Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

El fuego celeste (capítulo cuatro)

[Visto: 1095 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Vengan por acá”, señaló Jerónimo a un grupo de alumnos, al mismo tiempo que Miguel pedía que lo siguieran. Sentía que no podía confiar en el guardia, pero sólo lo obedecieron Carla y otras cuatro personas: el resto no le hizo caso por el temor enclaustrado en ellos y su endeble liderazgo. Los seis corrieron entre la densa neblina mientras trataban de encontrar la cabaña en la dirección que se dirigió el profesor.

“¡Estamos caminando en círculos!”, exclamó el joven. Carla lo abrazó. La desesperanza de Miguel era grande, y si no hacía nada por contenerlo, se volvería loco. Miguel pareció calmarse, pero la tranquilidad del momento duró poco: escucharon otra vez ese sonido chillante y decidieron volver a correr. De pronto, él cayó, tropezándose con algo.

Pensó que era un montículo de tierra, pero Carla le avisó de una mancha en su pantalón. “Es sangre”, dijo. La desagradable sorpresa los obligó a voltear las caras: era el cuerpo destrozado de su profesor. “No es tiempo para lamentos, ¡huyamos!”, habló uno de los muchachos mientras levantaba a Miguel y Carla, que empezaba a llorar por el shock.

No habían transcurrido ni cinco minutos cuando, aprovechándose de la neblina, algo empezó a golpear a los muchachos, desapareciéndolos entre la espesura blanca. Miguel y Carla, que lograron esquivar el ataque, decidieron tomar un descanso detrás de unos arbustos. Entonces, ella sintió un calor creciente en su pecho. Sacó su dije y vio que estaba iluminado…

(continúa) Sigue leyendo

El fuego celeste (capítulo tres)

[Visto: 866 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Bu, esa historia no dio miedo”, dijo Miguel haciendo reír a todos los presentes. Uno de los muchachos preguntó quién tenía otra historia para pasar el rato. Así que Carla se animó y, sujetando el dije de su cadena, empezó a contar:

“Hubo hace mucho tiempo un muerto viviente llamado Nimes Ieru. Este había sido antes un mago trastornado, que había sido castigado por los dioses porque convirtió la noche en día y revivió a numerosos muertos, sólo para demostrarle a los inmortales el inmenso poder que poseía. Como consecuencia de ello, se le condenó a pasar una eternidad enmendando su error. Y se dice, que las noches muy negras y frías, en donde la luz parece desaparecer, es porque Nimes Ieru anda detrás de nuevas almas que completen su cuota sangrienta…”

Entonces, alguien tocó la puerta y los gritos nerviosos saltaron en el grupo. Era el viejo guardia, que regresaba con las cobijas y un par de linternas. “Vaya hombre, ya era tiempo”, habló Miguel reponiéndose del susto, “¿y el profesor?”. “Me envió donde ustedes mientras él seguía buscando lo demás”, dijo el hombre canoso. Aceptando la respuesta, Miguel le pidió a su enamorada que continuara con la historia pero ella mintió: “y bueno, esa es la historia”.

Como no veía en los ojos de Jerónimo señal que la situación fuera a cambiar, Miguel le pidió al grupo que intentaran descansar un poco. Aprovechó ese momento para acercarse a Carla y preguntarle por qué no terminó la historia. “Tú sabes que no soy buena narrando relatos”, dijo ella, “además la historia se haría increíble si mencionara que el dije era la fuente de su poder”. Se sintió aliviada que justo hubiera llegado el guardia, haciendo un giro terrorífico a su aburrida narración.

De pronto, escucharon otra vez aquellos horribles gritos y la confusión se expandió entre los estudiantes. “Este ya no es un lugar seguro”, casi gritó Jerónimo, “hay que huir”. Horrorizados por la afirmación del guardia, los alumnos salen en tropel del edificio…

(continúa) Sigue leyendo

El fuego celeste (capítulo dos)

[Visto: 803 veces]

(viene del capítulo anterior)

El profesor salió y constató que aquel cuerpo sangrante y destrozado era el de su pupilo. Al instante volteó hacia Jerónimo. “¿Qué le hiciste?”, gritó mientras golpeaba con sendos puñetazos al guardia, al que había arrinconado contra una pared. Como no se contenía, Miguel y otro alumno tuvieron que alejarlo.

“¿Qué le hiciste?”, preguntó de nuevo. El guardia se defendió señalando la pierna del muchacho. El profesor levantó la basta del pantalón y verificó que había una grave herida debajo de una gasa. “Para qué lo iba a matar si lo estaba curando”, concluyó el hombre canoso. El maestro quiso responderle pero inquietudes cercanas lo interrumpieron.

“Las linternas no iluminan mucho”, dijo uno de los muchachos. Jerónimo chequeó las luces y reconoció que las pilas estaban por vencerse. A pesar de su reticencia inicial, el profesor tomó la decisión de ir con el cuidador de nuevo al otro lado para buscar más cargas y linternas. “Te quedas a cargo”, dijo mirando a Miguel, “y nadie sale hasta que yo vuelva”.

Los dos hombres caminaron hasta una cabaña. Durante el trayecto, la neblina se hizo más fría, así que apenas llegaron al sitio el profesor empezó a buscar cobijas. “¿No tienen mantas?”, preguntó el profesor. Jerónimo contestó que las guardaban en otro lado. “Ve por ellas y llévalas allá”, le ordenó. El hombre canoso salió de la cabaña mientras el otro probaba las linternas y las cargas.

Había terminado de arreglar las luces cuando sonaron pasos fuera. “¿Jerónimo?”, llamó pensando que el cuidador no encontró las mantas. Sin embargo, no obtuvo respuesta. Envalentonado, salió molesto de la cabaña. Luego, abrió grandemente sus ojos, sólo para que vieran por última vez el ataque que recibió…

(continúa) Sigue leyendo

El fuego celeste (capítulo uno)

[Visto: 897 veces]

“Y ahora pasaremos a hacer…”, la voz del profesor se interrumpió con el sorpresivo apagón que dejó en penumbras el salón. Un par de encargados fueron avisados y salieron corriendo a revisar qué había ocurrido. Al poco rato, uno de ellos regreso y comunicó la mala noticia: el generador había sido afectado y la clase no continuaría. “Que fastidio”, se dijo para sí Miguel, mientras le indicaba la salida a Carla, su enamorada.

Tomaron junto con el todo el grupo la senda principal para salir del amplio recinto. Sin embargo, cuando llegaron junto a la gran puerta, los guardianes no los dejaron salir. “Hay muchos disturbios afuera”, dijo uno de ellos, haciendo eco de los sonidos de ululantes sirenas y gente corriendo por todos lados, unos asaltando y otros huyendo.

El profesor los guió hasta una edificación cercana, de pocos pisos y algo añeja. Los recibió uno de los guardias, un hombre alto y algo canoso, que se identificó como Jerónimo. “José, ve con el guardia en busca de las linternas”, mandó el profesor, ya que las luces estaban en otro lado. Jerónimo se fue con el muchacho en medio de una fría y densa neblina que empezaba a formarse.

“Ya pasó media hora”, dijo Carla, “y todavía no regresan”. Miguel la reconfortó: “seguro siguen buscando”. Apenas terminó la frase cuando la puerta se abrió. Era Jerónimo, que regresaba sin el muchacho. “¿Qué sucedió con José?”, protestó el maestro. El hombre canoso contó que había sufrido una lesión durante el trayecto y que se quedó en el otro lado.

“Aquí les traigo dos linternas”, dijo Jerónimo mientras se oyeron dos gritos horripilantes. Inmediatamente después, un bulto cayó cerca de la puerta. Atemorizado, el profesor se acercó hacia la ventana, y sus ojos se asustaron con la indescriptible escena que observó…

(continúa) Sigue leyendo

Los dos lados del espejo (capítulo final)

[Visto: 997 veces]

(viene del capítulo anterior)

Bruno despertó del letargo y miró a su alrededor. “¿He vuelto?”, se dijo incorporándose, momento en el que unos brazos le rodearon el cuello. Era Noelia, que había quedado impactada por el extraño fenómeno. Él sonrió. “Estoy en casa”, pensó para sí y luego la besó.

Bruno se incorporó. Aún se encontraba algo mareado cuando Leslie se acercó a él. “¿Te sientes bien?”, le preguntó mientras acariciaba su rostro. “Sí… estoy en casa”, le contestó dibujando una sonrisa. Luego la abrazó fuerte durante unos eternos segundos.

“¿Nos vemos mañana?”, preguntó Noelia. Bruno asintió con la cabeza al tiempo que ella se alejaba. Del otro lado Leslie, ya más tranquila, le dijo que tenía cosas por hacer. “Ve, nos vemos mañana”, dijo Bruno. Ambos muchachos vieron para el piso, posando sus miradas en los martillos que iban a utilizar.

El espejo parecía otra vez tan sólo un mueble. Bruno se acercó y lo observó con cierta tristeza. “Aunque en distintos espacios… tenemos la misma conciencia… Ya no te necesito”. Dicho esto, los martillos quebraron la superficie del espejo, cuyos pedazos quedaron esparcidos por el suelo mientras su poder mágico, en una gris incandescencia, de súbito se desvaneció.
Sigue leyendo

Los dos lados del espejo (penúltimo capítulo)

[Visto: 964 veces]

(viene del capítulo 5A)
(viene del capítulo 5G)

Quiso decirle a Leslie la verdad pero el portal lo atraía hacia la superficie del espejo. Ella intentó tomarlo del brazo, pero fue inútil: Bruno G tocó el borde del mueble. Al instante sintió que iba en una carrera acelerada dentro del portal, en una senda cónica llena de colores increíbles. No podía mirara sino hacia adelante y se fijó que frente a él aparecía otro bólido en veloz carrera.

Apenas lo tuvo suficientemente cerca para divisar que era Bruno A, el del otro lado del espejo. Lanzó un grito desesperado ante el vértigo de chocar con el otro. En un solo segundo, se miraron y se formó un estallido gigantesco. Las dos esencias se fundieron un momento, atravesándose, mezclándose y volviéndose a separar. Al segundo siguiente, el estallido se disipó y las dos veloces esencias siguieron sus caminos.

Bruno A y Bruno G abrieron de nuevo los ojos en pleno viaje mientras se alejaban en direcciones opuestas. Cada uno de ellos vio la luz del final de la senda, que se volvía de color blanca al acercarse cada vez más. Finalmente extendieron las manos y sintieron la superficie del espejo abrirse con su veloz recorrido. Salieron del mueble, cayendo exhaustos y sin sentido. “Bruno, Bruno”, escucharon decir mientras recuperaban la conciencia…

(continúa)
Sigue leyendo

Los dos lados del espejo (capítulo 5A)

[Visto: 886 veces]

(viene del capítulo anterior)

Bruno A pasó ansioso dentro del dormitorio los últimos días antes de la llegada de la noche de la siguiente luna llena. Su emoción era valedera: por fin volvería a encontrarse con Leslie y terminar la cita que quedó “pospuesta” por el extraño incidente. Pero, mientras más y más se acercaban las horas, más difícil le era articular las palabras que le diría. Peor aún, no estaba seguro si su explicación sería convincente.

Además de ello, su corazón estaba confundido: ya no sabía si volver con Leslie o aferrarse a aquel sentimiento indescriptible que nacía cada vez que veía a Noelia. “¿Qué haré?”, se preguntó en silencio, mientras aparecía ella por su puerta. Noelia no dijo palabra alguna, pero era obvia su tristeza en aquellos ojos llorosos y la mirada algo gacha. “Ven conmigo”, dijo Bruno tomándola de la mano y llevándola al bosque.

“No soy de aquí”, empezó el joven la completa narración del hechizo que lo dejó al otro lado del espejo. Ella lo escuchó atenta y, cuando terminó de contar, algo decepcionada asintió con la cabeza en señal que había comprendido. Los dos se abrazaron en medio de la noche que oscurecía. El arrebato y el ímpetu fue tal que los besos y las caricias aumentaron en intensidad al tiempo que se echaban al pasto.

Luego de un rato, los dos jadeantes cuerpos se abrazaron y Noelia, mirando a Bruno, exclamó: “Si hubiera alguna forma de evitarlo”. Al instante el joven se iluminó y, a medio vestir, corrió a toda velocidad hacia la casa. Ya en el cuarto, buscó en la pequeña cómoda y halló un martillo en uno de los cajones.

Empezó a golpear con dureza el espejo pero la luz de la luna, que ya aparecía por la ventana, hechizó otra vez al mueble y su superficie lisa no podía destruirse. En la puerta, Noelia llegaba muy cansada y trató de tomar de un brazo a Bruno, que empezaba a ser inexplicablemente atraído hacia el portal. Finalmente, ella no pudo más y la mano del joven tocó la superficie…

(continúa)
Sigue leyendo

Los dos lados del espejo (capítulo 5G)

[Visto: 804 veces]

(viene del capítulo anterior)

Bruno G disimuló una tensa tranquilidad en el trayecto de regreso a casa. Pero una vez que cerró la puerta del cuarto, se derrumbó por completo. Tirado sobre la cama, recordó todo lo vivido en ese lado del espejo, y también todo lo sufrido del otro lado. “No puede ser”, gritó desesperado mientras intentaba confiar en que el email no era otra cosa que una broma. Pero no, volvía a mirar la pantalla de su computadora y volvía a leer aquella frase amenazadora.

Decidió no salir de ahí, y se la pasó cavilando horas de horas, sintiéndose cada vez más enfermo y abatido. Ya no dormía y comía poco. Incluso a Leslie apartó de su lado a pesar de sus continuos ruegos para que recapacitara. Finalmente, la siguiente noche de luna llena llegó y pudo ver el resplandor que formaban los rayos sobre la superficie lisa del espejo.

Atónito quedó un momento antes que se alzara desafiante. “No”, gritó furibundo. Luego buscó entre los cajones de la pequeña mesa de noche y encontró un martillo. Agarrando el instrumento, asestó fuertes golpes al espejo que, a causa del encantamiento, no recibía ningún daño. “¿Qué estás haciendo?”, preguntó Leslie, quien miró hacia adentro luego de forzar la puerta un poco. Bruno soltó el martillo y caminó hacia ella…

(continúa) Sigue leyendo

Los dos lados del espejo (capítulo 4A)

[Visto: 923 veces]

(viene del capítulo anterior)

Son las diez de la mañana y Noelia atraviesa las puertas del antiguo edificio. En el recibo la espera Bruno A. “Por aquí”, dice él mientras la dirige hacia la parte más alejada de la biblioteca, allí donde abundan en los altos estantes los libros oscurantistas y otras rarezas de la escritura y el conocimiento. Noelia pregunta por dónde comienzan. “Revisa este libro”, dice Bruno pasándole el primer tomo del primer estante.

Los primeros días son muy desordenados para su búsqueda, buscando desesperadamente una solución más que en las causas, hasta que Bruno recuerda los detalles del espejo y la luna llena. No tarda más que unas horas para encontrar un manuscrito polvoriento que le devuelve la esperanza: “Los portales”.

“Quien quiera pasar al otro lado para cambiar su destino, deberá esperar una noche de luna llena mirando de frente a un espejo ovalado”, leyó el joven abriendo bien los ojos para descubrir que los rayos de luna transformaron su mueble en un pasaje a otra existencia. Bruno tomó del brazo a Noelia, la jaló fuera del edificio y corrió con ella hasta su casa.

Luego que entraron al cuarto, el joven encendió la computadora y escribió un mensaje mandándoselo a su propio correo. Él creía que, así como el espejo ante la luna llena, la máquina y el espacio virtual le servirían de portal para comunicarse con el otro lado. Obviamente, Noelia no entendía nada. Mas bien se sentía asustada de verlo tan ansioso.

“¿Está todo bien?”, le preguntó cuando él terminó de escribir. “Ahora todo estará bien”, y Bruno la abrazó con fuerza. Sintió entonces una calidez sobre sus hombros: Noelia estaba llorando. Él le acarició el pelo y, mientras más la miraba, más sentía esa conexión. No se contuvo y la besó… y no fue decepcionado porque ella también le correspondió.

Una vez que separaron sus labios, las sonrisas cómplices se esbozaron, pero el momento feliz no duró mucho. Bruno A se acercó a la computadora y descubrió un nuevo mensaje: “Ya no volverás. Es ahora mi tiempo y mi espacio, y no lo podrás cambiar”. “Eso está por verse”, dijo con una mueca de disgusto mientras cerraba la sesión…

(continúa) Sigue leyendo

Los dos lados del espejo (capítulo 3A)

[Visto: 853 veces]

(viene de la parte anterior)

Bruno A comenzaba a quedarse inconsciente, mientras una sombra oscura lo sostenía de las piernas mientras intentaba quitarle la soga. Él cayó pesadamente sobre el suelo aún respirando con dificultad. Cuando se recuperó, miró con extrañeza a Noelia, la chica alta, fornida y de cabello largo amarrado que le había salvado la vida.

“Veo que estás mejor”, dijo ella con el tono ronco de su voz, viéndolo de una forma casi inexpresiva. El joven preguntó por qué lo había salvado, pero ella calló. Le extendió su brazo y lo ayudó a levantarse. Bruno se animó a seguirla mientras su cabeza continuaba pensando cómo era que aquella joven tuviera ese porte tan varonil y atlético.

Luego de salir de la casa y caminar por el bosque cercano, finalmente Noelia le señaló una pequeña cueva. Ella prendió un fuego arrojando un fósforo encendido a los papeles que había en un barril de desechos. La cueva se iluminó y Bruno descubrió algunas botellas de licor y papeles con mensajes suicidas.

“Aquel día lluvioso”, recordaba Noelia, “tú me salvaste”. Bruno tuvo entonces en su cabeza la memoria de aquella chica flaca hundida en una depresión por haber sido vejada, aquella que se había dado a la inanición y la bebida mientras intentaba terminar con su vida, y cómo la rescató de una muerte segura al llevarla al hospital cercano.

“Y esa vez, entendí que también había personas a las que les importaba”, prosiguió Noelia en su relato, pero su rostro, iluminado de súbito, volvió a su inexpresión: “pero no quería deberte el favor, así que estamos a mano”. Luego que salieron del bosque, él le preguntó si la volvería a ver. Noelia dibujó una sonrisa y asintió con la cabeza. “Búscame mañana en la biblioteca”, dijo Bruno A entrando en la casa…

(continúa) Sigue leyendo