Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

Entrevista en la casa gris (capítulo nueve)

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(viene del capítulo anterior)

Por lo que últimamente estuve más ocupado en pensar en Rosalía y buscar a un posible reemplazo que a escribir. Y fíjese, joven, que observé buenos prospectos: informes de verdaderos talentos con potencial de convertirse en ilustres luminarias leí sobre mi mesa pero, en el momento de la verdad, no supieron ser discretos. Y lo lamento mucho por ellos, porque pasarán por la historia sin que el mundo los recuerde.

– Un momento, -pareció extrañarse el periodista- ¿eso significa que yo…?
– Sí. Tú has sido el elegido.
– ¿Y qué le hace pensar que yo aceptaré?
– Porque te conozco. Eres dedicado y pulcro en tu trabajo, un idealista y muy sacrificado. Sé que renunciaste a mucho, incluso a un buen puesto corporativo y aceptar un modesto puesto en un periódico, sólo por desarrollar tu sueño: ser un gran escritor.

El periodista quedó mudo un par de minutos. Ciertamente, conocer a Valera era como tocar ese ansiado sueño. ¡Y escucharlo proponerle ser su sucesor es más de lo que podía pedir! Dejó su libreta y su lapicero a un costado sobre el sillón y se tomó la cara con las manos. Unos segundos después, su emoción se reflejó en un sollozo y las lágrimas que caían por sus mejillas.

– Y bien, -prosiguió el misterioso escritor- ¿aceptas?

(continúa)
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Entrevista en la casa gris (capítulo ocho)

[Visto: 806 veces]

(viene del capítulo anterior)

Pasaron algunos años más hasta que, cosa de un par de meses, en una ocasión me la quedé esperando pero no vino. Para suerte mía había guardado suficiente comida; sin embargo, me extrañó su no aparición y empecé a considerar una serie de posibilidades.

Ella llegó normal en la próxima ocasión, pero oscuros pensamientos deambulaban mi cabeza. Así que mientras ordenaba las cosas, le pregunté el por qué de su anterior ausencia. “Fui al médico”, me dijo con tono resignado y luego pronunció su confesión, “tengo una enfermedad incurable y no me queda mucho tiempo”.

Abracé entonces a Rosalía, que ya era una señora de poco más de cincuenta años, y lloramos juntos un largo rato. “Tranquila”, le consolé mientras acariciaba aquel cabello canoso, “no te preocupes que no estarás sola”.

– Esto significa que…
– Sí, abandonaré este lugar.
– ¡Y cómo quedará la casa?
– Buscaré un reemplazo -respondí con decisión-.

(continúa)
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Entrevista en la casa gris (capítulo siete)

[Visto: 786 veces]

(viene del capítulo anterior)

La hice pasar y le pregunté cómo se llamaba. “Rosalía”, respondió ella mientras dejaba las bolsas en la cocina. La seguí con la mirada cuando colocaba los alimentos en la refrigeradora. “¿Sabes quien soy?”, la detuve antes que se fuera. “No señor”, dijo la muchacha confirmando el pacto de silencio queEudocio le enseñó.

Aquella vez que la vi, aunque breve, fue suficiente para sentir simpatía por ella, a pesar de ser yo mucho mayor. Así pasaron algunas semanas, en las que logré saber algo más de Rosalía: resulta que era la sobrina más joven y leal de Eudocio, y ella lo había cuidado en su vejez hasta una enfermedad empezó a menoscabar su salud.

En su agonía, él le hizo prometer que no revelaría el secreto de la casa. “Ni preguntara sobre la identidad de su ocupante”, comentó Rosalía en una de las cortas pláticas que tuvimos. Poco a poco, a medida que pasaron los años, estas eran más largas y amenas, una de las cuales, ocurrida como a los quince años de su primera visita, fue tan divertida como reveladora.

Después de una broma algo inocentona que terminó en sonoras risas de ambos, ella dijo “¡qué gracioso es usted, cómo me gustaría pasar más tiempo aquí!”. Algo avezado, le pregunté de la nada si quería pasar el resto de su vida conmigo. “Si tuviera unos años menos, sí”, respondió Rosalía con la coquetería de sus cuarenta…

(continúa)

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Entrevista en la casa gris (capítulo seis)

[Visto: 816 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¿El amor?”, preguntó sorprendido el periodista. “Verás”, empezó a explicar Valera: El tiempo pasa de forma muy distinta aquí dentro. En promedio, un día aquí son tres días en el mundo normal. He pasado aquí treinta y cinco años pero, para todos los demás, son tres periodos de treinta y cinco años, es decir poco más de un siglo.

Y si bien esta casa provee comodidades para mi quehacer intelectual, mas no ocurre de la misma manera para mis necesidades de alimentación, información y otros. Pues bien, siempre tengo una persona de confianza que realiza esta labor de manutención, una especie de servidor que cuida el secreto de la casa como su vida misma.

Pero, como ellos envejecen más rápido que yo, me veo en la obligación de cambiar de servidor después de algunos años. Eudocio, una confiable persona y mejor amigo, estuvo haciendo esa labor hasta hace unos veinticinco años normales. Sin embargo, un día abrí la puerta y descubrí a una muchacha de tez trigueña que me miraba con aire de tristeza. “Eudocio falleció”, dijo ella con voz quejumbrosa, “soy su nueva servidora”…

(continúa)
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Entrevista en la casa gris (capítulo cinco)

[Visto: 856 veces]

(viene del capítulo anterior)

– En efecto, mi estimado amigo -señaló Valera- descubrirá que hay obituarios…
– Pero buscaron en los cementerios y no hallaron lápidas con esos nombres.
– Es verdad, y esa es la razón.
– Me habló de Juan de Palma, –cambió de tema el periodista- ¿es otro de sus seudónimos?
– No. Él fue mi antecesor.
– ¿Dónde está él?
– Falleció hace varios años –lo recordó con melancolía el escritor-, él me enseñó mucho para mi estilo de literatura.
– ¿También sobre el secreto de la casa?
– Claro. Este es un lugar creado para la imaginación y el sosiego, dado que el escritor precisa de no prestar atención a otros asuntos para concentrarse en sus manuscritos.
– ¿Acaso la magia del lugar no le permite escapar?
– Hay un periodo de prueba, en donde te está permitido entrar y salir, bajo juramento de silencio y la guía de tu mentor, pero…
– ¿Pero?
– Una vez que eres aceptado definitivamente, sólo puedes salir para morir.
– Es decir, -preguntó intrigado el periodista- ¿este retiro significa irse a morir?
– Exacto.
– ¿Qué cosa puede empujarlo a tomar esta dolorosa decisión?
– El amor.

(continúa)
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Entrevista en la casa gris (capítulo cuatro)

[Visto: 879 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Así como lo escuchó, me retiro”, lo repitió como si aún tuviese dudas que lo estaba soñando. No sabía que pensar: cerca de treinta años forjándose una reputación de escritor de culto, admirado como incomprendido en una misma cantidad de oportunidades. Al verlo, ni parecía tan cansado ni tan viejo. Pero la determinación de su respuesta era absoluta.

El por qué fue la pregunta obligada ante la sorpresiva decisión. “¿Ha oído hablar de Juan de Palma, Ernesto Zevallos, Adolfo Vidal y Rubén Sifuentes?”, señaló Valera. En efecto, esos nombres me eran conocidos: eran escritores del mismo tipo de literatura de mi interlocutor. Como concatenados, cada uno apareció después del anterior, envuelto en un halo de misterio, y desparecieron en el encubrimiento luego de periodos de treinta y cinco años.

“En efecto”, afirmé ante el escritor, “usted fue considerado en sus inicios como el nuevo Rubén Sifuentes”. Valera rió. “Es cierto”, contestó el escritor, “pero lo que no saben los críticos es que yo también soy Sifuentes”. Pensé que me jugaba una broma pero, entonces, empezó a contarme los detalles de sus novelas. “Y también soy Zevallos y Vidal”, dijo dando énfasis en las palabras. Comencé a reír a carcajadas.

Consideré que, de tanto imaginar sus libros, él se había desquiciado y que, más bien, era gran fanático de estos autores y por ello había memorizado cada aventura narrada en esas páginas. Viendo que no me convencía, Valera disparó una pregunta demoledora: “¿Sabe dónde están enterrados ellos?”. Y entonces, empecé a dudar. Porque una cosa era conocer los libros y otra, muy distinta, saber que sus tumbas: “no existen”, respondí con desconcertante perplejidad…

(continúa)
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Entrevista en la casa gris (capítulo tres)

[Visto: 827 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Adelante”, me señaló el hombre flaco y canoso. Pero eso no fue lo más sorpresivo, sino la casa. Pensé que estaba viendo una ilusión, así que decidí ponerme los lentes. No era mi imaginación: la fachada estaba perfectamente limpia y libre de maleza, mientras la pintura gris hacía juego con el fresco ambiente de la media mañana.

Todavía un tanto incrédulo, entre en la casa que menos de un minuto había dejado. Definitivamente era otra. La puerta principal no chirrió y los muebles de la sala mostraban una inusual finura, así como el reluciente piso. “¿Cómo es esto…?”, iba a preguntarle a mi interlocutor cuando caminé hacia la cocina.

Observé que las vitrinas, inmediatamente antes desvencijadas, guardaban pulcras los platos. Igualmente, cuando me acerqué a las escaleras, la baranda estaba barnizada y los peldaños eran firmes. “Si quiere puede subir al segundo piso, la cama está ordenada y el espejo sigue siendo un solo mueble con la mesa de noche”, dijo Dante.

Trataba de entender en mi cabeza cómo era posible que una casa sucia y dañada, de un momento a otro luciera limpia y en todo su esplendor. “Este es un escondite, y es mágico, así que fácilmente no hubiera comprendido”, señaló Valera como leyendo mi pensamiento, “pero no es por esto que ha llegado hasta aquí”.

Ciertamente, el misterioso escritor me había concedido esta entrevista porque tenía algo importante que anunciar. Pero fue tal el impacto de la pequeña frase en mis oídos, que me desplomé en el sofá de sólo escuchar: “me retiro”…

(continúa)
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Entrevista en la casa gris (capítulo dos)

[Visto: 765 veces]

(viene del capítulo anterior)

Decidí acercarme más hacia la puerta para verificar el número que me había dado. Retiré la alta enredadera que no dejaba ver la placa de la casa y, en efecto, era la dirección. Iba a retirarme cuando, apoyándome un poco sobre la puerta, la abrí. Al ingresar, la puerta sonó chirriante pero pude admirar más de cerca el riesgoso estado del lugar.

Sobresalían unas goteras que, debido a la lluvia de ayer, dejaban pasar gotas que caían sobre los muebles enmohecidos de la sala. Avancé hasta la cocina, y el panorama era el mismo: las vitrinas rotas de los estantes y los platos a medio rajar. Cuando me dirigí hacia la escalera, noté que la baranda no era segura; de hecho, la estructura de madera que llevaba al segundo piso se sostenía quebradiza.

Al entrar en el dormitorio, la desazón final se apoderó de mí: el gran espejo, que una vez estuviera conectada a la mesa de noche, yacía sobre el piso destrozado en fragmentos. El colchón lucía sucio y, encima de él, alguna ropa desparramada indicaba la rápida salida de aquel lugar. Furioso, eché a andar escaleras abajo con no mucho cuidado.

Casi por llegar al primer piso, un ligero tropiezo me dejó un dolor muscular en la pierna que me hizo odiar más al escritor por haberse burlado de mí. “Qué se habrá creído”, dije en medio de mi fastidio mientras cerraba la puerta. Caminé un par de pasos y escuché una voz: “¿Tan pronto se va?”. Volteé de súbito. Era Valera, quien hablaba desde la puerta de la casa…

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Entrevista en la casa gris

[Visto: 897 veces]

Había colgado el teléfono aquel miércoles por la tarde y no podía estar más contento. Había concertado una entrevista al día siguiente con el misterioso escritor Daniel Valera, conocido solo por sus relatos que lindan con lo extraordinario. Y es que Valera era tan furtivo que nadie encontraba su domicilio. Hasta hoy, en que tras una larga y disuasiva conversación, aceptó conversar.

“Venga solo”, dijo la voz en el teléfono, “y no le diga el secreto a nadie más”. Decidí cumplir al pie de la letra su palabra, porque me enteré por colegas que cometieron esa infidencia y pagaron con una página en blanco el no hallar el lugar, o no hallarlo a él. Aquella noche no pude dormir muy bien de lo entusiasmado que estaba por obtener la primicia.

Aquella mañana, cerca de las diez, me encaminé con paso firme hacia mi destino. Llegué a la calle D… y empecé a buscar el número que me había dado. Mi alegría se tornó en decepción cuando miré la casa: la pintura cubierta de polvo, los vidrios rotos, la maleza abundante. Tenía toda la impresión de estar abandonada desde hacía mucho tiempo…

(continúa)
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Crimen en la calle Indiferencia (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Pero se detiene al llegar a la esquina. Piensa que descubrirían pronto el cadáver. Vuelve al auto y saca la llave del contacto. Ahora puede abrir la maletera, y coloca no sin algo de esfuerzo el cuerpo de Jorge dentro. “Práctico y sencillo”, se dijo el desconocido mientras se colocaba nuevamente el casco y huye en la moto.

Jorge, a punto de fallecer, recuerda la pregunta que le hizo a su primo al despedirse: “¿este favor saldará mi deuda contigo?”. “Por supuesto”, oyó en aquella imagen cada vez más borrosa del oficial abriéndole la puerta de su despacho. Su cuerpo no fue descubierto sino hasta una hora después que llegó la policía, cuando los peritos notaron sangre salir de la maletera. Fue entonces que llegó el encargado de la investigación, el capitán Rodríguez.

Uno de los oficiales se le acercó, detallándole el hallazgo de los tres cuerpos. “Murieron casi a la misma hora”, señaló el oficial, “posiblemente se trate de un asunto de celos”. “Muy probable”, dijo Rodríguez. Se animó a preguntar si había algún testigo del hecho. “No, nadie vio ni oyó nada. Extraño”, comentó el perito al retirarse. El capitán miró el cadáver de Jorge. Y a su oído susurró: “Lo siento, no era suficiente”. Alejándose del taxi, una malévola sonrisa esbozó.
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