El fuego celeste (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

“Me dijiste que sólo era una leyenda”, se aterró Miguel al ver la pequeña figura de la mujer que ora iluminada por aquel resplandor. “Me mintieron: yo tampoco sabía que era verdad”, se defendió Carla de la injusta acusación. La neblina poco a poco empezó a amainar y los dos jóvenes empezaron a observar una luz a lo lejos. “Algo alumbra allá, vamos”, sugirió él mientras los dos dejaban los arbustos.

Empezaron a correr en dirección hacia aquella zona iluminada. Pero, a mitad de camino, el horror los embargó: más cuerpos ensangrentados aparecían por el camino. Reconocieron a varios de ellos como los que desistieron de seguir a Miguel en la huida. Avanzaron ambos lentamente, cabizbajos y llorosos, pensando en que tal vez les tocaba el mismo destino de sus infortunados amigos.

Finalmente, llegaron hasta el lugar. Un fuego celeste nacía desde un hueco en el campo, un fuego del cual los jóvenes sentían su calor pero que, al tocar sus llamas, no los quemaba. “¿Cómo es esto posible?”, se cuestionó Miguel intentando comprender el misterioso fenómeno. “Lo mismo me pregunté yo”, habló una voz. Los jóvenes voltearon, mientras el guardia canoso se acercaba en calma…

(continúa)

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