Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

La caída de Toño (capítulo once)

[Visto: 482 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un auto espera estacionado en  medio de la noche. Adentro, tres personas que vigilan todos los movimientos que se suscitan en medio de la oscuridad. Casi son las diez cuando aparece una persona por la acera. Se acerca despacio hasta que llega hasta la puerta del copiloto. Se trata de Torres, vestido de civil, quien viene con un archivo en sus manos.

Dos de los hombres bajan y Torres entra a conversar con el taita. “¿Qué es lo que tienes para mí?”, prguntó el taita con cara de pocos amigos. Torres le alcanza el archivo y proceden a revisarlo juntos. Hay fotografías de Toño y uno que otro documento policial. Pero al taita no le basta con esto. Quiere saber si ya lo ubicaron.

“Sigo investigando a sus conexiones, de hecho, hay algunos que lo vieron recientemente”, comentó Torres ya medio nervioso. “No puedo creer que esté haciendo tu trabajo”, respondió molesto el taita y le sugirió que buscara al sur de la ciudad, en un barrio conocido como La Huella.

“Bien… allá iré mañana”, respondió escuetamente Torres y bajó de auto, comenzando a caminar otra vez con mucho sigilo. Mientras se alejaba, él pensaba cómo había hecho el taita para averiguarlo tan rápido. La respuesta yacía dentro de la maletera del auto: el cuerpo de José, que aún espera su sitio de entierro.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo diez)

[Visto: 471 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, los policías procedieron a interrogar a los trabajadores de la construcción. Era más que obvio que ninguno tenía la más remota idea de lo sucedido porque se habían ido temprano del lugar la noche del crimen. El oficial Torres preguntó si había alguien más con quien no hubieran hablado.

“Sí, un tal Toño Aguilar, conocido de Trelles, no ha venido hoy”, le comentó el nuevo maestro de obra. Torres le pidió los datos de su ficha. Ya por la tarde Torres acudió hasta la casa de Toño. Abrió la puerta la esposa con mucho recelo. “Buenas tardes señora. Estoy buscando a Antonio Aguilar”, se presentó Torres yendo directo al asunto.

Ella dijo que hace dos días que no lo veía. Eso le pareció extraño a Torres y le preguntó si él se había comunicado. “No, ni lo he visto ni me ha llamado”, fue la cortante respuesta de la esposa. Torres se disculpó con ella y se retiró hasta entrar en su auto. Llamó al taita para informarle: “reunámonos, tengo algo sobre tu testigo”.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo nueve)

[Visto: 556 veces]

(viene del capítulo anterior)

Toño caminó por el polvoriento piso hasta entrar en una habitación desierta. No hay nada más que una cómoda con varios cajones. Abre uno a uno encontrando el polvo acumulándose sobre la madera. Excepto por uno. Uno que se resiste a abrirse hasta que, con un poco de ingenio, cede a deslizarse tranquilamente.

Sacó lo que parecía un libro ancho oculto entre la suciedad. Lo limpió con sus manos y dejó al descubierto la tapa de un álbum de fotos. Toño se sentó en el piso y comenzó a mirar poco a poco aquellos recuerdos que pensó haber olvidado. Momentos felices de una vida que había sido suya y que ya no volverá.

Mientras avanza en hojear, las páginas del álbum se llenan con las lágrimas que empiezan a caer de sus memoriosos ojos. Él quisiera parar pero se mantiene firme hasta llegar a la última foto. Es la que más atesora, la que seca esas gotas que se derraman por su rostro y la que retira para mantenerla siempre cerca.

También encuentra un trozo de papel doblado. Lo desdobla con cuidado. “Es lo que he estado buscando”, se dijo Toño para sí y se lo guardó en el bolsillo. Camina fuera de la habitación y decide salir de la casa, pero no lo hace por la puerta principal: su mano hace girar la manija oxidada de la puerta trasera.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo ocho)

[Visto: 508 veces]

(viene del capítulo anterior)

Tras un viaje de dos horas hacia el sur, Toño bajó en un paradero. Empezó a adentrarse por las calles de la zona. Nuevas construcciones se alzan gallardas en medio del arenal que poco a poco retrocede. Y es que, a pesar de los muchos años que no iba por allá, Toño reconocía muy bien los lugares que había recorrido.

“Llegué”, se dijo a si mismo luego de una corta caminata que lo dejo frente a un grupo de casas de aspecto gris y avejentado. Algunos ancianos que estaban sentados afuera de sus casas, lo vieron por allí y comenzaron a mirarlo de mala manera. “No aceptamos forasteros”, dijo el más avezado con cara de pocos amigos.

“Yo no soy forastero. Yo crecí aquí”, respondió Toño con mucha firmeza. Su tono de voz fue reconocido de inmediato por varios de los presentes, quienes lo dejaron pasar. Caminó hasta la puerta de una casa, puerta que no había sido abierta en mucho tiempo. Toño sacó de su bolsillo una llave a medio oxidar y la metió en la cerradura.

La llave giró sin problemas, la puerta se abrió y Toño entró en aquel espacio polvoriento que un día pensó en volver a pisar. “Hogar, viejo hogar”, se dijo y comenzó a examinar las habitaciones.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo siete)

[Visto: 472 veces]

(viene del capítulo anterior)

Desconociendo la investigación en la escena del crimen, Toño huye hasta el otro lado de la ciudad. Ha llegado hasta la casa de un viejo amigo. Toca la puerta y le abre una joven. Ella le pregunta quién es. Él le dice que es Toño y que está buscando a José. La muchacha entra en la casa y conversa con el hombre que está sentado en el sillón.

El hombre se sobresalta y sale corriendo hacia la puerta. “¡Hermano! Pasa, por favor”, dice el hombre al reconocerlo de inmediato. Ambos caminan hasta la mesa, donde la muchacha ha servido dos platos, uno para su padre, otro para el recién llegado. Toño está con un hambre feroz y no duda en acabar rápidamente la improvisada pero sustenciosa cena que le han servido.

José se sorprende del apetito de su amigo y le pregunta si desea repetición. “No gracias, estoy algo apurado”, se disculpa Toño con ganas de querer comer más. “¿Qué es lo que te tiene así?”, preguntó su amigo cada vez más intrigado desde su aparición. Toño dijo que no podía contarselo por ahora, pero que necesitaba que le preste una mochila y algunos billetes.

José no se sentía muy convencido de darle dinero, pero recordó un viejo favor que le había hecho su amigo y decidió darle lo que le pedía. “Cuidate hermano, saludos para tu señora”, le dijo cuando Toño ya se iba. Él le contestó que no iría su casa sino para el barrio de Huella. Entonces, José supo que algo grave había pasado y que Toño sabía dónde esconderse.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo seis)

[Visto: 502 veces]

(viene del capítulo anterior)

En la comisaría, la llamada fue inmediatamente procesada. Luego de una hora, la policía ingresó en la construcción y constató la presencia del cuepo de Trelles. Se procedió a acordonar la zona y los criminalistas iniciaron la labor de recolectar la labor de pruebas del asesinato. Cada bala, cada rastro de sangre, cada pisada, se vuelven valiosas con el paso de los minutos.

De pronto, uno de ellos camina dentro de la construcción. Sube al segundo piso y no observa nada extraño. Sube al tercer piso: la tierra y el polvo dan forma a la huella de una mano. Antes de comunicar su hallazgo, toma su celular y realiza una llamada. “Aló jefe… Sí, confirmado, hubo un testigo en el tercer piso… Sí, lo encontraré”, dijo entre leves susurros.

Uno de los polícias que lo vio desde el primer piso le preguntó si había encontrado algo. “Nada”, gritó el criminalista y bajó hasta la escena. Sus compañeros estaban un tanto intrigados por su actitud. “Creo que nuestro testigo anónimo hizo algo más que ver”, le comentó al policía y lo convenció por completo.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo cinco)

[Visto: 451 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Un hombre ha sido acribillado hace una hora… búsquenlo en la nueva construcción de la calle del Estero”, denunció Toño por el auricular. El policía que atendió su llamada le pidió identificarse, pero no recibió más respuesta. El teléfono público quedó colgando mientras el obrero corrió con rumbo desconocido.

Y es que consciente que podían venir a buscarlo, Toño decidió no volver a su casa esa noche. Su esposa se preocupa muchísimo al ver el reloj de pared en la cocina. Lo mira una y otra vez. La última  fue a las once de la noche. “¿Qué pudo haberle pasado a mi Toño?”, se pregunta ella cuando, minutos después, el teléfono de la casa suena. Ella pregunta quien es pero la voz lo dice todo.

Se emociona al darse cuenta que Toño por fin se ha comunicado y le cuestiona por qué aún no llega. “Hay un problema y debo esconderme un tiempo. Te prometo regresar pronto”, fue lo poco que le dijo su esposo, antes de pedirle que salude a los niños de su parte. Y cortó la llamada. Ya no pudo oir a su esposa quebrarse en llanto por no entender lo que está sucediendo.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo cuatro)

[Visto: 513 veces]

(viene del capítulo anterior)

Había imaginado que con tan sustancioso desayuno, tendría fuerzas suficientes para el resto del día. Pero el belicoso sol de ese tibio otoño me dejó más cansado que de costumbre. al mismo tiempo que me secaba el sudor podía notar el rostro de Trelles, el maestro de obra. Lo noto preocupado e incómodo, como si ya quisiera irse de este lugar.

Para cuando finalizó la labor a las cinco de la tarde, mientras los demás obreros salían, yo me dirigí al tercer piso. Más antes, había dejado en esa zona unos fierros y algo de arena que luego guardo en mi casa para hacer pequeñas reparaciones y otros trabajos de albañilería. Trelles había terminado de despedir al último en salir, cuando volvieron los chalecos del taita.

Yo aún no había terminado de cargar las cosas, cuando escuché la conversación. “¿Ya tienes el dinero?”, le preguntó uno de ellos. “No lo tengo ni lo necesitan. Así que déjense de amenazar porque no verán ni un sol”, fue la respuesta un tanto temerosa de Trelles. Agazapado sobre el piso, miré cómo los hombres reían ante la reacción del maestro. Luego, sin dudar, sacaron sus pistolas y dispararon de frente contra Trelles.

Los asesinos salieron corriendo del lugar y abordaron el auto que los esperaba. Yo lo miré todo desde arriba, y agradecía que no se hubieran dado cuenta de mi presencia. Pasar por el costado del cuerpo de Trelles fue doloroso, pero no tenía otra forma de salir de allí. Corriendo, alcancé al emolientero y le pregunté si había un teléfono cerca. Me indicó que había uno de ellos dos cuadras más abajo. Coloqué una moneda y llamé a la policía. 

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo tres)

[Visto: 479 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, como de costumbre me levanté muy temprano. Me despedí de mi esposa con un beso en sus labios. Llegué a la construcción como a las siete y media, pero extrañamente encontré la puerta cerrada. Toqué la puerta con los nudillos pero igual no abrieron. “Vuelve en un rato”, me gritaron desde adentro.

Caminé hasta la esquina, donde el emolientero vende sus riquísimos desayunos. Me pedí un vaso de emoliente y un pan con huevo frito, que no tardé saborear apenas me sirvieron. “No me dejan entrar. ¿Ha visto qué es lo que ha pasado?”, le pregunté al emolientero, quien observó desde muy temprano lo que iba ocurriendo.

“Han venido los ‘chalecos’ del taita para cobrar su cupo de la obra”, dijo el emolientero en un susurro temeroso. Comprendiendo la situación, le pedí otro vaso para poder alargar mi estadía en la esquina unos minutos más. De un momento a otro, la puerta se abrió y dos hombres altos y morenos salieron caminando hacia un auto estacionado.

Una vez que el auto se fue de la zona, me acerqué hasta el maestro de obra, que espera en la puerta con cara de asustado. Le pregunté qué había sucedido. “Toño, ¿qué haces de chismoso? ¡Anda a trabajar!”, fue lo único que me espetó con inusitada molestia y yo preferí ignorar su actitud mientras entro en la construcción.

(continúa)

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La caída de Toño (capítulo dos)

[Visto: 484 veces]

(viene del capítulo anterior)

Hace dos días sólo era una persona normal, lidiando con las visicitudes de una familia numerosa y un empleo rudo y poco remunerado. Y hace apenas una semana había comenzado a laborar en la nueva edificación que se levantará pronto en el barrio ficho. Es verdad que me cansaba cargando los sacos de cemento o las varillas de fierro.

También es cierto que el viaje de regreso hasta mi casa me maltrata mucho la espalda. Pero todo aquello se borraba, cuando entro en mi casa y mis tres hijos me reciben con sus abrazos y me llenan de besos. Son las siete de la noche, y sólo mi esposa demora en saludarme. Está en la cocina, terminando de hacer la cena.

Ella nos alcanza y me da un beso un tanto apurado. Nos llama a comer, y la niña y los niños terminan rápido su sopa y su segundo. Se despiden luego de nosotros y se van a sus habitaciones para dormir. Recojo los platos de la mesa y, mientras los lavo, ella se acerca por detrás.

Sus manos circundan mi cintura y se quedan suavemente pegados a mi cuerpo. “Amor, hoy no hiciste postre”, dije mirándola con dulzura. “Ya está listo, sólo que lo hice para ti”, respondió con fina coquetería y me robó un beso. Qué ironía que, por una motivación diferente, aquella noche tampoco pude dormir.

(continúa)

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