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El viejo en la banca blanca (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, el noticiero televisivo abrió las noticias locales con el doloroso crimen. Si bien la policía logró capturar luego de una balacera al vago, el viejo Erik no soportó la gravedad de sus heridas y falleció unas horas después.

Sentí una amarga tristeza de no haber podido despedirme de mi amigo de otra forma, y me abracé al regazo de mi abuela para esconder aquellas lágrimas que caían por mi rostro. Al día siguiente, fui otra vez hasta la banca blanca donde lo vi tantas veces.

Me senté y una brisa tibia me envolvió, como si unas manos me abrazaran con cariño. Y yo sólo sonreí, sabiendo que era él.

 

Con los años venideros, el barrio se tranquilizó. La policía capturó a varios drogadictos y microcomercializadores, y otra vez los niños volvieron a pasear por el parque. Pero ya no me interesaba estar allí: iba hasta donde estaba enterrado el viejo Erik. Veía su lápida en silencio por unos minutos y luego me sentaba a su lado, tan sólo para decirle: “Hola viejo amigo, ¿cómo te va?”

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El viejo en la banca blanca (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

Terminé de hacer rápido mi tarea, y fui como cada tarde a ver a Erik. Como siempre, estaba sentado en la banca, pero la expresión de su rostro había cambiado: se le veía satisfecho. Le pregunté si había solucionado sus asuntos. “Sí niño, ya no te volverán a molestar”, dijo el señor y continuamos con nuestras alegres charlas.

Una vez que anochecía me despedí de él y fui corriendo hasta la panadería. Estaba saliendo de allí, cuando se escucharon un par de disparos. Los clientes se tiraron al piso y yo hice lo mismo, pero me levanté de inmediato para ver qué había sucedido: el vago escapó corriendo por el parque, mientras el viejo Erik se desangraba en el piso.

Yo me acerqué a mi viejo amigo mientras algunos llamaban por el teléfono público a la policía. Le pedí que reaccionara, que no se fuera, pero él no podía hacerme caso. Uno de los paramédicos me tomó suavemente del brazo, mientras ponían a Erik en una camilla y lo subían a la ambulancia.

(continúa)

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