Archivo por meses: noviembre 2012

Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

Angustiada por la noticia recibida, Emilia llamó al celular de Rodrigo. Le contestó el padre de su amigo y ella, en pleno llanto, le preguntó en qué hospital se encontraban. Sin demora tomó un taxi y se dirigió hacia el nosocomio.

Desesperada por completo, entró en la recepción del hospital y marcó el celular de nuevo para poder encontrar a los padres de Rodrigo. El padre le dijo que fuera a la sala de espera de emergencias. Caminando con prisa, llegó a esa área y los vio.

Estaban sentados en un sofá. La madre en shock con una venda en un brazo, mientras su esposo, que mostraba algunos rasguños menores, le hablaba para mantenerla calmada. Un tanto avergonzada por su presencia, Emilia avanzó con pasos lentos y temblorosos.

“¿Quién es ella?”, preguntó la madre al ver que ella se acerca. El padre respondió que era la mejor amiga de Rodrigo. Esto enfureció a la señora, quien se levantó del sofá y quiso atacarla. Emilia quedó asustada con la reacción, pero el padre evitó que sufriera agresión alguna.

“Por tu culpa mi hijo está así: él nos pidió adelantar el viaje, sólo por ti…. ¡Por ti!”, gritó la señora y, se echó a llorar en los brazos de su marido. Emilia intentó decirle algo, cuando el doctor salió de la sala de operaciones para conversar con los padres.

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Estragos de la furia (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

El detective López se hizo el desentendido mientras bebía un sorbo de su botella. Se disponía a mirar de reojo otra vez, cuando sintió una mano tocarle con suavidad su hombro. “¿Estás solo?”, preguntó aquella voz cantarina que tan bien le habían descrito.

“Sí, vine solo”, respondió él mirándola, sólo para confirmar la tez oscura, el cabello negro y la hermosa figura de su interlocutora. “Io sono
Lorena…y ¿cuál es il tuo nome?”, preguntó ella en esa mezcla entendible de italiano y español.

“Io sono Javier”, respondió el detective tratando de imitar el acento y preguntó a continuación, “¿qué hace una italiana lejos de su tierra?”. Ella le contó, en un inteligible castellano, que se encontraba de viaje entre varios países, haciendo turismo y buscando aventuras.

“Y conociendo amigos”, comentó López, a lo cual ella se rió con suavidad. “Solo de una notte”, le respondió Lorena indicando a los dos jóvenes de su mesa y refiriéndose a López aseveró, “ma può cambiare idea”.

Esto animó a López quien, al ver que ella se había pedido unos tragos, se le adelantó y se los pagó. “Grazie… vediamo dopo!”, agradeció Lorena y le estampó un beso muy cerca de la boca. “Eso fue intenso”, comentó el detective mientras la veía alejarse con acompasado caminar.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

“Me llamo Abelardo”, se presentó el desconocido, “estudio con Luis y él me llevó a conocer esas profecías”. Laura le contó que era la enamorada de Luis y había conseguido algunos libros que él había estado revisando y las notas de su mochila por azar.

“Si no sabías qué buscar, ¿cómo es que pensaste en la mochila?”, le preguntó él intrigado. Ella le comentó que había oído la voz de Luis indicándole eso en su estado de coma. Eso lo sorprendió gratamente a Abelardo: “Luis creía que, a medida que el fin se acercara, la gente tomaría más conciencia de su potencial espiritual… ¡fue su espíritu hablándote!”.

Laura no entendía lo que él decía. Abelardo sacó unos apuntes que tenía guardados y se los mostró. Era la letra de Luis: en ellos, el joven citaba no los versos de la profecía maya del fin del mundo, sino las frases sobre su filosofía.

“Al fin lo comprendiste: es hora que me vaya”, escuchó claramente Laura como unas palabras proveniente del pasillo. “¿Escuchaste eso?”, le preguntó ella a Abelardo, pero él respondió que no oyó nada. “Quédate con todo”, dijo ella y salió corriendo, dejando a Abelardo solo gritándole a dónde se va.

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Estragos de la furia (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

López mira el teléfono de su oficina con demasiada impaciencia. Han pasado varios días desde que se comunicó por última vez con el cantinero, pero este no le ha devuelto la llamada. Ni siquiera la descripción que hizo el bebedor de la mujer había alcanzado para consumar un arresto preventivo.

“Hasta cuándo seguiremos en este juego del gato y el ratón”, se decía el detective en cada ocaso que la luz del sol desaparecía de su ventana y se iba a casa esperando que hubiera una pista que le devolviera vida al caso.

Sintiendo otro viernes perdido, cogió su saco y se disponía a salir, cuando oyó sonar su celular. López atinó a sonreír al escuchar al cantinero. Ya entrada la noche, se dispuso cambiar su seriedad y se puso ropa más casual.

Minutos antes de la noche, el detective, vestido como cualquier civil, ingresó al bar y se dirigió directamente hacia la barra. “Una cerveza”, pidió López. El cantinero no tardó en atenderlo, le pasó una botella y le indicó en voz baja “la segunda mesa hacia tu derecha”.

El detective agradeció y se quedó tomando de la botella por varios minutos… hasta que volteó la cabeza con sigilo: en una mesa, sentados dos hombres y una mujer. “Aquí te espero”, se dijo López al percatarse que ella se acercaba.

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Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

“Se fue… se fue como me fui yo… ¿acaso me estará pagando con la misma moneda?”, pensó para sí Emilia con la cabeza escondida sobre la almohada de su cama. Recordando la forma cómo trató a Rodrigo durante su estancia europea, demoró algunos días en escribirle por email.

Un día, hastiada del silencio, se atrevió a escribirle: “Hola”. Pasó un minuto, dos minutos, y no sucedió nada. La joven estaba por cerrar la mensajería, cuando él contestó. “Hola… ¿cómo estás?”, respondió él, y ella sonrió. Ambos iniciaron una conversa larga y amena, la misma que le produjo a Emilia cierta culpa por su actitud pasada.

Él le comentó que ello quedó olvidado y que, ahora que él estaba lejos, se daba cuenta de todo lo que Emilia había sentido. Ella y Rodrigo tuvieron varias conversaciones del mismo tono durante los días, hasta que él le avisó que ya iba de retorno a la ciudad.

“Saldré en la noche y nos veremos temprano mañana”, escribió el joven muy confiado de su reencuentro. Al día siguiente, ella se dirigió al terminal terrestre. Había llegado cerca de una hora después de la llegada del bus, pero no veía a Rodrigo por ningún lado.

Queriendo sacarse la demora de la cabeza, se acercó a un puesto de atención para saber por el transporte en que venía. Emilia se quedó helada cuando recibió la respuesta de la señorita: el ómnibus había sufrido un terrible choque en la carretera.

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Estragos de la furia (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

“Llama a la comisaría y pide refuerzos que patrullen las calles”, le indicó López a Robles apenas subió a la patrulla. Los detectives y los demás policías se quedaron vigilando por varias horas hasta el amanecer.

Al final de dicha jornada, no se había registrado ningún otro incidente de ese tipo. “Es probable que los hayamos asustado”, afirmó López convencido que la táctica disuadió a los malhechores de cometer otro homicidio.

A pesar de ello, el detective llamó al cantinero para poder ubicar a su cliente. Él le dio una dirección, a la cual López se dirigió para interrogar al testigo. Tocó la puerta y el bebedor le abrió sin demora: el hombre parecía muy tranquilo y con alguna resaca.

El detective le preguntó si recordaba a la mujer de la noche anterior. “Hasta su perfume: tez oscura, cabello negro, voz cantarina y un cuerpo… ufff”, señaló el bebedor soltando una pequeña carcajada. “Que buena descripción… ¿y dónde está ella?”, preguntó otra vez López buscando nueva información.

“Ni idea, apenas vio el movimiento de las patrullas, se puso nerviosa y se despidió de mí”, respondió el testigo concluyendo su declaración. El detective agradeció su apoyo y entró en la patrulla. Aprovechó para llamar al cantinero brevemente: “Sí, es hora de que me avises”.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Laura corrió y corrió todo lo que pudo tratando de comprender cómo esos viejos mitos se habían convertido en realidad. Una vez que paró, se secó el sudor que le recorría por la cara y se puso a caminar hacia el depa. En el pasillo, notó la puerta abierta y una luz que sobresalía de ella.

“Intrusos”, pensó ella al recordar que había cerrado bien el sitio. Con cuidado empujó la puerta hacia adentro, pero sonó un chirrido contra el piso. Quedó sorprendida al observar todo el desorden que habían hecho los intrusos allí: la cama desarreglada, las cosas sacadas fuera del closet, los libros rebuscados y abiertos.

Al adentrarse más, se dio cuenta que la puerta del baño estaba cerrada. Despacio, Laura se acercó allí y giró la manija de la puerta. La abrió un poco y la puerta se le fue devuelta con fuerza contra ella. Cayó violentamente al piso mientras un muchacho salía corriendo del baño.

Un momento después, sin embargo, el desconocido volvió sobre sus pasos. “Dame la mochila”, ordenó el desconocido al percatarse que ella la tenía colgada detrás de su espalda. “¿Tú conoces a Luis?”, le preguntó Laura aún adolorida, a lo que él movió la cabeza afirmativamente.

“Entonces, quizá debamos apoyarnos mutuamente”, señaló ella extendiendo su brazo. Luego de pensarlo unos segundos, el desconocido le ofreció su brazo y la levantó.

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Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo seis)

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(viene del capítulo anterior)

Rodrigo sintió la pegada de esa negativa: la distancia geográfica se había convertido en una distancia más virtual, más palpable y más cercana. Tras lo ocurrido ese día, se tuvo que acostumbrar a verla estudiar en grupo con otros amigos.

Aunque realmente no pudo superarlo. Hubo varias semanas en que sólo salió de su casa para ir a clases, encerrado por horas en su cuarto para estudiar… o quedarse en la computadora escuchando canciones depresivas.

Emilia tampoco la pasaba muy bien. Si bien tuvo la ayuda de sus compañeros, lo cierto es que la distraía la presencia de Rodrigo; o mejor dicho, su “no presencia”. Cada vez que le preguntaban por alguna duda, su mente estaba fija en alguna silla vacía, donde creía verlo sonriente.

“Emi, ¿sabes la respuesta?”, le repetía alguna de sus amigas. A ella sólo le quedaba disculparse por su distracción mientras giraba su cabeza hacia aquella silla, que ahora veía más vacía que hace unos instantes.

Uno de esos días en que su pensamiento estuvo muy enfocado en su querido amigo, lo llamó para saber si podían encontrarse el fin de semana. “Lo siento, no puedo, estoy yendo al sur con mis padres”, se excusó Rodrigo y le cortó la llamada. Emilia apagó su celular y se puso a llorar.

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Estragos de la furia (capítulo tres)

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(viene del capítulo anterior)

Ocultando su placa dentro del sobretodo, López se acerca a la barra y pide una botella de cerveza. “Vaya, tiempo que no venías por acá”, le comentó algo irónico el cantinero. “Es cierto, debería venir más seguido, y no sólo por estos permisos”, respondió el detective y le entregó un sobre.

“Bien, creo que podemos discutirlo ahora”, señaló el cantinero llevándoselo a López fuera del establecimiento mientras dejó encargado a uno de sus ayudantes. Una vez que se fijó que nadie más los veía, abrió el sobre y miró la foto del fallecido.

“Sergio Estrada, era uno de mis asiduos”, se lamentó el cantinero por el deceso de su cliente. “¿Recuerdas algo de la última vez que vino?”, preguntó el detective convencido que su olfato no le había fallado.

El cantinero le contó que Estrada había llegado solo al bar, había pedido un vaso de whisky y se habría quedado toda la noche en la barra, de no ser por una mujer de pelo negro que se le acercó a hacerle conversa.

“Se quedaron cerca de un par de horas, hasta que se fueron juntos, momento en que ella volteó la mirada a una mesa contigua y dos desconocidos los siguieron”, recordó el cantinero con cierta fascinación. López preguntó si los había vuelto a ver.

“Sí, unos minutos antes salieron con otro incauto”, respondió el cantinero. El detective le pidió que le avisara si los volvía a ver. Como llevado por el viento, López corrió hacia la patrulla y salió del lugar.

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Gertrude (o La otra casa de dulces)

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[Especial de Noche de Brujas]

Una a una, las vecinas de la cuadra llegan a la casa de Gertrude, la vieja señora que se muda esa noche de 31 de octubre de la calle que tan cálidamente la acogió hace unos años. Y ella no van solas: llevan a sus hijos porque la anciana les ha prometido preparar algunos dulces caseros.

En la sala, las mujeres toman el té y hablan con frescura sobre sus anécdotas mientras los niños y niñas juegan y corren en el patio contiguo. “¿Y por qué te vas?”, pregunta finalmente una de las vecinas. “Vuelvo para mi ciudad, mi hija necesita ayuda con los nietos”, fue su amable respuesta.

Al dar las siete de la noche, el reloj de pared anunció la hora con un tétrico sonido. “No se preocupen, a veces se escucha así por una pequeña traba”, justificó la anciana y se levantó en dirección a la cocina. Trajo un plato con mini galletas para sus amigas. Luego, volvió con una bandeja grande llena de postres para los pequeños, los mismos que los cogieron presurosos.

Dos horas más tarde, tocaron a su puerta. Era el taxista que había contratado para que la llevara a la estación de buses. El hombre saludó a las señoras y se dirigió a la habitación de la doña para recoger las maletas ya listas. No tuvo ningún problema en pasar pues los niños cansados se echaron a dormir sobre el tapete de la casa.

Las vecinas quisieron levantarse para despedirse de Gertrude, pero una pesadez las vencía. “Tranquilas amigas, mi casa es su casa”, afirmó la anciana y dijo adiós a cada una con un suave beso en la mejilla.

La doña salió de la casa junto con el taxista y procuró no poner llave a la puerta. Ya dentro de auto en marcha, Gertrude sacó una foto de un bolsillo de su abrigo. Podía ver las caras asustadas de dos niños escapando de una casa de dulces. “Ya vuelvo, Hansel y Gretel”, susurró la anciana y esbozó una malévola sonrisa.

[Tarde se dieron cuenta los esposos de la demora de sus mujeres. Ignorantes de lo ocurrido, entraron en la casa de la anciana. Descubrieron que ellas fueron dormidas con un somnífero en las galletas y sus hijos… habían sido envenenados.]
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