La rebelión acabó con su reinado en pocos meses. Atrincherado en su palacio, el faraón vio cómo su última fortaleza cayó ante el poder de los invasores. Lo apresaron y se lo llevaron lejos, a algún lugar del gran desierto que se extiende sobre los que un día fueron sus dominios. Sus captores le dieron a beber un brebaje dulce, que no tardó en dejarlo dormido.
No tenía idea de cuánto tiempo estuvo anestesiado pero, cuando despertó, se dio cuenta que todo su cuerpo se encontraba vendado con telas de lino. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró desgarrarlos en retazos. A pesar de ello, no consiguió ver la luz: una oscuridad total se le imponía.
La espalda dolorida lo impulsó a mover los brazos hacia arriba: se dio con la ingrata sorpresa que una especie de tapa de madera se lo impedía. Golpeó y golpeó repetidas veces, hasta que la tapa de madera cedió. Sintió cómo sus manos sangrantes retiraban esa barrera en medio de la oscuridad, esa oscuridad que no lo abandonaba.
Cansado por el esfuerzo, se quedó sentado por unos minutos. Cuando quiso pararse, su cabeza chocó contra una superficie sólida. Levantó sus manos para revisar: no había duda, un sarcófago de roca impedía la salida. Su condena a muerte había sido cumplida fielmente por sus captores.
Golpeó insistentemente en la roca y gritó esperando que alguien lo escuchara. Todo fue inútil. Resignado y exhausto, se echó sobre la dura superficie también de roca. “Al menos demostré que he muerto peleando”, se dijo para sí el derrocado faraón. Cerró los ojos, con la fatua esperanza que un día lo fueran a encontrar.
Una a una, las vecinas de la cuadra llegan a la casa de Gertrude, la vieja señora que se muda esa noche de 31 de octubre de la calle que tan cálidamente la acogió hace unos años. Y ella no van solas: llevan a sus hijos porque la anciana les ha prometido preparar algunos dulces caseros.
En la sala, las mujeres toman el té y hablan con frescura sobre sus anécdotas mientras los niños y niñas juegan y corren en el patio contiguo. “¿Y por qué te vas?”, pregunta finalmente una de las vecinas. “Vuelvo para mi ciudad, mi hija necesita ayuda con los nietos”, fue su amable respuesta.
Al dar las siete de la noche, el reloj de pared anunció la hora con un tétrico sonido. “No se preocupen, a veces se escucha así por una pequeña traba”, justificó la anciana y se levantó en dirección a la cocina. Trajo un plato con mini galletas para sus amigas. Luego, volvió con una bandeja grande llena de postres para los pequeños, los mismos que los cogieron presurosos.
Dos horas más tarde, tocaron a su puerta. Era el taxista que había contratado para que la llevara a la estación de buses. El hombre saludó a las señoras y se dirigió a la habitación de la doña para recoger las maletas ya listas. No tuvo ningún problema en pasar pues los niños cansados se echaron a dormir sobre el tapete de la casa.
Las vecinas quisieron levantarse para despedirse de Gertrude, pero una pesadez las vencía. “Tranquilas amigas, mi casa es su casa”, afirmó la anciana y dijo adiós a cada una con un suave beso en la mejilla.
La doña salió de la casa junto con el taxista y procuró no poner llave a la puerta. Ya dentro de auto en marcha, Gertrude sacó una foto de un bolsillo de su abrigo. Podía ver las caras asustadas de dos niños escapando de una casa de dulces. “Ya vuelvo, Hansel y Gretel”, susurró la anciana y esbozó una malévola sonrisa.
[Tarde se dieron cuenta los esposos de la demora de sus mujeres. Ignorantes de lo ocurrido, entraron en la casa de la anciana. Descubrieron que ellas fueron dormidas con un somnífero en las galletas y sus hijos… habían sido envenenados.] Sigue leyendo →
Haciendo un paréntesis en la labor creativa de este blog, hago eco de una situación muy particular. El bullying, conocido también como “intimidación” o “humillación”, es un perverso pasatiempo que se está acrecentando en los colegios, bajo la excusa de divertirse a costa de alguien a quien consideran menos que los demás.
Para poner alto a esta insania, se están desarrollando una serie de actividades que ayuden a desterrar estos hechos de agresividad y violencia de los centros educativos. Una de estas acciones es un video, “Sueños truncados”, realizado para tomar conciencia sobre esta problemática. El video puede verse dando un click AQUÍ.Sigue leyendo →
Probable que esta columna hubiera aparecido ayer, pero una desconexión fortuita por algunas horas me impidió escribirlo. Quién sabe, quizá era para poder disfrutar más de la compañía de mi madre.
Recuerdo haberles comentado algo de mi abuela Tensy hace unos meses, con motivo de su partida. Pues bien, hace un par de días me visitó. Es cierto que no la pude ver, pero eso no significa que no sea real.
El sábado, luego de una pequeña reunión con unos amigos de la universidad (festejando el término de los exámenes parciales), llegué a mi casa como a las dos de la mañana. Como comprenderán, estaba cansado y me quedé dormido encima de la cama.
Me levanté luego como a las seis, sólo para cambiarme de ropa y volver a dormir hasta las diez. Cuando me despierto por fin, mi sobrina se me acerca y me dice: “tu abuela vino a verte”. De primera impresión, yo pensé que se refería a la mamá de mi mamá, que duerme en el cuarto contiguo.
“No, monse”, me replicó la niña, “era tu abuelita Tensy”. Debido a la resaca, no le quise creer de inmediato. Pero mi sobrina contó que la había visto sentada en mi cama con un vestido blanco, tan blanco como el largo cabello que caía en sus hombros.
La vio abrigando mis pies y acariciándome el cabello con sus manos. Estuvo un rato así hasta que se percató que la niña la miraba, momento en el cual salió del cuarto, volvió a mirar por última vez y se fue en dirección a la escalera.
No hubo necesidad que me dijera más: mi corazón sabe que es cierto. Mi abuelita Tensy fue una mujer que no tuvo la fortuna de concebir. Aún así quiso mucho a mi madre y a nosotros como sus nietos verdaderos. Porque su amor es tan grande que ha vencido a la barrera de este mundo mortal. Sigue leyendo →
Fue un martes atípico. En pleno clima que ya comienza a calentar, fue una tarde más bien ventosa. Llegué a mi casa y no lo sabía: tuvo que decírmelo mi hermana para saber que ya te habías ido. De mañanita y a tus noventa años. Todos parecían tranquilos, menos yo. Probablemente sintiéndome culpable, impotente de saber que no podía hacer más.
Sólo me queda recordarte, Tensyta, como la abuela cariñosa que hacía palmas ante el pajarillo de juguete colgado del dintel de la puerta, para que pudiera soltar aquellos sonidos melodiosos ante los cuales reías. Como la abuela laboriosa que hacía de las migas pedacitos, sólo para desparramarlos a las palomas sobre el pasto del parque. Como la abuela amorosa y buena, que siempre nos daba consejos para vivir bien.
Hoy, tu cuarto se quedó vacío. Hoy, tu casa ya no tiene su presencia. Sé que ya no te podré ver y ese hecho no importa: porque vives para siempre en mi corazón.
[A los estimados lectores:
El Blog de Héctor Sánchez entra en receso por el luto de quien escribe. Como hace unos meses, les pido otra vez su comprensión en este difícil momento.
Dadas las circunstancias, el final de temporada terminará con pocos posteos, que serán revelados durante el presente diciembre.
A todos los cibernautas del blog, gracias por sus visitas en este año.
Minuto 117. Andrés acaba de convertir el gol tan esperado, el que vale el título del mundo… y simplemente no puedes contener las lágrimas. “Campeón del mundo”, piensas, Iker, para ti… no campeón de juveniles, ni siquiera de la Euro… éste tiene un sabor especial… “Campeón del mundo”…
Atrás del arco, Sara salta de la emoción. Recordar que después de aquel gol de los suizos, ella fue tu único soporte cuando todos los demás la culpaban de la ingrata derrota. “Ya está, no importa”, seguro te dijo aquella noche, “igual te voy a ver a la final”… y ese sentimiento te animó hasta ese once de julio…
Pitazo final y a celebrar con euforia… Cánticos, saludos, medalla y, sí, ahí en tus manos, la copa del Mundo… “Por fin”, exclamas para tus adentros mientras no puedes desatar la alegría contenida en ese grito de gloria… bajas y avanzas por el pasillo que, resignados ante su tercer intento fallado, los holandeses preparan…
Luego de un rato en el campo, te diriges hasta los vestuarios, la última charla grupal con Vicente… y ahora sí, hacia la sala de conferencias… Avanzas por el corredor sin darte cuenta, y Xavi y los demás se retiran apurados dando término a la nota que ahora continúa contigo… Y quien más que Sara para hacerla…
Te emocionas otra vez, y ella hace la primera pregunta… “Agradezco a la gente que me apoyado siempre… a mis padres, a mi hermano”, y te quiebras… “A ti, mi amor”, intentas decir, pero aún ella no está en su rol de novia, sino de reportera… y eso te incomoda… y desespera… “Si antes que jugador soy humano, ¿por qué no puedo compartir mi alegría con ella?”…
Sara trata de pasar a otro tema pero, ¡joder!, ya lo tienes decidido… “Gracias a ti”, susurraste mientras la estrechabas entre tus brazos… y otra vez volviste a tu rol de jugador del equipo… “Me voy”. Los presentes aplaudieron. Sara, con todo su profesionalismo, sólo atinó a decir ante la sorpresa: “Madre mía…”
Sí, ayer fue un día muy frío. Como aquel día que me abrigaba dentro de la cama tratando de imaginar un sueño que de pronto mi primo Willy interrumpió. Eran las seis de la mañana, y un sonoro golpear del cucharón de madera contra una olla destruía las insensatas fantasías que no he vuelto a recordar. Y, sin embargo, sí recuerdo aquella sonrisa alegre y contagiosa que nos parecía socarrona por sacarnos del letargo.
Y como esa vez, hoy a las seis de la mañana nos volviste a despertar, no con golpes de olla, no con tu sonrisa serena, sino con aquella llamada sentida que nos anunció tu partida. Pensar que ayer te fui a visitar, teniendo otras cosas también urgentes que hacer, pero me dijeron que estabas muy enfermo, que tal vez no te volvería a ver. Y fui a tu encuentro, deseando que te alcanzara para poder despedirme. Y pude hacerlo.
Y hoy como aquel martes, volveré a tu lado, primo Willy. No hablarás, mas no será necesario: el mensaje ya fue enviado. Y las diferencias y discusiones, quedan olvidadas. No sé si pueda dormir hoy. Pero, si lo hago, será con la convicción que, desde el cielo, el sonido de un cucharón contra una olla me habrá de despertar…
[A los estimados lectores:
El Blog de Héctor Sánchez entra en receso por el luto de quien escribe. Les pido su mayor comprensión en este difícil momento. Y, como la vida continúa, vuelvo la semana próxima con la continuación de las historias.