Archivo por meses: abril 2014

Acercarme y por gusto

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Es tan sólo otro día

en el mismo paradero,

subiendo al mismo bus,

pagando igual pasaje.

Y todo aquello tan trivial,

tan cotidiano y terreno,

se vuelve relevante

cuando te veo allí.

Sentada o parada,

con anteojos o sin ellos,

me alegra el día ver

tus ojos tan bellos.

Esperé sentarme a tu lado

para verte, admirarte,

quizá una palabra,

una sonrisa arrancarte.

Y de fortuna lo logré

pero ¿para qué?

Sólo para encontrarme

cobarde y silente,

pues se trató de un simple gusto,

un acercarme y por gusto.

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El heladero Juan (capítulo cinco)

[Visto: 444 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ante la revelación de su hijo, la madre procedió a llamar a la policía. Esa misma tarde, dos oficiales llegaron a su casa. Ellos pidieron tomar la declaración de José, pero ella se mostraba contrariada con el pedido. “Está bien mami, les diré todo”, dijo el niño entrando en la sala y se sentó en el sofá.

José contó la agresión con todos los detalles que recordó. Esto erizó la piel a los oficiales, al punto que la mano de uno de ellos temblaba al escribir lo narrado. “Eres muy valiente niño”, dijo uno de los oficiales al terminar y le besó en la frente. José lo abrazó con fuerza y él correspondió a su aprehensión de la misma forma.

Durante dos días, el vehículo de Juan no apareció por el vecindario. Eso no impidió que dos oficiales vestidos de civil lo esperaran en un auto simple a la entrada de la cuadra. Al tercer día, el heladero hizo su ronda habitual y sirvió a las niñas y niños que se acercaron como si nada hubiese pasado. Una vez que terminó de atender a sus pequeños clientes, Juan encendió el motor y se fue de allí. El auto simple de los oficiales lo empezó a seguir.

(continúa)

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Antes de los 28 (capítulo ocho)

[Visto: 440 veces]

(viene del capítulo anterior)

Al verlo, Nico no sabía si ignorarlo o pretender llamar la atención bajando del bus. Sin embargo, Dante lo miraba muy tranquilo y sólo esperaba que pronunciara alguna palabra. El joven le preguntó qué hacía allí. “Dirigiéndote hasta tu destino”, afirmó Dante con una faz sin rastro de alegría ni de tristeza.

Como quiera que Dante no dijo nada más durante el viaje, Nico se quedó dormido inclinando la cabeza en la ventana. Fueron los viente minutos más largos de su vida, cuando sintió que unos dedos le golpean en el hombro. “Ya es hora de bajar”, señala Dante apresurándolo. Medio somnoliento, Nico se levanta del asiento y sigue al hombre vestido de negro.

Nico se da cuenta que han llegado a su calle favorita, aquella donde se encuentra el pequeño bar donde los tres amigos celebraron su cumpleaños veintisiete. A medida que avanza por la acera, las lágrimas escapan de sus ojos y discurren por las mejillas. Finalmente, sus pasos paran delante de la entrada del bar que, a pesar de ser viernes, está cerrada.

“Entremos a darle un vistazo”, dijo Dante y, dando un chasquido, movió las puertas.

(continúa)

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El misterio del atrapasueños (capítulo nueve)

[Visto: 466 veces]

(viene del capítulo anterior)

Desconcertado por la respuesta recibida, Alfredo subió a su carro y se dirigió a la casa. Apenas llegó, le llamó la atención oír a su mujer conversar con otra persona. Al abrir la puerta, se dio con la sorpresa que ella estaba sentada junto con el viejo de la juguetería. “Señor Alfredo, ¡qué gusto verlo de nuevo!”, dijo el hombre ante el recién llegado, que aún está sorprendido con la visita.

“Él ya me contó sobre el juguete”, señaló Nora y se retiró para que pudieran hablar. El viejo agradeció el té que le invitó la señora, pero su gesto se convirtió en adusto una vez que miró a Alfredo. Antes que el padre pudiera reaccionar, el juguetero afirmó preocupado: “Muchek está molesto”.

Alfredo le preguntó quién era Muchek. “Es el espíritu que mora dentro del peluche. Se pone agresivo si es que lo maltratan o no le prestan atención”, señaló el viejo con voz calma pero firme. Como viera a Alfredo retroceder, le preguntó si había cometido alguno de esos dos errores. El padre asintió con la cabeza. “Es hora de calmarlo: sólo espero que no sea tarde”, dijo el juguetero y le pidió que lo llevara hasta el peluche.

(continúa)

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Cinco panes y dos peces

[Visto: 475 veces]

Se te nota en la cara

lo que has caminado

bajo el sol abrazador,

entre arbustos muy secos.

Pero tu enorme sacrificio

te parece muy poco

pues sigues al Maestro

que predica con su ejemplo.

Y sientes que no continuarás

si no pruebas bocado,

buscando inquieto te pones

por algo de comer, de beber.

Es cuando te avisan

que el Maestro dará de comer,

pero no saben el alimento

ni tampoco el requerimiento.

“Cinco panes y dos peces”,

murmulla la angustiada gente

esperando una respuesta

de forma impaciente.

Cristo bendice

y a repartir empieza:

a cada uno le toca

y todos se alimentan.

Saciado el forastero,

sorprendido se pregunta

si esto fue una ilusión,

si no fue tan simple.

Escucha una cálida voz,

es Cristo quien le dice:

“No tendrás más hambre

pues este es pan de vida”.

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El heladero Juan (capítulo cuatro)

[Visto: 435 veces]

(viene del capítulo anterior)

Asustado por lo que acaba de presenciar, José entró en su casa y corrió hasta su cuarto. Su mamá quiso hablar con él, pero el niño caminó otra vez directo a su habitación y se metió en su cama. “¿Qué te pasa, hijo mío?”, preguntó ella sentándose a un costado pero, primero el silencio y luego el sueño, conspiraron a que no recibiera una respuesta.

A la noche, cansada por el trajín del día, la señora prendió el televisor para ver si había algo interesante que ver. Iba cambiando canales, hasta que le pareció ver algo conocido. Subió el volumen y pudo ver que era el noticiero, donde decían: “la policía sigue en la búsqueda del menor de tres años que desapareció mientras iba a comprar un helado”.

El comisario señaló que manejaban la hipótesis del rapto, pero aun no sabían cómo lidiar con la situación pues el presunto secuestrador no se había comunicado con la familia. “Juan lo raptó”, escuchó decir a su hijo, quien se encontraba parado detrás de ella. La madre le preguntó por qué decía eso. “Porque Juan también me hizo daño”, dijo el niño y rompió a llorar, mientras su mamá corrió a abrazarlo.

(continúa)

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Antes de los 28 (capítulo siete)

[Visto: 436 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nico despertó en medio de la noche, cubierto por un sudor intenso. A su lado, su madre se alegra que por fin hay despertado mientras lo atiende debajo de las luces prendidas de su habitación. “Te dio fiebre y estuviste dormido por dos días”, le explicó ella la situación. Nico sintió que su cabeza le dolía un poco y pidió un poco de agua. “Entonces, mañana es… “, preguntó el joven y su madre respondió afirmativamente.

Más que pensar, Nico decidió que necesita actuar. Yendo al baño a secarse el sudor con una toalla, vuelve a la habitación a colocarse un polo limpio y una capucha gris encima. “¿A dónde te vas?”, le recrimina su madre por su intempestiva acción. “Tengo algo que hacer mamá”, dijo ante la puerta y giró la perilla para abrirla, y antes de salir, volvió a mirarla y le prometió: “Volveré pronto”.

Su madre rompió a llorar en la sala, mientras él ganó rápidamente la esquina y subió a un bus. Se había sentado en un asiento doble, al costado de la ventana. Dos minutos más tarde, alguien se sentó a su costado. “Creo que vamos al mismo sitio”, dijo la voz a su costado. Nico volvió a verlo y tragó saliva: Dante en persona lo había encontrado.

(continúa)

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El misterio del atrapasueños (capítulo ocho)

[Visto: 501 veces]

(viene del capítulo anterior)

Alfredo quedó estupefacto al ver los arañazos y heridas. Luego de unos segundos de mirarse en el espejo, abrió el botiquín y buscó el alcohol y el algodón. Pasó más de media hora limpiándose la sangre hasta que terminó de curar la última herida. Su cuerpo parecía medio momificado por la cantidad de gasas usadas para tapar los rasguños.

Convencido por lo sobrenatural del hecho, decidió que llevaría el oso a donde el juguetero en la mañana. Sin embargo, cuando fue a la habitación de Alonso, no lo encontró. “Creo que ha huído”, dijo el niño algo asustado. Como quiera que no había dormido bien, Alfredo deja el tema para más noche.

Saliendo del trabajo, enrumba hasta la tienda del juguetero para pedirle una explicación. Para su sorpresa, encuentra que el local está vacío. Ni los anaqueles, ni los muñecos, ni el juguetero: nada. Mirando por la ventana, lo único que puede observar es el limpio piso, sin rastro de suciedad.

Se atreve a tocar la puerta del costado para saber si le pueden dar razón del juguetero. El vecino lo atiende con amabilidad y Alfredo descubre que es el dueño del local. Ante la pregunta por el viejo hombre, el vecino responde que él se había marchado hace unas semanas atrás.

(continúa)

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Vívida ilusión

[Visto: 471 veces]

Es de esas mañanas

que la luz del sol

se presenta tempranera

que fastidia un montón.

Son las ocho y despierto

con ganas de seguir echado,

de seguir soñando otro rato

con imágenes que ya olvidaré.

Y me duermo otra vez

con la esperanza tibia

de volver a recordar

aquella vívida ilusión.

Tu vestido retoza con el aire,

volteas a verme y sonreirme,

me haces sentir seguro

pues me invitas a seguirte.

Y vuelvo a ese momento

en que corro hasta donde estás

y me esfuerzo aún más

para poder alcanzarte.

Y llego hasta ti

para abrazarte con muchas ganas,

y llego hasta ti

para decirte que no te vayas.

Cierro los ojos por un segundo

y luego los vuelvo a abrir:

la luz del sol me delata

y ya no tengo ganas de soñar.

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El heladero Juan (capítulo tres)

[Visto: 517 veces]

(viene del capítulo anterior)

El cambio de actitud que había mostrado el pequeño José le pertubó a su madre. En principio, la señora veía que se comporta con normalidad ante las situaciones, salvo en una: cuando el camión de helado avanza por la calle. Su hijo no salía y, si alguna rara vez lo hacía, se quedaba junto a la puerta. Pronto, los demás niños empezaron a hacer lo mismo.

Caras extraviadas, silencio y mutismo acompañan al paso del joven heladero, quien empezó a desesperarse al ver que no vendía como antes. Días después, Juan en persona bajó del camión y se acercó hasta José con un helado de chocolate en sus manos. “Hola José. Ven al camión. Te regalaré este y otro helado”, dijo Juan con sus penetrantes ojos.

José, que lo mira desde su puerta, siguió con su mutismo y le negó moviendo su cabeza de un lado a otro. Juan se ofuscó y estuvo a punto de tirar el helado contra el niño, cuando vio que por la esquina aparecía otro menor. “Te salvaron hoy”, señaló Juan con un susurro amenazante y se dirigió hasta el camión. Condujo por la calle y paró al costado de su próxima víctima.

(continúa)

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