Archivo por meses: julio 2010

Crimen en la calle Indiferencia (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Jorge logra disparar a una de las llantas del auto, con lo que Aurelio no tiene más opción que cuadrarse a un costado de la calle. “Es mi marido”, dice asustada Verónica al verlo avanzar. “No se preocupe”, le señaló el taxista sacando una pistola de su guantera, “él no le hará daño”.

Mientras abría su puerta, Jorge lo sorprendió y le disparó a quemarropa. Mientras Aurelio se desvanecía logró disparar un disparo que lastimó el codo derecho del esposo. Verónica salió del vehículo y empezó a correr, hasta que un dolor en la pierna la hizo caer repentinamente al piso. Cuando se tocó la zona doliente, vio que su mano estaba ensangrentada.

El violento hombre la cogió de un brazo y la llevó medio a rastras de nuevo al taxi. “Ayúdenme”, grito ella una, dos, tres veces. Nadie contestó su llamado. Finalmente, su esposo la cargó y la desplomó sobre el asiento trasero. “Por favor”, imploró Verónica con abundantes lágrimas, “no me dañes, no dañes a tu hijo”.

Estas palabras enfurecieron aún más a Jorge. “Yo no tengo hijos”, dijo a secas efectuando un disparo contra el vientre de su esposa. “¿Por qué?”, fue lo último que ella pronunció antes de reclinar su cabeza. Él cerró la puerta de atrás y se disponía a irse cuando recordó la pistola de Aurelio. Suponía que se había caído cuando el fallecido taxista intentó ayudar a Verónica.

Levantó el cuerpo de Aurelio y lo colocó en el asiento del conductor. Miró luego al suelo, pero no vio el arma. “¿Buscabas esto?”, escucho una voz en dirección hacia la cual volteó siendo sorprendido por un mortal disparo. El cuerpo de Jorge cayó mientras el desconocido, dejando el arma en la mano del taxista, abandona en la moto la escena del crimen…

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Una reflexión en 28 de julio

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¿Qué es lo que nos impide avanzar a los peruanos? Es una de las preguntas recurrentes que vuelven a actualizarse cada 28 de julio. Escuchaba al presidente García hablar con cierta impotencia sobre el tema de la corrupción, la cual ha golpeado de forma muy dura su gobierno.

Al margen de que cada uno de los peruanos puede o no creerle a sus palabras en este apartado, para mí la corrupción representa una consecuencia y no una causa en sí de por qué los peruanos no podemos avanzar más. Puesto que mucho se habla que un peruano es una persona trabajadora, emprendedora y de ingenio ante la necesidad.

Pero también algo desordenada y con tendencia a las maneras informales de hacer las cosas. Por lo cual me animo a pensar que la causa primera de todas esas virtudes y todos aquellos defectos es el hecho de ser voluntariosos, en vez de ser voluntarios. Porque al voluntario lo anima el deseo de ayudar al otro, sin esperar qué recibir a cambio.

Al contrario, el voluntarioso sólo hace algo si puede conseguir un beneficio, temporal o permanente, que lo motive hasta que deje de ser importante para él. Y es ése el que considero como el principal drama de la peruanidad: en la mayoría de los casos, las “virtudes” antes mencionadas aparecen por acción de la actitud voluntariosa.

John F. Kennedy decía en un discurso “no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”. Algo de esa nueva mentalidad empieza a florecer en los peruanos, a partir de su gastronomía, algunos triunfos deportivos y los emprendimientos de pequeños empresarios y exportadores.

Pero ese impulso puede ser otra oportunidad perdida si queda sepultado ante la apatía y la mediocridad de los que aún piensan que hay “maneras fáciles”, pero no necesariamente éticas, de conseguir logro económico y bienestar en este país. Por lo que (en la mentalidad de los peruanos) hay entonces, como decía Vallejo, mucho por hacer… Sigue leyendo

Crimen en la calle Indiferencia (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

Si bien no se veía su cara por el casco, la impresión de su mirada es la de un hombre furibundo: Jorge está decidido a acabar con su esposa. Mira otra vez el rastreador del celular y no hay duda: en ese taxi está Verónica. Antes de encender la moto, saca de su bolsillo la pistola que le dio su primo.

“No te preocupes”, recuerda que le dijo el capitán Rodríguez, “que el número de matrícula del arma está borrado”. Cuando tomó en sus manos por primera vez el artefacto de muerte, sintió por un instante aquella sensación de poder infinito. “Será mejor que te pongas estos guantes”, lo aconsejó el oficial antes de despedirlo.

Y ahora está ahí, viendo alejarse el taxi de Aurelio del estacionamiento. Lo sigue algunas cuadras en sigilo, pero su carácter lo va dominando. “No puedo esperar”, dice mientras saca el arma del bolsillo y aumenta la velocidad de la moto. Dispara contra el auto, que empieza a huir velozmente por la calle a oscuras…

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El hombre en la capucha (capítulo trece)

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(viene del capítulo anterior)

El celular estaba sonando y Neto se aprestó en contestar. Era Mirella. “Hola amiga”, dice en tono socarrón, “¿en qué puedo ayudarte?”. “Necesito hablarte de algo importante”, le contesta. Él pregunta si no se lo puede contar ahora. “Es sobre tu tío”, es la respuesta que enfurece a Neto: “¿qué es lo que sabes?”. “Te lo diré el lunes, después de clase”, corta ella la conversación.

En efecto, aquel día Neto no estaba concentrado en la pizarra; sólo fijó su mirada en la carpeta de Mirella. Cuando la clase terminó, él fue directamente hacia ella. “¿Qué sabes?”, preguntó furioso. Mirella lo llevó aparte: “el encapuchado me dio este papel”. “¿Quién es él?”, preguntó él, pero como ella no le contestó, la presionó con un forcejeo.

“No lo sé”, dijo finalmente entre sollozos, “se apareció de la nada y me dijo si te conocía; luego me dio el papel”. “Te creo”, señaló Neto antes que ella se alejara. De pronto apareció Jano: “¿qué pasa man?”. “Creo que encontré al responsable de lo que le sucedió a mi tío”, contestó Neto.

-¿Y qué harás cuando lo encuentres?
-Lo mataré.
-Entonces, será mejor que te ayude.
-No creo que sea buena idea.
-Será más fácil limpiar el lugar.

“Está bien”, respondió Neto sin ningún rubor.

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Entre Emi y Rodri: de repente algo, de repente nada… (final de temporada)

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(viene del capítulo anterior)

“Llegaré 4 y media”, fue el mensaje de texto que recibió Emilia mientras iba camino a su reunión con Rodrigo. Contrario a su disposición inicial, pensó que probablemente seguía repasando para explicarle la clase de hace unos días. “No problem”, le devolvió el mensaje, recitándolo al mismo tiempo.

Sólo le quedaba un asunto pendiente que no resolvió aquella vez que se “reencontraron”: ¿cómo le agradezco?”. Dado que conocía tan poco de sus gustos, había descartado los peluches, camisas o jeans. Incluso consideró la posibilidad de una calculadora, “pero él ya tiene una”…

Ansiosa porque no pudo escoger ningún regalo adecuado, se sentó en una de las sillas junto a las mesas del amplio salón. Pasaron diez minutos, quince. Finalmente, Rodrigo apareció por la puerta. Emilia se levantó como un resorte y se abalanzó sobre él. El joven apenas si pudo reaccionar y la saludó también, aunque no tan efusivamente.

Sacó el cuaderno y empezó a explicarle a Emilia, cuya mente estaba ya entre las nubes. Rodrigo paró entonces la sesión: “¿Emi, te pasa algo?”. “No sabía cómo agradecerte tu ayuda el ciclo pasado”, le contestó ella. “¿Y en qué habías pensado?”. “En esto”, respondió ella, inclinándose hacia el muchacho, poniendo sus brazos sobre los hombros de Rodrigo y robándole un beso.

Él se quedó sorprendido por la actitud de Emilia pero, recuperando pronto la compostura le señaló: “Gracias, pero no era necesario que hicieras eso”. “¿Acaso no te gustó?”, inquirió ella, algo molesta. “Obvio que me gustó pero… hay algo que debo decirte”, respondió él. Y escucharlo pronunciar esas palabras fue para Emilia como detonar una bomba en su cara: “ya tengo enamorada”.
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El hombre en la capucha (capítulo doce)

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(viene del capítulo anterior)

Mirella intentó correr sin éxito hacia la puerta del cuarto, tropezando con la sábana que llevaba puesta. Jano se acercó a ella, cuya mirada tenía una expresión asustada. Sin embargo, él la levantó del piso con delicadeza y le dijo: “Perdóname”. La joven perdió el miedo y lo abrazó, mientras él no dejaba de besarla en la frente y en los labios.

Más calmada, Jano le empezó a contar a Mirella su encuentro con la capucha, sus vicisitudes con las pastillas y, sobre todo, la razón por la que no le contó su secreto antes. “En aquellos días, sentía que sólo podría protegerte si guardaba silencio”, comenzó a explicar Jano, “pues que tú supieras que yo era el hombre en la capucha te haría blanco de mis enemigos”.

“Pero esta vez es distinto, tú eres la que está directamente en peligro”, prosiguió el joven. Mirella se enteró que Yancarlo era un narco en ascenso y que la fábrica de telas, que Jano destruyera hace varios días, le pertenecía a su organización criminal. “Por favor, aléjate de él”, le pidió Jano. “Lo haré”, respondió ella de forma resoluta.

Mirella terminó de vestirse. Con la confesión de Jano, le quedaba claro que probablemente no volvieran a estar juntos; así que cuando él procedió a abrir la puerta de la casa, ella se abalanzó sobre él y le robó otro beso. Jano se conmovió un momento y también la besó. Luego endureció el semblante y, como recordando algo, dijo: “antes que te vayas, quiero pedirte un favor”…

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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Verónica fue apropiadamente curada de sus heridas por una doctora y un par de enfermeras, las que también revisaron la condición de su vientre. “El niño está en buen estado”, dijo la doctora luego de hacerle la resonancia. La gestante lloró de saber que su pequeño no había sufrido daño.

Más de media hora después, cuando salía sentada en la silla de ruedas por la recepción, Aurelio la esperaba en una de las bancas. “¿Por qué lo hizo?”, preguntó la mujer. “Me recuerda a mi hija”, dijo el viejo taxista, “y además porque necesitaba ayuda”. “No tenía que hacer todo esto, pero gracias”, se emocionó Verónica.

Le dio un beso en la frente a Aurelio, que aceptó el gesto y la condujo en la silla de ruedas hasta el auto. La colocó con suavidad en el asiento de atrás y luego abrió la puerta de conductor para encender el carro. El taxi salió del estacionamiento mientras, a media cuadra de distancia, una moto empezó a seguirlos con sigilo…

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El hombre en la capucha (capítulo once)

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(viene del capítulo anterior)

La luz de la mañana empezó a entrar por la ventana del dormitorio. Mirella se levantó y miró a su costado. Jano aún dormía apacible, casi se diría con una sonrisa en los labios. Ella se tapó con una sábana sobre el pecho y caminó hacia el baño. Vio en el espejo las marcas dejadas por los moretones pero, sobre todo, se fijó en sus ojos, aquellos ojos que, después de mucho tiempo, volvían a llorar de alegría.

Vinieron, entonces, a su memoria aquellos viejos tiempos donde todo era felicidad, en los paseos por el mall o el parque, las salidas al cine o a la disco, los besos, los abrazos, la primera vez… Y de pronto, también empezó a recordar las desapariciones súbitas, los cambios de ánimo y el inconsistente “te explicaré luego” que Jano con excusas siempre respondió.

“Pero ahora todo será distinto”, pensó para sí. El amanecer se había hecho ya presente, y Mirella consideró que era tiempo de despertar a su galán, llenarlo de besos y seguir en la ducha. Sin embargo, al entrar en el cuarto, notó que una sombra no había desaparecido aún. Parado frente a ella, con la capucha negra puesta, él la esperaba. “Tenemos que hablar”, dijo Jano dejando su cara al descubierto…

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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Jorge se levanta, aunque con no poca dificultad. Se sostiene del lavadero y mira hacia el espejo del baño. La cara está ensangrentada. Abre el caño y comienza a limpiarse a mancha roja que quedó. Luego se dirige hacia el sillón e intenta descansar un rato, pero el dolor era algo persistente. Incluso se transformó con la rabia que le producía preguntar por su esposa, buscarla y no encontrarla.

“¿Dónde se ha metido?”, gritó en la sala vacía, indignado de que ella lo haya dejado en ese estado. De pronto, se acuerda de su primo, coge su celular y lo llama. “Primo, necesito tu ayuda… ¿Nos vemos en la comisaría?”, habla rápidamente y se dirige hacia la calle. El dolor ha dejado de molestarlo, se coloca el casco y prende la moto.

“Capitán Rodríguez”, dice uno de los oficiales al comisario en la delegación, “lo espera un pariente suyo, dice ser su primo”. Rodríguez hace el ademán que lo haga pasar. De inmediato se percató de la herida de Jorge. “¿Qué sucedió primo?”, preguntó el capitán. “La maldita de mi mujer”, se ofuscó el violento, “me sorprendió y me golpeó en la nuca”.

“¡Qué te dije!”, lo recriminó Rodríguez, “esa mujer no vale la pena, pero tú ¡terco!”. “Sólo quiero encontrarla para hacerla pagar”, sentenció Jorge. “¿Sabes si se llevó su celular?”, le consultó su primo, a lo que el esposo contestó afirmativamente. “Entonces, eso será fácil”, indicó el capitán, cerrando la puerta de su oficina…

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El beso del mundial

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Minuto 117. Andrés acaba de convertir el gol tan esperado, el que vale el título del mundo… y simplemente no puedes contener las lágrimas. “Campeón del mundo”, piensas, Iker, para ti… no campeón de juveniles, ni siquiera de la Euro… éste tiene un sabor especial… “Campeón del mundo”…

Atrás del arco, Sara salta de la emoción. Recordar que después de aquel gol de los suizos, ella fue tu único soporte cuando todos los demás la culpaban de la ingrata derrota. “Ya está, no importa”, seguro te dijo aquella noche, “igual te voy a ver a la final”… y ese sentimiento te animó hasta ese once de julio…

Pitazo final y a celebrar con euforia… Cánticos, saludos, medalla y, sí, ahí en tus manos, la copa del Mundo… “Por fin”, exclamas para tus adentros mientras no puedes desatar la alegría contenida en ese grito de gloria… bajas y avanzas por el pasillo que, resignados ante su tercer intento fallado, los holandeses preparan…

Luego de un rato en el campo, te diriges hasta los vestuarios, la última charla grupal con Vicente… y ahora sí, hacia la sala de conferencias… Avanzas por el corredor sin darte cuenta, y Xavi y los demás se retiran apurados dando término a la nota que ahora continúa contigo… Y quien más que Sara para hacerla…

Te emocionas otra vez, y ella hace la primera pregunta… “Agradezco a la gente que me apoyado siempre… a mis padres, a mi hermano”, y te quiebras… “A ti, mi amor”, intentas decir, pero aún ella no está en su rol de novia, sino de reportera… y eso te incomoda… y desespera… “Si antes que jugador soy humano, ¿por qué no puedo compartir mi alegría con ella?”…

Sara trata de pasar a otro tema pero, ¡joder!, ya lo tienes decidido… “Gracias a ti”, susurraste mientras la estrechabas entre tus brazos… y otra vez volviste a tu rol de jugador del equipo… “Me voy”. Los presentes aplaudieron. Sara, con todo su profesionalismo, sólo atinó a decir ante la sorpresa: “Madre mía…”

[Fuente: El Comercio] Sigue leyendo