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La playa del miedo

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La tarde empieza a caer en la playa. A pesar de ello, aún son varios los playeros que se han quedado en medio de la arena, embelesados por poder contemplar la hermosa puesta del sol que se esconde inexorable en el horizonte.

Algunos se miran las irritaciones que mañana serán rojizas manchas de un ardor insoportable. Otros revisan sus cosas y las colocan dentro de sus mochilas, listos para retirarse. Los demás buscan secas ramas que puedan utilizar para encender una fogata. Todos parecen tener un plan. Salvo una chica, quien se separa del grupo y camina discretamente hacia la izquierda.

No está preocupada en los demás, sólo en poder seguir una dirección dónde caminar. Lleva en sus manos una pequeña caja, de donde ha extraído un papel con un mensaje escrito. “Playa Silencios. Día sábado. Al caer el sol”, son las frases que encuentra pero que no termina de entender. Una sombra sigilosa se acerca detrás de ella.

(continuará)

Pacto de necesidad (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Aquel sábado, César demoró en alistarse. Había pasado tanto tiempo desde su última cita (porque esto se parece mucho a una cita, ¿no? pensó) que demoró varios minutos en encontrar una camisa que considere “decente” y un pantalón que le proyectara “personalidad”.

Y cuando se vistió, no estuvo conforme. “¡Huevadas! Me pongo lo que yo quiero”, dijo mientras se sacaba la camisa y la tiraba por el suelo. En ese ajetreo, se le pasó la hora y llegó a la casa de Camila como a las siete y media. Ella apareció con un polo bien suelto y unos jeans bien gastados. “¡Que bien amigo!, Veo que hemos coincidido”, comentó ella al verlo llegar con la misma facha.

Se rieron mutuamente por la feliz coincidencia y caminaron hacia la avenida. César pensó que en algún momento iban a dirigirse al parque cercano pero sus pasos los acercaron cada vez hasta el centro comercial. “Vamos al cine”, dijo Camila y él asintió con la cabeza. A lo lejos, parecía como si se formaran muchas personas para la función. “Hay que apurarnos”, señaló su amiga y comenzó a correr.

(continuará)

Vías separadas

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Ya no me quedan

más exigencias burdas

que pueda utilizar

para someterte inútilmente.

Lo entiendo ya

y no concibo

acortar la distancia

que hoy nos separa.

Quizá porque los motivos

nunca fueron suficientes

y las desventajas

surgieron de repente.

Están demás, por eso,

las explicaciones vanas

que el tiempo envejece

y la razón desarma.

Tu futuro es ahora

y más que eso, brillante,

pues no estaré ante ti

para ponerme adelante.

Camino aparte

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A veces me preguntas si estoy siendo lógico,

si acaso estoy exagerando

una respuesta ensayada

en una realidad alterada.

“Ha pasado tanto tiempo,

intentando encontrar mi rumbo,

pero no lo he hallado,

sigo profundamente perdido.

Hay sudor en mi ojos,

hay indecisión en mi pasos:

No camino sin tropiezos,

no avanzo sin dudas”.

Me preguntas qué quiero decir,

con respecto a nosotros,

con respecto al futuro,

en tan revisadas palabras.

“Sigue tu jornada

que no la seguiré,

hoy me aparto lo suficiente

para encontrar mi felicidad”.