La caída de Toño (capítulo cuatro)

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(viene del capítulo anterior)

Había imaginado que con tan sustancioso desayuno, tendría fuerzas suficientes para el resto del día. Pero el belicoso sol de ese tibio otoño me dejó más cansado que de costumbre. al mismo tiempo que me secaba el sudor podía notar el rostro de Trelles, el maestro de obra. Lo noto preocupado e incómodo, como si ya quisiera irse de este lugar.

Para cuando finalizó la labor a las cinco de la tarde, mientras los demás obreros salían, yo me dirigí al tercer piso. Más antes, había dejado en esa zona unos fierros y algo de arena que luego guardo en mi casa para hacer pequeñas reparaciones y otros trabajos de albañilería. Trelles había terminado de despedir al último en salir, cuando volvieron los chalecos del taita.

Yo aún no había terminado de cargar las cosas, cuando escuché la conversación. “¿Ya tienes el dinero?”, le preguntó uno de ellos. “No lo tengo ni lo necesitan. Así que déjense de amenazar porque no verán ni un sol”, fue la respuesta un tanto temerosa de Trelles. Agazapado sobre el piso, miré cómo los hombres reían ante la reacción del maestro. Luego, sin dudar, sacaron sus pistolas y dispararon de frente contra Trelles.

Los asesinos salieron corriendo del lugar y abordaron el auto que los esperaba. Yo lo miré todo desde arriba, y agradecía que no se hubieran dado cuenta de mi presencia. Pasar por el costado del cuerpo de Trelles fue doloroso, pero no tenía otra forma de salir de allí. Corriendo, alcancé al emolientero y le pregunté si había un teléfono cerca. Me indicó que había uno de ellos dos cuadras más abajo. Coloqué una moneda y llamé a la policía. 

(continúa)

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