(viene del capítulo anterior)
“No creí que vendrías”, me dijo Erika mirándome fijo. Es cierto. No siempre escapo de aquel calabozo al que llamo habitación. Pero no siempre. Bueno sí, por falta de ganas. Le invito un vaso de whisky para que vaya animándose mientras habla sobre su monótona vida. Percibo su sonrisa. Aquellos labios ya no los veo tan coloridos como el inicio.
Le digo para ir a bailar. Ella acepta y me lleva de su mano hasta la pista de baile. Su energía hace que se emocione sobremanera. Yo sólo le sigo el ritmo hasta que se cansa. Estábamos volviendo a la mesa cuando uno de mis amigos me susurra algo al oído. Le digo a Erika que nos tenemos que ir. Ella asiente con la cabeza y me sigue presurosa.
Salimos por la puerta de emergencia. Mis dos amigos nos esperan en el auto negro. Dejamos el sur y ponemos ruta hacia la ciudad. Unos minutos depués, los invitados a la fiesta no me encuentran. Y cuando salen, hay malas noticias: los policías esperan afuera. Uno a uno los detienen. No saben qué decir. Alguien menciona mi nombre. Pero yo no estoy: me encuentro oculto en ruta por la noche.
(continuará)