Archivo por meses: abril 2012

Recuerdos de la oscuridad (capítulo once)

[Visto: 794 veces]

(viene del capítulo anterior)

Fueron horas de extrema desesperación las que me tocaron vivir. De rato en rato, oía algunos disparos y los gritos del jefe de la tropa buscando a los sobrevivientes. Luego, los gritos cesaron pero no salí del escondite hasta que comenzó a clarear el cielo.

Una vez que salí, empecé a caminar por el campo, algo errante, buscando evitar los centros poblados menores. Tras un par de días alimentado del pasto y bebiendo agua de los riachuelos, finalmente llegué a la capital de la provincia, donde sutilmente logré tomar un transporte.

Fue así como volví a la ciudad grande y me alejé del movimiento. La muerte de mis hombres, de Prieto y, sobretodo, de Celina, me dio a entender que no viviría si seguía en esta insania. Y heme aquí, postrado, luego de haber forjado una nueva familia, una nueva vida. Pero el recuerdo de esa noche no me dejó nunca.

“Por eso necesité confesarle esto, por eso es que quiero su absolución”, imploró el moribundo terminando su relato, y cerró los ojos. Esperó durante unos segundos el “Yo te absuelvo” del párroco pero, al no oír nada, volvió a abrirlos: Máximo lo miraba fijamente, con inquieta furia en sus ojos.

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El rostro de Paul (capítulo final)

[Visto: 750 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina no despertó sino hasta media mañana, cuando el cuartelero fue a avisarle. Aún medio atontada por el ataque, pudo darse cuenta que la sábana y la cama estaban ensangrentadas, y sobre ellas yace el monstruo fenecido.

Ella se horrorizó con la cruenta escena y el cuartelero tuvo que calmarla para aplacar su dolor. Nina lloró un largo rato hasta que, más tranquila, oyó lo él tenía que contarle. “Este no es un hostal cualquiera: es una cárcel de monstruos”, empezó por decirle.

El cuartelero le contó que, oculta a plena vista, cada cuarto era una pequeña celda para cada uno de esos seres caprichosos y exóticos de la naturaleza, que recibió el encargo de un hombre huraño que un buen día se fue a su retiro final.

También que, por necesidad, alquiló algunos cuartos vacíos del hostal, y que nunca pensó que algún huésped cometería el desatino de entrar en una de las celdas. “Eso le pasó a tu amigo: fue víctima de su curiosidad”, dijo entre compungido y decepcionado.

Nina no preguntó más, pero entendió el misterio del hostal. Luego, miró hacia Paul, o lo que parecía ser Paul. Trató de tocar su rostro, pero el cuartelero se lo impidió. “Es hora que te vayas”, le ordenó secamente a la joven.

Ella salió por el pasillo, mientras el cuartelero se quedó dentro de la habitación. Él sacó un largo cuchillo y degolló al monstruo. Nina se paró frente al 308, y un irrefrenable deseo de entrar se apoderó de ella. “Ven, ven”, oyó escuchar desde adentro un susurro irresistible.
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La escalera de Chronos (capítulo once)

[Visto: 817 veces]

(viene del capítulo anterior)

Joel sentía tambalearse mientras que “Átropos”, la Moira que finaliza la vida, se acercó tranquila hasta su víctima. “Nunca ningún humano había enfrentado un destino así, supongo que Láquesis te deparó este destino”, le explicó la Moira al levantar sus afiladas tijeras doradas.

Una vez más el joven eterno se rebeló ante el final: recurriendo a la medalla, una luz resplandeciente cegó a la Moira, la que dejó caer sus tijeras. Habiendo quedado a espaldas suyas, Joel las recogió del suelo y atacó a la dama de negro, clavando las tijeras en pleno corazón.

Una vez que el resplandor se desvaneció, Joel se arrodilló sobre el suelo. Estaba exhausto, pero satisfecho. “Eliminé a Cloto, a Láquesis y a Átropos: ¡Conquisté mi destino!”, gritó exaltado y con tono triunfalista.

Se acercó a remover las tijeras doradas del cuerpo: su mirada cambió súbitamente a perplejidad. Una mujer con una cara distinta, ataviada con túnica griega, sangraba profusamente desde su pecho. Unas letras escritas sobre la tela en el idioma helénico, le revelaron su identidad: Pitia.

Desde el balcón de su palacio de mármol, Chronos mira contento la inquietante escena. “Nadie engaña a la muerte”, apareció de pronto la verdadera Átropos detrás del Señor del Tiempo. “Es verdad, pero bien que puedes engañar a los demás”, dijo Chronos felicitando a la Moira.

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Recuerdos de la oscuridad (capítulo diez)

[Visto: 754 veces]

(viene del capítulo anterior)

Celina, Prieto y yo logramos escabullirnos cubiertos por el fuego de la columna, y nos atrincheramos en una de las entradas a la plaza. Todo estaba a oscuras y sólo la luz de luna nos permite ver el camino.

El intercambio se hace más intenso. Uno a uno, mis hombres empiezan a caer sangrantes al suelo, pero yo resisto, quería resistir hasta el final, hasta que Prieto fue alcanzado por una bala en el abdomen. Se retorció con un grito inconfundible.

Quise ayudarlo, pero él se negó. “Déjenme, ¡corran!”, gritó desesperado. Sin demora, Celina y yo corrimos hacia la salida del pueblo. Íbamos por las últimas casas, cuando un disparo la hizo caer al suelo. Quise levantarla pero ella se negó.

“Vete, tienes que irte”, me dijo Celina entre sollozos. Me negué a abandonarla. “Vete, carajo, ¡vete!”, me gritó con vehemencia y yo, resignado y triste de su suerte, la dejé tirada y corrí de nuevo. Saliendo del pueblo, pude ver a Mendoza.

Ayudaba a dos personas ancianas, un hombre y una mujer, a entrar en una casa. Lo miré y él a mí. Entonces entendí la razón por la que había decidido seguir viviendo. Fijé otra vez mis ojos en el camino hasta que encontré un hueco en un campo donde esconderme.

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El rostro de Paul (capítulo diez)

[Visto: 840 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina y Paul entraron en el cuarto. Ella cayó sobre la cama muy cansada. Él, luego de cerciorarse que nadie había en el pasillo, caminó al baño. Abrió el caño del lavadero, se mojó la cara y sintió otra vez la furia de las veces anteriores.

Volvió al cuarto. Nina se apoyó en el respaldar de la cama y, a pesar de su visión borrosa, lo miró con cierta extrañeza: “¿qué le pasa a tu cara?”. “¿Qué le pasa?”, él le preguntó irónico y soltó una honda carcajada, para luego abalanzarse sobre ella.

“Es lo mismo que Elisa me preguntó antes que la matara”, dijo Paul mostrando su deformado rostro, mientras sofocaba con su cuerpo a su amiga. Ella se sintió desfallecer, cuando unos disparos sonaron dentro de la habitación.

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La escalera de Chronos (capítulo diez)

[Visto: 760 veces]

(viene del capítulo anterior)

La Moira se desangró, pero Joel aguardó hasta que no tuvo reacción alguna para continuar su camino. Se sentía cansado, pero decidió seguir avanzando por la escalinata, aunque lento, hacia la siguiente explanada.

Tras varias horas que le parecieron eternas, finalmente logró llegar a la tercera explanada. Avanzó unos pasos, y sintió que bajos sus pasos, el suelo se deshacía. Miró hacia abajo: el piso tan firme se había convertido en tierra removida, como si recién se hubiera enterrado a alguien.

Luego, sopló un viento negro. Joel sintió la pegada de la ráfaga que arrastraba cenizas que enrarecían el aire, dificultándole respirar. Una vez que amainó la ráfaga, el joven eterno pudo divisar a la tercera Moira, la dama de negro que, esta vez, le cierra el paso.

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Recuerdos de la oscuridad (capítulo nueve)

[Visto: 797 veces]

(viene del capítulo anterior)

Se acercó despacio hasta la municipalidad, local de cual ya había tomado posesión. Lo iba a invitar a pasar, pero él se negó. “Melsig, sólo vengo a pedirte que mañana temprano tú y tus huestes se vayan de La Abundancia”, afirmó con ánimo retador.

Yo me reí un poco y saqué rápidamente mi revólver, apuntándole debajo del mentón. “Podría matarte ahora mismo sólo por desafiarme”, grité colérico ante el profesor. “Hazlo ya”, dijo con tranquilidad Mendoza y cerró los ojos.

No sé si fue el cansancio o un capricho, lo cierto es que retiré el revólver de su mentón. El profesor abrió los ojos un tanto sorprendido por lo que había sucedido. “Olvidaré que esto ocurrió”, dije en tono bajo, di media vuelta y cerré la puerta, dejando con la palabra en la boca a Mendoza.

Celina me esperaba sentada en una mesa. Despojada de su arma y con la cara limpia, parecía como cualquier otra chica de la ciudad. Me empezó a acariciar la cara, y nos besamos.

No habían pasado ni diez minutos desde que comenzamos a tener sexo, cuando sonaron disparos en la plaza. Prieto, rápido como lince, entró en la municipalidad. “Mierda, el ejército”, nos avisó mientras nos vestimos.

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El rostro de Paul (capítulo nueve)

[Visto: 789 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina no se mostraba muy de ganas de estar allí, pero Paul la convenció: “Estás muy tensa, necesitas relajarte un poco”. Le invitó un trago y luego se pusieron a bailar. Así siguieron durante varias horas, hasta que ella no pudo más.

“Estoy cansada, llévame a mi casa”, dijo ella con cierta dificultad. Él ni se hizo de rogar: “vamos, pediré un taxi”. Salieron hacia la esquina y subieron en un auto. “Esta no es mi casa”, le reclamó Nina cuando vio que estaban justo en la entrada del hostal donde murió Elisa.

“No, pero no querrás que tus padres te vean así”, le respondió Paul convincente. Ella se dejó llevar al interior por su amigo. A la hora de pedir cuarto, el encargado los reconoció y se puso un poco pálido y demoraba en encontrar una llave.

“El 303”, le dio el encargado la llave, no sin antes mirar otra vez a Paul con temor. Como haciéndose el desentendido, empezó a mirar a otro lado: fue así como pudo apenas divisar que algo en la cara de Paul parecía surgir.

“Oh, Dios mío, es cierto”, exclamó una vez que los jóvenes subieron por la escalera. Consciente que debía actuar rápido, fue a la puerta contigua a su recibidor. En su cuarto, fue directo a un baúl y lo abrió. Mirando dentro de él, dijo: “Esto servirá”.

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La escalera de Chronos (capítulo nueve)

[Visto: 785 veces]

(viene del capítulo anterior)

Joel logró levantarse a duras penas. Iba a llamar al poder de la medalla, cuando Láquesis levantó su vara y la hundió sobre el sueldo. Una ráfaga avanzó sobre el aire: Joel sintió como si chocara contra una pared al mismo tiempo que parecía traspasado por una fuerza inconmensurable.

“Has recibido el ataque de Medición, ahora sé cómo acabarte”, dijo la Moira y volvió a atacarlo por segunda vez. El joven eterno acabó en el suelo con su cuerpo severamente golpeado. Sin embargo, mientras Láquesis se acercaba, podía oír la risa dificultosa del caído.

“¿De qué te ríes?”, preguntó Láquesis desconcertada al observar a Joel levantarse nuevamente. “Atácame y verás”, respondió desafiante el joven eterno, y extendió sus brazos para demostrar que no se defendería.

Láquesis rió victoriosa y hundió otra vez su vara contra el piso, pero ésta se quebró y su ataque explotó sobre ella. Una vez que hubo disipado el humo, Láquesis se encontró herida y arrodillada sobre la explanada.

Joel la miró: sostenía el pedazo más en punta de la vara. “No hubo necesidad de hacer mucho, sólo lanzar un golpe lo suficientemente fuerte y sutil sobre tu arma”, explicó el joven eterno. Empujó el pedazo, el cual atravesó el pecho de Láquesis, hiriéndola mortalmente.

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Recuerdos de la oscuridad (capítulo ocho)

[Visto: 741 veces]

(viene del capítulo anterior)

Una vez que se levantó, Mendoza miró a los presentes en la plaza. Acongojados, los pueblerinos no dejaban de llorar a su alcalde. Todavía aturdido por lo que había ocurrido, el profesor se acercó a mí para pedirme enterrar a Nuñovero y los demás.

Me negué rotundamente. “Se quedarán expuestos, quiero que el pueblo entienda el mensaje”, dije para meterle miedo. Sin embargo, no hablaba con la misma actitud de hace unos momentos. “Ya entendieron el mensaje, al menos déjame cubrirlos”, respondió Mendoza con inusitada firmeza.

Me desconcertó la forma cómo me miró, casi desafiante. Le indiqué a Prieto que lo acompañara a su casa pero, antes que se fueran, le advertí: “espero que no sea una treta, o te las verás con mi revólver”. Mendoza asintió y caminó hacia una de las calles que sale de la plaza.

Diez minutos más tarde, y cuando comenzó a oscurecer, Mendoza y Prieto volvieron con las sábanas. Ayudado por los lugareños, el profesor cubrió los cuerpos de los caídos. Me dirigí por última vez a la población: “Que lo que acaban de ver, no lo olviden nunca. Retírense a sus casas, ya”, hablé fuerte, y todos los pobladores salieron de la plaza. Todos, menos Mendoza.

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