Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

Tiempo de venganza (capítulo cinco)

[Visto: 470 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eduardo llegó al día siguiente a la oficina y llamó inmediatamente a su adjunto. Le comunicó que estaba despedido y pidió que no reclamara sino haría público el reporte del robo de información. Muy pronto, el despedido recogía las pocas cosas de su oficina dentro de su maletín.

Una vez que se retiró, ante la asombrosa reacción de los analistas, le indicó a Ricardo para que hablara con él. “He notado que puedo confiar en ti: quiero que seas mi jefe adjunto”, señaló sin medias tintas. Ricardo aceptó de buen grado y sellaron el acuerdo con un apretón de manos.

Una llamada entró en la oficina: “Aló… sí, confirmo mi viaje para la próxima semana… gracias”, fue la breve respuesta. Ricardo le preguntó si iba a presentarse en un seminario de la empresa. “Sí, me voy desde el martes y por cuatro días”, respondió Eduardo con una gran sonrisa.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo cuatro)

[Visto: 517 veces]

(viene del capítulo anterior)

El tercer indicio fue sutil pero muy osado. Dos meses después de la revisión de la computadora, Eduardo volvía a su casa una noche. Tuvo la percepción de que lo seguían hasta su casa. Cuando bajó de su auto, un vehículo negro se estacionaba en la otra acera.

Como no quisiera que el conductor se confiara, subió hasta su departamento y miró, detrás de la leve cortina que cubría su ventana, el vehículo estacionado por un par de horas. Hasta que, sin señal de que saliera el conductor, encendían otra vez el motor y se iban de allí.

La misma escena se repitió durante los dos días siguientes. Al tercer día, movido más por la curiosidad que por su profesionalismo, se acercó al vehículo negro y golpeó en la puerta del piloto. “Hey, ¿qué pasa?”, dijo Ricardo abriendo la puerta.

Eduardo le preguntó que hacía allí. “No sabía cómo informarle de esta situación”, señaló Ricardo y le entregó una carpeta. En ella, se explicaba una situación de robo de información confidencial por parte del jefe adjunto y algunos de los analistas.

“No te preocupes, yo me encargo… y por favor, no te demores más días”, le recriminó Ricardo. Ricardo le comentó que lo hacía porque sentía que sus amigos analistas habían sido presionados por el adjunto. “Eso no te corresponde evaluarlo. Vete ya”, ordenó Eduardo con recargado fastidio.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo tres)

[Visto: 519 veces]

(viene del capítulo anterior)

Algunas semanas después, Ricardo ya se había acoplado desde su pequeño módulo al ritmo de trabajo de la empresa. “Aprende muy rápido y es conciso con los reportes”, le comentó el jefe adjunto a Eduardo, quien se mostró satisfecho con el muchacho.

Pero algo le preocupaba. A diferencia de sus otros analistas, había días que Ricardo permanecía media hora o una hora más. Intrigado por este segundo indicio, uno de esos días que se quedó hasta tarde, lo llamó a su oficina para preguntarle el por qué.

“Me parece que podemos mejorar los procesos de la información que recibimos, eso nos permitirá agilizar el análisis”, fue la escueta respuesta de Ricardo. Eduardo sostuvo que ya no había ninguna mejora qué hacer. “Sí, la hay”, respondió el joven y le mostró un informe sobre la forma en que él concebía su labor.

Eduardo hojeó el reporte y reconoció el esmero de Ricardo. Lo dejó salir de la oficina y llamó a su jefe adjunto. Quiso saber si en la revisión de la computadora del analista había encontrado alguna información sospechosa. “No, y no parece haber evidencia de haber borrado nada extraño”, señaló el adjunto.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo dos)

[Visto: 542 veces]

(viene del capítulo anterior)

El primer indicio que tuvo sobre Ricardo sucedió el día que lo convocó para otorgarle el puesto de analista. Muy cansado por las obligaciones del día anterior, Eduardo se quedó dormido apenas entró en su cama.

Para cuando despertó, notó que eran las nueve de la mañana. “¡Despertador inútil!”, se enojó el oficinista con el reloj que reposaba en su mesa de noche. Luego de ducharse y vestirse, comprar un sándwich con su café al paso y recoger el periódico donde la secretaria.

“El señor Cornejo lo espera en su oficina”, le dijo ella, informándole que se encontraba allí más de una hora. Eduardo entró algo desesperado, sólo para ver al recién contratado leyendo unas páginas dentro de un folder. “Son mis referencias”, se apresuró Ricardo en contestar y le alcanzó el folder.

“Pensé que ya lo habían ubicado”, afirmó algo sorprendido Eduardo. Ricardo le comentó que la secretaria no tenía esa información y que por eso lo había derivado al despacho. “Está bien”, le mintió Eduardo mientras salía con él para mostrarle su nuevo módulo.

Una vez que lo presentó y lo dejó haciendo sus labores, Eduardo regresó a su oficina y se puso a observar en detalle sus archivadores y su escritorio. Aparentemente, nada hacía notar que le faltase algo.

(continúa)

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Tiempo de venganza

[Visto: 513 veces]

Ansioso y sudando a mares. Así se encuentra Eduardo luego de leer el papel que le dejaron en el piso de la habitación. “Ten cuidado con las losetas, una de ellas te engañará”, era el escueto mensaje que Ricardo, su secuestrador, le escribió.

A medida que iba descifrando cuál de las losetas contenía la trampa, Eduardo trataba de recordar los indicios que le señalaran los motivos de su pupilo. Su mente retrocedió hasta el día de la entrevista. Aquella tarde, que le había resultado tan agotadora, parecía no estar de buen humor.

Cada candidato entrevistado no había logrado colmar sus expectativas. Esperando ya el final del día, su secretaria le avisó de la llegada del señor Ricardo Cornejo. Le dijo que lo hiciera pasar. El elegante terno gris y la expresión seria pero confiada le hicieron ganar puntos instantáneamente al postulante.

(continúa)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo final)

[Visto: 654 veces]

(viene del capítulo anterior)

Camilo y el joven Sifuentes se miraban cara a cara a una distancia de treinta pasos. “Chico, aún te queda vida, esto no tiene por qué terminar así”, reflexionó el pistolero mientras su mano esperaba tocar su revólver. “Se lo debo a mi padre”, respondió el joven sin ningún temor.

Camilo quedó conmovido por la respuesta de Sifuentes. Dejó caer una lágrima mientras decidía en qué segundo actuar. El tren apareció en el horizonte y se escuchó su clásico pitido. Un viento inusitado sopló en el lugar y los dos hombres desenfundaron sus revólveres…

El joven Sifuentes cayó de rodillas a tierra y finalmente se desmayó boca abajo: otra vez la mano más rápida y el viejo revólver habían hecho un disparo perfecto por última vez.

La comitiva de jarumarquinos entró en la estación y algunos de ellos se llevaron el cadáver aún caliente. El tren paró y hombres y mujeres despidieron entre vítores y lágrimas a su héroe. Camilo caminó pausado hacia el estribo y, una vez allí, se despidió agitando el sombrero con su diestra.

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Comitiva en Jarumarca (capítulo diez)

[Visto: 594 veces]

(viene del capítulo anterior)

Una vez fuera de la casa, Camilo vio reunida a la gente del pueblo que vino a despedirlo. Saludo a algunos de ellos y, luego, avanzó con su primo hacia la estación del tren. La comitiva de jarumarquinos los seguía detrás mientras lo arengaban y pedían su pronto retorno.

Al llegar a la esquina de la estación, Eleuterio vio algo por el costado y se abalanzó sobre su primo. Un disparo sonó de lejos, y Eleuterio cayó malherido. Camilo desenfundó el viejo revólver: el hijo de Sifuentes también lo tenía en la mira. Sin embargo, no pudo disparar: el pueblo entero también lo tenía apuntado con sus armas.

El pistolero se cercioró que la herida de Eleuterio le había caído en el hombro y no era mortal. “Basta, esta es mi lucha”, gritó Camilo al ver que el pueblo había capturado a Sifuentes y estaban a punto de lincharlo. Le devolvieron su arma al joven y la comitiva se alejó de la estación, llevándose a Eleuterio y dejando a los dos hombres arreglar sus diferencias en un duelo.

(continúa)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo nueve)

[Visto: 646 veces]

(viene del capítulo anterior)

Camilo se agachó para guarecerse, pero ninguna de las balas iba en dirección hacia él. Más bien, observó conmovido cómo el pueblo se había rebelado ante los hermanos Sifuentes: dos de ellos yacían muertos en una esquina de la plaza mientras que el mayor, aún herido, era rodeado por toda la comitiva.

El pistolero se acercó al joven, quien trataba de incorporarse a pesar del sangrado en su pierna derecha. “Se terminó muchacho, entrega tu arma”, dijo Camilo extendiendo la zurda pero manteniendo la diestra cerca del revólver.

El joven entregó el revólver al pistolero, quien pidió a los presentes atenderlo para curarle la pierna. Camilo y Eleuterio se dirigieron hasta la casa Estrada. Fue hacia la habitación a arreglar su maleta. Eleuterio le pidió quedarse esa noche. “No hace falta primo”, respondió el pistolero y se dirigió hacia la salida.

(continuará)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo ocho)

[Visto: 711 veces]

(viene del capítulo anterior)

Camilo no sólo rezaba: mientras lo hacía, recordó el día que mató a José Sifuentes. Prácticamente capturado, el villano, ya herido en una pierna, se quiso refugiar en la casa de sus hijos. El pistolero logró disparar hacia su revólver, desarmándolo y haciéndole caer al suelo.

Camilo recogió su arma y apuntó hacia Sifuentes. “Por favor, déjame ir, por mis hijos”, imploró el villano, señalando a sus vástagos, quienes asomaban la mirada por la puerta y la ventana. El pistolero los miró a los chicos, y se llenó de compasión. Bajó su revólver y dio media vuelta en dirección a la plaza.

 José Sifuentes se levantó y desenfundó otro revólver que tenía escondido en el tobillo. Pero Camilo, siempre confiado en el rabillo del ojo, se percató del ardid, giró sobre su eje y descerrajó un balazo que quebró el cuello del villano. Luego miró hacia los vástagos. “Lo siento mucho niños”, se dijo en voz baja y se retiró del lugar.

Al rezar otra vez, recordó que no había tenido otra opción, pero que los hijos de Sifuentes nunca lo entenderían así. Se levantó del reclinatorio y avanzó hacia la puerta del templo, la misma que abrió de par en par. Fue recibido con el sonido de varios balazos…

(continuará)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo siete)

[Visto: 592 veces]

(viene del capítulo anterior)

Una vez echada la tierra sobre el féretro, antes de marcharse, los últimos presentes dieron el pésame a Camilo y su primo. Eran ya las tres de la tarde, y el sol, con sus potentes rayos, no parecía dar descanso al curtido pistolero.

Los dos hombres salieron del cementerio y se dirigieron hacia la casa del difunto. Al llegar a la plaza central, Camilo se detuvo y Eleuterio trató de convencerlo de ir a la casa. “Aún nos queda media hora para evitar este pleito, olvida este asunto primo”, intentó razonar Eleuterio, pero fue en vano.

Camilo miró hacia las dos entradas de la plaza: estaban custodiadas por los hijos de Sifuentes. “Ve tú, déjame terminar mi pelea”, respondió Camilo con desgano, y su primo, aún temeroso, le hizo caso. El pistolero caminó hacia el frente, en dirección a la pequeña iglesia de Jarumarca.

“¿A dónde crees que vas?”, le reclamó el primer hijo de Sifuentes viendo que Camilo empujaba la puerta de la iglesia. “Voy a orar por el alma de su padre… y por sus almas”, contestó con severidad el pistolero antes de cerrar la puerta.

(continuará)

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