raúl me llamó para que fuera su secretario-enlace, me di cuenta de que me había convertido, de la noche a la mañana, en una de las poleas con más responsabilidades del Partido. Tenía 21 años”.
Esta relación entre Víctor Raúl y Nicanor me trae algunas reflexiones acerca del APRA, del partido que busca la democracia pero que al mismo tiempo se maneja de manera vertical. Para el aprista entonces, el Partido solía yuxtaponerse a la familia y el Jefe a la figura del padre, y es aquí donde encontramos al mismo Nicanor, de educación esmerada y católica, entregarse a su nueva devoción con la misma honestidad con que antes lo hizo a sus padres, disciplinado y creyente.
¿Por qué el APRA despertó vínculos paternos entre el líder y la militancia, y vínculos fraternos tan estrechos entre sus miembros? Caben muchas respuestas, para Neira, es la misma persecución, la constante clandestinidad y la amenaza contra la vida del jefe máximo lo que lo convierte en tal. Y es en esa circunstancia en la que estas memorias encuentran quizá sus pasajes más apasionantes.
La gran clandestinidad
Jirón Capac Yupanqui 1071, Jesús María, fue el escondite de Haya de la Torre desde 1934, el dueño de casa se llamó Gerardo Bedoya Sáenz, “Camilo” fue su nombre de lucha. Fundamental para despistar a sus persecutores, era que la familia del susodicho Bedoya hiciese su vida normal y es así que entre las idas y venidas cotidianas de “Camilo”, su esposa Enriqueta y sus menores hijas Elena, Esther y Mercedes se debatía la vida de una familia, de un partido y los destinos de un país.
Y es así que mientras de día, en Capac Yupanqui 1071, desarrollaba normalmente sus actividades cotidianas una típica familia limeña de clase media, por la noche se organizaban las actividades del partido político más importante y perseguido del país; el telón de fondo, el traqueteo de una máquina de escribir Noiseles, especialmente escogida por no hacer mucho ruido, para no llamar la atención.
Prensa y propaganda
Un aspecto fascinante que se desprende de las páginas de este texto y que ha llamado poderosamente mi atención es la comunicación política de entonces, o el marketing político, o, más simplemente, la propaganda. Hoy las fuerzas políticas en el mundo entero pugnar por posicionar un twiter, por convertir un slogan o hastag en tendencia, por ser el titular del noticiero vespertino o del diario matutino.
Pero en aquel mundo anterior a la última revolución de las comunicaciones, la lucha era por posicionar libros en el debate, nuevas tesis, nuevos planteamientos, nuevos autores y en eso consistía buena parte de la labor propagandística del APRA, más allá de publicaciones periodísticas y folletos.
Ese fue el caso del libro titulado “El nacionalismo Continental” del chileno Edwards Bello. Al respecto, le dice Haya de la Torre a Nicanor Mujica:
“A los intelectuales civilistoides, a todo el que pueda leerlo, comprarlo y si se interesa dile que lea el libro. Hay cosas sobre el APRA muy buenas y resultan una gran defensa nuestra. Aunque los apristas no lo lean, deben decir a los que puedan comprarlo y leerlo: ¿no ha leído Ud. el Nacionalismo Continental? Hombre, Ud. No puede llamarse un hombre culto, ignorando aquel colosal parto araucano” etc.
Lo mismo sucedió con el libro del norteamericano Carleton Bealts, “fire in the Andes” que resultó muy crítico del civilismo; al respecto indicó Víctor Raúl a Nicanor: “Hay que decir que la crítica literaria de los Estados Unidos y de Europa lo elogia como el más brillante libro del autor, quien ha escrito varios textos notables y es colaborador de la revista Times. Hay que propagar que Bealts es uno de los más brillantes escritores jóvenes yanquis, autor de libros, notables novelas, una gran biografía de Porfirio Díaz, que ha vivido en el Perú varios meses, viajando por todo el país y que es casado con peruana”
Memorias para un país desmemoriado es sin lugar a dudas una experiencia que, aunque teñida de un horizonte angustioso por la zozobra de la persecución y la clandestinidad, nos regala pasajes como los que acabo de leer. Estos manifiestan cómo a aquellos héroes civiles, los años de escondite obligado, no les doblegaron alguna sonrisa o la capacidad de hacer de su situación una fina ironía.
Un elemento que apasiona de este libro es el constante azar de alumbramientos súbitos y finales inesperados, tal y como fue el devenir de sus protagonistas, pero, en simultáneo, es la vida misma la que va pasando inexorable y es desde esa mirada que Francisco Mujica explica la convivencia con Prado, para darle por fin legalidad a los apristas, tranquilidad a sus familias y democracia al país.
La muerte del Jefe
Sin lugar a dudas, los pasajes más dramáticos de esta obra se encuentran en el relato de los últimos días de Víctor Raúl, narrados por Nicanor en un diario que nos detalla el agravamiento de la salud del fundador del APRA desde los meses anteriores a su muerte. Esta tuvo lugar un 2 de agosto de 1979, días después de promulgarse la constitución democrática que aquel le dejó al país como su último legado.
Sobre el momento más aciago: Nicanor nos dice lo siguiente:
A las 10 y 45 suena el teléfono: me apuñalea una corazonada. Es la voz grave de Armando: “Ven inmediatamente a Vitarte”. No pregunto más; pero como hubo anteriores amagos, voy con una esperanza lastrada de pesimismo. Cuando llego hay gente en la puerta de Villa Mercedes pero ninguna señal del acontecimiento.
Me hacen pasar hasta el fondo del jardín y allí cuadro el carro. Entro al jardín interior con el corazón en la boca: allí lo veo todo en el llanto de compañeros y compañeras. ¿Qué he sentido? Hubo tanta esperanza y desesperanza mescladas.
En el teléfono del corredor angosto, Armando hace llamadas telefónicas. Jorge está sereno. Nos hemos dado las manos y aproximado las caras sin decir una palabra, Allí se detienen 45 años yo, y más él, de estar al lado de Víctor Raúl. Andrés tiene los ojos inyectados. Y me dice, ven a verlo por última vez. Cuando se me escapa un sollozo, Andrés me toca el hombro y reacciono”
A manera de conclusión
Volviendo al inicio de esta reflexión, pero con la intención de terminarla, me pregunto si logré acaso la meta de reseñar esta bella obra con algo de objetividad y constato que he fracasado y me alegro de mi fracaso.
Este breve ensayo sobre las memorias de Nicanor, que llamaré “epopeya de un héroe civil” no ha hecho más que avivar en mi esa misma flama que tocó su vida en 1931 y la mía cincuenta años después. Memorias para un país desmemoriado es un digno ejemplo de acción contra el mal que alentará a los que luchemos hoy y a los que luchen mañana.
Daniel Parodi Revoredo
@parodirevoredo
6 diciembre, 2015 at 6:15 pm
Obra de “un sentido y contenido”para el Peru inmenso.Atraviesa las Ciencias Sociales de lada a lado. Supera casi cualquier ejemplo de aportes Eticos y Morales de un hombre comprometido e involucrado, consigo mismo, su familia y el Peru.
Prueba definitiva de la vida eterna.La muerte le fue una experiencia mas del lugar comun de las vivencias del hombre ;trascendiò,exito màximo de los invencibles.
Caminò firme y decidido atras de una vision,confiado en que dejaba esa trascendencia a cargo de Francisco,su hijo.
Este ùltimo ha cumplido paso a paso esa transicion que el destino le asigno ; acentuar una huella clara y profunda, esa perennizacion que su padre le enseño como la labraba..
Francisco “no arrugo”,se envistio de todas las armas y amor por su padre para
que quede ante el Peru la prueba patente,transparente que sì el APRISMO se mantiene en la ya eterna lucha por la Justicia Social en la indesmayable defensa por los pobres, es porque ha sido construido sobre columnas de una fortalece insuperable como Nicanor Mujica como cimiento y Francisco como ejemplo que su altura nunca se terminara por alcanzar como compromiso con nuestra patria.
jorge garcia pazos