Comitiva en Jarumarca (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

Camilo no sólo rezaba: mientras lo hacía, recordó el día que mató a José Sifuentes. Prácticamente capturado, el villano, ya herido en una pierna, se quiso refugiar en la casa de sus hijos. El pistolero logró disparar hacia su revólver, desarmándolo y haciéndole caer al suelo.

Camilo recogió su arma y apuntó hacia Sifuentes. “Por favor, déjame ir, por mis hijos”, imploró el villano, señalando a sus vástagos, quienes asomaban la mirada por la puerta y la ventana. El pistolero los miró a los chicos, y se llenó de compasión. Bajó su revólver y dio media vuelta en dirección a la plaza.

 José Sifuentes se levantó y desenfundó otro revólver que tenía escondido en el tobillo. Pero Camilo, siempre confiado en el rabillo del ojo, se percató del ardid, giró sobre su eje y descerrajó un balazo que quebró el cuello del villano. Luego miró hacia los vástagos. “Lo siento mucho niños”, se dijo en voz baja y se retiró del lugar.

Al rezar otra vez, recordó que no había tenido otra opción, pero que los hijos de Sifuentes nunca lo entenderían así. Se levantó del reclinatorio y avanzó hacia la puerta del templo, la misma que abrió de par en par. Fue recibido con el sonido de varios balazos…

(continuará)

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