El monstruo del pantano

Legislar para poder avisarle al allanado que lo será con horas de anticipación, proteger al delincuente de la ley a través de la propia ley, es la imagen más gráfica de la descomposición política, y por ende social, del país.

Daniel Parodi Revoredo

Fuente: Carlincatura, Diario La República

Se alzan voces que anuncian el apocalipsis en su extravagante versión peruana. Se viene un outsider extremista, más allá inclusive de la extrema derecha y de la extrema izquierda. ¿Quién podría ser? Inclusive Antauro Humala parece no dar la talla.

Esta distorsionada percepción responde a dos causas principales. La primera es el enfrentamiento entre extremos en la segunda vuelta de nuestras últimas elecciones generales de 2021, y la segunda es el abandono absoluto de eso que llaman gobierno, gobernar, hacerse cargo de la cosa pública. Siempre lo fue, pero nunca tan abiertamente nuestro tesoro público resultó un arca abierta para el bellaco más avezado y nunca la impunidad legisló a favor de sí misma con tan desenfadado desparpajo. Legislar para poder avisarle al allanado que lo será con horas de anticipación, proteger al delincuente de la ley a través de la propia ley, es la imagen más gráfica de la descomposición política, y por ende social, del país.

Sin embargo, tan dramáticas circunstancias no invocan necesariamente a fantasmas malévolos, ni a monstruos salidos de las ciénagas más hediondas. Quiero plantear, por eso mismo, el sentido común democrático, aquel que vislumbra las cosas más simples y evidentes como alternativa. Las elecciones de 2021 parecieron enfrentar dos extremos, en cierta medida lo hicieron, pero la circunstancia que explica esta situación fue la dispersión del voto en la primera vuelta. La ciudadanía no sabía por quién votar porque no tenía a quien elegir, el problema medular es ese.

La pandemia del Covid-19 desnudó la precariedad del Estado, de sus servicios de salud y de educación. Es una verdad de Perogrullo, el Estado funciona mal en Lima, en el resto del país es un conjunto de despojos que alguien administra por el aliciente de una tajada. Entonces el primer problema del Perú es la gestión del Estado, y para gestionarlo bien se necesita clase política, partidos políticos, así como cuadros políticos y técnicos.

Lo que busca la sociedad peruana es lo que busca cualquier sociedad: su propio bienestar, su desarrollo y no al monstruo del pantano. En el centro de nuestro espectro político se vienen gestando nuevos partidos al amparo de una ley más accesible y que pronto perderá vigencia. Los poderes fácticos representados en el Congreso han vuelto a cerrar el umbral, pero, en el interregno, algunos sectores de la sociedad civil organizada han alumbrado proyectos políticos que habrá que analizar profundamente. A simple vista,  lucen cualitativamente superiores a quienes hoy, lejos de representarnos a nosotros y a ellos mismos, defienden los intereses más perversos y execrables.

Hay una idea fuerza que he querido ofrecer en estas líneas: el sentido común de centro, republicano, democrático, que entiende la función pública como un servicio que coadyuva al desarrollo del individuo y de la sociedad está allí, la utopía de crear una nación que se asuma a sí misma, que se reconozca a sí misma y que reconozca, al mismo tiempo, la ruta que transita hacia su propia realización también está allí, al alcance de todos.

Una o dos, o tres propuestas políticas que encajen, que representen, que adopten dicho sentido común constituyen la clave para el cambio, paulatino pero esforzado, para iniciar un proceso en el que la guerra en contra de los intereses vedados instalados en la política será feroz. Pero la ciudadanía estará allí apoyando cuando vea que las cosas se hacen bien y a su favor. La clave es el interlocutor y será muy diferente al monstruo del pantano.

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