Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

Doble secuestro (parte tres)

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(viene de la parte dos)

Coco, aun afectado, fue al cuarto a cambiarse. Julio lo alcanzó y le preguntó qué pasó. “No aquí, hablaremos luego”, dio por toda explicación. Tras una media hora de tenso silencio, el timbre de la casa rompió la espera y el dueño de casa fue a abrir la puerta. Era Verónica, la enamorada de Coco, que no venía sola, sino con el par de amigas que le había prometido a su novio para sus amigos.

“Hola Vero, ¿qué tal?”, saludo Julio. Ella presentó a sus amigas ante los muchachos, y Beto, ya más calmado, pareció sentirse en confianza con una de ellas. “¿A dónde vamos?”, preguntó Vero. Coco, para entonces vestido, le sugirió al grupo ir a La Caleta, la disco de moda en esos días. Ellos asintieron. Tras un pequeño viaje en el auto de Julio, las letras de neón anunciaron la entrada al local indicado.

Si bien encontraron una mesa vacía, la música encandiló a las muchachas quienes, sin esperar los tragos previos, sacaron a sus respectivas parejas a la pista de baile. Sin embargo, como a los veinte minutos, Beto se sintió algo sofocado y regresó a la mesa. Esto fue aprovechado por Julio y Coco para poder hablar sobre el tema: se deshizo de su novia yéndole a buscar una bebida y lo mismo hizo Julio con su compañera.

“Dos daiquiris y un par de cervezas”, pidieron en la barra. “Pensé que ya se le había pasado”, Coco recriminó a Julio como si con él fuera el problema. El otro se sintió algo ofendido, pero igual le contó que no entendía la actitud de Beto que, desde aquel algo lejano episodio de la pubertad, había hecho su vida con normalidad. “Te lo juro, sale con frecuencia con flacas y siempre está en buena onda”, terminó por convencerlo.

Julio, aún algo molesto, y Coco, con el rostro cariacontecido, volvieron a la mesa con los tragos. “¿Sucede algo?”, inquirió Vero. “Nada”, respondió Coco, “todo es perfecto”, terminó la frase con un tierno beso a su novia. Todos ellos siguieron bailando y tomando, a excepción de Beto que, aparentemente, acusaba un cierto cansancio. A eso de las cuatro de la mañana salieron del local, Beto manejando sin pronunciar palabra, pero con una expresión en su rostro que lo decía todo.

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Doble secuestro (parte dos)

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(viene de la parte uno)

Dos patrullas llegaron como a los veinte minutos. El capitán Gómez inmediatamente ordenó acordonar la zona para permitir que los criminalistas y los detectives hagan su labor. Luego de un rato, reunió a su equipo y pidió un primer reporte. Machado, quien se había encargado de indagar por pistas, reseñó que los testigos estaban confusos: “todo ocurrió muy rápido, algunos creen que el auto era negro o azul oscuro, la placa no la recuerdan y no están seguros cuántos disparos se realizaron”.

Cabrera, el forense, sostuvo que no encontró balas, salvo restos inocuos de salvas. “Las marcas de aceleración del auto tampoco es muy clara en el arranque”, prosiguió Vinatea, “ pero existe otra más notable metros más adelante”.”¿Conclusión, muchachos?”, preguntó Gómez. “Lo más obvio, un autosecuestro”, precisó Cabrera. El capitán pidió a uno de los oficiales que llamen a la familia: “diles que nuestra primera hipótesis es un secuestro por lucro y que se comuniquen con nosotros si los plagiarios piden rescate”, sentenció.

A decenas de kilómetros de allí, los tres amigos han llegado a la casa de playa de Julio y empiezan a instalarse con lo comprado en un mini market cercano: Beto se encarga de colocar las provisiones de cerveza y hielo en la refrigeradora, mientras Julio guarda el auto en el garaje y Coco se encarga de programar las citas: “Nena, no te olvides de traer a tus amigas al balneario… sí, como a las 9… las estamos esperando… bye”, cierra la llamada. Pregunta a Julio si tiene toallas: “busca en el segundo cuarto de la derecha”, responde el dueño de casa.

Cuando siente que el agua es lo suficientemente tibia, Coco entra la ducha y cierra las puertas de vidrio. Apenas han transcurrido un rato y cree que alguien lo está observando, cierra el caño y abre la puerta; en efecto, Beto está parado allí, cubriendo la mitad inferior de su cuerpo con una toalla. Coco dice “la ducha es todo tuya”. “¿Por qué no la aprovechamos ambos?”, respondió Beto. Coco rió y caminó para salir del baño, pero Beto se interpuso y no lo dejaba avanzar.

Coco, ya nervioso, se apresuró a ganar la salida mas su amigo lo cogió del brazo. Entonces lo golpeó en el rostro, enviando al suelo a Beto. “¿Qué te pasa? ¿Por un par de chelas te pones así?”, empezó a gritarle. Julio escuchó los gritos y evitó que el hecho pasara a mayores. Coco salió enojado de allí, mientras Julio levantaba a Beto. “¿Que te pasó, broder?”, preguntó el dueño de casa, pero Beto se mantuvo en extraño silencio.

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Doble secuestro

[Visto: 883 veces]

Parece otro día tranquilo para Coco, quien se dirige despacio hacia el instituto donde estudia. Su mirada al viento es reposada y las zapatillas apenas si hacen ruido al caminar. Sin embargo, no se ha percatado que un carro lo está siguiendo a corta distancia: al doblar la esquina, bajan dos hombres con las caras cubiertas por pasamontañas, atrapan al joven y hacen un par de disparos al aire.

“¡Camina!”, ordena uno de los encapuchados, empujándolo hacia una puerta del auto, mientras que las personas en la calle, despavoridas, se arremolinaban a las puertas del edificio. Otros más se tiraron al piso al tiempo que el conductor ponía segunda y se alejaba raudamente de la escena del crimen.

“¿Era necesario tanta violencia?”, Coco regañó por rasmillarse el hombro a la hora de caer pesadamente sobre el asiento. Entonces, Julio y Beto se quitaron los pasamontañas y empezaron a carcajear. “Al sur”, gritó Coco eufórico. “Al sur”, dijeron al unísono sus amigos.

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El verdugo silencioso (parte final)

[Visto: 880 veces]

(viene de la parte cuatro)

Jueves ocho de la noche. Karen abre los irritados ojos que le empiezan a mostrar el alrededor: paredes blancas, una mesa de noche, una bolsa de suero. El doctor entra en la habitación para comunicarle que sufrió un desmayo por el humo asfixiante pero, gracias a que los vecinos advirtieron el fuego, ella fue sacada de la casa, evitando que muriera carbonizada.

“¿Y Manuel? ¿Cómo está?”, preguntó ansiosa. La cara le cambió al galeno: “Siento mucho decirle que él falleció, y hay que identificar su cuerpo”. Karen empezó a llorar copiosamente recordando a su novio. El médico ya se retiraba cuando miró hacia el bolsillo de su bata blanca, sacó un papel y lo dejó sobre la mesa de noche. “Creo que esto es para ti”, dijo al alejarse.

“Si lees estas líneas, significa que habré muerto, al defenderte de un terrible peligro como es mi enemigo, el hombre gemelo: un ser ambicioso que se alimenta de la energía vital de sus alter egos en otros universos. Con sólo percibir su alma dimensional en otro espacio tiempo, se dirige a esos otros mundos, utilizando los sueños como transporte, para robar esa energía del único modo que conoce: asesinando”.

Karen hizo una pausa y luego leyó el otro párrafo: “No tenía forma de decírtelo porque sabía que él llegaría pronto y quería estar atento. Lamento que ya no esté contigo en este momento, pero quiero que sepas siempre que te amo”. Ella rompió a llorar de nuevo mas comprendió que el sacrificio de Manuel había sido signado por aquel sentimiento que tanto los unía.

Pasados unos minutos. Ella, que dormitaba, se había tranquilizado un poco pero sentía una molestia en el brazo por la sonda que conducía el suero. Así que mandó aviso a la enfermera, la cual sin demora llegó al cuarto. Le acomodó la sonda pero vio que ya se acababa, así que le avisó que iría a buscar otra bolsa. Tras unos minutos, la enfermera colocó la nueva dosis y empezó a gotearla.

Karen empezó a sentirse anestesiada, sin poder mover sus extremidades. Entonces hizo un gran esfuerzo para abrir los ojos: como si se viera en el espejo, descubrió que la mujer que la atendía era su viva imagen. “El trabajo está finalizado”, dijo la gemela al retirarse, mientras Karen exhalaba su último suspiro. Sigue leyendo

El verdugo silencioso (penúltima parte)

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(viene de la parte tres)

Jueves siete y diez de la mañana. Manuel despierta sudando frío: ya sabe que tiene que luchar y que probablemente termine muerto otra vez. Entonces, decide escribir una carta. Luego, le pasa la voz a Karen y le pide que baje con él a la cocina. Toman la caja de fósforos y un encendedor y se esconden en un rincón de la sala. Tras un rato eterno, sienten el frío que viene de la puerta. Ella quiere salir pero él la detiene y le susurra que no vaya.

Siguen esperando y, después de unos segundos, el intruso ingresa en la sala. Karen se sorprende ya que no puede entender que el recién llegado sea un hombre idéntico a Manuel. El joven sale del escondite y se enfrenta al invasor, pero los golpes que inflinge el adversario lo madrugan y cae al suelo. Ella deja el escondite, coge un jarrón de la mesa e intenta derribar al agresor mas no lo consigue.

El doble también la golpea y la deja tirada en el piso. Con la mirada algo borrosa, observa cómo Manuel prende una flama del encendedor y ataca al intruso, quien se defiende y trata de quitárselo. Ambos quedan envueltos en una bola de fuego que comienza a consumirlos. Karen intenta levantarse pero se encuentra muy débil y el humo del ambiente la adormece en medio de la tragedia.

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El verdugo silencioso (parte tres)

[Visto: 986 veces]

(viene de parte dos)

Miércoles siete y cuarto de la mañana. Manuel despierta paranoico y corre hacia el baño, se quita el polo y empieza a verse en el espejo. Descubre algunas marcas en su cuello y en el pecho, como lo había soñado. Inmediatamente, sale de allí y va hacia la puerta de su casa.

Pone el cerrojo, se dirige hacia la cocina, coge un cuchillo y espera agazapado en un rincón de la sala. Suda frío mientras trata de mantener su respiración silente ante lo apresurado de sus acciones. Tras un rato de tensa calma, considera que no hay amenaza visible y abandona su escondite.

Se echa en el sofá y, luego de unos segundos, aprieta el control remoto. Encuentra un programa científico donde están entrevistando a un cosmólogo: “lo común es que estos mundos paralelos estén separados a pesar de compartir un mismo espacio-tiempo. Pero si por algún motivo pudieran conectarse…”

El cansancio acumulado por la tensión lo adormila al joven unos minutos. Cuando despierta de nuevo, siente un aire frío que parece provenir de no muy lejos. “Quizá he dejado abierta una ventana”, pero no se lo queda pensando y deja la sala en dirección a la cocina. Y entonces observa que el viento entra por la puerta… que está abierta.

Raudo, examina el cerrojo y descubre que ha sido violentado. La cierra y la tranca con una silla. Luego, desesperado, va hacia la sala y descubre que el afilado utensilio ha desaparecido. El miedo se apodera de él y trata de retornar sobre sus pasos, mas siente una aguda punzada atravesándolo. Mira hacia su polo, que empieza a sangrar por el orificio de salida.

Manuel se desvanece sobre el sofá y empieza a recibir certeros cortes que trozan sus pulmones, mientras su propia sangre lo ahoga. Voltea a mirar a su atacante. “Ya sé que eres tú”, dice mientras el brillo de sus ojos se apaga sin demora.

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El verdugo silencioso (parte dos)

[Visto: 970 veces]

(viene de la parte uno)

Martes, siete de la mañana. Manuel despierta sobresaltado por la pesadilla de anoche. A su lado Karen, su enamorada, sigue durmiendo tranquila. “Fue sólo un sueño”, se convence mientras se pone los tenis y sale a correr pista arriba. La empinada pendiente del cerro donde se encuentra su urbanización siempre lo había complicado.

Pero, en esta ocasión y por alguna razón que no entendía, sentía cierto dolor en el pecho. No le hizo mucha atención y, luego de llegar a la cumbre, bajó impulsandose rápidamente. Al llegar a su casa, Manuel se percató que la puerta estaba entreabierta y se preguntó si se había olvidado cerrarla.

“¿Y si salió ella?”, inquirió el joven y la llamó. Escuchó entonces que abrían el grifo de la ducha. Entusiasmado, se dirigió al cuarto de baño y se quitó el polo. De pronto, reparó que en su pecho había un lunar peculiar, una cicatriz circular… ¡que no estaba allí el día anterior! Repentinamente recordó la pesadilla, el momento exacto en que el disparo lo desvaneció. Tocó la zona y le dolió un tanto.

Unos segundos después, vio una cuerda amarrada del techo que bajaba sobre la misma ducha. Manuel abrió la cortina y descubrió, estupefacto, que Karen había sido ahorcada. Quiso gritar, pero algo alrededor del cuello se lo impedía. Quiso respirar pero el aire se le escapaba con mayor rapidez. Mientras perdía el conocimiento, alcanzó a ver aquella capucha oscura que se le hacía tan familiar…

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El verdugo silencioso

[Visto: 945 veces]

Lunes siete y media de la mañana. El despertador suena atronador en la cabeza de Manuel quien, con algo de irritación, logra abrir sus adormilados ojos. Parece uno de esos días en que tal tranquilidad asoma que sólo hay que cambiarse de ropa y salir y trabajar. Él había terminado de preparase el desayuno y se disponía a comérselo, cuando vio un tono verduzco en el tenedor.

Intentó limpiarlo pero, mientras más quería quitarlo, más se extendía aquella mancha por la superficie del utensilio. Fue entonces que oyó un ruido creciente y que venía de fuera. Manuel salió para ver y se sorpendió de observar una multitud de pandilleros corriendo por sus vidas ante una amenaza que no alcanzaba a divisar.

Sintió en ese momento un golpe seco en el pecho, se tocó y su mano sangrante le reveló una herida de bala. Levantó la mirada, justo cuando un joven con capucha bajaba el arma que, humeante aún, empezó a esconder. Se alejaba en dirección opuesta al gentío, al mismo tiempo que Manuel se derrumbó desfalleciente en la puerta de su casa.

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La muerte del vampiro (parte final)

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(viene de la parte cuatro)

“Esta confesión será suficiente”, se mostró Contreras satisfecho con lo logrado. De pronto, se puso serio ya que debían tener un buen plan para atrapar a Enio. “Y tú me vas a ayudar”, señaló a Sergio, quien no daba crédito a las palabras del hombre calvo. Gómez se rompía la cabeza pensando cómo engañarían al vampiro, mas Contreras lo tranquilizó con un simple “ya lo verás”.

El detective manejaba el carro con el ceño fruncido. simplemente no entendía cómo se había dejado convencer por Contreras para hacer la captura con tan sólo una jeringa y una corazonada. “Estas criaturas son muy predecibles”, dijo el hombre calvo, para quien estudiar durante treinta años las rutinas era la clave de que Enio aparecería en el lado sureste de la ciudad.

Lllegados al punto, el hombre calvo miró para la esquina: “ahí está”, murmuró. En efecto, una mujer esperaba en el paradero sola… aunque no por mucho porque percibieron el arribo de El Maestro. Contreras le dio un apretón de manos al detective. “No creo que sobreviva, así que me despido”, habló el hombre calvo. Gómez le sonrió y súbitamente sus ojos se nublaban al caer adormilado.

Contreras se apresuró y quiso atacar con la jeringa a Enio, quien soltó a su presa y, sujetando del cuello al hombre calvo, gritó: “¿sangre contaminada? ¿ese es tu plan para acabar conmigo?”. El vampiro lo arrojó al piso y quiso ir tras la mujer, pero vio que se le había escapado. “No me quedaré sin comer, así que hoy morirás”, aseguró tajante y mordió al hombre calvo.

Contreras le sonrió cachosamente al tiempo que su vida se apagaba. Se desplomó mientras Enio saboreaba la sangre de su enemigo. Fue entonces que quiso retirarse del lugar y se sintió débil. Cayó de rodillas y vio un papel que sobresalía del saco del finado, el cual leyó y lo dejó atónito en aquel sitio.

Eran las 5:45 am y Gómez despertó del somnífero, viendo por la ventanilla al vampiro, sentado, y a su lado un cuerpo inerte. Corrió y apuntó con su arma a Enio, quien no opuso resistencia. Le entregó el papel al detective y empezó a quemarse con los primeros rayos del sol. Luego que se hizo cenizas, el detective leyó la hoja, la misma que tenía un diagnóstico médico: Contreras estaba enfermo de VIH. Sigue leyendo

La muerte del vampiro (parte cuatro)

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(viene de la parte tres)

Sergio García, el joven de los lentes, permanecía callado. Su expediente académico lo señalaba como estudiante de medicina, pero lo que reveló la pesquisa en su departamento resultó peculiar: ropa de color negro, literatura oscurantista, un manual de rituales y, lo más bizarro, cabezas de murciélago conservadas en frascos. La posible conexión con De Almeida era poco probable si no compartían los mismos círculos de conocidos.

Incluso los testimonios de los vecinos eran endebles pues, a pesar de las misteriosas visitas que recibía los jueves a medianoche, ninguno pudo identificar a Enio como uno de sus frecuentes. La investigación parecía estar condenada al fracaso dado que, además de las pocas pistas encontradas, Sergio se veía como hipnotizado al dar las respuestas del interrogatorio, respuestas certeras que, ocultando todo, no daban lugar a ni una contradicción.

Tras tres días de frustrantes resultados, Gómez estaba listo para firmar la orden de excarcelación del estudiante, pero apenas entró en su oficina, vio que alguien lo esperaba. “Me llamo Contreras, soy detective retirado”, habló el hombre calvo y de cara enferma. El recién llegado dijo conocer el caso desde hace treinta años y que probablemente conocía al sospechoso. El detective le mostró la foto de García pero Contreras no lo reconoció.

Sin embargo, cuando le presentó la imagen de Enio, el hombre calvo hizo un silencio reverencial. Sacó una fotografía y Gómez no salía de su asombro. “En esa época se hacía llamar Enrique Borja”, señaló Contreras, agregando que, cuando lo atraparon, llevaba cinco asesinatos, todos con idéntico modus operandi. Mas la culpa recayó en un estudiante de medicina que apareció en una escena con los guantes de látex manchados en sangre, mientras Borja se hacía humo de la ciudad.

Sólo él quedó inconforme con la conclusión del caso y empezó a seguir los rastros del vampiro. Así que Gómez, alentado por la nueva evidencia, hizo que Contreras interrogara al joven y le sacara la confesión. Nada más entrar en la sala, el hombre calvo murmuró una letanía en lengua extraña. Llevaba un termo que contenía una infusión que no tardó en invitar al detenido. Sergio bebió el líquido ofrecido y empezó a sentir que la cabeza le iba a estallar. “¿Quién te mandó hacer esto?”, inquirió Contreras.

Como no recibía respuesta, hizo un chasquido con sus dedos. El dolor que sentía el joven era intenso pero no dijo nada. El hombre calvo iba a volver a chasquear cuando el detenido se quebró. Dijo que había sido contactado por una sociedad secreta que requería sus servicios, que se volvieron frecuentes sus pedidos y, finalmente, que El Maestro en persona lo quiso conocer. Contreras le mostró la foto de Enio y Sergio lo identificó. Entonces, el hombre calvo le preguntó que le había prometido El Maestro. “Vida eterna”, sentenció el sospechoso.

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