Archivo por meses: septiembre 2012

Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

Rodrigo intentó comunicarse con Emilia durante los finales pero su celular no contestó. Pues bien: tan sólo le quedaba estudiar por él y no por ambos. Pero se le hizo difícil: cual mágico encantamiento, cada palabra de cada libro hacía lo posible por recordarle a ella.

“No sé qué hacer”, se decía así mismo al salir de cada examen y ver que ella salía antes sin decirle nada. Al final, para cuando recogió sus calificaciones, se dio con la ingrata sorpresa que casi desaprobó todas las materias.

Su propio padre lo recriminó cuando se enteró por boca de su hijo de lo ocurrido. “Tú nunca trajiste tan bajas notas. ¿Qué te ocurre?”, preguntó él esperando una respuesta. “Es por mi amiga, no me habla y eso me desconcentra”, confesó el joven haciendo una mueca de tristeza.

El padre se mostró comprensivo pero firme al mismo tiempo: “Te entiendo, no es fácil decirle los sentimientos a una persona que quieres… pero no quiero que eso interfiera con tus estudios, ¿entendido?”. Rodrigo asintió con la cabeza. Su padre lo abrazó y le dijo que se fuera a dormir.

l joven subió a su cuarto. No tenía ganas de dormirse aún, así que prendió su computadora y abrió su correo electrónico. Tenía varios mensajes nuevos, pero sólo uno le llamó la atención: era del correo electrónico de Emilia.
Emocionado, Rodrigo abrió el mensaje. Su entusiasmo se diluyó mientras lo leía:

“Dear Rodri…

Sorry por no despedirme de ti… pero necesito tiempo lejos de ti… mi familia decidió viajar el verano a Europa… creo que será lo mejor…

Cuídate mucho Rodri… bye”.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Se acercó hasta él para revisar si había movido su boca: Luis seguía dormido en la cama y soportado por todos esos aparatos médicos. Era imposible que hubiese pronunciado palabra. Pero la frase la oyó nítidamente. “Si puedes oírme, repite la frase”, le dijo Laura al oído.

Ella esperó su respuesta durante varios minutos pero no consiguió nada. Pensando que eso había sido producto de su imaginación, Laura le besó en la mejilla y salió de la habitación. Caminó por el pasillo y otra vez oyó la misma frase: “Busca mi mochila”.

Más extrañada, la joven volvió a la habitación. Luis seguía inmóvil sobre la cama. Salió al pasillo y conversó con los padres de su enamorado. “¿Saben si él llevaba su mochila cuando se lanzó?”, les preguntó, dejándolos muy sorprendidos.

Le respondieron que no llevó cosas a su acto suicida. Con el mismo desconcierto que les hizo la pregunta, Laura se retiró del hospital y se dirigió hacia el departamento de Luis. Abrió la puerta con la llave que él le dio hace unos días.

A diferencia de anteriores ocasiones, su depa estaba muy limpio y ordenado. Se dirigió directamente hacia el cuarto de Luis y buscó su mochila. No tardó mucho en encontrarla dentro del clóset. “¿Qué es esto?”, se cuestionó a si misma cuando abrió la mochila y revisó su contenido.

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El monstruo de Huarumarca (capítulo diez)

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(viene del capítulo anterior)

Son las siete de la mañana en Huarumarca. La esposa de Tomás, angustiada, lleva esperando más de doce horas fuera de su casa desde que su marido desapareció jalado por el lobo. “¿Qué has hecho? ¿Por qué no regresas?”, se lamentaba la mujer mientras llora amargamente su pena.

Lila sale de la casa y va su encuentro. “¿Volveré a ver a Juanito y a mi papito?”, le preguntó tratando de mantenerse fuerte. “Sí, ellos volverán pronto”, le dijo ella acariciando su pelo. Madre e hija se abrazaron fuertemente esperando que la búsqueda llegue pronto a su fin.

“Ahí viene alguien”, gritó uno de los huarumarquinos que se había quedado en vigilia, indicando el camino de entrada al pueblo. Poco a poco, una silueta apareció saliendo del monte. A medida que se acercaba, pudieron ver que se trataba de Tomás, que carga a Juanito en sus brazos.

Al percatarse, Lila y su madre salieron corriendo a su encuentro. La mujer tomó a su hijo en brazos, lo llenó de besos y luego abrazó a su esposo. Lila aprovechó para abalanzarse sobre su padre, quien la llevó cargando hasta su casa. Los pueblerinos estaban eufóricos con el regreso sano y salvo del niño y el cazador.

Sin embargo, les quedó la duda sobre qué había sucedido con Alberto. El hombre hizo pasar a su familia dentro de la casa y luego se reunió con sus vecinos. Apesadumbrado, Tomás los desconcertó con su confesión: “Alberto murió, pero quiero que sepan que él no es el monstruo”.

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Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia

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(viene de la historia anterior)

Rodrigo bajó del taxi una vez que llegó a su casa. Miró otra vez la mancha de labial que había quedado en su camisa, intentando comprender el por qué tuvo que ser tan idiota aquella noche con Emilia y, sobretodo, con su enamorada Giuli, que en realidad ya no lo era.

Ante sus padres, sólo le quedó difícilmente disimular su mal rato, mientras su padre comenta orgulloso “que su hijo ya es todo un hombre”, al descubrir la mancha rojo carmesí, la misma de la cual su madre se queja tiernamente por tener que lavarla.

El chico estudioso terminó de cenar y se fue a su habitación. Agarró su celular y llamó a Emilia. Una. Dos. Tres veces. El buzón de voz fue lo único que escuchó del otro lado. “Tranquilo, seguro se fue a dormir ya o salió con sus amigas”, intentó aliviarse el pensamiento con esa inútil frase.

Se fue a dormir imaginando que mañana, cuando la encontrara por la universidad, podría explicarle bien su patética reacción. Pero realmente no tuvo suerte: la llamó pero el buzón de voz siguió contestando, en las clases no estuvo, se dirigió a los salones de estudio pero no la halló.

Se le volvía preocupante tener que pensar en ella y, al mismo tiempo, buscarla cuando debía estudiar para los finales de la próxima semana. Cuando quiso dar por finalizada su pretensión, la vio que venía en dirección opuesta.

Emilia se dio cuenta de su presencia y se dio media vuelta para salir por otro lado, pero Rodrigo no perdió otro segundo y corrió detrás de ella. La alcanzó y la sujetó del brazo, mas no fue necesario. En su rostro se notaban los ojos enrojecidos por las lágrimas del despecho.

“Rodri, sorry… hoy no”, fue toda la contestación que ella pronunció, pero fue suficiente para dejarlo a él, parado y perplejo en aquel sitio, mientras ella se alejó a paso lento y con la cabeza gacha.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo dos)

[Visto: 788 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aquella misma tarde, Laura, su enamorada, lo esperaba en la biblioteca como habían acordado la noche anterior. Se le hizo muy extraño que no fuera y, todavía peor, que no respondiera a su celular.

Como se hacía tarde, tomó sus libros, los metió en su mochila y salió del sitio. Pronto su celular estaba sonando. “Luis, ¿por dónde andas?”, preguntó tratando de mitigar su preocupación. Sin embargo, esta aumentó cuando la madre de Luis le contó lo ocurrido.

De la impresión, Laura dejó caer su celular. La llamada se cortó mientras ella lloró con amargura. Estuvo unos minutos huida del mundo y tapándose la cara, con sus lágrimas cayendo al piso. Una vez que se tranquilizó, volvió a llamar a la señora.

Ella le indicó que la esperaban en el hospital. Laura no demoró en tomar un taxi y dirigirse hacia allá. Cuando llegó, vio a los padres de su enamorado esperando aturdidos y entristecidos frente a la puerta de la habitación 21.

Ni bien la vieron llegar, ellos se le acercaron y los tres se abrazaron de forma muy sentida. Estuvieron así entrelazados durante unos segundos, y luego Laura pidió ver a Luis. Ella se acercó hasta la cama y lo vio en estado de coma.

Ella se puso a llorar otra vez y se preguntó para sus adentros por qué Luis atentó contra su vida. “Busca mi mochila”, escuchó nítida la voz de su enamorado cuando volteó a otro lado de la habitación. Miró otra vez hacia él: seguía tan inmóvil como cuando entró allí.

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El monstruo de Huarumarca (capítulo nueve)

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(viene del capítulo anterior)

“¿Cómo que no lo sabes? ¡Tú eres la bestia, la que ha secuestrado a nuestros hijos! Dime ya dónde está mi hijo”, gritó furibundo Tomás esperando una respuesta muy directa. “Tomás, te lo juro: no lo sé”, clamó Alberto al sentir miedo de su vecino. Tomás agarró la escopeta y apuntó hacia Alberto: “¡dime ya dónde está mi hijo!”.

Como Alberto repitiera que no sabía, le disparó hacia el hombro desde fuera de la improvisada jaula. El hombre lobo apenas si esquivó el mortal estallido. “La próxima no fallaré”, dijo Tomás atribulado y decidido. “Escúchame, escúchame bien: te diré cómo encontrar a tu hijo, pero debes confiar en mí”, dijo Alberto agarrando ansiosamente los maderos de su celda.

Tomás, viendo que no obtenía nada con amenazas, decidió escucharlo. Durante varios minutos los dos hombres tuvieron una charla en voz baja. Algunos intentaron acercarse para conocer el plan, pero Tomás los ahuyentaba con su escopeta. Una vez que terminó de hablar, se le acercaron los demás para preguntarle sobre lo que iban a hacer con Alberto.

“Ustedes no harán nada. Más bien, él me ayudará a tener a mi hijo de vuelta”, respondió el hombre y sus vecinos quedaron desconcertados. Su estupor aumento cuando, a la caída del sol, Tomás sacó de su casa una soga y algunas prendas de Juanito. El hombre liberó a Alberto, no sin antes amarrarlo con la soga por el cuello.

Al oscurecer el cielo y aparecer la luna, Alberto se contrajo en una serie de horribles convulsiones hasta convertirse en lobo otra vez. Fue en ese momento que Tomás colocó en el piso las prendas de Juanito para que el animal las oliera. El lobo aulló y jaló de la soga para que el hombre lo siguiera.

Ambos avanzaron entre las casa de los pueblerinos hasta que el lobo se detuvo frente a la casa del viejo Carlos. El lobo se soltó y derribó la puerta del zapatero y avanzó dentro de las habitaciones. Tomás lo siguió hasta el lugar donde el animal se detuvo: en medio de una sucia y maloliente habitación, reconoció las prendas de su hijo en la noche que desapareció.

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El muchacho de la noche (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Mica, aunque insegura, accedió a su petición. José abrió la puerta y bajaron juntos, incluso pasaron entre sus padres que seguían roncando como si nada. Salieron de la casa y caminaron por el parque.

“No soy humano: soy un ser mágico, un guardián de la noche”, empezó por explicar José. Él le contó que desciende de Nix, el mitológico ser con que los antiguos nombraron a la noche. “Me enviaron para conocer el mundo… hasta que te conocí a ti”, dijo él dando a revelar su sentimiento.

José le contó que tenía que hacer su labor con discreción, pero no pudo dejar de admirar aquella juvenil belleza al salvarla aquella noche. “Ahora me encuentro en un dilema: olvidarte o morir… y no creo que pueda lo primero”, se confesó él y comenzó a entristecerse.

“¿Y cómo es que morirás?”, preguntó ella aun sin entender del todo. “Recibiré los rayos de sol del amanecer y me desvaneceré para siempre”, respondió el muchacho de la noche empezando a llorar. Los dos se abrazaron en un momento que se hizo eterno.

Estuvieron conversando de cualquier cosa hasta que el primer albor de la mañana le avisó a José. “Me tengo que ir”, dijo él y la abrazó otra vez. Mica le rogó que se ocultara, que se escondiera, y lo tomó del brazo para llevarlo a un lugar con sombra.

Fue entonces que José se escurrió de sus manos. La joven trató de alcanzarlo pero no logró su cometido: el sol iluminó el cielo y el muchacho de la noche se hizo difuso en el cielo. “Adiós José, gracias por salvarme”, se despidió Mica mirando al firmamento con ojos llorosos. Sigue leyendo

Paciente en la habitación 21

[Visto: 858 veces]

No es otro día cualquiera para Luis. Sentado contra la baranda del puente, fuma sin prisa uno a uno los cinco cigarrillos de su cajetilla. Parece aletargado mientras mira las volutas de humo elevarse y desaparecer por la brisa marina que sube desde la costa cercana.

Era obvio que ese no era un día de su rutina diaria, de ir a la biblioteca y tomar apuntes de los libros. Sentía haber encontrado una respuesta a una inquietante pregunta: sentía que era el momento de ponerla en práctica.

Al terminar el último cigarrillo, se levantó y apoyó sus manos sobre la baranda. Miró aquel atardecer que moría durante unos breves pero significativos segundos y, acto seguido, se subió sobre la baranda y extendió los brazos horizontalmente.

“Adiós, dos mil doce”, fue lo único que dijo al inclinarse hacia adelante y dejarse caer. Su cuerpo se estrelló con dureza al chocar contra el frío pavimento. Su sangre brotó, consumando la tragedia.

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El monstruo de Huarumarca (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

“Miren, ¡ahí vienen!”, grita un huarumarquino al ver a los cazadores regresar al pueblo. La gente se reúne alrededor del camino principal mientras los hombres cargan al lobo que, anudados sus manos y patas a un leño largo y delgado, se balancea sobre su peso a centímetros del suelo.

Tomás encabeza la comitiva llevando sobre sus hombros un extremo del leño, el cual pasa a otro lugareño cuando su mujer y su hija se hacen presentes. Las abraza y llora con ellas. “¿Lo encontraste?”, pregunta su mujer ansiosa al no ver a su hijo.

“El lobo se ocultaba en una cueva, pero Juanito no está allí”, respondió el hombre antes de quebrarse y llorar junto a ella. Otro grupo de pobladores, sin embargo, el recriminó por qué no había asesinado al animal. “¿Por qué este monstruo sigue con vida?”, algunos comentaban contrariados.

“Amigos míos: si de verdad creen en mí, esperemos a que llegue la luz del día, y entonces les explicaré todo”, habló Tomás a la multitud. Algunos dudaron, otros se fueron a sus casas, pero la mayoría se quedó frente a la improvisada jaula de maderos donde fue colocado el lobo.

Con los primeros rayos del sol, la gente empezó a despertar. “Vengan a ver”, le decía Tomás a cada hombre o mujer que abría sus ojos a la mañana. Apenas se acercaban a la jaula, la incredulidad cubría sus rostros de espanto.

Todos empezaron a preguntarse por qué Alberto estaba allí dentro y desnudo. “Porque Alberto es el hombre lobo”, declaró Tomás realmente furibundo. Dirigiéndose hacia el detenido, le preguntó dónde está Juanito. “No lo sé, pero si me liberas, puedo ayudarte a encontrarlo”, dijo Alberto al sentirse acorralado.

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El muchacho de la noche (capítulo nueve)

[Visto: 746 veces]

(viene del capítulo anterior)

Mica llegó a su casa sola y desconsolada. No sabía qué pensar ni qué decir. Aun así, antes de entrar en su casa secó sus lágrimas y agachó la cabeza. Notó que sus padres todavía dormían, por lo que se fue directo a su cuarto a lavarse su dolor.

Luego de ducharse y cambiarse con ropa hogareña, llamó a Katy. Su amiga nunca contestó a pesar de las repetidas ocasiones que marcó su número. Bajó de nuevo para la sala: sus padres continuaban un profundo sueño. Mica tuvo que gritarles a sus padres para que pudieran despertar.

“¿Qué me pasó?”, fue lo primero que preguntó su padre tras bostezar inusitadamente. Su madre también le preguntó qué había sido de su amigo. “No lo sé, quizá sólo se desvaneció en el aire”, dijo ella con honda tristeza.

Su padre rio con lo que consideró una ironía y después le comentó que esperaba que su amigo volviera pronto porque le “ha caído muy bien”. Ante eso, Mica no supo qué decir y volvió a subir a su cuarto. Se encerró toda la mañana y la tarde en su habitación tratando de entender lo que había sucedido.

La llamaron para el desayuno y el almuerzo pero no bajó. Su madre subió con un plato para que se alimentara pero la joven se lo rechazó. “No tengo hambre”, fue toda la respuesta que recibió. Cuando cayó la noche, Mica se sintió más vulnerable: sentía que no era otra noche normal, que seguramente José vendría a verla.

Y así fue: él apareció por su puerta como a las ocho, saludó a sus padres y, tras hablarles unos minutos, los hipnotizó y los volvió a dormir. Subió hasta el cuarto de Mica, quien cerró con pestillo al percatarse de los pasos que se acercaban. “Mica, abre por favor”, le rogó el muchacho intentando no usar sus poderes, pero fue en vano: ella se rehusó repetidas veces.

José, entonces, usó su magia y se transformó en humo negro para pasar al otro lado de la puerta. Mica, asustada por lo que veía, comenzó a llorar de nuevo. José tomó otra vez forma humana y se acercó a ella para abrazarla. “¿Quieres saber qué soy?”, le preguntó él tras tranquilizarla.

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