Ataque terrorista en San José de Secce revela urgente necesidad de coordinación en fuerzas armadas y policiales

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Lo ocurrido el último fin de semana en el poblado de San José de Secce termina por confirmar lo observado en los últimos meses en el tema del combate a la subversión: la facción senderista del VRAE, liderada por los hermanos Quispe Palomino, debido al control que ejerce en las rutas y las actividades relacionadas con el tráfico de drogas en la zona, ha terminado su etapa de rearme. Esto los ha impulsado a una fuerte campaña de adoctrinamiento en aquella zona de mergencia.

En lo que a la actuación del Estado concierne, se revela la falta de coordinación entre las FFAA y la Policía Nacional para trabajar una estrategia conjunta, para Ayacucho y alrededores, orientada a combatir las dos cabezas del mismo problema, es decir el narcotráfico y los remanentes terroristas. A ello se aúna las cada vez más sospechosas fallas de comunicación de los aparatos de inteligencia entre los distintos estamentos de la seguridad nacional: es ilógico que los infomes de inteligencia salgan a la luz después de los atentados habiendo cambiado hasta cinco veces de ministro del Interior.

De no ser porque los efectivos de la DINOES habían sido relevados por nuevo personal hace casi un mes, se habría tenido que lamentar un número mayor de fallecidos que los 3 policías y las 2 civiles que perecieron dentro de la base contrasubversiva durante dicho enfrentamiento. Dando la contra a lo declarado por Ollanta Humala, Sendero sigue siendo una amenaza y es la poca presencia de los programas sociales y estrategias inclusivas la semilla que dificulta su derrota final. Sigue leyendo

Historia de Sérvulo (parte cinco)

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(viene de parte cuatro)

El rey vio llegar uno a uno a los pocos guardias heridos. No ver a sus hijos entre ellos le estremeció profundamente, y empezó a llorar. Pasada la medianoche, Rolando bajó de sus habitaciones y salió del castillo. Sólo quería mirar el negro fúnebre de aquella luna menguante. Absorto en sus pensamientos, no oyó llegar al reducido grupo de jinetes que se aproximó hasta donde estaba. “Soy Galías”, habló el jefe del grupo, cuya cabeza estaba cubierta con la capucha negra. “¿Qué has hecho con mis hijos?”, rugió el rey. Los rebeldes descargaron el cuerpo de Legardo y se lo entregaron a su padre, además de un envoltorio enrrollado.

Rolando se apresuró en abrir el envoltorio, encontrando el medallón dorado en forma de disco solar que le regaló a Sérvulo cuando apenas cumplió catorce. “Es la pueba de que tu otro hijo es mi prisionero”, dijo el rebelde y agregó: “Si quieres que siga viviendo, me entregarás tu reino. Sólo así te lo devolveré”. Rolando, doliente por la muerte de Legardo, gritó su desesperación, convirtiendo su deseo de venganza en incontenible. “Mañana, lo único que quiero es acabar contigo”, sentenció el rey. El rebelde quedó un minuto quieto y luego, con la voz entrecortada, señaló a sus hombres: “Marchemos”.

Antes de que pudiera avanzar, Rolando se le acercó y, tirando con todas sus fuezas, arrancó la capucha negra al rebelde. Silente en medio del terreno, Rolando observó aquel rostro y aquellas lágrimas que caían de su adversario, quien se alejaba ya raudamente. Porque, aunque hubiera creido todo lo que le dijo, nunca pudo imaginar que el mensajero que llamase Galías, no era tal. Abrazado al cuerpo de Legardo, volvió de nuevo a derramar algunas lágrimas. Llegado al castillo, ordenó al jefe de la guardia real: “Prepara a tus hombres. Mañana, hay un reino que salvar”.

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Esfuerzo y resultado

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No siempre lo que miro son brumas tapando mi horizonte. Alguna vez vi al sol tratando de sojuzgar a las fieras nubes del otoño. Es en esos momentos cuando noto que toda la seguridad que muestro a mis creencias se hace añicos. Sería torpe si digo que tal seguridad era ideológica puesto que a nadie hoy en día le interesa fundamentarse en una ideología. Yo tampoco. Sin embargo, me abrazo a la discreta certidumbre sobre lo que tienen que ser y cómo deben ser las cosas.

Porque, opiniones aparte, la contradicción de este mundo sobrepasa todo conocimiento recolectado y estructurado: creemos que podemos vivir de un modo siempre, pero la vida contiene nuestra pretensión y destroza todos aquellos hábitos que un día consideramos imperecederos. Muchas veces las personas se lastiman intentando restaurar épocas perdidas y, otras más, nos emociona saber que el infructuoso resurgir ha creado un nuevo tiempo.

¿Qué sucederá el día que ese esfuerzo se apague o su resultado carezca de sentido? Creo que nadie ha considerado en su total dimensión esa situación; y si esa falta se presenta, es gracias a que ese esfuerzo siempre se renueva y ese resultado siempre satisface. En definitiva, sólo un fin del mundo puede acabar con estos dos factores. Muchos están convencidos, de una u otra forma, que este asombroso e infortunado acontecimiento sucederá pronto. A pesar de ello, no parece que los esfuerzos o sus resultados conduzcan a evitarlo. Eso lo considero penoso y, aún más, amargo. (11-10-2008)

(Esta fue la última reflexión de mi amigo Luis, probablemente la más sombría que hay escrito jamás. Y quizá la más inspiradora, porque me ha impulsado a vivir, vivir en el incesante esfuerzo de escribir el texto que, al ser leído, satisfaga). (02.08.2009) Sigue leyendo

He vuelto

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Hoy he vuelto
a aquel banco de mármol,
a aquel lugar de magia
que alguna vez nos dio cobijo,
entre risas y abrazos,
besos y momentos
llenos de un dulce silencio.

Aún me queda el recuerdo
del pasto mojado
acariciando nuestros pies,
refrescados con la brisa
del dadivos océano
y el cálido resplandor
del romance verano.

Hoy he vuelto
solamente a constatar
que el encanto del idilio
se convirtió en indiferencia,
transformando en cenizas
esas solícitas memorias
que mañana olvidaré.
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Un 28 (casi) previsible: sin desfile, las sorpresas quedaron para el mensaje

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Tras la designación, hace algunos días, de Javier Velásquez Quesquén como Primer Ministro y la juramentación de Luis Alva Castro como nuevo presidente del Congreso -y más allá de que se tuvo que suspender la Parada Militar en la avenida Brasil y el besamanos en Palacio de Gobierno, debido al virus A H1N1-, quedó el escenario listo para un mensaje presidencial con pocas expectativas por parte de la población.

Y en parte lo fue. Parte de la exposición del Presidente de la República fue un resumen de cifras sobre los logros de su gestión en la economía y las obras. Sin embargo, fiel a su estilo, Alan García sacó algunos conejos de la galera. Uno de los más saltantes anuncios, y también uno de los más controvertidos, fue el de entregar dinero directamente a los comunidades para ejecutar pequeñas obras públicas. Si bien este nivel de enpoderamiento busca revertir la poca ejecución del gasto de los gobiernos regionales y locales, preocupa la forma cómo se van a evaluar y priorizar estas pequñas realizaciones.

Igualmente, propuso la segunda vuelta para los comicios regionales, buscando fortalecer la legitimidad de las autoridades electas, así como la renovación del 50% del parlamento a mitad del mandato presidencial. Lo primero era de esperarse dado el bajísimo nivel con que algunos presidentes regionales ganaron las eleciones (mínimos de hasta 22%). En cuanto a lo segundo, aunque el fondo del asunto es permitir una efectiva representación del sentir del pueblo, no queda muy clara la forma de renovación efectiva de los congresistas.

A pesar de que el mensaje aludió a una defensa del orden democrático, siguiendo con su crítica a los modelos extremistas, pecó en exceso de confianza al proyectar el crecimiento de la economía en 6% para los próximos dos años. De todas formas, resultó plausible saber que se priorizará el gas de Camisea para el consumo interno antes que para la exportación, como sugiere la revisión de contrato con Pluspetrol.

El mensaje terminó poniendo énfasis en que los peruanos cambien su visión hacia un optimismo que propicie el desarrollo y la justicia en ruta hasta el Bicentenario, en el 2021. En el nombre de Vallejo, a quien el presidente recordó en su discurso, “hay hermanos, muchísimo que hacer”. Sigue leyendo

Historia de Sérvulo (parte cuatro)

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(viene de la parte tres)

“Será mejor el ataque nocturno”, sentenció Legardo. Siguiendo el consejo del rey y tras poblar el bosque con una serie de informantes, el mayor está seguro que precisa de esta táctica para acabar con el enemigo. “Ordena a la guardia que aceite las puntas de flecha”, señaló a Sérvulo. El menor recordó aquella estrategia de batalla. “Como ante Galías”, murmuró para sí, trayendo de su memoria el día que su padre derrotó a aquel rebelde que amenazaba la tranquilidad del reino.

Al caer la noche, la guardia marchó en dirección al campamento rebelde. Legardo posesionó a los arqueros tras los árboles que rodeaban el claro. A la voz del príncipe, los arqueros encendieron las puntas de flecha y comenzaron a disparar a las carpas. Los rebeldes salieron a toda prisa de ellos, sólo para caer muertos ante la segunda ráfaga del ataque. La guardia, con Legardo y Sérvulo a la cabeza, entró en el campamento y empezaron el mortal inventario. “Sólo hay ocho o diez cuerpos aquí”, el jefe de a guardia informó a los hermanos. “Retírense”, gritó el mayor.

La lluvia de flechas cayó sobre la guardia real. Legardo y Sérvulo apenas lograron reaccionar mientras sus hombres caían mortalmente heridos en medio del incendiado campamento. El menor vio cómo se deslizaban sogas desde lo alto de los árboles circundantes y los enemigos de negro, vencida toda resistencia, traspasaron los cuerpos con sus espadas. Legardo, herido de un brazo, intentó una escaramuza pero, solo y desfalleciente, estaba a merced de sus atacantes: una y otra, y una tercera espada atravesaron su joven pecho.

Sérvulo miró a su hermano desplomarse, ya sin vida, sobre la tierra. Quiso gritar pero alguien lo cogió de la cabellera. El menor lo reconoció como aquel que mató a Lady Rowina. “¿Por qué?”, le inquirió Sérvulo. “Nunca dije que esto sería fácil”, contestó el atacante, quién rápidamente lo golpeó en el rostro, dejándolo inconsciente. El rebelde lo cargó en su caballo y, junto a sus seguidores, dejó aquel lugar.

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Teléfono malogrado

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Pedro aún no termina de leer el libro y apenas quedan cinco minutos antes del examen final. Igual que Alonso, trata de descrifrar las oraciones cortas que aparecen en las diapos. Marco aparece por allí, los saluda y dice sonriente “Veo que están afanosos”. “Sí pues, pensando que necesitas un ocho o nueve, cualquiera”, responde Alonso. Marco pone sobre la mesa sus hojas de resumen, le han salido como siete, pero ni Pedro ni Alonso salen del asombro: “qué letra pa chiquita”. Pedro coge las hojas y se las pasa al gordo Panes, quien sorprendido exclama: “¿qué es esto? ¿tu sábana?”.

Las carcajadas rompieron la tensión del momento, el gordo devolvió el resumen y Marco terminó el repaso. “Nos soplarás, ¿verdad?”, inquiere Pedro con ansiedad, a lo que Marco contesta que eso depende de dónde se siente. Alonso y Pedro decidieron esperar a Marco, que terminaba de empacar su mochila, y junto con el gordo Panes subieron al salón. Apenas entraron, descubrieron que sólo había sitio disponible adelante. Ante el desconcierto generado, Marco se sentó en la primera carpeta y los otros se vieron obligados a chapar sitio donde pudiesen.

Uno detrás del otro, Alonso, Pedro y Panes empezaron a resolver la prueba con cierto nerviosismo. Pregunta dos, alternativas a, b, c, d, e, y el cerebro en blanco era una realidad para Alonso y Pedro, quienes no dudaron en preguntar al gordo por la respuesta correcta. “La dé”, dijo Panes. “La cé”, retransmitió Pedro. Como a la hora, Marco cerró el cuadernillo, lo entregó y salió del aula. Alonso y Pedro demoraron algo más. Cuando terminaron, salieron presurosos y encararon a Marco por qué no estuvo cerca, y no les bastó la explicación de la horrible disposición de las sillas.

Luego de unos minutos de distensión, empezaron a comparar: “y la dos es dé”, “no broder, es cé”. Como no se ponían de acuerdo, decidieron esperar a que Panes saliera. “Bien”, se alegró Alonso, “al menos ya aseguré la uno, ¿y la dos?”. “Es la dé”, confirmó Panes. Pedro y Alonso, con bronca, se taparon la cara con las manos. Un puteo incesante siguió hasta que uno a uno se retiraban los demás, confirmando que su respuesta era errónea. “Teléfono malogrado”, ironizó Marco, “y en qué momento…” Sigue leyendo

La transición en el tiempo: Por qué otoño es mi estación favorita

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¿Qué esperas de una tarde frente al mar? Océano azul, playa desierta y una caminata que a la imaginación despierta. Sol de ocaso, botes en regreso y marea tranquila. Da la suerte que una escena así, en otoño no se presenta; a pesar de ello, resulta mi estación favorita. No es el viento, tampoco las lluvias, ni mucho menos los emolientes de a sol (y eso que calienta el cuerpo y más el ánimo). No son cosas que representen tanto como un momento de reflexión. Habrán de los que me dirán que tales momentos se presentan sin importar qué estación sea, y dicen bien.

Pero no es menos cierto que el retiro obligado al que nos confina, nos pone más cercano con lo que queremos y estimamos. Nada como ese viento fresco y pernicioso para dejar de lado los individualismos del verano y prepararnos para la crudeza del invierno. Por cuanto supone una transición, transita ante nos el devenir del tiempo, que se manifiesta en el cambio de clima. Tal transición repercute a la época primaveral pues discurre hacia un estado de carencias y no uno de abundancias. Entonces, es formidable convencerse que no hay lo uno sin lo otro, y que las manifestaciones del mundo recitan nuestro contradictorio devenir. (11-10-2008) Sigue leyendo

Semana LD: Por los días que vendrán

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Empieza el frío invierno con un aguacero fortísimo de media tarde. Y, por coincidencia, también comienza la semana de celebraciones de “mi otro yo”, Luis Deryta, quien aprovechará la ocasión para viajar al interior del país para descansar las siguientes dos semanas. En un tiempo donde la gripe A H1N1 está a la orden del día y los accidentes de carretera se muestran recurrentes, no suena a sabia decisión; sin embargo, él considera necesario estas cortas vacaciones para recargar energías en la administración del blog.

“Me alegra mucho la respuesta que han tenido los lectores en el último mes”, me comenta antes de partir desde el terminal de Ormeño. Y agregó: “Diles que no se preocupen, que me llevo mi cuaderno y un par de lapiceros, por si se me ocurre algo interesante en el camino”. Promesa hecha, entonces, que continuaremos disfrutando de su generosa pluma a través de los posteos en el blog. Luis sube al bus, no sin antes agradecer las más de 12,500 visitas realizadas por los lectores, y mandar un “hasta luego” ansioso por los días que vendrán. Sigue leyendo

Historia de Sérvulo (parte tres)

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(viene de la parte dos)

La mañana de sábado se presentaba con el cielo despejado y un sol radiante, propicio para el casamiento. Lady Rowina termina de acomodarse la vestimenta nupcial y, en su mente, un sólo pensamiento brilla con fuerza: consumar por fin su relación con el rey Rolando, a pesar de la incomodidad soterrada de Legardo y el oprobio manifiesto de Sérvulo. Con los caballos listos, el séquito enrumba hacia la catedral, el mayor acompañando a su padre; el menor al lado de Rowina.

Tras un buen rato de marcha, Rowina se sinceró con Sérvulo, “Créeme que me gustaría tener una mejor relación contigo ahora que uno lazos a tu padre”; a lo que él contestó cortante: “Aunque lo intentaras, no te lo perdonaría”. De pronto, Legardo se percató de arcos que sobresalían entre las ramas de los árboles y ordenó a los jinetes apresurar el paso. Los caballos del séquito atravesaron a toda marcha la lluvia de flechas que se hacía interminable. Rolando pudo cubrir a Rowina, mientras que Legardo y Sérvulo hacían hasta lo imposible por responder el ataque.

A la salida del bosque, aparecieron cuatro jinetes vestidos de negro y, blandiendo espadas, empezaron a causar bajas entre los jinetes del rey. Legardo y Sérvulo continuaron peleando con denuesto y entereza, hasta que el mayor cayó herido del caballo. A punto de ser traspasado por la lanza de su adversario, Sérvulo defendió a su hermano, decapitando al atacante con la furia de sus brazos sosteniendo la desenvainada espada. Uno a uno, los otros tres cayeron muertos por la acción del menor. Dibujose entonces la sonrisa en el rostro de su padre.

De pronto, silbó veloz una flecha. Atravesando la guardia del rey, fue a clavarse en el pecho de Rowina. Rolando observó por última vez aquellos incandescentes ojos que, poco a poco, perdían su luz. Abrazado a la faz de Rowina, el rey derramó infinitas lágrimas, las que copiosas cayeron a la ocre tierra. Legardo volvió la cabeza, y un jinete vestido de negro se perdía en la espesura del bosque. Sérvulo quiso ir tras él, pero su hermano lo contuvo: “Ya hubo muchas muertes hoy, y nuestro padre nos necesita vivos”. Sérvulo envainó la espada y guió al séquito de regreso al castillo, bajo el sol que empieza a ocultarse y las nubes negras que no tardan en aparecer.

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