Archivo por meses: febrero 2012

Recuerdos de la oscuridad (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Los pueblerinos se sentaron en la tierra, formando círculos de diez a doce personas. Prieto, mi lugarteniente, dio unas directivas y se acercó a informarme: “la plaza asegurada”. Inmediatamente, ordené que separaran a algunas mujeres para que preparen la cena.

Envié a Celina, la tercera al mando, a que vea que trajeran la carne y las ollas. Las mujeres caminaron muy temerosas pero a buen paso. Entraron al corral de una casa cercana y sacaron dos chivitos y dos gallinas.

Una vez que volvieron todas a la plaza, Celina degolló a las dos aves y mató de cuatro disparos a los chivitos. “Para que no se metan con nosotros”, gritó Celina con una sonrisa retorcida, mientras las mamachas lloraban la muerte de los animalitos con mucha pena.

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El rostro de Paul (capítulo cuatro)

[Visto: 791 veces]

[Publicación nº 500]

(viene del capítulo anterior)

“Y bien guapo, ¿estás dispuesto?”, Elisa le dijo con voz sensual y una mirada retadora. Paul se lanzó a la cama y disfrutaron con ganas hasta que se cansaron. Un par de horas más tarde, Elisa se despertó. Cubierta con la sábana, sólo vio a Nina dormir profundamente.

“Paul, ¿dónde te has metido?”, preguntó antes de levantarse y caminar por el pasillo hacia el baño. Encontró la puerta juntada del baño y preguntó de nuevo. “No entres, por favor”, le respondió él con infinita tristeza. Ella no hizo caso y entró en el baño.

El joven mantenía la cabeza agachada y sus brazos apoyados sobre el lavadero. “Te dije que no entraras”, gritó Paul levantando la vista. Elisa sintió horror al mirar su rostro, y volteó hacia el pasillo intentando correr y refugiarse en el cuarto. Pero era tarde: Paul la alcanzó y le apretó con fuerza el cuello.

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Recuerdos de la oscuridad (capítulo tres)

[Visto: 782 veces]

(viene del capítulo anterior)

El anciano comenzó su relato: “Cuando era joven, recorrí la sierra agreste de este país, no como comunero ni como agricultor. Sino como un asesino: cargaba mi fusil junto con varios hombres, entraba a pueblos para robar ganado y, si alguien se me oponía, no tenía miedo en disparar.

Un día, sin embargo, mi suerte cambió por completo. Caminando por un camino de tierra, me topé con un niño que pastoreaba unas ovejas. Le entró un poco de miedo pero logré convencerlo de que me guiara hacia su pueblo, el cual llamaba La Abundancia.

Las gentes del pequeño pueblo celebraban gozosas la fiesta patronal. La banda de música, los bailes, las travesuras, todo cesó de pronto cuando mis hombres y yo entramos disparando al aire. “Alto”, grité para que nadie corriera, “le meteré un tiro al próximo que escape”, y sin más espera ellos rodearon la plaza.

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La escalera de Chronos (capítulo cuatro)

[Visto: 767 veces]

(viene del capítulo anterior)

Joel se levanta y observa anonadado aquel paraje extraño: ese color violeta cubre a todas las cosas. Decide avanzar sin ninguna idea del lugar en que se encuentra. Luego de unos minutos, divisa un pequeño resplandor. El eternamente joven corre con desesperación hacia la que considera la única señal visible de vida.

Al llegar observa a un niño vestido con una túnica atenea, parado al pie de una extensa escalinata que trepa la montaña. En su mano derecha sostiene una medalla, la misma que le entrega sin duda alguna. “Mantenla contigo: será tu fuerza contra las Moiras”, explicó el niño viéndolo con ojos de esperanza.

Joel recordó entonces que, en la mitología, las Moiras eran las tres hermanas que decidían el destino de los hombres, señalando la calidad, la duración y el final de sus vidas. “Buscan arrebatarme mi vida”, pensó el joven y le iba a advertir al niño que se alejara de allí. Desconcertado, se dio cuenta que él había desaparecido.

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Y ese era el problema

[Visto: 1460 veces]

Y uno de esos días te fuiste,
raramente uno que era radiante,
uno en el que quería respuestas
y callado me quedé.

Pasaron uno y diez meses
en que la vida no fue la misma,
en que el abismo de un vacío
desapareció todo en lo que creía.

Al cumplirse el año te vi de nuevo,
celebrando los días, viviéndolos bien.
Me miraste y te acercaste
con esa mirada entumecida.

Antes de irte tan indiferente
dejándome mudo y afligido,
muy segura confesaste:
que me amaste locamente.

Que me convertiste en eternidad,
que me pensaste con honda necesidad.
y terminado el idilio,
aún te decías si volverás.

Concluiste que no,
no había espacio ni había tiempo,
no había forma, no era dable,
que no existe otra oportunidad.

Entendía entonces que eras simple,
que eras buena para mí,
que no tenías ningún problema:
y que el problema era yo.
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El rostro de Paul (capítulo tres)

[Visto: 782 veces]

(viene del capítulo anterior)

Fue hasta el final del pasillo, abrió el grifo del lavadero y se echó un poco de agua a la cara. “¿En qué estaba pensando?”, se dijo mirando el espejo medio sucio. Le devolvió una mueca a su reflejo y salió, creyendo que la modorra lo vencería y se quedaría dormido sobre la cama.

Paul caminó de regreso por el pasillo y una llamativa luz verde que salía del 307 atrajo su atención. Quería ignorarla y seguir recto, pero la atrayente luz lo convenció y entró en la habitación.

Diez minutos después, Paul aún no regresaba y las chicas ya hacían bromas al respecto. “Seguro y se pasó por el wáter”, bromeó Elisa y las dos amigas rieron de buena gana. En ese momento, la puerta se abrió lentamente y él entró con una sonrisa en los labios.

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La escalera de Chronos (capítulo tres)

[Visto: 785 veces]

(viene del capítulo anterior)

Contenta de su buena fortuna, Pitia se apresuró en recoger las monedas, apagó el fuego con algo de arena y se dispuso a ir a su aposento a guardar el tesoro. Una vez dentro, otra figura encapuchada se le apareció.

“Veo que te han recompensado bien”, dijo la voz femenina. Pitia la reconoció y se acercó a ella para abrazarla. Sin embargo, sintió una punzada en la espalda que la desangraba gravemente. “Dije lo que me pediste”, habló con dificultad la vidente y cayó muerta.

“Y ahora te toca guardar el secreto”, afirmó la desconocida saliendo del aposento. Una vez fuera del lugar, levantó los brazos y recitó un hechizo. Un violento terremoto azotó la región: cuando los peregrinos salieron de sus guaridas, encontraron el antiguo templo convertido en destruidas piedras.

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Recuerdos de la oscuridad (capítulo dos)

[Visto: 795 veces]

(viene del capítulo anterior)

Víktor y Vladimir corrieron rápidamente a su encuentro y lo levantaron con sumo cuidado para llevarlo hasta su cama, mientras una de sus nueras llamó al doctor. Luego de unos minutos, el médico arribó a la casona y vio al paciente en privado.

Al salir, Víktor preguntó por el estado de su padre. “Es grave y no podemos movilizarlo”, afirmó con tono desesperanzado, “quiere ver a un sacerdote”. Los hermanos estuvieron de acuerdo con su voluntad y salieron de la casa hacia la parroquia más cercana.

Media hora después aparecieron en la casa junto con un hombre de mediana edad y tez cobriza. “Soy el padre Máximo”, se presentó ante el moribundo. Cerró la puerta e hizo unas oraciones. “Habla hijo mío”, dijo el sacerdote al terminar sus rezos. El anciano dio un suspiro, miro al techo unos segundos y se dispuso a confesarse.

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El rostro de Paul (capítulo dos)

[Visto: 752 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un hombre despeinado y vestido con ropa vieja los mira desde el mostrador. “Una habitación, señor”, dice Elisa riéndose porque casi se tropieza al llegar allí. Él los miró de reojo y volteó hacia los casilleros de las llaves.

“Tienen suerte, sólo queda la 303”, espetó el dueño al entregársela a Paul, “el baño está al final del pasillo y, por favor, no hagan mucho ruido”. Y con su índice les enseñó la escalera estrecha por la cual subir.

Con poco cuidado, los tres subieron caminaban al mismo tiempo, tropezando varias veces hasta llegar hasta el tercer piso. Ubicaron la puerta, abrieron y se derrumbaron un momento sobre la cama limpia y apenas con una sábana.

Las chicas no perdieron tiempo y empezaron a besarlo en la boca y en el cuello, pero cuando comenzaron a bajar por su pecho, Paul recuperó la conciencia. Se paró y salió del cuarto, no sin excusar un “me voy al baño”.

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