LOS ESCOLLOS DE LA RECONCILIACIÓN
Por: Daniel Parodi Revoredo

A muchos mis planteamientos acerca de la reconciliación peruano-chilena pueden parecerles ya una cansera en la que me reitero constantemente. Ciertamente, voces de ambos lados han considerado los elementos positivos de mi propuesta pero no han dudado en llamarla ilusa, ingenua, inejecutable, entre otros adjetivos análogos. En realidad mi propuesta no es ni ingenua, ni inejecutable, sino una hoja de ruta viable para que al fin se normalicen las relaciones peruano-chilenas, que tanto y más lo necesitan en la medida en que la interconexión de sus economías ha generado una reciproca y positiva interdependencia. Lo que ocurre, más bien, es que ni en Chile ni en Perú parecen estar hoy presentes las condiciones para cerrar las heridas del pasado y es por ello mismo que insisto tanto en el tema, de lo contrario no sería necesario hacerlo.


El nacionalismo peruano presenta ribetes folklóricos

Respecto de Chile, los actuales escollos para fecundar un proceso de reconciliación exitoso se ubican en varios niveles, entre los cuáles se destacan dos. El primero atañe la sensibilidad de su clase política, prensa y opinión pública relativa al contencioso de la Haya. Importantes sectores chilenos perciben la demanda marítima peruana como un acto hostil. Ciertamente, esa fue la posición oficial de los dos últimos gobiernos de la Concertación, aunque la administración Piñera, más bien, se adhirió a la tesis de las cuerdas separadas propuesta por Alan García Pérez y José Antonio García Belaúnde. Más allá de este último acercamiento, importantes sectores de la sociedad chilena manifiestan aún una mala disposición frente a la posibilidad de un fallo adverso en Holanda, por lo que sumarle a esta especial susceptibilidad una propuesta de reconciliación con el pasado puede parecer casi impertinente.

Pero la mayor dificultad chilena radica en su nacionalismo y su discurso histórico. A diferencia del Perú, cuya narración identitaria puede aglutinar la riqueza del pasado pre-hispánico junto con la predominante situación continental en tiempos coloniales y la gran diversidad cultural y ecológica; Chile parece no poseer más identidad que su autodenominado carácter excepcional en la región, fundamentado en el orden y la institucionalidad asemejadas a las occidentales. El discurso reseñado sostiene aún la vieja dicotomía europea entre civilización y barbarie, de allí que la narración histórica chilena, por esa razón, se presente como una suma de aciertos ininterrumpidos principalmente en sus relaciones binacionales con vecinos a los que considera situados en un estadio inferior y, sucintamente, equivocados.

Es por ello que la revisión del pasado, y en especial de la Guerra del Pacífico, resulte prácticamente inaceptable en importantes sectores de la sociedad chilena porque aceptar el error o exceso propio entraría en abierta contradicción con el nervio central de la entidad nacional construida sobre las premisas de la razón y civilización. Es como si se temiese que Chile dejase de ser Chile por admitir el daño infligido a las sociedades boliviana y peruana durante la guerra del 79. De allí también que el nacionalismo chileno se destaque por su radicalidad, renuencia al diálogo y su discurso bastante homogéneo y bien estructurado.

Respecto del Perú las cosas son distintas aunque no contrarias. Son distintas porque su propia dinámica interna hace que hasta el día de hoy el discurso nacionalista resulte, más bien, disperso y hasta cuestionado por sectores que aún claman su inclusión en el proyecto estatal. Este aspecto es el que notamos que se presenta como un escollo para la integración nacional porque hasta hoy el Estado no ha implementado políticas efectivas que fortalezcan los lazos comunes de una sociedad multicultural.

La referida problemática está más relacionada a la rivalidad peruano-chilena de lo pareciera. A la cuasi inexistencia de un discurso unificador construido sobre la base de la inclusión socio-económica y del respeto de la diversidad cultural; surge el anti-chilenismo como reemplazo. De esta manera, a la poca cohesión de un nacionalismo interior que integre a las partes en un proyecto inclusivo, se le superpone un discurso contra Chile, muchas veces altisonante y rayano en el flolklorismo.

Al contrario, la cancillería peruana parece más propensa al diálogo conducente a la reconciliación que su par chilena, pero tendrá que lidiar mucho con sus “fantasmas interiores” para que una eventual propuesta de hacer las paces con el pasado no sea derribada, desde su propio frente interno, antes de despegar. Además, es fácil para políticos de ambas latitudes apelar al nacionalismo recalcitrante para obtener réditos políticos, lo cual se suma a los escollos que dificultan el proyecto.

¿Y entonces qué? Parece que a estas alturas hubiese derribado yo mismo mi anhelada meta reconciliadora. En realidad no es así, he realizado más bien un diagnóstico de las dificultades que existen en un camino que tarde o temprano el Perú y Chile tienen transitar para limar sus asperezas, salvo que prefieran prolongar indefinidamente una relación contaminada. Aquí, además, hemos hablado de generalidades, porque en Chile existen voces que disiden de la oficial, las que son muchas pero no han logrado aún cohesionarse alrededor de esta temática. Del otro lado, en Perú el sentido común y el profesionalismo parecen haberse instalado hace rato en Cancillería y ese es el mejor lugar en el que pueden encontrarse para luego ganar terreno en el resto de la colectividad.

Yo soy el convencido de que el hombre debe interactuar y que de hecho interactúa con su entorno para modificarlo. La actual falta de condiciones para llevar a cabo el proceso de la reconciliación peruano-chilena no es razón para abandonar su utopía, sino, por el contrario, para ganar voluntades y generar, en el tiempo, las condiciones necesarias para su realización.

Publicado la semana pasada en el blog de UPC

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