Estimados amigos/as:
Con agrado les adjunto la presentación (prólogo) que escribí para el libro “Huéspedes Guerreros: el batallón Sucre en el sur del Perú (1879 – 1880)” del historiador y actual embajador de Bolivia en el Perú Gustavo Rodríguez Ostria. Espero les resulte de su agrado. Recomiendo vivamente la lectura del libro.
Con Gustavo Rodríguez Ostria en la presentación de su último libro en la FIL 2017
Presentación
Dice Habermas que “el Estado nación defendió sus límites territoriales y sociales de forma enteramente neurótica”[1] y no le falta razón. El siglo XIX vio a sociedades enteras desangrarse en guerras fraticidas debido a que la comunidad de origen, la particularidad nacional, se volvió más importante que los derechos del hombre consagrados y divulgados por los franceses desde 1789.
A pesar de sus actuales incertidumbres, pocas dudas quedan respecto de que Europa ha superado el escalón del patriotismo y se ubica en una estación post-nacional que se observa en su cotidianidad, en la poca importancia asignada a sus fronteras y en sus jóvenes que ya comienzan a definirse como l´Europe y a colocar en las ventanas de sus apartamentos, la bandera azul con el círculo de las pequeñas estrellas amarillas.
Carátula del libro
Al contrario, América Latina se encuentra en un proceso de transición que es, en realidad, un limbo. Por un lado hemos comprendido de qué trata la globalización y buscamos concurrir a ella a través de gabinetes binacionales, Tratados de libre comercio y foros económicos como la Alianza del Pacífico. No obstante, la dimensión nacional se mantiene incólume. Nuestras fronteras y su defensa comprometen íntimos sentimientos, tanto como la creencia de que el territorio, hasta su último centímetro, debe ser defendido con la sangre. Desde ese horizonte seguimos difundiendo en la escuela relatos históricos cuya finalidad es diferenciar la comunidad nacional de las vecinas, tanto como explicar la propia a base de la toma de conciencia de que existen otras que eventualmente podrían hacerle daño.
En el Perú, el relato de la Guerra del 79 cumple, al igual que en Bolivia y en Chile, el rol de acentuar las diferencia y consolidar la autoimagen del yo colectivo. La guerra nos atrae como el sol a la fertilidad y entonces narramos las batallas contra el otro, pero solo las batallas, de manera que reducimos la relación entre dos partes exclusivamente a la conflagración bélica y dejamos de lado todo lo demás. ¡Qué poderosa es la herencia del positivismo histórico, cuán vigente está!
De aquella narración al imaginario colectivo hay solo un paso. Este lo produce la sociedad misma cuando se representa el pasado a través de imágenes tan simples como poderosas y estables, a las que dota de un inmemorial pero discutible contenido de verdad. El imaginario busca explicar la realidad del pasado y el presente en pocas palabras y entonces “Bolivia nos metió a la guerra, retrocedió a Arica desde Camarones y después de la batalla de Tacna se retiró de la conflagración para dejarnos solos en ella”. No hace falta más. Cualquier peruano que maneje este discurso sabe de Bolivia lo básico que debe saber desde el paradigma nacionalista, ese que le hizo a Voltaire en su Diccionario Filosófico que “es triste que muchas veces para ser un buen patriota sea necesario ser enemigo del resto de los hombre”.
Y es por todo eso que Amarillos de Gustavo Rodríguez Ostria, historiador boliviano y embajador en ejercicio de Bolivia en el Perú, es un aporte sustancial para cambiar de enfoque, de mirada y de discurso pues apunta directamente al corazón del imaginario reseñado y le responde claro: las legiones del ejército boliviano comenzaron a llegar a Tacna desde el 30 de abril de 1879; es decir, apenas unas cuantas semanas después de la declaratoria de guerra de Chile al Perú, el día 5 del mismo mes y año. Entre ellas se encontraba el batallón Sucre, en el que esta obra centra su atención.
Al mismo tiempo, Rodríguez Ostria enfatiza en aspectos fundamentales que, siendo conocidos, no se difunden en las obras de divulgación, ni en videos documentales, ni en la escuela, siendo estos los principales vehículos de transmisión del relato historiográfico. Su conclusión, anticipada, atraviesa el texto: los bolivianos estuvieron, lucharon y murieron en todas las batallas de la campaña terrestre hasta Tacna. Lo hicieron en el desembarco de Pisagua, en Dolores o San Francisco, en Tarapacá y en el Campo de la Alianza.
No es la intención de Rodríguez Ostria negarse a estudiar la cuestionada retirada de Camarones, ordenada por el Presidente Hilarión Daza; la relata, asume lo conocido, los imaginarios subyacentes y hace la autocrítica. Pero su foco de atención radica en el antes y el después de dicha maniobra militar y que en todos los casos compromete a bolivianos muriendo en territorio peruano, honrando su compromiso con el aliado. Visto todo el horizonte, Camarones parece lo excepcional en la participación de Bolivia en la guerra del 79 y no el acontecimiento que la define. Debe sumarse a esta reflexión, que la decisión de Daza originó tal conmoción en su país que fue relevado y que el golpe de estado en su contra lo inició el coronel Eleodoro Camacho; es decir, la destitución de quien se negase a cruzar el desierto se generó en el ejército boliviano acantonado en Tacna, en el Perú.
Lo central del relato, qué duda cabe, es la batalla de Tacna o Campo de la Alianza del 26 de mayo de 1880 en el que combaten 8930 soldados de la Alianza, de los cuáles 4225 son bolivianos. Su preciso y dramático relato se lo dejo al lector, pero lo cierto es que el mayor número de fuerzas de reserva en las filas enemigas logró revertir dos avanzadas del ejército aliado, el que finalmente, al no contar ya con más elementos para repeler el segundo contraataque chileno, se vio obligado a batirse en desordenada retirada.
La narración del enfrentamiento se centra principalmente en los movimientos del ala izquierda del ejército peruano-boliviano, donde la batalla fue más cruenta porque se trató de la zona elegida por el enemigo para intentar desbordar a su contrario y envolverlo. En esa ala se encontraban varios batallones del país aliado entre ellos los Amarillos del Sucre cuyas bajas superaron el 80% de sus plazas; de allí el dantesco espectáculo: “casi todos han muerto, son tres guerrillas de cadáveres”[2]. Tras la batalla de Tacna, y luego de permanecer pocas horas en esta ciudad, enrumbaron hacia el interior del país los sobrevivientes peruanos de la lid y hacia su patria los bolivianos.
Llama la atención que el enfrentamiento decisivo de la fase terrestre de la Guerra del 79 amerite tan poca recordación en el Perú, quizá se deba a la ausencia en el Campo de la Alianza de imágenes gráficas que exalten el patriotismo, tan románticamente utilizadas por el positivismo histórico. A Tacna le falta todo lo que le sobra a Arica: un morro que defender, un valiente coronel resistiendo hasta quemar el último cartucho, un joven acaudalado saltando a su muerte antes de rendir el pabellón nacional. En el Perú, hemos decidido recordar y premiar a Tacna por lo que hizo después, por su resistencia a la ocupación, solo a Arica la recordamos por su batalla, quizá porque finalmente la perdimos, en 1929.
El relato de Rodríguez Ostria concluye en los hechos inmediatamente posteriores a la batalla de Tacna, mientras que, en paralelo con el retorno de los restos del ejército boliviano a su país, comenzaba a difundirse el imaginario de que precisamente allí, en el Campo de la Alianza, un 26 de mayo de 1880, Bolivia abandonó al Perú dejándolo solo a su suerte y con la guerra a cuestas. Sin embargo, dos investigaciones, como la que publiqué en 2001 y otra más reciente de Mario Nuñez Mendiguri, de 2012, aportan luces sobre la continuidad de Bolivia en la Alianza hasta la dispersión del ejército del sur, acantonado en Arequipa, el 25 de octubre de 1883 y que fue el triste resultado de una inopinada consulta popular que motivó su posterior levantamiento[3].
Es así que en el lapso de tiempo que separa a la batalla de Tacna de la ocupación chilena de Arequipa, Bolivia mantuvo su respaldo al Perú, el que hizo efectivo tanto pecuniariamente como a través del envío de armamento desde La Paz a la Ciudad Blanca, donde Lizardo Montero estableció la sede del gobierno nacional el 31 de agosto de 1882. Asimismo, el país altiplánico realizó gestiones ante Chile a nombre de la Alianza para alcanzar la paz, rechazando en simultáneo las reiteradas proposiciones del enemigo, que le ofrecía cederle Tacna y Arica –léase una salida al mar- a cambio de abandonar al Perú y pasarse al bando enemigo en plena conflagración. Finalmente, cuando Arequipa fue ocupada, importantes batallones del ejército boliviano, dirigido por su presidente Narciso Campero, se encontraban en Puno, territorio peruano, de acuerdo con una estrategia militar acordada previamente, y que consistía en que las fuerzas aliadas confluyeran en la ciudad lacustre para resistir la invasión desde allí. Como hemos ya señalado, los sucesos del 25 de octubre de 1883 frustraron esa posibilidad[4].
Los estados, y sus gobiernos, son responsables ante sus pueblos. Mientras en la escuela los capítulos de historia que tratan la guerra del 79 sigan siendo los estelares, cuando no los únicos con los que nuestra sociedad le cuenta a sus hijos quien es Bolivia y quien es Chile (y viceversa), seguiremos criando en el nacionalismo a los ciudadanos del mañana. Es la escuela en donde debemos enseñar que Bolivia no es el traidor que se piensa, tanto como divulgar otras historias, las positivas, las cotidianas, las que unen a los pueblos y no solo los épicos relatos de héroes espectaculares, de grandes batallas, de sangre y de muerte, los mismos de siempre, los que nos hacen conceptuar al otro desde el orgullo, el rencor y la recíproca desconfianza. Sirva pues este libro para hermanar dos pueblos unidos desde la historia, la geografía y la cultura: el Perú y Bolivia.
[1] Habermas. Jürten. Más allá del Estado nacional. México, Fondo de Cultura Económica, 1998. p. 191
[2] Véase Parodi, Daniel. La laguna de los villanos. Bolivia, Arequipa y Lizardo Montero en la Guerra del Pacífico. Lima, Fondo editorial PUCP e IFEA, 2001 y Nuñez, Mario. Puno en la Guerra con Chile. Puno, Mario Nuñez, 2012.
[3] Véase Parodi, ibid.
7 agosto, 2017 at 10:38 am
Estimado profesor,
Que excelente manera de hacernos saber, en mi caso no lo sabía, una prueba de que faltan muchos capítulos del sacrificio del 79 por terminar.
Lo que si queda en el ambiente es la salida oficial de Bolivia de la guerra después del Alto de la Alianza. Después, como narra el autor, los esfuerzos titánicos por apoyar las diferentes batallas después que Hilarión Daza -una tragedia en el firmamento político de Bolivia- así lo decidiera.
El líder boliviano nunca fue sujeto de confianza del Perú y, menos aún, de Bolivia pues superó a Melgarejo y los suyos en adoptar políticas que llevaron a que el propio Mariano I Prado perdiera la serenidad y la compostura.
El relato de Gustavo Rodríguez Ostria es, sin embargo, un esfuerzo más para quitar la telaraña del período 1873-1894.
Gracias.
Carl H. Rams.
24 octubre, 2023 at 6:50 am
En mi libro, la Laguna de los Villanos, contradigo la tesis de la retirada boliviana de la Guerra del Pacífico, te dejo el link
https://repositorio.pucp.edu.pe/index/handle/123456789/181764
8 agosto, 2017 at 9:55 am
Hay que leer también lo que están escribiendo jóvenes historiadores chilenos sobre los antecedentes, el desarrollo y los resultados de esta guerra, es muy ilustrativo, y sorprendente.