Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

Crimen en la calle Indiferencia (capítulo siete)

[Visto: 955 veces]

(viene del capítulo anterior)

Jorge logra disparar a una de las llantas del auto, con lo que Aurelio no tiene más opción que cuadrarse a un costado de la calle. “Es mi marido”, dice asustada Verónica al verlo avanzar. “No se preocupe”, le señaló el taxista sacando una pistola de su guantera, “él no le hará daño”.

Mientras abría su puerta, Jorge lo sorprendió y le disparó a quemarropa. Mientras Aurelio se desvanecía logró disparar un disparo que lastimó el codo derecho del esposo. Verónica salió del vehículo y empezó a correr, hasta que un dolor en la pierna la hizo caer repentinamente al piso. Cuando se tocó la zona doliente, vio que su mano estaba ensangrentada.

El violento hombre la cogió de un brazo y la llevó medio a rastras de nuevo al taxi. “Ayúdenme”, grito ella una, dos, tres veces. Nadie contestó su llamado. Finalmente, su esposo la cargó y la desplomó sobre el asiento trasero. “Por favor”, imploró Verónica con abundantes lágrimas, “no me dañes, no dañes a tu hijo”.

Estas palabras enfurecieron aún más a Jorge. “Yo no tengo hijos”, dijo a secas efectuando un disparo contra el vientre de su esposa. “¿Por qué?”, fue lo último que ella pronunció antes de reclinar su cabeza. Él cerró la puerta de atrás y se disponía a irse cuando recordó la pistola de Aurelio. Suponía que se había caído cuando el fallecido taxista intentó ayudar a Verónica.

Levantó el cuerpo de Aurelio y lo colocó en el asiento del conductor. Miró luego al suelo, pero no vio el arma. “¿Buscabas esto?”, escucho una voz en dirección hacia la cual volteó siendo sorprendido por un mortal disparo. El cuerpo de Jorge cayó mientras el desconocido, dejando el arma en la mano del taxista, abandona en la moto la escena del crimen…

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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo seis)

[Visto: 865 veces]

(viene del capítulo anterior)

Si bien no se veía su cara por el casco, la impresión de su mirada es la de un hombre furibundo: Jorge está decidido a acabar con su esposa. Mira otra vez el rastreador del celular y no hay duda: en ese taxi está Verónica. Antes de encender la moto, saca de su bolsillo la pistola que le dio su primo.

“No te preocupes”, recuerda que le dijo el capitán Rodríguez, “que el número de matrícula del arma está borrado”. Cuando tomó en sus manos por primera vez el artefacto de muerte, sintió por un instante aquella sensación de poder infinito. “Será mejor que te pongas estos guantes”, lo aconsejó el oficial antes de despedirlo.

Y ahora está ahí, viendo alejarse el taxi de Aurelio del estacionamiento. Lo sigue algunas cuadras en sigilo, pero su carácter lo va dominando. “No puedo esperar”, dice mientras saca el arma del bolsillo y aumenta la velocidad de la moto. Dispara contra el auto, que empieza a huir velozmente por la calle a oscuras…

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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo cinco)

[Visto: 801 veces]

(viene del capítulo anterior)

Verónica fue apropiadamente curada de sus heridas por una doctora y un par de enfermeras, las que también revisaron la condición de su vientre. “El niño está en buen estado”, dijo la doctora luego de hacerle la resonancia. La gestante lloró de saber que su pequeño no había sufrido daño.

Más de media hora después, cuando salía sentada en la silla de ruedas por la recepción, Aurelio la esperaba en una de las bancas. “¿Por qué lo hizo?”, preguntó la mujer. “Me recuerda a mi hija”, dijo el viejo taxista, “y además porque necesitaba ayuda”. “No tenía que hacer todo esto, pero gracias”, se emocionó Verónica.

Le dio un beso en la frente a Aurelio, que aceptó el gesto y la condujo en la silla de ruedas hasta el auto. La colocó con suavidad en el asiento de atrás y luego abrió la puerta de conductor para encender el carro. El taxi salió del estacionamiento mientras, a media cuadra de distancia, una moto empezó a seguirlos con sigilo…

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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo cuatro)

[Visto: 889 veces]

(viene del capítulo anterior)

Jorge se levanta, aunque con no poca dificultad. Se sostiene del lavadero y mira hacia el espejo del baño. La cara está ensangrentada. Abre el caño y comienza a limpiarse a mancha roja que quedó. Luego se dirige hacia el sillón e intenta descansar un rato, pero el dolor era algo persistente. Incluso se transformó con la rabia que le producía preguntar por su esposa, buscarla y no encontrarla.

“¿Dónde se ha metido?”, gritó en la sala vacía, indignado de que ella lo haya dejado en ese estado. De pronto, se acuerda de su primo, coge su celular y lo llama. “Primo, necesito tu ayuda… ¿Nos vemos en la comisaría?”, habla rápidamente y se dirige hacia la calle. El dolor ha dejado de molestarlo, se coloca el casco y prende la moto.

“Capitán Rodríguez”, dice uno de los oficiales al comisario en la delegación, “lo espera un pariente suyo, dice ser su primo”. Rodríguez hace el ademán que lo haga pasar. De inmediato se percató de la herida de Jorge. “¿Qué sucedió primo?”, preguntó el capitán. “La maldita de mi mujer”, se ofuscó el violento, “me sorprendió y me golpeó en la nuca”.

“¡Qué te dije!”, lo recriminó Rodríguez, “esa mujer no vale la pena, pero tú ¡terco!”. “Sólo quiero encontrarla para hacerla pagar”, sentenció Jorge. “¿Sabes si se llevó su celular?”, le consultó su primo, a lo que el esposo contestó afirmativamente. “Entonces, eso será fácil”, indicó el capitán, cerrando la puerta de su oficina…

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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo tres)

[Visto: 895 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¿Quién le hizo esto?”, preguntó el taxista con manifiesta preocupación. “Sólo conduzca”, respondió ella mientras secaba con sus manos las lágrimas que caían por su magullado rostro. Aurelio avanzó en medio de la ncohe por la larga avenida que enrumbara hacia el destino.

En el asiento de atrás, Verónica se entregaba a sus más desesperanzados pensamientos: “¿Por qué? ¿por qué mi vida ha quedado destrozada así? ¿Ahora cómo haré para cuidar a este niño que llevo en mi vientre?” Se echaba otra vez a llorar, las luces de los postes iluminando por pocos segundos su cara.

Aurelio miró el retrovisor y, a pesar del cansacio de todo aquel día, sintió que debía hacer algo más por aquella mujer que había estremecido su poco agraciada rutina. Acordándose de la ruta, viró hacia la izquierda y, un par de cuadras después, paró en un estacionamiento. Bajó del carro y cerró la puerta, ante el desconcierto de Verónica.

Rápidamente, el taxista volvió con una silla de ruedas, abrió la puerta de atrás y le pidió que saliera. “¿Qué está haciendo?”, le inquirió ella aún sin sobreponerse de la sorpresa. “Siéntese, por favor”, le dijo él con amabilidad. Algo mecánica, ella accedió, se sentó y Aurelio la llevó hacia una entrada iluminada, donde un aviso de de “Emergencias” miró al pasar…

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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo dos)

[Visto: 871 veces]

(viene del capítulo anterior)

Verónica está terminando de barrer el polvo y la suciedad del piso con gran apuro. Mira hacia el reloj y es como si hubiese visto un fantasma. “Mi marido está por llegar”, pensó para sus adentros. Presurosa se dirige hacia la cocina y coloca en una olla unos vegetales para cocer. Está tan concentrada en su labor que no oyó el sonido de la moto estacionarse frente a su casa.

Jorge, el esposo, se quitó el casco, descubriendo un semblante de molestia, producto del mal cierre de un negocio y la posterior discusión con su jefe. El abrió la puerta con habitualidad pero la cerró con vívido enojo. Al instante, ella reconoció que no fue un buen día para su esposo, e intentó ganárselo con cariño.

“¿Está lista la cena?”, fue lo único de saludo que él le dirigió. “Aún falta un poco pero…”, trató de excusase Verónica antes que fuera abruptamente interrumpida por el reclamo de Jorge. “¡qué te he dicho sobre la cena!”, gritó colérico, “¡que tiene que estar lista cuando llegue! ¡Ahora verás!” La amenaza verbal se convirtió en física y la cara de Verónica empezó a ser masacrada por los duros puños de su marido.

Jorge se cansó y fue al baño.”Ya regresó”, dijo con aquel tono intimidante de quien no suelta a su presa. Sin embargo, ella sintió que no podía más con el maltrato, que debía defenderse aunque sea una vez. Cogió con inusitada valentía, cogiéndola al revés, se acercó al baño y, sin previo aviso, le asestó un golpe a la cabeza de Jorge, al que siguió otro, y otro.

Luego que su marido estuvo tirado en el piso y, creyendo que se había quedado inconsciente, salió corriendo a la calle y alzó la mano para detener un taxi. El primero ni la vio y pasó de largo, el segundo paró pero no conocía la ruta. Finalmente paró un tercero. Aceptó la oferta y Verónica subió rumbo a la casa de su hermana…

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Crimen en la calle Indiferencia

[Visto: 828 veces]

Es medianoche y las luces de los postes alumbran tenuemente la calle. Una señora, que vuelve de trabajar hacia su domicilio, camina con algo de rapidez, en pasos asustados que ignoran dónde pisan. Sin embargo, sus ojos cansados observan un auto estacionado en la acera de enfrente.

El letrero de “taxi” encima del techo y la apariencia del hombre en el asiento del conductor, con la cabeza recostada, los brazos reposados y la boca algo abierta, le hicieron pensar que era alguno de esos borrachos que, de pronto, se dio cuenta que no podía continuar.

Siguió adelante sin prestar más atención. Llegó a la puerta de su casa, la llave abrió la puerta y entró. Pasaron seis horas en aquel reparador sueño, hasta que el insospechado ruido de sirenas la despertó. Saltó de la cama y salió a la calle. Uno que otro curioso salió a la calle mientras varios policías recolectaban pistas en la escena del crimen

“¿Qué pasó, seño?”, preguntó la recién llegada. “No lo sé, pero hay dos muertos”, respondió su vecina. La señora miró el asiento de atrás y vio el cadáver de una mujer embarazada que había sido baleada. Especularon con muchas teorías: un robo fallido, una pena o una culpa entre dos, o simplemente una ‘carrera’ que salió mal. Tantas versiones… y tan sólo una verdad…

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El fuego celeste (capítulo final)

[Visto: 817 veces]

(viene del capítulo anterior)

Miguel se abalanzó contra el guardia, pero Nimes se desvaneció en la bruma sólo para atacarlo de forma brutal. El joven era empujado por una fuerza incontenible que lo levantaba del piso y lo arremolinaba en medio de la niebla. Finalmente cayó pesadamente sobre el piso, golpeándose de forma durísima la rodilla. Su grito desgarrador remeció la tétrica y silente noche.

Nimes recobró su forma humana, y se acercó a paso lento pero seguro hacia el joven. Lo levantó agarrándolo del cuello. “Este es tu final”, indicó el falso guardia, listo para el golpe de gracia. Sin embargo, una voz lo detuvo: “Espera”, dijo Carla arrodillándose ante su presencia. Juntó sus manos y le rogó que le perdonara la vida a su enamorado.

El asesino, entonces, recordó el gesto de su amada, y soltó al muchacho. Avanzó hacia la Carla, que mostró un inusitado coraje en medio de esa escena de horror. El brillo del dije empezó a aumentar a medida que Nimes se acercaba cada vez más. Nimes tomó el accesorio en su mano y le preguntó a Carla si estaba dispuesta a hacer un sacrificio.

“Sí”, respondió ella sin dudar. En ese momento la luz del dije los envolvió por completo unos segundos y luego desapareció. “¡Carla!”, la llamó Miguel en su intento por caminar. Pero ella no lo escuchó: sólo reflejó una mirada de amor hacia Nimes. Él la abrazó con fuerza: “Esposa mía”. “Esposo mío. Ya no volverás a estar solo”, habló el espíritu dentro del cuerpo de Carla.

El longevo mago volteó hacia Miguel, decidió curarlo y le entregó el dije que aún brillaba. “Para que recuerdes siempre el sacrificio que un día ella hizo para salvar tu vida”, dijo con una triste solemnidad. Luego tomó de la mano a su esposa, y ambos saltaron en el fuego celeste, el mismo que empezó a consumirlos y se apagó rápidamente, mientras el joven lloraba incontenible ante la pérdida de su enamorada. Sigue leyendo

El fuego celeste (capítulo seis)

[Visto: 804 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Los dioses son caprichosos, ¿saben?”, comenzó Jerónimo su monólogo: “Hace mil quinientos años yo sólo era hombre sencillo, viviendo con mi mujer… hasta que descubrimos la magia… ambos empezamos a desarrollar nuestros poderes, y la gente supo de ellos… empezaron a llamarnos… que necesitaban más luz para sembrar los campos… y se la dimos… que no soportaban el dolor de ver partir a sus seres queridos… y les otorgábamos un soplo de vida…”

“Los dioses, que tan juiciosos se mostraron al inicio, empezaron a incomodarse… creyeron que desafiaba su poder y no escucharon mis explicaciones… me persiguieron y tuve que defenderme… aquella última vez, dejándome casi moribundo… iba a ser arrojado en esa celeste hoguera… sin embargo, mi mujer suplicó, orando de rodillas por mi vida… le hicieron caso, pero a un alto precio: fue convertida en ese dije que llevas en tu cadena…”

Señaló el accesorio que Carla miró atentamente: resplandecía con cada vez más brillo. Entonces, Jerónimo continuó su narración: “Fue su castigo por haberse rebelado… y al mismo tiempo, el mío también porque no podía tenerla… fui además convertido en este despojo viviente… sólo para saldar con sangre las vidas que había recuperado… y tuve que pasar todas estas dificultades… hasta que vagando bajo otra piel y otro nombre… la hoguera pude encontrar”.

En ese momento, el aire empezó a enfriarse nuevamente y la neblina empezó a cubrir la noche. “Eres el monstruo asesino”, gritó Miguel. “No trates de olvidar mi nombre… Jerónimo oculta mi antiguo rostro, Ieru Nimes”, dijo el guardia ante la sorpresa de los muchachos, “o lo que es lo mismo, Nimes Ieru”. Petrificados, Carla y Miguel no sabían qué hacer, pero el asesino tampoco les dio ninguna opción: “¿y quién será mi próxima víctima?”…

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El fuego celeste (capítulo cinco)

[Visto: 766 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Me dijiste que sólo era una leyenda”, se aterró Miguel al ver la pequeña figura de la mujer que ora iluminada por aquel resplandor. “Me mintieron: yo tampoco sabía que era verdad”, se defendió Carla de la injusta acusación. La neblina poco a poco empezó a amainar y los dos jóvenes empezaron a observar una luz a lo lejos. “Algo alumbra allá, vamos”, sugirió él mientras los dos dejaban los arbustos.

Empezaron a correr en dirección hacia aquella zona iluminada. Pero, a mitad de camino, el horror los embargó: más cuerpos ensangrentados aparecían por el camino. Reconocieron a varios de ellos como los que desistieron de seguir a Miguel en la huida. Avanzaron ambos lentamente, cabizbajos y llorosos, pensando en que tal vez les tocaba el mismo destino de sus infortunados amigos.

Finalmente, llegaron hasta el lugar. Un fuego celeste nacía desde un hueco en el campo, un fuego del cual los jóvenes sentían su calor pero que, al tocar sus llamas, no los quemaba. “¿Cómo es esto posible?”, se cuestionó Miguel intentando comprender el misterioso fenómeno. “Lo mismo me pregunté yo”, habló una voz. Los jóvenes voltearon, mientras el guardia canoso se acercaba en calma…

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