Archivo por meses: mayo 2012

La escalera de Chronos (capítulo quince)

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(viene del capítulo anterior)

Como se negara a darle el Báculo Dorado, Átropos levantó la guadaña y lanzó su punta contra el suelo: al instante, se produjeron rayos y vientos cruzados que hirieron gravemente a Joel. A pesar del espectacular ataque, el joven eterno mantuvo el báculo en sus manos.

Fue ahí, en ese momento de debilidad, que pudo percatarse lo peculiar de dicho bastón: no era su color, sino una especie de reloj incrustado en su superficie, con una sola aguja que se movía rápidamente. “No tienes el poder para calibrar el tiempo del universo, por eso es que sólo puedes destruirlo”, sentenció la Moira extendiendo la mano una vez más.

Resignado, Joel iba a entregarle el báculo, cuando una voz lo detuvo. Era Chronos quien le hablaba directamente a su cerebro: “No confíes en Átropos: su meta es la muerte del universo y de todo ser viviente, para reinar sin oposición”.

“Confía en la medalla y en tu fuerza interior”, le exhortó el espíritu del dios antes de silenciarse. Joel tomó la medalla entre sus manos y animoso gritó: “Por la humanidad”. Átropos lo atacó con su guadaña, cuando un destello la encegueció unos segundos. “No es posible”, dijo asombrada la Moira al ver que la guadaña se había roto.

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Bajo luz violeta (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente Mario, el chofer, compra el periódico. “Joven muere tras ser asaltado en combi pirata”, reza el título de la noticia en la página de policiales. No tarda en llamar a Nico y Lucho para contarles de la noticia.

“Pucha, se nos pasó la mano, también culpa del chibolo que no se dejó quitar las plata”, se lamentaba Nico. “Si se hubiera quedado tranqui”, dijo Lucho, al mismo tiempo que comentó que ayer había tenido una siniestra pesadilla.

Contó que estaba quedándose dormido en su cuarto, cuando vio una persona muy parecida a Toño, de espaldas junto a la puerta. Se acercó a él y empezó a sangrarle la espalda. “Fue cuando me desperté de la cama y hacía un frío…”, afirmó Lucho mientras los otros dos lo miraron sin sobresalto. “Tranquilo man, volvamos a chambear”, le dijo Mario para animarlo.

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Secretos de audio (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Pepe y Diego entraron directamente en la oficina de Jordán. El viejo periodista se encontraba respondiendo una llamada, la misma que cortó de inmediato: “Te llamo luego. Adiós”, dijo a su interlocutor y colgó.

Saludó efusivamente a ambos y los invitó a sentarse. “Y bien muchachos, ¿qué me han traído hoy?”, preguntó mientras sus ojos brillaban. Le quedó claro que, si entraron así en su oficina, era por una primicia demoledora.

Pepe reprodujo los audios en la grabadora. A cada reveladora frase de los involucrados en la cinta, Jordán se ponía más contento. “Así que Fidel Romero y José Soria son compadres, lástima que uno sea ministro y el otro proveedor del Estado”, enfatizó el redactor en jefe, reconociendo las voces y levantándose de su asiento.

“Vayan muchachos, empiecen a transcribir”, les ordenó Jordán con una gran sonrisa. Ni cortos ni perezosos, Pepe y Diego salieron de la oficina a trabajar la noticia.

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La escalera de Chronos (capítulo catorce)

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(viene del capítulo anterior)

“Ahora entiendes por qué no debes tener tu juventud eterna”, afirmó Chronos en tono reflexivo, “todo el pasado pesa y cuando ya no se puede soportar, es el fin”. El Señor del Tiempo le pidió al joven que renunciara a su poder para que evitara hacerse más daño.

Como Joel se negara a ello, Chronos intentó golpearlo otra vez con su báculo. Un rayo atravesó la sala de un lado a otro. Joel, como liberado de una prisión, se levantó cuando el dolor desapareció, sólo para apreciar a Chronos sangrante y agonizando.

Joel se acercó al anciano con respeto. “No confíes en ella”, le susurró al oído antes de desvanecerse en el viento. Cogió el Báculo Dorado mientras Átropos, la dama de negro, aparecía en el salón sosteniendo la guadaña que acabó con Chronos. “Entrégame el báculo”, ordenó la terrible Moira.

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Bajo luz violeta

[Visto: 799 veces]

Toño espera en el paradero desde hace media hora. Cada carro que pasa es una oportunidad perdida, al ver que van llenos o que pasan apurados ignorando la parada. Molesto por el sueño y el cansancio de la jornada, Toño mira otra vez su nuevo reloj. “¡Diez y media, carajo!”, se enfurece aún más al enterarse.

Al fin, acertó a pasar por ahí una combi medio vacía. Toño extendió el brazo y el pequeño carro paró. “¿Pasas por Lavalle?”, preguntó él sin muchas ganas, viendo la luz violeta que iluminaba el interior. “Claro pe’ chibolo, ¡sube, sube!”, confirmó el cobrador y de un empujón lo metió en la combi.

Él se sentó próximo a la puerta para poder bajar lo más rápido posible. Unas cuadras después, bajaron tres personas, y quedaron sólo cuatro. Fue en ese momento cuando el cobrador cerró la puerta de la combi. “No sube nadie… Pisa, pisa”, fue lo que le dijo al chofer y el carro empezó a acelerar desmesuradamente.

Esto le olió mal a Toño porque pasaron por dos paraderos con personas extendiendo el brazo, pero la combi ignoró verlos. Además, el cobrador y el otro pasajero lo miraban de reojo. De pronto, la luz violeta se apaga, ellos se abalanzan sobre él y comienzan a pegarle y rebuscarle en los bolsillos. La combi cruza un puente y gira hacia la salida a la derecha.

El chofer se detiene, se desabrocha el cinturón de seguridad y sujeta del cuello a Toño para someterlo. Él se resiste, hasta que siente un dolor punzante en el abdomen. Apoderados de sus pertenencias, los tres criminales lo botan a patadas de la combi. Toño, apuñalado y golpeado, yace inmóvil en el pavimento mientras la combi se aleja.

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Secretos de audio (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

Pepe le dio “play” a la grabadora y escuchó junto con Diego atentamente. Dos voces emergieron en el diálogo sobre una venta de materiales al por mayor que resultó muy gananciosa para ambos, e incluso para un tercero.

Luego que terminaron de oír, Pepe rebobinó hasta casi el final de la reveladora cinta:

– ¡Pero claro pues Fidelito! Ha sido un negoción, y todo gracias a tus “buenos oficios”…
– Exacto Soria… todo nos ha salido tan bien, que mañana te invito a almorzar ¡un cebiche de la putamare!
– Oye, ¿y ya le pagaste su “bono” al Flaco Manchego por el almacenaje?
– ¡Y no va a ser! Es la única forma que se quede “tranquilo” el viejo…
– Claro, lo vale… bien hecho, bien… entonces, mañana almorzamos.
– Ok, compadre, mañana hablamos.

“Utilizando el decreto de emergencia para no realizar cotizaciones”, concluyó Pepe al darle “stop” al audio. “Sabrosa carne que Jordán querrá publicar mañana mismo”, le comentó Diego entusiasmado con la primicia. Los periodistas guardaron los audios y caminaron de vuelta a la oficina.

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La escalera de Chronos (capítulo trece)

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(viene del capítulo anterior)

Joel se inclinó ante la presencia del dios. “Chronos, me encuentro ante ti para demostrarte que mi juventud eterna te puede ser de gran utilidad: déjame conservarla”, rogó ante el anciano que lo escuchó con indiferencia.

Chronos se levantó de su trono. “Eres un humano, no un dios: no tienes derecho a pedir eso”, sentenció el Señor del Tiempo sin una pizca de duda. “No quería enfrentarte”, dijo Joel e invocó el poder de la medalla; sin embargo, quedó desconcertado al ver el salón vacío.

Chronos se había desvanecido, pero su voz estaba en el aire. “No es a mí a quien tienes que enfrentar: es a ti mismo”, afirmó el anciano y, tomándolo por sorpresa, lo golpeó con el báculo en su cabeza.

Joel pareció no haberlo sentido pero, cuando quiso devolver el golpe, un extraño mareo le devolvió imágenes de su pasado: Sofía, Manuel, Fernando, Alexia. Todos hablando contra él, acusándolo, haciéndolo dudar. El joven eterno se tomó la cabeza gritando su dolor.

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Recuerdos de la oscuridad (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

“Padre, ¿qué ocurre?”, le preguntó Melsig sin entender el silencio del párroco. “¿Acaso no me reconoces, asesino? Soy el pastor que arreaste a La Abundancia, soy el hijo de Leopoldo Nuñovero”, gritó furibundo el cura y se levantó de forma intempestiva.

Melsig se puso pálido y sólo atinó a escucharlo: luego que se encerró con Celina en la municipalidad, Máximo se acercó hasta el cadáver de su padre, lo palmó, lo abrazó, y le lloró rogándole que volviera a la vida.

“Mendoza me rescató de la ofensiva del ejército y me dejó con los curas de la parroquia”, rememoró el sacerdote. El anciano entendió que no tenía salvación posible, que aún necesitaba compensar a Máximo por sus delitos, los mismos que, a pesar de sus esfuerzos, lo persiguieron hasta el final de sus días.

Máximo cogió una de las almohadas y la levantó sobre la cabeza del anciano. Melsig, resignado, empezó a sudar frío y cerró los ojos. Sintió la opresión de la almohada un momento y, luego, dejó escapar esa última exhalación. Sigue leyendo

Secretos de audio

[Visto: 744 veces]

Es media tarde, en el parque. Sería otro día tranquilo para mí, de no ser porque tengo que conseguir una primicia y no tengo nada para trabajar en mi gaveta de noticias. “Pepe, no abras el sobre”, recordé las palabras de mi colega Diego.

Y ahora estaba aquí, sentado en este banco, esperando con desesperación a que mi contacto aparezca o me llame. A pesar de ello, volvía a mi mente la escena de mi mano profanando ese sobre manila, del cual saqué con cuidado dos casetes.

Los atesoré ambicioso en mi mano derecha durante unos momentos, mientras Diego parecía recriminarme sin enojo cuando, tomando la grabadora con la otra mano, salimos a escuchar el contenido fuera de la oficina del periódico.

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La escalera de Chronos (capítulo doce)

[Visto: 744 veces]

(viene del capítulo anterior)

Cansado y desanimado, Joel siguió sentado al costado del cadáver de Pitia. De pronto, cual bruma que se despeja, la explanada se extendió, dejando ver nuevos escalones. El joven eterno se levantó y caminó hasta su inicio.

En el muro contiguo al camino, había una especie de letrero que decía: “Esta es la Escalera al Templo de Chronos, Señor del Tiempo”. Avanzó con cautela en su recorrido; sin embargo, no sufrió el acecho de ninguna trampa inesperada.

Finalmente, llegó hasta el edificio, una serie de columnas de mármol que sostienen un techo a dos aguas también de mármol. Entró en este, sin encontrar resistencia alguna hasta el salón principal. Allí vio un trono, donde un anciano sentado sostenía un báculo dorado. “Saludos, campeón de la humanidad”, fue el irónico saludo del dios al recién llegado.

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