Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

Paciente en la habitación 21 (capítulo seis)

[Visto: 745 veces]

(viene del capítulo anterior)

En busca de una comprensión más profunda al misterio de Luis, en el departamento, Laura comienza a leer con mayor detalle las cifras y letras que, como códigos, aparecen en cada rincón de sus anotaciones. “Ya sé qué significan”, dice al tener una epifanía, cierra el diario y se dirige a la universidad donde ellos estudian.

“Quiero saber en qué sección puedo encontrar estos libros”, le dice al encargado apenas entra en la biblioteca. Luego de examinar los códigos, el bibliotecario acompaña a la joven hasta un sector en el ala derecha del edificio. “Culturas antiguas”, reza el letrero de la entrada.

“Recuerde que cerramos en tres horas”, le advirtió el encargado tras señalarle que busque en los estantes por orden alfabético, Laura se adentra en ese mundo de polvoroso conocimiento al sacar uno a uno los libros, los mismos que revisa en una mesa que se encuentra en el centro mismo del sector.

“Cuando el sol ilumine por completo día y noche, sabrán que el fin está cerca”, leía en uno de los párrafos más terribles que estaban escritos, líneas de acontecimientos futuros que le hicieron descubrir la ansiedad que debió sentir Luis antes de su intento de suicidio, líneas que la fascinan, que la atrapan.

“Señorita, ya vamos a cerrar”, se acercó el bibliotecario con gesto adusto. Laura sale del sector y mira hacia las ventanas: aún observa luz natural afuera. Sin entender lo que pasa, Laura pregunta qué hora es. El encargado le responde que ya son las nueve de la noche. Ella mira su reloj: en efecto esa es la hora y aún hay luz solar. En ese momento, su mente volvió a las lecturas: “¡Está sucediendo!”, se dijo a sí misma y salió corriendo del lugar.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo cinco)

[Visto: 716 veces]

(viene del capítulo anterior)

“No sé de qué me habla señorita, no conozco a ningún Luis”, dijo la adivina tratando de recuperar su compostura. Laura no se amilanó y, muy por el contrario, levanto la mochila de su enamorado y vació su contenido sobre la mesa. Luego, la joven colocó la tarjeta en las manos de la mujer.

“Luis intentó suicidarse hoy: necesito saber qué estaba buscando”, dijo Laura con ferviente convicción. Sibila, acorralada, no le dio más vueltas al asunto. “No sé por qué decidió hacer eso, él sólo quería ayuda con los mayas y su visión del fin de los tiempos”, explicó la vidente.

Sibila le refirió que, cuando Luis acudió a ella, él había comenzado a escribir un borrador del ensayo que pensaba presentar sobre el particular. La suya iba a ser sólo un pequeño comentario de unos cuantos párrafos, pero Luis volvió unas tres o cuatro veces más.

Ella pensó que había cambiado de parecer. “Lo notaba empeñoso en conocer más el místico pensamiento maya, pero ya hace un mes que no viene por aquí: seguro debió encontrar lo que buscaba”, terminó de contar Sibila y lamentó saber lo sucedido con Luis.

Este último comentario llamó la atención de Laura, que rápidamente se despidió de la vidente y enrumbó fuera del mercado. “Encontró lo que buscaba… encontró lo que buscaba…” se repitió en su cabeza de camino hacia el departamento.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo cuatro)

[Visto: 709 veces]

(viene del capítulo anterior)

Libros subrayados, mapas señalando direcciones, apuntes en un diario, y una piedra tallada representando el calendario maya. Todo ello halló Laura entre las cosas de la mochila. Le llamó mucho la atención, sin embargo, las frases desalentadoras del cuaderno.

“Todo esto es cierto. El fin del mundo conocido llegará este 21 de diciembre… y no tengo ganas de presenciarlo: es hora de dejarme ir”, leyó la joven de forma pausada y triste al descubrir el motivo del suicidio de Luis.

Estuvo llorando un rato y luego, ya más calmada, empezó a ojear las demás páginas del diario. Fue así como encontró una inquietante tarjeta de presentación. “Sibila Torres. Profetisa”, decía, y tenía impreso además la dirección y el teléfono de la supuesta vidente.

Laura guardó la tarjeta. Recogió las cosas y las puso de nuevo en la mochila, la misma que se colgó al hombro. Salió de la habitación y tomó un bus. Aunque sabía cómo llegar al sitio, este era lejano y el trayecto se le hizo eterno.

Al llegar a su destino, miró la fachada del mercado y entró. Adivinos, curanderas y demás se disputaban a los clientes en busca de contarles su fortuna. Sólo una mujer, tan callada y prudente, se mantenía en su tienda esperando que la fueran a visitar.

“¿Sibila Torres?”, preguntó la joven a la adivina. La mujer, sin dejar de mirar las cartas de sus arcanos, preguntó quién la venía a buscar. “Vengo de parte de Luis”, respondió Laura con decisión, y la mujer interrumpió su adivinación.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo tres)

[Visto: 782 veces]

(viene del capítulo anterior)

Se acercó hasta él para revisar si había movido su boca: Luis seguía dormido en la cama y soportado por todos esos aparatos médicos. Era imposible que hubiese pronunciado palabra. Pero la frase la oyó nítidamente. “Si puedes oírme, repite la frase”, le dijo Laura al oído.

Ella esperó su respuesta durante varios minutos pero no consiguió nada. Pensando que eso había sido producto de su imaginación, Laura le besó en la mejilla y salió de la habitación. Caminó por el pasillo y otra vez oyó la misma frase: “Busca mi mochila”.

Más extrañada, la joven volvió a la habitación. Luis seguía inmóvil sobre la cama. Salió al pasillo y conversó con los padres de su enamorado. “¿Saben si él llevaba su mochila cuando se lanzó?”, les preguntó, dejándolos muy sorprendidos.

Le respondieron que no llevó cosas a su acto suicida. Con el mismo desconcierto que les hizo la pregunta, Laura se retiró del hospital y se dirigió hacia el departamento de Luis. Abrió la puerta con la llave que él le dio hace unos días.

A diferencia de anteriores ocasiones, su depa estaba muy limpio y ordenado. Se dirigió directamente hacia el cuarto de Luis y buscó su mochila. No tardó mucho en encontrarla dentro del clóset. “¿Qué es esto?”, se cuestionó a si misma cuando abrió la mochila y revisó su contenido.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo dos)

[Visto: 780 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aquella misma tarde, Laura, su enamorada, lo esperaba en la biblioteca como habían acordado la noche anterior. Se le hizo muy extraño que no fuera y, todavía peor, que no respondiera a su celular.

Como se hacía tarde, tomó sus libros, los metió en su mochila y salió del sitio. Pronto su celular estaba sonando. “Luis, ¿por dónde andas?”, preguntó tratando de mitigar su preocupación. Sin embargo, esta aumentó cuando la madre de Luis le contó lo ocurrido.

De la impresión, Laura dejó caer su celular. La llamada se cortó mientras ella lloró con amargura. Estuvo unos minutos huida del mundo y tapándose la cara, con sus lágrimas cayendo al piso. Una vez que se tranquilizó, volvió a llamar a la señora.

Ella le indicó que la esperaban en el hospital. Laura no demoró en tomar un taxi y dirigirse hacia allá. Cuando llegó, vio a los padres de su enamorado esperando aturdidos y entristecidos frente a la puerta de la habitación 21.

Ni bien la vieron llegar, ellos se le acercaron y los tres se abrazaron de forma muy sentida. Estuvieron así entrelazados durante unos segundos, y luego Laura pidió ver a Luis. Ella se acercó hasta la cama y lo vio en estado de coma.

Ella se puso a llorar otra vez y se preguntó para sus adentros por qué Luis atentó contra su vida. “Busca mi mochila”, escuchó nítida la voz de su enamorado cuando volteó a otro lado de la habitación. Miró otra vez hacia él: seguía tan inmóvil como cuando entró allí.

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Paciente en la habitación 21

[Visto: 852 veces]

No es otro día cualquiera para Luis. Sentado contra la baranda del puente, fuma sin prisa uno a uno los cinco cigarrillos de su cajetilla. Parece aletargado mientras mira las volutas de humo elevarse y desaparecer por la brisa marina que sube desde la costa cercana.

Era obvio que ese no era un día de su rutina diaria, de ir a la biblioteca y tomar apuntes de los libros. Sentía haber encontrado una respuesta a una inquietante pregunta: sentía que era el momento de ponerla en práctica.

Al terminar el último cigarrillo, se levantó y apoyó sus manos sobre la baranda. Miró aquel atardecer que moría durante unos breves pero significativos segundos y, acto seguido, se subió sobre la baranda y extendió los brazos horizontalmente.

“Adiós, dos mil doce”, fue lo único que dijo al inclinarse hacia adelante y dejarse caer. Su cuerpo se estrelló con dureza al chocar contra el frío pavimento. Su sangre brotó, consumando la tragedia.

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Secretos de audio (capítulo final)

[Visto: 752 veces]

(viene del capítulo anterior)

Manchego se rio un poco al verla entrar: “Vaya mi amor, no te había visto antes en ese traje”. “Ni yo te había visto tan cómodo en esa silla”, le devolvió la ironía la detective Sofía Valdés, quedándose parada a unos pasos del acusado.

Él quiso decirle algo a sus oídos y ella accedió inclinándose. “Haz que me liberen y no tendrás que vivir más con este trabajo”, le susurró con audacia. Sofía le respondió pegadito a su oreja: “Valió la pena cumplir mi trabajo en una noche tan buena”, y se alejó del acusado.

Salió de la sala de interrogatorio mirando por última vez a Manchego, quien había bajado los ojos sintiéndose totalmente derrotado. Sofía dejó atrás la comisaría y se dirigió al malecón cercano. Apoyó sus manos sobre la baranda y miró hacia el mar.

“Parece que se acabó”, comentó ella al hombre con gafas y gorra que está a su derecha. Al quitarse las gafas, Pepe se revela y le pregunta algo sorprendido: “¿Parece?”. Sofía le explicó que Manchego siempre encontraría algún abogado que manipularía al sistema.

“Es cierto, pero estos secretos de audio son hechos, hechos que no se pueden negar”, le dijo Pepe totalmente convencido. Sofía iba a decirle algo más pero él intuyó lo que diría. “No me des las gracias, yo te agradezco tu invalorable ayuda”, dijo el periodista, quien le regaló un beso en la mejilla y se alejó caminando por el malecón. Sigue leyendo

Secretos de audio (capítulo trece)

[Visto: 736 veces]

(viene del capítulo anterior)

Manchego alardeó ante Sofía durante varios minutos, al contarle los pormenores del secuestro sufrido por Pepe. “Quedó tan asustado cuando lo dejaron en la playa, que al día siguiente zafó de su trabajó y salió del país”, dijo esbozando una sonrisa perversa.

“Ay Octavio, dejemos de hablar de cosas feas, ¿por qué no seguimos haciéndolo?”, preguntó ella mostrándose dispuesta, pero el rico empresario le respondió que no, que se sentía muy cansado. Ante su negativa, Sofía se vistió de nuevo, y se despidió con un beso.

Manchego volvió al presente: “¿Cómo pudo haber grabado todo aquello?”, se preguntó una y otra vez mientras daba vueltas a la mesa. Fue entonces que recordó que Sofía llevó consigo una pequeña cartera de mano, de la cual sacó el labial con el cual pintó sus labios para el último beso.

Se sentó en la silla y agachó la cabeza contra la mesa, al tiempo que la golpea con ambas manos. “Maldita sea… Debí haberlo sospechado”, se reprochó imaginando la grabadora que llevaba escondida. La puerta del cuarto de interrogatorio se abrió: Sofía se presentó ante él.

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Secretos de audio (capítulo doce)

[Visto: 866 veces]

(viene del capítulo anterior)

Alias Manchego siguió leyendo las transcripciones y su mente volvió a aquel día en el hotel: había comenzado la cena de gala en el gran comedor. Fiel a su costumbre, había ido solo a la recepción. En la mesa, sus amigos empresarios se vacilaban bebiendo copas de champagne y bailando con sus amigas de ocasión.

Hubo un momento casi de ensueño en que sus ojos se desviaron y su vista se fijó sobre una morena vestida en un traje de sobrio color blanco. “Mi querida Sofía, te presentó al señor Octavio Ávila”, fue la escueta pero calurosa presentación por parte de su amigo de la encantadora señorita.

Y sí que fue realmente encantadora porque, como hipnotizado, Ávila se dejó llevar por la morena en el baile y la conversa. Luego de dos horas de divertimento palaciego, él tomó la iniciativa y la llevó de su mano hacia la recepción del hotel. “¿A dónde me llevas?”, preguntó ella entre intrigada y sumisa mientras subían en el ascensor.

“A mi penthouse”, dijo el empresario al abrirse la puerta del ascensor y dar vista a una lujosa suite en el último piso del hotel. “Siéntete como en tu casa primor”, le dijo a su amiga ocasional, mientras él fue a la cocina a buscar un par de copas y la botella de champagne.

Volvió a la sala y sirvió el espumante en lo vasos, al tiempo que ella se quitaba sus tacones y se acostaba sobre el amplio sofá. Apenas si dijeron salud y bebieron un sorbo. “Dejemos el champagne para después”, dijo seductora la morena y se quitó el vestido.

Después de tener sexo repetidas veces, Ávila y Sofía cayeron rendidos sobre la cama de la suite, apenas tapados por la sábana oscura. “Vaya qué día… eliminé una molestia y conocí a una bella mujer”, se ufanó él mientras le sonreía.

“¿De qué molestia hablas?”, le preguntó ella toda ingenua. Y como tocado por un aura de suficiencia, alias Manchego le confesó que había mandado “muy, muy lejos” a un periodista inquisitivo que lo había estado fastidiando.

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Secretos de audio (capítulo once)

[Visto: 744 veces]

(viene del capítulo anterior)

Sentado sobre la silla del cuarto de interrogatorio, alias Manchego no logra contener su impotencia. Saca un cigarrillo para sentirse mejor, pero el temblor en sus manos es elocuente: demora varios segundos en poder prenderlo con su encendedor.

Se quita los lentes y los deja sobre la mesa. Se levanta y camina pausado por el espacio reducido hasta que un policía abre la puerta para dejar entrar a un hombre flaco y con gesto adusto. “Siéntese por favor”, le dice el detective mientras coloca un folder color opaco sobre la mesa.

El detenido le hace caso pero extrañamente le hace una sonrisa sarcástica. “¿Qué es lo gracioso?”, dice el detective sin amilanarse. “Sabe bien que vendrá mi abogado y no podrá acusarme de nada”, aseveró Manchego dando paso a una sonora carcajada.

Pero el detective no se sorprendió para nada. Por el contrario, se empezó a reír con él. “¿Qué es lo gracioso?”, devolvió la pregunta un Manchego ya desconcertado. “Míralo tú mismo”, dijo el detective y le dejó el folder al alcance de sus manos.

Quedándose en silencio, Manchego abrió el folder y encontró una serie de papeles. Cada vez que leía uno de ellos su rostro se desencajaba más y más. “Gracias por tu colaboración. Son las transcripciones del audio que te incrimina”, afirmó el detective mientras se levanta de la silla para salir.

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