Estragos de la furia (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

“Llama a la comisaría y pide refuerzos que patrullen las calles”, le indicó López a Robles apenas subió a la patrulla. Los detectives y los demás policías se quedaron vigilando por varias horas hasta el amanecer.

Al final de dicha jornada, no se había registrado ningún otro incidente de ese tipo. “Es probable que los hayamos asustado”, afirmó López convencido que la táctica disuadió a los malhechores de cometer otro homicidio.

A pesar de ello, el detective llamó al cantinero para poder ubicar a su cliente. Él le dio una dirección, a la cual López se dirigió para interrogar al testigo. Tocó la puerta y el bebedor le abrió sin demora: el hombre parecía muy tranquilo y con alguna resaca.

El detective le preguntó si recordaba a la mujer de la noche anterior. “Hasta su perfume: tez oscura, cabello negro, voz cantarina y un cuerpo… ufff”, señaló el bebedor soltando una pequeña carcajada. “Que buena descripción… ¿y dónde está ella?”, preguntó otra vez López buscando nueva información.

“Ni idea, apenas vio el movimiento de las patrullas, se puso nerviosa y se despidió de mí”, respondió el testigo concluyendo su declaración. El detective agradeció su apoyo y entró en la patrulla. Aprovechó para llamar al cantinero brevemente: “Sí, es hora de que me avises”.

(continúa)

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