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(viene del capítulo anterior)
Aturdido por lo que había tenido lugar, Nico se refugió durante dos días en su cuarto. Las ventanas se mantuvieron cerradas y apenas si salió para ir al baño o, a media tarde, perderse unas horas por el parque hasta que regresaba con el mismo extraño mutismo con el que se encerraba.
Por eso, a sus padres les pareció extraño la actitud cambiante que experimentó su hijo al tercer día. Las llamadas incesantes a sus amigos concluyeron en una salida inopinada de Nico esa misma noche. No supieron a qué hora volvió, sólo que a la una de la tarde del día siguiente el olor a alcochol que emanaba de su habitación era insoportable.
“¿Qué te pasa hijo?”, le preguntó su padre al entrar y verlo levantarse con dificultad de la cama. Nico estuvo en silencio, pero su padre se mantuvo firme y de nuevo le preguntó lo mismo. “¡Ya basta papá, sólo quiero estar con mis amigos!”, se molestó el joven y salió raudo, no sólo del cuarto sino también de su casa.
Corrió hacia el parque, pero su resaca lo hizo trastabillar en medio de los árboles. No supo cuánto tiempo estuvo en el suelo pero, cuando se levantó, observó algo imposible: José, uno de sus dos amigos muertos, se presentó ante él.
(continúa)
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