La cueva del duende (capítulo ocho)

[Visto: 490 veces]

(viene del capítulo anterior)

Rosa y los otros dos escaladores se adentraron por el camino de la izquierda. Caminaron durante unos minutos, hasta que sus linternas les mostraron una macabra escena: dos de sus amigos yacían muertos.

En medio de un charco de sangre, los cuerpos de ambos hombres presentaban una serie de heridas y corte múltiples. Al examinarlos más de cerca, Rosa contuvo un grito al percatarse que sus corazones habían sido cruelmente arrancados.

Asustados, los escaladores le dijeron que era peligroso que estuvieran allí y era preferible buscar ayuda, pero Rosa se negó. Confiando en que Arturo seguía vivo, los conminó a seguir adelante. El túnel llegó a su final y encontraron una cueva mucho más amplia.

Los tres empezaron a llamar a Arturo. “Por allí”, señaló Rosa al divisar un fuego. Iluminados por las linternas, avanzaron corriendo hacia donde podría estar su amigo.

(continúa)

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Disputa en Los Robles (capítulo veintiuno)

[Visto: 505 veces]

(viene del capítulo anterior)

Rodolfo ingresó con Lucho y su otro guardaespaldas en el taller. Aunque era de día, se notaba un tanto oscuro. “Sería bueno que prendieras uno de los focos”, dijo el patrón a su sobrino. Lucho así lo hizo y encontró una escena escalofriante.

Un hombre estaba tendido en medio del taller, en medio de un charco de sangre y con un agujero de bala en la cabeza. El patrón le explicó que el fallecido le debía mucho dinero y que, a pesar de todas las oportunidades que le dio para pagarle, no lo hizo.

“Es una pena que así termine la gente que te falla, incluso si la quieres mucho”, sentenció Rodolfo mirándolo fijamente. Lucho ya no se sintió tan confiado y el patrón le preguntó a su sobrino si le fallaría. “No tío, no te fallaré”, respondió el joven y volvieron a la camioneta.

(continúa)

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Se queman los recuerdos

[Visto: 585 veces]

Estaba muy seguro

que no me quedaría

cuando el último de nosotros

enfrentara la indolencia.

Al abandonar el hogar

respiro el polvo del pasado,

vienen a mi los recuerdos

y asoma la tristeza.

Pero no me dejo convencer,

mis ojos refresco con el agua,

y los seco con cuidado

con la última toalla que quiero usar.

Luego prendo un fósforo

y quemo esa toalla,

la arrojo a la casa vieja

que en el fuego desaparece.

Se consumen las tristezas

y desvanecen los recuerdos,

ninguno me acompaña

en mi camino hacia el sur.

 

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Tiempo de venganza (capítulo nueve)

[Visto: 504 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Los Mendoza”, recordó Eduardo el apellido de los espías asesinados luego de unos segundos. Había olvidado que ellos criaron a un niño, Sergio. Esa noche que entró en la casa no lo encontró y pensó que otros miembros del servicio secreto lo habían reasignado.

Como no hubo forma de pensar que fuera testigo del hecho, no hubo investigación y se perdió su rastro. Ahora se encontraba, veinte años después, con la trampa de Sergio esperando su menor oportunidad de escape. Puso un pie fuera de la habitación, con un miedo tan grande como no sintió nunca.

Pero nada pasó. Confiado, avanzó por el corredor estrecho y oscuro. La pareció divisar una puerta con aspecto metálico y se acercó corriendo. En ese momento, su pie golpeó contra una baldosa hueca, se rompió y sus dos piernas quedaron pendiendo de un abismo.

(continúa)

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La cueva del duende (capítulo siete)

[Visto: 507 veces]

(viene del capítulo anterior)

Arturo dividió el grupo en dos: uno liderado por él, y el otro guiado por Rosa. “Si lo encuentran o tienen alguna dificultad, avisen por el comunicador”, dijo el escalador. Rosa le deseó que tuviera suerte en la búsqueda y avanzó por el camino de la derecha.

Rosa y los otros dos avanzaron por el sendero, que se hizo cada vez más estrecho. Las linternas los ayudaron a caminar, aunque no encontraron nada especial: sólo una pared sin salida luego de transcurrida cerca de media hora.

Rosa llamó por el comunicador: “Líder, fin del camino, vamos volviendo”. No recibió respuesta del otro lado. Repitió otros dos intentos pero no tuvo éxito. Los otros dos la convencieron de volver hasta la bifurcación y probar desde allí. Así lo hicieron y Rosa repitió su mensaje. Una voz rasposa y lejana decía: “vengan por mí, vengan por mí”.

(continúa)

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Disputa en Los Robles (capítulo veinte)

[Visto: 530 veces]

(viene del capítulo anterior)

En la tarde del día siguiente, González y Lucho pusieron a disposición del patrón las dos camionetas y las estacionaron a la entrada de la casa grande. Constanza apareció primero por la puerta. El capataz preguntó por el patrón. “Está revisando unos papeles en la oficina. Ya viene”, dijo la joven con normalidad.

Lucho lo llamó aparte al capataz: “pensé que le habías dicho sobre el plan”. González respondió que era mejor que ella no lo supiera por el momento. Luego de media hora esperando, Rodolfo apareció por la puerta junto con un par de guardaespaldas. Aunque Constanza quiso ir con el patrón, él le ordenó que fuera en la segunda camioneta. Lucho subió con ella, mientras González iba en el otro vehículo.

Llegaron a la ciudad y se dirigieron hasta un taller de mecánica. González bajó de la camioneta y se dirigió hasta Lucho. “El patrón quiere que lo acompañes”, dijo el capataz con cierto nerviosismo. González acompañó a Constanza y le dijo al chofer “vamos”. Lucho quedó sorprendido al ver cómo el vehículo se alejaba del lugar.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo ocho)

[Visto: 472 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Hace veinte años, existía una pareja feliz pero insegura. Ellos se llamaban Mabel y Jorge, o al menos eso lo creí mientras me criaban en medio de una casa cómoda y llamativa. Hasta que ellos fueron brutalmente asesinados una noche de sábado.

Jorge siempre me había dicho que, ante la sospecha de peligro, huyera de la casa. Esa noche lo sentí, y escapé aquella noche de desolación. A la mañana siguiente unas señoras me recogieron y me internaron en un orfanato hasta que fui mayor. Sin embargo, siempre me quedó la duda sobre lo que realmente había ocurrido.

Empecé a ganarme una vida y a establecer contactos. Entonces supe la verdad: ellos eran espías y habían sido asesinados por otros espías. Pensé iniciar mi represalia con los secuaces pero, al final, decidí buscar al líder del grupo: ese líder eras tú”, leyó Eduardo detenidamente y recordó vívidamente aquella escena.

(continúa)

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En la multitud

[Visto: 452 veces]

Desapareciste sin decir nada,

como si te confundieras

en la movediza multitud,

que avanza sin cesar.

Esa multitud inquietante,

donde cada rostro se oculta

detrás de caretas iguales

que te desvanecen.

Hoy me siento perdido

entre la gente de esa multitud,

atribulado y cansado

camino ya sin rumbo.

Renuncio a la búsqueda,

y oculto mi rostro,

porque estoy decepcionado,

porque ya no te alcanzo.

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La cueva del duende (capítulo seis)

[Visto: 508 veces]

(viene del capítulo anterior)

Rosa avisa al líder del grupo que Jorge ha desaparecido. Los escaladores se reúnen y empiezan a buscarlo. “Comencemos por la cueva donde se perdió la primera vez”, dijo ella sintiendo una corazonada.

Una vez que se encontraron en la entrada de esa caverna, Arturo, el líder del grupo, pregunta cuántos de ellos tienen linternas. Sólo siete de ellos tienen. “Los demás vuelvan al campamento por ayuda”, ordenó Arturo.

El escalador dejó a uno de ellos esperando en la entrada y se adentró con los otros cinco en la cueva. Rosa grita en medio de la oscuridad, pero sus gritos se distorsionan con el eco generado. “¡Rosa!”, escuchan un grito que viene de lejos. El grupo avanza hacia donde está la voz: encuentran que el camino se bifurca en dos entradas.

(continúa)

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Disputa en Los Robles (capítulo diecinueve)

[Visto: 482 veces]

(viene del capítulo anterior)

Cada vez que tenían práctica de tiro, Lucho y el capataz se quedaban conversando cerca de media hora mientras hacían un lento caminar hasta la casa grande. Unas semanas más tarde, Rodolfo le avisó a González que iría a la ciudad.

“¿Y llevarás a Lucho? Ya lo veo listo”, le preguntó el capataz tanteando su respuesta. “Bien, él nos acompañará”, respondió el patrón y le pidió que se retire a sus labores. Lucho y González no se vieron sino hasta aquella noche en las caballerizas.

“Mañana es el día”, dijo el capataz muy convencido. “¿Y si no resulta?”, preguntó el joven con ciertas dudas. “Resultará, sino no podré recuperar a mi hija”, respondió González con tristeza, mientras se acomodaba el sombrero y se iba de allí.

(continúa)

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