Archivo por meses: octubre 2012

Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

“Al fin podré explicarle todo”, se dijo Rodrigo. En el colmo de su hiperrealidad, ensayaba la argumentación que le diría frente al espejo. Unos días después recibió otro mensaje donde ella le indicó que se verían en la primera semana de clases del nuevo semestre.

Al llegar al campus, la llamó para saber dónde estaba. Emilia le indicó que se dirigiera a la cafetería cercana al portón de entrada. Nada más entrar, la divisó sentada en una de las mesas centrales bebiendo de un vaso alto de plástico.

Emocionado, pidió un vaso igual de café para estar en la misma onda. Se acercó y ella, apenas lo miró, lo saludó con una sonrisa.
Él se sentó y se quedaron mirando durante unos segundos sin decirse nada. “Estuve pensando en ti todo este tiempo”, dijo él rompiendo el silencio.

– Y yo también en ti.
– Y pues, quisiera que seamos más que amigos.

La expresión en la cara de Emilia cambió llamativamente: “Rodri, no way”, respondió ella con tono de decepción. Le explicó que, ahora que tenía que recuperar los cursos desaprobados, no habría tiempo para pensar en sentimientos.

“Emi, ¿por qué haces esto? ¿No ves acaso que yo te quiero?”, trató el joven de hacerla cambiar de parecer. “I know, Rodri, por eso tomé una difícil decisión: no quiero que me enseñes este ciclo”, afirmó Emilia intentando no evidenciar su tristeza. Se levantó de la mesa, dejando a Rodrigo aturdido y mirando a la nada, sin lograr comprender.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

En busca de una comprensión más profunda al misterio de Luis, en el departamento, Laura comienza a leer con mayor detalle las cifras y letras que, como códigos, aparecen en cada rincón de sus anotaciones. “Ya sé qué significan”, dice al tener una epifanía, cierra el diario y se dirige a la universidad donde ellos estudian.

“Quiero saber en qué sección puedo encontrar estos libros”, le dice al encargado apenas entra en la biblioteca. Luego de examinar los códigos, el bibliotecario acompaña a la joven hasta un sector en el ala derecha del edificio. “Culturas antiguas”, reza el letrero de la entrada.

“Recuerde que cerramos en tres horas”, le advirtió el encargado tras señalarle que busque en los estantes por orden alfabético, Laura se adentra en ese mundo de polvoroso conocimiento al sacar uno a uno los libros, los mismos que revisa en una mesa que se encuentra en el centro mismo del sector.

“Cuando el sol ilumine por completo día y noche, sabrán que el fin está cerca”, leía en uno de los párrafos más terribles que estaban escritos, líneas de acontecimientos futuros que le hicieron descubrir la ansiedad que debió sentir Luis antes de su intento de suicidio, líneas que la fascinan, que la atrapan.

“Señorita, ya vamos a cerrar”, se acercó el bibliotecario con gesto adusto. Laura sale del sector y mira hacia las ventanas: aún observa luz natural afuera. Sin entender lo que pasa, Laura pregunta qué hora es. El encargado le responde que ya son las nueve de la noche. Ella mira su reloj: en efecto esa es la hora y aún hay luz solar. En ese momento, su mente volvió a las lecturas: “¡Está sucediendo!”, se dijo a sí misma y salió corriendo del lugar.

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Estragos de la furia (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

López se puso a indagar por el vecindario si recordaban los momentos previos al asesinato. Algunos de ellos le contaron que vieron al hombre llegar a su casa con una mujer joven y hermosa. “Era un solitario y nunca tuvo un compromiso estable, aunque tenía buen ojo”, comentó socarronamente un viejo que vivía cerca.

Dijo que su vecino apagó las luces y que, rato más tarde, un par de tipos forcejearon la puerta a empellones y la abrieron, oyó unos ruidos y miró a la mujer escapara despavorida por una de las ventanas. Sin embargo, cuando el detective pidió una descripción de los intrusos, quedó frustrado: “tenían los rostros tapados con capuchas”, fue la respuesta del viejo mirón.

Mientras conducía la patrulla de vuelta a la comisaría, López no dejaba de pensar si hubiera una conexión entre la mujer misteriosa y los dos atacantes. “No le des tantas vueltas al asunto, quizá tan sólo fue un robo que salió mal”, le comentó Robles para apaciguar el ánimo de su compañero.

“No estoy convencido”, dijo López y dio media vuelta al vehículo yéndose en dirección al centro de la ciudad. Estacionó en una esquina de una calle llena de bares y discotecas. “¿Qué haces, te has vuelto loco?”, le preguntó Robles esperando una explicación. “Espera aquí, hablaré con el de la barra”, respondió el detective, salió del auto y entró al bar.

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Entre Emi y Rodri: Sentimientos a distancia (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Para Emilia, estos tres meses le fueron importantes para tomar una decisión. En los primeros días del viaje, la joven se encerró en su habitación cada vez que sus padres le pedían salir a pasear con ellos. “Déjenme sola”, repetía al escuchar los golpes en la puerta.

Tras algunas semanas, sin embargo, Emilia quiso recuperar el tiempo que no había disfrutado y se animó a visitar los museos, monumentos y las calles de las ciudades por las que pasó. Empero, los jueves por la noche, sus padres nunca la encontraban en casa.

Mientras ellos se preguntaban dónde podría estar, ella se iba sola a apoyar sus manos sobre las barandas de un malecón costero, o se sentaba en una banca a descansar bajo la luz de un poste de alumbrado, o simplemente entraba a un cafetín a pedir una bebida tibia… siempre sola, como si estuviera esperando que él llegara.

Y en varias ocasiones le pareció que sí: le bastaba sentir la brisa y ver una silueta en el horizonte para pensar que Rodrigo venía a su encuentro. Pero pasada la ilusión, sólo veía extraños que se le acercaban para entablar conversa. “No eres él”, decía Emilia con tristeza y se alejaba de retorno a su hotel.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

“No sé de qué me habla señorita, no conozco a ningún Luis”, dijo la adivina tratando de recuperar su compostura. Laura no se amilanó y, muy por el contrario, levanto la mochila de su enamorado y vació su contenido sobre la mesa. Luego, la joven colocó la tarjeta en las manos de la mujer.

“Luis intentó suicidarse hoy: necesito saber qué estaba buscando”, dijo Laura con ferviente convicción. Sibila, acorralada, no le dio más vueltas al asunto. “No sé por qué decidió hacer eso, él sólo quería ayuda con los mayas y su visión del fin de los tiempos”, explicó la vidente.

Sibila le refirió que, cuando Luis acudió a ella, él había comenzado a escribir un borrador del ensayo que pensaba presentar sobre el particular. La suya iba a ser sólo un pequeño comentario de unos cuantos párrafos, pero Luis volvió unas tres o cuatro veces más.

Ella pensó que había cambiado de parecer. “Lo notaba empeñoso en conocer más el místico pensamiento maya, pero ya hace un mes que no viene por aquí: seguro debió encontrar lo que buscaba”, terminó de contar Sibila y lamentó saber lo sucedido con Luis.

Este último comentario llamó la atención de Laura, que rápidamente se despidió de la vidente y enrumbó fuera del mercado. “Encontró lo que buscaba… encontró lo que buscaba…” se repitió en su cabeza de camino hacia el departamento.

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Estragos de la furia

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El detective López apenas había ingresado a su oficina cuando recibió una alerta en su celular. Inmediatamente salió de la comisaría y condujo la patrulla con rapidez hasta el lugar del crimen. “¿Qué tenemos aquí?”, fue lo primero que preguntó al ingresar en la casa acordonada por los policías.

“Es mejor que lo vea usted mismo”, respondió su compañero de investigación, el detective Robles, mientras le abría la puerta de una habitación. En el suelo, yacía un hombre boca abajo. A primera impresión, se percató que de sus ojos manaba sangre por unos cortes y que había una gran mancha roja debajo de la zona abdominal.

En la cama, la sábana estaba arrugada y recogida. “Parece que el difunto se divirtió antes de morir”, comentó Robles con cierto humor negro, pero López no le siguió la corriente. “Demasiada seriedad te hace daño”, le mandó la indirecta a su compañero.

“Me interesa más cumplir bien mi labor”, comentó López al ponerse los guantes de látex y mover el cadáver para examinarlo con más cuidado: “esto fue un crimen de odio”, dijo el detective y se alejó del cuerpo. Fue así que Robles se dio cuenta de la abominación cometida: el miembro viril había sido cercenado.

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Entre Emi y Rodri: Sentimientos a distancia (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Rodrigo sintió desmoronarse su autoestima luego de leer el mensaje. Apagó la computadora y se echó a dormir. O al menos eso intentaba hacer pero no podía: la sola idea de que ella se haya ido lejos le causa preocupación y vívidas pesadillas en donde ella le dice que no volverá.

Se levanta asustado y agitado de su cama: la oscuridad de su habitación es lo único que lo devuelve a la realidad. Exhala aire y se dice a sí mismo: “Tranquilo broder, ya te dijo que volverá”. Se repitió la frase como si fuera un mantra hasta que se quedó dormido.

Luego que terminaron los exámenes, Rodrigo sintió la necesidad de contactarse con Emilia. Se conectaba al chat y, cuando la veía “conectada”, le decía “Hola” o “Hi” para que entablar conversa. Y si bien ella le devolvía el saludo, demoraba varios minutos en hacerlo.

Luego le preguntaba cómo estaba. “Bien” era lo único que obtenía de respuesta. Luego de unos minutos, Emilia se desconectaba de nuevo, hasta el día siguiente, cuando Rodrigo hacía lo mismo y recibía el mismo trato.

Así se la pasó durante varias semanas hasta que se acabó el verano. Él incluso había olvidado la noción del tiempo transcurrido, cuando recibió un mensaje en su celular: “Rodri, we need to talk!”, fue toda la frase pero suficiente para que al joven se le aumente la ilusión.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Libros subrayados, mapas señalando direcciones, apuntes en un diario, y una piedra tallada representando el calendario maya. Todo ello halló Laura entre las cosas de la mochila. Le llamó mucho la atención, sin embargo, las frases desalentadoras del cuaderno.

“Todo esto es cierto. El fin del mundo conocido llegará este 21 de diciembre… y no tengo ganas de presenciarlo: es hora de dejarme ir”, leyó la joven de forma pausada y triste al descubrir el motivo del suicidio de Luis.

Estuvo llorando un rato y luego, ya más calmada, empezó a ojear las demás páginas del diario. Fue así como encontró una inquietante tarjeta de presentación. “Sibila Torres. Profetisa”, decía, y tenía impreso además la dirección y el teléfono de la supuesta vidente.

Laura guardó la tarjeta. Recogió las cosas y las puso de nuevo en la mochila, la misma que se colgó al hombro. Salió de la habitación y tomó un bus. Aunque sabía cómo llegar al sitio, este era lejano y el trayecto se le hizo eterno.

Al llegar a su destino, miró la fachada del mercado y entró. Adivinos, curanderas y demás se disputaban a los clientes en busca de contarles su fortuna. Sólo una mujer, tan callada y prudente, se mantenía en su tienda esperando que la fueran a visitar.

“¿Sibila Torres?”, preguntó la joven a la adivina. La mujer, sin dejar de mirar las cartas de sus arcanos, preguntó quién la venía a buscar. “Vengo de parte de Luis”, respondió Laura con decisión, y la mujer interrumpió su adivinación.

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El monstruo de Huarumarca (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

“¿De qué hablas? Lo vimos transformarse en lobo”, gritó uno de los pobladores. “Es cierto, pero él no se llevó al hijo de Higinio: fue el viejo Carlos”, reveló el cazador y muchos quedaron asombrados. Otros lo refutaban: ¿cómo era posible que cuando Alberto desaparecía del pueblo, el niño era raptado?

“Carlos se enteró del secreto de Alberto, y se aprovechó de su huida para secuestrar al niño”, señaló Tomás aún más apesadumbrado. Y luego de explicar este punto, prosiguió con su relato: jalado por el lobo, fue guiado fuera del pueblo y subieron al monte.

Tardaron en encontrar a Carlos pero el fuego de una improvisada fogata lo delató: divisó al hombre cocinando un poco de carne y, a su costado, Juanito dormido dentro de un costal. “Así se lo sacó fuera del pueblo”, entendió Tomás y decidió esperar.

Pero el lobo estaba ansioso y se soltó de la soga y corrió sobre el raptor. Desprevenido, el viejo Carlos luchó con el lobo sujetándolo de las patas. Tomás vio la oportunidad de acercarse y recogió a Juanito. Corrió a todo lo que dieron sus pies, mientras escuchaba los gemidos de dolor de Carlos y algunos balazos disparados por el zapatero.

Una vez que cesaron los ruidos, Tomás se acercó con su hijo hasta el lugar donde ocurrió el enfrentamiento: Carlos tenía varios músculos desgarrados y Alberto, a punto de morir, exhibía en su cuerpo el impacto de tres disparos.

Tomás se agachó donde yacía su amigo, quien le dijo unas palabras en el oído antes de fallecer. Luego, se retiró con Juanito bajando el monte. Su hijo le preguntó si el lobo lo había raptado. “No, mi niño. El lobo te salvó esta vez”, dijo su padre emocionado y lo abrazó durante todo el camino. Sigue leyendo