Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

El rostro de Paul (capítulo final)

[Visto: 772 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina no despertó sino hasta media mañana, cuando el cuartelero fue a avisarle. Aún medio atontada por el ataque, pudo darse cuenta que la sábana y la cama estaban ensangrentadas, y sobre ellas yace el monstruo fenecido.

Ella se horrorizó con la cruenta escena y el cuartelero tuvo que calmarla para aplacar su dolor. Nina lloró un largo rato hasta que, más tranquila, oyó lo él tenía que contarle. “Este no es un hostal cualquiera: es una cárcel de monstruos”, empezó por decirle.

El cuartelero le contó que, oculta a plena vista, cada cuarto era una pequeña celda para cada uno de esos seres caprichosos y exóticos de la naturaleza, que recibió el encargo de un hombre huraño que un buen día se fue a su retiro final.

También que, por necesidad, alquiló algunos cuartos vacíos del hostal, y que nunca pensó que algún huésped cometería el desatino de entrar en una de las celdas. “Eso le pasó a tu amigo: fue víctima de su curiosidad”, dijo entre compungido y decepcionado.

Nina no preguntó más, pero entendió el misterio del hostal. Luego, miró hacia Paul, o lo que parecía ser Paul. Trató de tocar su rostro, pero el cuartelero se lo impidió. “Es hora que te vayas”, le ordenó secamente a la joven.

Ella salió por el pasillo, mientras el cuartelero se quedó dentro de la habitación. Él sacó un largo cuchillo y degolló al monstruo. Nina se paró frente al 308, y un irrefrenable deseo de entrar se apoderó de ella. “Ven, ven”, oyó escuchar desde adentro un susurro irresistible.
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El rostro de Paul (capítulo diez)

[Visto: 856 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina y Paul entraron en el cuarto. Ella cayó sobre la cama muy cansada. Él, luego de cerciorarse que nadie había en el pasillo, caminó al baño. Abrió el caño del lavadero, se mojó la cara y sintió otra vez la furia de las veces anteriores.

Volvió al cuarto. Nina se apoyó en el respaldar de la cama y, a pesar de su visión borrosa, lo miró con cierta extrañeza: “¿qué le pasa a tu cara?”. “¿Qué le pasa?”, él le preguntó irónico y soltó una honda carcajada, para luego abalanzarse sobre ella.

“Es lo mismo que Elisa me preguntó antes que la matara”, dijo Paul mostrando su deformado rostro, mientras sofocaba con su cuerpo a su amiga. Ella se sintió desfallecer, cuando unos disparos sonaron dentro de la habitación.

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El rostro de Paul (capítulo nueve)

[Visto: 805 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina no se mostraba muy de ganas de estar allí, pero Paul la convenció: “Estás muy tensa, necesitas relajarte un poco”. Le invitó un trago y luego se pusieron a bailar. Así siguieron durante varias horas, hasta que ella no pudo más.

“Estoy cansada, llévame a mi casa”, dijo ella con cierta dificultad. Él ni se hizo de rogar: “vamos, pediré un taxi”. Salieron hacia la esquina y subieron en un auto. “Esta no es mi casa”, le reclamó Nina cuando vio que estaban justo en la entrada del hostal donde murió Elisa.

“No, pero no querrás que tus padres te vean así”, le respondió Paul convincente. Ella se dejó llevar al interior por su amigo. A la hora de pedir cuarto, el encargado los reconoció y se puso un poco pálido y demoraba en encontrar una llave.

“El 303”, le dio el encargado la llave, no sin antes mirar otra vez a Paul con temor. Como haciéndose el desentendido, empezó a mirar a otro lado: fue así como pudo apenas divisar que algo en la cara de Paul parecía surgir.

“Oh, Dios mío, es cierto”, exclamó una vez que los jóvenes subieron por la escalera. Consciente que debía actuar rápido, fue a la puerta contigua a su recibidor. En su cuarto, fue directo a un baúl y lo abrió. Mirando dentro de él, dijo: “Esto servirá”.

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El rostro de Paul (capítulo ocho)

[Visto: 886 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina, ofuscada por los relatos, fue hasta la casa de Paul. Él la recibió y parecía muy calmado. “Sé que fuiste tú, tú mataste a Elisa y a todas esas chicas”, acusó de frente ella a su amigo. Muy cínico, Paul empezó a reír a carcajadas, y lo único que dijo fue: “¿Qué hablas?”.

“Sé que fuiste tú, tú las mataste a ellas”, repitió Nina su acusación comenzando a llorar. Paul se acercó a ella para consolarla. Ella se defendió con agresividad y lo apartó un rato, pero se cansó y le permitió acariciarla.

“Ya Nina, ya”, le susurra, “entiendo tu pena, te hace decir esas cosas”. Ella se puso retraída y no quiso escucharlo. “Tranquila, ¿por qué no lo hablamos el sábado en la noche, en Party Road? Así te lo explico bien todo”, le convenció Paul en un tono muy galante.

Toda la semana ella se la pasó pensando qué podría ser tan grave como para demorar tantos días. Al final, decidió no hacerse ideas y espero a ese momento. Llegado el sábado en la noche, bajó al Party Road y espero que Paul saliera de alguna de las discotecas.

Sin embargo, contrario a lo establecido, él la esperaba en plena calle. Se saludaron ambos. “Y bien, ¿me dirás por qué estabas en esos lugares?”, mostró Nina su lado inquisitivo. “Tranquila Nina, primero nos relajamos un poco, y luego te cuento”, dijo Paul mientras la lleva dentro de una discoteca.

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El rostro de Paul (capítulo siete)

[Visto: 832 veces]

(viene del capítulo anterior)

Dos días después, Nina fue a confrontar a Paul a su casa. En el camino, pasó por un kiosco de periódicos, donde una imagen la detuvo repentinamente. No había duda, se trataba de la bella morena del sábado: su cuerpo sin vida era portada de un diario sensacionalista.

Compró el diario para conocer los detalles: el cadáver había sido encontrado en el baño del hotel al que ella los siguió esa noche. La muerte, aunque inexplicable como la de Elisa, también fue calificada como “natural”.

Las declaraciones, tanto del conserje como de Paul, no admitían dudas: la joven había salido al baño y demoraba, Paul bajaba a ver al conserje para avisarle de la demora, ambos entran al baño y la encuentran muerta. En su cuerpo, los detectives no encontraron ninguna señal de violencia.

Nina cambió de rumbo y volvió hacia su casa. Si Paul era el asesino, lo mejor era esperar que cometiera un error. Se encerró en su cuarto y sólo salía cada lunes al kiosco, esperando ver algún titular macabro. Y los dos lunes siguientes, la misma historia se repitió.

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El rostro de Paul (capítulo seis)

[Visto: 757 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un mes después de la tragedia, que fue catalogada como “muerte natural”, Nina volvió a salir de su casa un sábado en la noche. Más que por entusiasmo, lo hacía por intriga: había estado desconectada del mundo por más de veinte días.

Sin embargo, una llamada que recibió de una amiga cercana la dejó desconcertada: se enteró que Paul no sólo no había guardado luto por Elisa, sino que cada fin de semana salía de alguna discoteca de la mano de nuevas chicas.

Decidida a verificarlo por sí misma, ese sábado se arregló y salió hacia el Party Road, la zona de discotecas donde a su amigo lo habían visto. Sin llevar compañía, entró a uno de los locales para ver si lo hallaba. Así visitó cuatro lugares hasta que, a eso de las dos de la mañana, divisó a Paul saliendo de la mano con una bellísima morena.

En un primer momento pensó en encararlo en la misma calle, pero se serenó y decidió seguirlos por un par de cuadras hasta un pequeño hotel. Escondida detrás de un farol, miró su ingreso, dio media vuelta y se fue, mascando su bronca, en busca de un taxi.

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El rostro de Paul (capítulo cinco)

[Visto: 768 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nina se levantó con un tremendo dolor de cabeza. Volvió su mirada hacia la cama. En ella, Elisa y Paul estaban recostados. Le pasó primero la voz a su amigo, que no tardó en despertarse. “Elisa, Elisa”, le tocó el hombro a su amiga, pero no respondió. Intentó un par de veces más pero nada.

Se acercó hacia su nariz y no le oyó respirar. Nina se desesperó y empezó a agitar el cuerpo de su amiga. “¡Despierta, Elisa, desierta!”, le gritó una y otra vez en vano. Se derrumbó sobre su cuerpo y empezó a llorar desconsoladamente.

Paul, sin poder salir de su asombro, llamó por su celular al servicio de emergencia. “Ya vienen Elisa, resiste”, dijo él aún en shock. “¿Qué no entiendes? ¡Está muerta! ¡Muerta!”, le gritó Nina de nuevo y se abrazó a él para no desfallecer.

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El rostro de Paul (capítulo cuatro)

[Visto: 806 veces]

[Publicación nº 500]

(viene del capítulo anterior)

“Y bien guapo, ¿estás dispuesto?”, Elisa le dijo con voz sensual y una mirada retadora. Paul se lanzó a la cama y disfrutaron con ganas hasta que se cansaron. Un par de horas más tarde, Elisa se despertó. Cubierta con la sábana, sólo vio a Nina dormir profundamente.

“Paul, ¿dónde te has metido?”, preguntó antes de levantarse y caminar por el pasillo hacia el baño. Encontró la puerta juntada del baño y preguntó de nuevo. “No entres, por favor”, le respondió él con infinita tristeza. Ella no hizo caso y entró en el baño.

El joven mantenía la cabeza agachada y sus brazos apoyados sobre el lavadero. “Te dije que no entraras”, gritó Paul levantando la vista. Elisa sintió horror al mirar su rostro, y volteó hacia el pasillo intentando correr y refugiarse en el cuarto. Pero era tarde: Paul la alcanzó y le apretó con fuerza el cuello.

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El rostro de Paul (capítulo tres)

[Visto: 801 veces]

(viene del capítulo anterior)

Fue hasta el final del pasillo, abrió el grifo del lavadero y se echó un poco de agua a la cara. “¿En qué estaba pensando?”, se dijo mirando el espejo medio sucio. Le devolvió una mueca a su reflejo y salió, creyendo que la modorra lo vencería y se quedaría dormido sobre la cama.

Paul caminó de regreso por el pasillo y una llamativa luz verde que salía del 307 atrajo su atención. Quería ignorarla y seguir recto, pero la atrayente luz lo convenció y entró en la habitación.

Diez minutos después, Paul aún no regresaba y las chicas ya hacían bromas al respecto. “Seguro y se pasó por el wáter”, bromeó Elisa y las dos amigas rieron de buena gana. En ese momento, la puerta se abrió lentamente y él entró con una sonrisa en los labios.

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El rostro de Paul (capítulo dos)

[Visto: 767 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un hombre despeinado y vestido con ropa vieja los mira desde el mostrador. “Una habitación, señor”, dice Elisa riéndose porque casi se tropieza al llegar allí. Él los miró de reojo y volteó hacia los casilleros de las llaves.

“Tienen suerte, sólo queda la 303”, espetó el dueño al entregársela a Paul, “el baño está al final del pasillo y, por favor, no hagan mucho ruido”. Y con su índice les enseñó la escalera estrecha por la cual subir.

Con poco cuidado, los tres subieron caminaban al mismo tiempo, tropezando varias veces hasta llegar hasta el tercer piso. Ubicaron la puerta, abrieron y se derrumbaron un momento sobre la cama limpia y apenas con una sábana.

Las chicas no perdieron tiempo y empezaron a besarlo en la boca y en el cuello, pero cuando comenzaron a bajar por su pecho, Paul recuperó la conciencia. Se paró y salió del cuarto, no sin excusar un “me voy al baño”.

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