Archivo por meses: diciembre 2011

El amigo imaginario (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Mateo sintió cómo luego de un rato se calmaron las cosas. Eli volvió a ingresar al cuarto pero ya no al closet. “Me tengo que ir. Adiós Mateo”, se despidió mientras abrazaba al niño. Mateo le regaló un tierno ósculo. Eli le agradeció y saltó de la ventana hasta el primer piso.

El cielo se puso claro, como si fuera de mañana, por unos segundos. La luz, que tan fuerte iluminó esos instantes, se desvaneció tan repentinamente como apareció. Sólo Mateo pudo comprenderlo: “Adiós Eli”, dijo el niño mirando hacia la ventana, y se durmió.

Pasó cerca de un mes. Mónica, que tan vital había estado al empezar a vivir en la casa, había decaído un tanto en su ánimo y decidió ir al médico. Preocupado, Roberto le preguntaba qué tenía. Ella le contestaba que los médicos seguían haciendo análisis.

Una noche ella volvió contenta. Le contó a Roberto que los médicos no encontraron nada malo. “Por el contrario, es la mejor noticia de mi vida”, le dijo muy contenta. Al escuchar de sus labios que está embarazada y que iba a ser padre, Roberto puso cara de “¿qué?”.

El joven padre se agarró los cabellos, masajeándolos con desesperación. Mónica le preguntó por qué se ponía así. “¡Me hice la vasectomía!”, gritó Roberto furioso por la noticia. Ambos escucharon unos pasos en la escalera. Era Mateo quien iba a su encuentro.

Se acercó a Mónica y le abrazó su abdomen. Ella lo acarició y le agradeció su gesto. Dirigiéndose a su papá le dijo: “Hermanito o hermanita, quiero que lo llames Eli”. Sigue leyendo

La guerra de los oráculos (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

“Manuel fue alzado en brazos por los desérticos, quienes no imaginaban una victoria así de contundente. Menteuté mismo lo felicitó y lo nombró como su consejero, y le pidió que se mantuviera en su corte.

El joven, héroe pero modesto al fin, tomó la decisión de apoyar al rey, pero también de no estar cerca suyo. “Déjame vivir en el templo de Yilal”, le suplicó el salvador de su pueblo. Como pocas veces, Menteuté se mostró magnánimo y le concedió su deseo, no sin antes nombrarlo Yetro”.

“Abuelo, ¡ese es tu nombre!”, dijo el pequeño nieto mientras se mostró maravillado por el final del relato. “Sí, perdona, es que a veces uno se entromete en sus historias”, sonrió el anciano y sonrió también el niño.

El menor le preguntó cuándo volvería su padre. “No lo sé, pero creo que llegará pronto”, afirmó con una sonrisa. El pequeño se animó, lo abrazó y salió de la estancia. El anciano se acercó hacia las columnas del templo. Mirando al cielo, exclamó: “Hijo mío, espero que regreses pronto del futuro”. Sigue leyendo

Los días de un hombre invisible (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

“Suéltame”, grito Angie, pero Gómez la golpeó y la tiró al piso, hiriéndola. Ezio trató de defenderla en vano: Gómez también lo golpeó y lo dejó medio aturdido. Luego tomó a Angie de la cabellera y la amenazó con su pistola. A pesar de ello, ella gritó a su amigo por ayuda: “Ayúdame Ezio”.

“Ignórame, por favor”, le suplicó Ezio en una frase que a ella le sonó absurda, “ignórame y te salvaré”. Ella no sabía qué hacer. Se quedó callada mientras su agresor la desvestía. Cerró los ojos y se concentró en olvidar el horror que vive.

Sintió que la soltaban, unos puños golpeándose, un disparo sonar en el aire. Abre los ojos: el policía está en el piso, la cabeza totalmente ensangrentada. No se mueve. Al otro lado, Ezio aparece de la nada, la levanta del piso y la abraza.

“Gracias Ezio”, dice Angie con lágrimas bajando sus mejillas, cuando se percata que algo mancha la zona de su abdomen. Se da cuenta que Ezio está herido en el costado. Se sujeta de ella pero es infructuoso: cae sobre el piso y dirige su rostro pálido hacia su novia. “Gracias por confiar en mi”, le dijo sonriendo, mientras ella llora desconsolada, y murió.
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El amigo imaginario (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

Mateo no comprendía por qué su abuela se iba de la casa. Tampoco por qué llegaba esa joven linda que le tocaba la cabeza. Y menos por qué, luego que su papá lo despedía a la hora de dormir, escuchaba fuertes gritos en el cuarto contiguo. Todos esos pensamientos lo tenían desconcertado.

Aquella noche, Eli escuchó los pesares del niño, y le dijo que no se preocupara. Haciéndose invisible, salió del closet y caminó fuera del cuarto. Al mismo tiempo, Roberto salió sudando de su habitación.

Al pasar por el cuarto de Mateo, sintió un leve escalofrío en la espalda. Aun así, bajó hasta el primer y entró en la cocina, cerró la puerta, abrió la refrigeradora y se hizo un sándwich. Se dio su tiempo para masticarlo y saborearlo.

Luego de comerlo, subió otra vez hacia su habitación. En su cama, Mónica lo esperaba desnuda y jadeante. “¿Continuamos?”, le preguntó al verla así. Ella se abalanzó sobre él. Sorprendido por las tremendas ganas de su novia, Roberto se dejó llevar.

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La guerra de los oráculos (capítulo quince)

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(viene del capítulo anterior)

Manuel empezó por limpiar el palacio de los espías: cientos de ellos murieron ejecutados en la siguiente semana. Mientras, se abocó a la tarea de armar una gran trampa alrededor de la casa de Menteuté, y enseñó a la guardia real una serie de estrategias para enfrentar mejor al enemigo.

Yendrá tampoco se quedó quieto: animado por la noticia de la muerte de Yilal, se puso a la cabeza de su ejército y, junto con Nerjad, encaminó hacia Tebes. Aquella mañana de tenue sol que entró en la ciudad, la encontró desierta.

Sin resistencia a la vista, avanzó hacia el palacio de Menteuté, listo para saquearlo. Pero cuando ingresaron en la explanada, el suelo se sintió mover. Caballos y hombres lucharon por sus vidas mientras el terreno se los tragaba.

Fue entonces que los vio: los arqueros del rey-dios se habían apostado en las zonas altas del palacio y en su retaguardia, y fulminaron la última resistencia del ejército invasor. Los lamentos se transformaron en silencio mientras Yendrá y Nerjad veían a Manuel desbaratar a los heridos con los rayos salidos de su arma.

“Hoy les entregaré Tebes”, había vaticinado el falso oráculo al pueblo de Saut antes de salir a su final. Y ahora sólo le quedaba morir: Yendrá cerró los ojos al desaparecer sobre el terreno.

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Los días de un hombre invisible (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

Luego de quedar herido, Ezio faltó a clases. Angie intentó comunicarse con él, pero su celular estaba apagado. Tras varios días en que no supo nada, Ezio apareció de la nada otra vez frente a ella. De hecho, Angie notó la ligera cojera en su pierna derecha.

Ella le preguntó el porqué de su caminar, pero él se excusó diciendo que sólo había sido una resbalada en un piso mojado. Angie decidió creerle y, sobretodo, ayudarlo a que se pusiera al día en sus cuadernos. Ezio sonrió y siguió sonriéndole durante todo el rato que estuvieron juntos ese día.

Se siente contento de saber que no le queda ninguna duda sobre ella, que podrá confiarle siempre todos sus secretos y miedos porque estaría siempre para apoyarlo. Con ese pensamiento se llenó su tiempo y su espacio, tanto así que no se dio cuenta que ya habían salido de la universidad y caminan por una calle a oscuras.

Ezio la detiene un momento. Angie voltea y se le queda mirando. Ezio toca suavemente su pelo con una de sus manos, mientras ella se sonroja y parece esquivarle la mirada. Al final, le devuelve la mirada, toma su cara entre sus manos y lo besa con demasiadas ansias.

Ambos están demasiado contentos, hasta que los faros de un auto vienen a interrumpir el momento. Para ingrata suerte de ellos, el hombre pelirrojo baja rápidamente del patrullero y detiene a Angie por el brazo.

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El amigo imaginario (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Roberto empezó a salir con más frecuencia con Mónica. Clara se dio cuenta de ello y le permitía salir todo lo que quisiera, aunque ya no se acercó al closet cuando iba a hacer dormir a Mateo. Más que preocuparle el horrible episodio que vivió, se pregunta si su hijo ha sido todo lo sincero con la joven.

Así que una mañana, luego que él se levantó tarde por la resaca, ella fue al grano: “¿están teniendo relaciones?”. Roberto le contestó afirmativamente. “¿Le contarás de tu operación?”, Clara disparó de nuevo. Roberto se quedó callado. Se llevó las manos a la cintura y trató de retirarse.

“Debes decírselo”, reiteró la señora. Roberto hizo una mueca de desagrado. Siente que justamente por preservar el dato en secreto, su relación está funcionando. No ve con buenos ojos poner en riesgo lo que está viviendo con Mónica. Trata de excusarse pero es inútil: Clara se mantiene firme en sus conceptos.

Harto de la presión que su madre ejerce, Roberto toma una drástica decisión. “Mamá, gracias por todo, pero ahora velaré todo el tiempo por Mateo”, respondió él con molestia. Ella le preguntó qué pasará cuando saliera con su novia. “Mónica viene a vivir aquí”, señaló Roberto ofendiendo a su madre.

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La guerra de los oráculos (capítulo catorce)

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(viene del capítulo anterior)

El cuerpo de Yilal fue colocado sobre un altar en el salón principal, a la espera de ser embalsamado. Manuel, desolado, se acercó hasta él. No comprendía cómo haría para comunicar sus ideas, ahora que su mentor había fallecido.

“Qué será de mí”, lamentó el joven su suerte mientras tomaba la mano inánime de Yilal entre las suyas. De pronto, sintió un calor y una fuerza provenientes de la mano. Manuel, que se había agachado para llorar, levantó la mirada.

Vio cómo el cadáver emitía una brillante luz, la cual lo encegueció un momento. Luego que sitio volvió a su estado normal, soltó la mano del difunto haciendo una exclamación. Y se dio cuenta que no la había dicho en su idioma sino en el idioma “desértico”.

Entonces escuchó una voz clara: “Confío en ti”. Reconoció la voz. Era Yilal, quien era lo acompañaría en espíritu a lograr su misión. Animado por el último regalo del sacerdote, Manuel lo reverenció y salió a reunirse con Menteuté. “Treinta días es suficiente”, le dijo convencido al rey-dios.

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