Los tiempos de Joel (capítulo veintidós)

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(viene del capítulo anterior)

Aquella misma noche, Manuel salía del trabajo. Caminaba tranquilo por la vereda cuando se encontró con un viejo amigo.”Salvio”, mencionó su nombre mientras se fundían en un campechano abrazo. “Tiempo sin verte, viejo amigo”, respondió afable el otro.

Se fueron a un café a charlar un rato sobre sus vidas. “Pues mi esposa ha estado un poco delicada de salud, pero ya de a pocos se está recuperando”, contestó Manuel cuando Salvio le preguntó por Sofía. “¿Y que sabes de Joel Castro?”, cambió de tema.

– Un buen día desapareció… hace como 25 años.
– ¿Qué? ¿Pero cómo?
– No lo sé. Su madre nunca se lo pudo explicar.
– ¿Conociste a su madre? ¿Sabes si tiene noticias de su nieto?
– ¿Nieto? ¿Cuál nieto?
– Del hijo de Joel. ¿Nunca te habló de él?
– No. Y eso que veía bastante a la señora.

“Nunca recibió una comunicación de su hijo”, agregó Salvio a su convincente respuesta, “nunca supo que tenía un nieto”. Manuel se despidió de su amigo y volvió a caminar hacia el estacionamiento. Desconcertado, se quedó sentado varios minutos sin encender el motor, intentando entender en vano el misterio de Joel.

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La guerra de los oráculos (capítulo dos)

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(viene del capítulo anterior)

En un tiempo muy lejano, vivía un joven llamado Manuel. Su vida no era tan sencilla como la tuya, no. Había perdido a su familia y, junto con otros jóvenes como él, buscaba salir del infierno en que se encontraba.

El sol quemaba la piel con mucha fuerza, los campos eran áridos y las disputas entre los hombres eran frecuentes. Manuel decidió alejarse de eso y con esos jóvenes vagó por varias zonas del continente, siempre huyendo. Y es que nadie entendía su rebeldía, por lo que los perseguían y los mataban.

“¿Los mataban?”, preguntó el niño, “¿como a los animales del desierto?”. “Sí, se puede decir”, respondió el abuelo con tristeza, y prosiguió su relato: Cansado de esa situación, Manuel entendió que debían defenderse, que otra guerra debía comenzar.

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Los tiempos de Joel (capítulo veintiuno)

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(viene del capítulo anterior)

Joel le indicó a Sofía que su hija estaba afuera y abrió la puerta. Alexia lo abrazó por el cuello y le besó en los labios. “Pensé que podíamos tener un adelanto…”, dijo la joven, cuando volteó su mirada y se percató que su madre se encontraba allí.

Alexia se ruborizó, lo cual aprovechó Sofía para demandarle por qué había venido tan tarde al depa. La joven no sólo no contestó sino que le devolvió la pregunta a su madre. “Vine a reiterar la invitación que hizo tu padre”, respondió Sofía resuelta.

“¿Y cómo sabías que Joel vive aquí’?”, inquirió Alexia poniéndola en aprietos. “En el hospital, yo la invité a tener una charla privada”, la excusó Joel al notar en Sofía cierto nerviosismo. A pesar de ello la joven no quedó muy contenta con la respuesta.

“Tenemos que irnos. Gracias por la invitación”, fue lo único que señaló Sofía antes de salir por la puerta. Alexia se despidió con otro beso. Joel lo recibió de buen grado. De pronto, volteó su cara hacia Sofía: el despecho de la mujer quedó en evidencia.

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La guerra de los oráculos

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El anciano espera sosegado sobre la silla. Mira tranquilo hacia la entrada de su palacio. Piensa que hay mucha arena en la entrada. Un niño ingresa corriendo a su encuentro. El anciano sonríe intuyendo a qué viene.

“Abuelo, abuelo”, exclama el niño y se abalanza sobre el viejo, al que abraza con mucha ternura. El anciano, contento, lo saluda con un beso en la frente. Luego lo sienta en sus piernas y se queda un rato viéndolo.

“Cuéntame una historia”, rompe el chico el silencio que se había instalado en su lugar. “Pero si ya te las conté todas”, respondió el anciano sonriendo. “Tú siempre tienes una historia, abuelo”, le replicó el niño, ávido de una respuesta positiva. “Está bien, tú ganas”, dijo el abuelo. Cogió una manta y abrigó al niño antes de comenzar el relato.

(continuará)
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Preparándome pal lunes (capítulo ocho)

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(viene del capítulo anterior)

Eran las nueve de la mañana del domingo. Kike se sentía un desastre completo, no sólo en lo físico: también en lo anímico. Ni siquiera respondió a los reclamos insistentes de su madre. Sabía que se había fallado a sí mismo, y con creces.

No dudó en irse de frente a su cama y quedarse dormido. Cuando se despertó, varias horas después, no se esperaba la sorpresa que había. Sentada sobre la cama, Fabi lo miraba con una rara mezcla de ternura y compasión.

Kike se levantó y la abrazó a Fabi, quien recíprocamente le saludó de la misma forma. “Les fallé… a todos”, le dijo él lleno de tristeza. “Para eso estoy yo, para ayudarte”, respondió ella con sencillez, mientras tomaba su mano y lo lleva a lavarse la cara.

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La Celebración de los 1000 días

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Mil. Siempre suena a temor. Como cuando los hombres pensaron que el mundo acabaría luego que llegó el año 1000. Comparando aquel entonces, el blog también pasa una barrera: cumple sus 1000 primeros días en medio de una expectativa muy particular.

Mirando al pasado, queda claro que muchos de los cambios ocurridos, le permitieron a este espacio poder descubrir poco a poco su identidad y su rumbo con el fin de alcanzar su signo distintivo: los escritos literarios.

Mirando al futuro, es este mismo signo distintivo el que anima su devenir y será base fundamental de los cambios venideros que se den, siempre acordes al sentir de los seguidores del blog, a los cuales agradezco inmensamente su preferencia día a día.

¡FELICES 1000 DÍAS, QUERIDO BLOG!


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Y es que hay un ángel (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Jorge sintió la brisa pasar raudamente por su cara, pero no le importaba. Sabía bien que luego que entrar al mar chocaría contra las rocas de esa parte de la costa. Sería algo rápido, sin mucho dolor. Fue entonces que empezó a dudar.

Cercana ya la masa azul de agua, él hizo un último pensamiento: “quiero seguir viviendo”. Cerró los ojos para no ver su final. Súbitamente sintió cómo unos brazos lo sostenían, y el ruido de unas las le indicó que era alzado hacia arriba.

Unos segundos después, sus pies se pararon sobre tierra firme. Fue entonces que abrió los ojos y pudo contemplar a Áurea con sus alas extendidas. “Me salvaste”, dijo Jorge agradecido. “Yo creo que fue tu decisión”, respondió el ángel esbozando una sonrisa.

En el cielo, se abrieron unas nubes, dejando ver unos brillantes rayos de sol. Mirando su destino, Áurea se despidió con un beso en la mejilla y alzó vuelo al horizonte.
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Los tiempos de Joel (capítulo veinte)

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(viene del capítulo anterior)

Joel consideró que era mejor que se vieran en su depa, para tener mayor privacidad y ningún sobresalto. Sofía aceptó y la mañana siguiente estaba en la puerta del lugar. Se sorprendió que el color de las paredes fuera el mismo que recordaba.

“Adelante”, la invitó a pasar Joel luego que abrió la puerta. Para Sofía, era como si el tiempo se hubiese detenido: cada cosa que veía o tocaba, le evocaba aquella época de su “amistad con derechos”.

Pero antes que sintiera de nuevo esos sentimientos, ella se puso firme y le repitió que era necesario que se vaya. Y él le reiteró que no lo iba a hacer, que se iba a quedar. “¿Por qué haces esto?”, preguntó Sofía empezando ya a desesperarse. “Porque volví por ti”, señaló Joel tajante.

A ella no le gustó la respuesta y trató de darle una cachetada. Sin embargo, él fue más rápido y sujetó su muñeca; ella intentó con la otra mano y él también la sujetó con el otro brazo. Comenzaron a forcejear hasta que él la llevó contra una de las paredes.

No se contuvo y comenzó a besarla. Sofía se resistió un poco al comienzo pero, llevada por esa vieja pasión que dormida aún vivía en ella, comenzó a acariciarlo. En ese momento sonó el timbre. Joel se acercó a ver por la mira: era Alexia quien esperaba del otro lado.

(continúa)
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Y es que hay un ángel (capítulo nueve)

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(viene del capítulo anterior)

Y ahí está el viejo Jorge, solo pero decidido, parado en el malecón mientras observa la inmensidad del mar. Tras unos breves minutos, sube sobre la baranda y extiende los brazos. Fija sus ojos al cielo para verlo por última vez y los cierra.

Está a punto de dejarse caer, cuando escucha una voz que lo nombra. Es Áurea, vestida de blanco, quien aparece de la nada y lo llama con voz suave. “Te lo pido por favor, no lo hagas”, le ruega la joven mientras intenta acercarse.

“¡Quédate ahí!”, grita él enceguecido, “¡me engañaste, me quitaste las esperanzas!”. “No las tenías, yo te las devolví”, le respondió ella con suavidad, “sólo quería que sigas viviendo”. “No te toca a ti desearlo, ¡yo decido!”, dijo determinado Jorge y saltó al vacío.

(continúa)
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Los tiempos de Joel (capítulo diecinueve)

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(viene del capítulo anterior)

Sofía pasó dos semanas en el hospital antes que el médico se decidiera a darle el alta. Su retorno al hogar resultó de mucha alegría para sus hijos, quienes esperaban que tras esta crisis la situación familiar mejorara.

Sin embargo, Manuel no parecía estar tan seguro de ello. Prueba de ello fueron un par de discusiones ocurridas en los siguientes días. La segunda tuvo justamente que ver con la invitación que le hizo Manuel a Joel.

Sofía se rehusaba a ver nuevamente al joven pero su esposo impuso su criterio y decidió que la cena se llevaría a cabo la próxima semana: “te guste o no”, señaló él de forma muy explícita. Esa misma noche, ella llamó a Joel para resolver esta situación: “tenemos que hablar en persona”, fue su escueto mensaje.

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