Proyecciones macabras (capítulo final)

[Visto: 777 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eduardo esperaba agazapado en el matorral. Había llegado temprano a ese pequeño bosque para ubicar el claro entre la vegetación donde se produciría el fatídico encuentro. Luego de un rato, vio llegar a Susana, quien parecía no estar consciente de lo que sucedería. Iba a advertirle, pero detrás venía Guillermo, mostrando una tenue sonrisa.

“Y bien”, le preguntó ella, “¿de qué quieres hablarme aquí?”. “Mira hacia allá”, le dijo indicándole el matorral. Susana se volteó, momento que aprovechó Guillermo para sacar un bate de béisbol de su mochila. “Acá no veo nada”, respondió volviendo a mirarlo, cuando recibió el fuerte golpe en la cabeza que la derrumbó sobre el campo.

“Ni volverás a ver”, amenazó levantando otra vez el arma para lanzar un golpe final. Entonces, Eduardo salió de su escondite y, con un puñetazo certero, derribó al sorprendido atacante. “Detente”, le suplicó Guillermo al verse superado por el impulso agresivo de su antes amigo. Exhausto, levantó el bate sobre la cabeza sangrante de Guillermo.

“Por favor, no lo hagas”, exclamó jadeante el herido, “ella es…”, y no pudo terminar la frase porque el batazo de Eduardo lo calló para siempre. Luego, se dirigió a auxiliar a Susana; sin embargo, ella ya se había incorporado y esbozaba una sonrisa malévola. “Hubieras escuchado a tu amigo”, fue lo único que dijo antes que la sangre de Eduardo se derramara sobre el claro. Sigue leyendo

El pajarillo sobre el dintel… (hasta siempre, abuelita Tensy)

[Visto: 755 veces]

Fue un martes atípico. En pleno clima que ya comienza a calentar, fue una tarde más bien ventosa. Llegué a mi casa y no lo sabía: tuvo que decírmelo mi hermana para saber que ya te habías ido. De mañanita y a tus noventa años. Todos parecían tranquilos, menos yo. Probablemente sintiéndome culpable, impotente de saber que no podía hacer más.

Sólo me queda recordarte, Tensyta, como la abuela cariñosa que hacía palmas ante el pajarillo de juguete colgado del dintel de la puerta, para que pudiera soltar aquellos sonidos melodiosos ante los cuales reías. Como la abuela laboriosa que hacía de las migas pedacitos, sólo para desparramarlos a las palomas sobre el pasto del parque. Como la abuela amorosa y buena, que siempre nos daba consejos para vivir bien.

Hoy, tu cuarto se quedó vacío. Hoy, tu casa ya no tiene su presencia. Sé que ya no te podré ver y ese hecho no importa: porque vives para siempre en mi corazón.

[A los estimados lectores:

El Blog de Héctor Sánchez entra en receso por el luto de quien escribe. Como hace unos meses, les pido otra vez su comprensión en este difícil momento.

Dadas las circunstancias, el final de temporada terminará con pocos posteos, que serán revelados durante el presente diciembre.

A todos los cibernautas del blog, gracias por sus visitas en este año.

El autor.]
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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (final de temporada)

[Visto: 962 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ramírez movió un grupo de libros, y el estante se deslizó unos centímetros, dejando al descubierto unas escaleras que bajaban. “Entren y sigan el sendero”, les ordenó a los jóvenes. Jano y los otros se adelantaron y avanzaron hacia una especie de sótano. “Llegamos padre”, volteó Jano para ver detrás suyo: Carlos no estaba allí.

“¡Padre, padre!”, empezó a gritar mientras quería subir de nuevo por la escalera. Neto tuvo que contenerlo con ambos brazos para que no fuera a una muerte segura. “Está muerto, Jano, murió”, le gritó desesperado, “y si vas ahora, su sacrificio habrá sido en vano”. Jano dejó de luchar y se derrumbó sobre el piso del sótano.

Mirella lo consoló tomando su cara entre sus manos, mientras él sólo podía llorar. Los tres esperaron allí un rato hasta que sintieron que los sonidos de guerra acabaron y el silencio se asentaba. Caminaron por el pasadizo hasta una salida trasera oculta en el primer piso. Sigilosamente, caminaron fuera del edificio.

A cierta distancia de la abandonada casa, vieron los rasgos de la violencia: muros destruidos y perforaciones de los disparos en las paredes. Jano volteó la mirada y empezó de nuevo a andar. Neto lo alcanzó. “¿A dónde vas?”, le preguntó desesperanzado. “Voy por mi venganza”, dijo el héroe sin mirarlo siquiera. Sigue leyendo

Proyecciones macabras (capítulo once)

[Visto: 808 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ambos decidieron que era mejor ponerla en alerta. “Yo se lo haré saber”, dijo Eduardo al despedirse raudo del otro vidente. Buscó un teléfono público y la llamó: “Susana, soy yo, tenemos que hablar”, fue lo único que pronunció antes de cortar. Llegó luego unos minutos a la casa de su amiga. De hecho, ella ya lo esperaba en la puerta.

“¿Qué es tan importante?”, le preguntó la joven luego que Eduardo recuperó el aliento tras correr. Él le explicó que había tenido una visión donde ella estaba siendo victimada. “¿Y quién era el atacante?”, quiso terminar de satisfacer su curiosidad. “No lo sé”, respondió él preocupado, “mi visión aún es algo borrosa”.

Susana no le creyó y sintió, más bien, que Eduardo no estaba siendo sincero. Ello derivó en una discusión que terminó con ambos completamente enfadados. Él volvió a su casa agotado, desilusionado. “¡Por qué no me cree!”, exclamó para sí mientras se quedaba dormido sobre su cama. Como ayer, visionó el sueño, esta vez con mayor claridad y pudo identificar al atacante de Susana. “Él es”, señaló furioso al levantarse…

(continúa)
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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo nueve)

[Visto: 887 veces]

(viene del capítulo anterior)

Carlos lo dirigió hacia su oficina principal en el segundo piso, y cerró la puerta con llave luego que su hijo pasó. “Neto ya me confesó que fuiste a rescatarlo”, empezó por decir Jano. Con todo lo que ello significaba, Ramírez no ocultó su preocupación. “Apenas volví a la ciudad empecé a investigar”, explicó su punto, “y supe entonces que estabas en peligro”.

“Es mi vida y son mis asuntos”, argumentó el joven, “si quieres que esté cerca de ti, tendrás que aceptarlo”. “No puedo hijo mío”, trató Carlos de ser comprensible, “te perdí una vez y no quiero volver a perderte”. Jano pareció mostrarse menos reticente ante la sugerencia. “Si yo puedo ceder para que hagas tus cosas, ¿también cederás tú?”, preguntó Ramírez de forma convincente.

Y le extendió la mano para que la estrechara. Jano iba a hacer lo mismo cuando una explosión sacudió el edificio. Ambos cayeron al piso. La confusión aumentó cuando oyeron el ruido de ametralladoras. Luego de recobrarse, se dirigieron hacia la puerta y encontraron que Neto y Mirella querían abrirla. “Vámonos por aquí”, indicó Ramírez hacia el uno de los estantes…

(continúa)
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La nota en el puente (capítulo cuatro)

[Visto: 1320 veces]

(viene del capítulo anterior)

Gerardo la consoló, aunque no entendía muy bien por qué ella afirmaba eso. “Quizá aún está perturbada”, pensó para sí mientras le secaba sus últimas lágrimas. “A pesar que no sepa bien qué buscas, te ayudaré”, fue la respuesta que dio. Entonces, Malena empezó a revisar uno por uno los cajones de la cómoda.

Luego de un rato, desordenando el cajón inferior, halló un pequeño cuaderno. Al leerlo, comprendió que era el objeto indicado: en las hojas, Alberto describía sus pensamientos de los últimos meses. Ella pasó rápido algunas hojas más, topándose con un problema inesperado. Ante el alboroto, Gerardo se le acercó.

“¿Encontraste algo?”, le preguntó él con aire de fracaso. “Hay un diario aquí, de tu hermano”, le señaló su descubrimiento, “pero está incompleto: le faltan unas páginas arrancadas”. Malena, entonces, decidió irse. “¿Te vas tan rápido?”, se sorprendió el gemelo. “Sorry, seguiremos en contacto”, salió ella presurosa…

(continúa)
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Proyecciones macabras (capítulo diez)

[Visto: 887 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¿Tú también fuiste salvado?”, le preguntó Eduardo a Guillermo al día siguiente. Él lo negó moviendo la cabeza de un lado a otro. Le contó que era un don que le fue otorgado desde su nacimiento. “Obviamente se te transfirió cuando te salvé”, explicó el inusitado hecho, “y eso que no muchos lo comprenden”.

Cuando le confesó que, de a quienes transfirió su don, la mayoría murió o se suicidó a los pocos días, Eduardo quedó muy sorprendido. “Tú eres diferente, puedes entenderlo”, se lo dejó en claro el vidente. Luego de un rato, Guillermo le preguntó si ya había visionado las imágenes de su nueva premonición. Eduardo le contestó afirmativamente.

“Entonces, nos vemos dentro de cinco días”, se despidió el otro. Como acordaron, ambos se vieron en el parque aquel miércoles. Guillermo esperaba tranquilo. Corriendo presuroso, Eduardo apareció en la escena. “¿Reconociste quién era?”, le inquirió ansioso al recién llegado. “No, pero sí el dije en su mano”, respondió Eduardo, “se trata de Susana”…

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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo ocho)

[Visto: 821 veces]

(viene del capítulo anterior)

Dos días después, Jano recibió el alta médica y alistó sus cosas en una maleta. La cargó y caminó hacia la puerta. Cuando la abrió, se puso visiblemente emocionado: Neto lo estaba esperando. “Hombre”, lo abrazó con mucha cordialidad, “pensé que seguías encerrado”. “Afortunadamente llevaba mi celular”, respondió su amigo.

Le explicó que logró mensajear a Mirella y que lo sacaron a tiempo del encierro. “¿Te sacaron?”, quedó intrigado el paciente. Neto le contó que ella no llegó sola a rescatarlo, sino con dos hombres de negro. “Son los guardias de mi padre”, le señaló Jano, “significa que ya sabe mi secreto”. Decidió hacer mutis y los dos fueron hacia la salida.

De hecho, los guardaespaldas los esperaban en los autos que su padre mandó. Unos minutos después, llegaron a la mansión: la fachada de las tres plantas del edificio relucían bajo el sol de esa media mañana. Ramírez lo vio desde el segundo piso y bajó raudo a recibirlo, y Mirella venía detrás. “Tenemos que hablar”, fue lo único que pronunció Jano al pasar por su lado…

(continúa)
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Proyecciones macabras (capítulo nueve)

[Visto: 899 veces]

(viene del capítulo anterior)

El funeral de Sotomayor fue sobrio y breve. Eduardo se quedó luego de terminado el entierro para despedirse personalmente de su mentor. “Hasta siempre, profe”, dijo con la voz entrecortada. Al voltear para salir, se topó cara a cara con Guillermo. Era evidente que ya no lo miraba con la misma simpatía de antes.

“Es lamentable que se haya ido”, expresó Guillermo con cierta soberbia. “Basta. No deberías ni siquiera estar aquí”, respondió colérico el otro, “porque tú lo asesinaste”. Su compañero se mostró sorprendido: “¿De qué estás hablando?”. “No lo niegues”, expresó muy molesto el otro, “te vi escondido detrás de unos árboles el día que murió”.

Guillermo sudaba frío: “Es cierto, estuve allí, pero no para matarlo, sino para advertirle”, señaló tajante.

– Además, ¿qué hacías tú allí?
– Lo mismo que tú: advertirle.
– ¿Cómo supiste que él estaría allí?
– No tengo por qué decírtelo.
– ¿Acaso has tenido pesadillas?

Eduardo no supo qué responder. “Ninguno de los dos lo asesinó”, concluyó Guillermo: “Tenemos las mismas visiones”…

(continúa)
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El hombre en la capucha: La revelación de Jano (capítulo siete)

[Visto: 904 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Puede entrar, señor. Su hijo ya despertó”, comunicó uno de los guardaespaldas. Unos segundos después, Carlos Ramírez aparecía en el cuarto. Era un hombre alto y vestía muy fino. Jano apenas si lo miró: no estaba de ganas para reencuentros que no quería. Motivado por un trabajo rentable, su padre había abandonado el hogar hace ocho años.

A los meses de su partida, él dejó de escribir. Era obvio que la relación con su madre ya no funcionaba a la distancia. A pesar que aún vivía, ellos decidieron considerarlo muerto. Jano no tenía, por tanto, ninguna intención de verlo. Incluso aquel abrazo que le dio su viejo luego de tanto tiempo, no pareció tocar alguna fibra de su ser.

Mirella los dejó solos un momento. “¿Qué haces aquí?”, le preguntó poco emocionado, “¿acaso te vienes a disculpar por tu abandono?”. “Sí, hijo”, le contestó Carlos, “a disculparme y a decirte que he vuelto para quedarme”. “Me cuesta creerte”, dijo dubitativo Jano, “¿por qué sería cierto?”. “Porque vengo a llevarte a mi casa”, respondió su padre esbozando una sonrisa…

(continúa)

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