Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie dos)

Relatos literarios escritos por fascículos

Indiscretos (capítulo seis)

[Visto: 471 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un rato después, Melisa y Sergio acabaron extenuados sobre la cama de la habitación. Mientras recuperaban el aliento, el silencio se les hizo incómodo a la espera que uno de ellos mencionara a sus amigos. Finalmente, él se decidió a hablar. “Así que a Sio le gusta Alberto”, dijo Sergio observando con mirada de malicia.

Melisa asintió con la cabeza, pero quedó más sorprendida cuando él le comentó que Alberto se había puesto nervioso cuando le habló de Casiopea. “¡No! ¿Es en serio?”, respondió Melisa con mucho énfasis, pues sabía que Alberto no era muy emocional, sino más bien parco y hasta frío. Sergio asintió con la cabeza y unas sonrisas complices surgieron en sus labios.

Meli buscó su celular y, cuando lo encontró, empezó a mandar mensajes a diestra y siniestra. “¿Qué estás haciendo?”, le preguntó Sergio mientras le acaricia la espalda. “Chismeando: nuestros amigos necesitan saberlo”, respondió ella y siguió escribiendo. Sergio no le reclamó nada y continuó haciendole cariñitos.

(continúa)

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Indiscretos (capítulo cinco)

[Visto: 459 veces]

(viene del capítulo anterior)

Casiopea se sonrojó y Meli estalló en risas al ver el color de su cara. “Disculpa amiga, ya vuelvo”, se levantó y se dirigió directo a los servicios. Entró y se dirigió hacia uno de los lavabos. Se echó un poco de agua a la cara y miró de frente al espejo. “Tranquila, que esto se resuelve conversando”, se dijo y volvió de lo más relajada hacia el café.

Encontró a Meli escribiendo mensajes por su celular. Sio le pregunta quien le escribe, pero su amiga sólo le responde que es un amigo al cual va a ver más tarde. “En fin, tengo cosas que hacer, ¿nos vemos mañana?”, preguntó Sio con cierta ansiedad, a lo que Meli respondió con un sonoro “sí” y una cariñosa despedida con abrazo incluido.

Mientras Casiopea se va a su casa a pensar echada sobre su cama, Meli toma un taxi que la lleva hasta el otro lado de la ciudad. Se baja en un parque y se sienta en una de las bancas a la espera de su amigo. Aunque siempre atenta, no se percata de su presencia hasta que él la asusta apareciendo por detrás.

“¡Qué pesado!”, dice ella con una queja entre risas. “Y bien, ¿es verdad que Alberto se enamoró?”, señaló Sergio con cierta malicia. “Y… ¿te parece si lo hablamos luego?”, respondió ella tomandolo de su mano y se fueron caminando a un lugar más privado.

(continúa)

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Indiscretos (capítulo cuatro)

[Visto: 463 veces]

(viene del capítulo anterior)

Al otro lado de la ciudad, Casiopea ha salido a caminar con Melisa, su mejor amiga. Habían quedado en tomar desayuno esa mañana mientras veían ropa en las tiendas. Se llenaron de bolsas a medida que avanza el día hasta que sintieron hambre. Eran las once y decidieron sentarse en un café a beber unos jugos y empanadas.

Los chismes y bromas estuvieron a la orden del día. Las sonoras carcajadas de las dos amigas eran de tal magnitud que algunos transeuntes miraban extrañados. Hasta que llegó la pregunta fatídica. “Y dime Sio, ¿qué se cuenta Alberto?”. Bastó que Melisa lo dijera para que Casiopea se pusiera pensativa.

“Pues seguimos más o menos igual, sin novedad”, fue la seca respuesta de Sio. Meli siguió insistiendo y Sio tuvo que confesar que Alberto practicamente se había escabullido de sus sábanas luego de abrazarla con tanto cariño. “¡Oh, por Dios!”, exclamó Meli como si hubiera descubierto la pólvora. Ante su reacción, Casiopea no sabía si morderse la lengua o admitir lo que ya era obvio.

(continúa)

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Indiscretos (capítulo tres)

[Visto: 460 veces]

(viene del capítulo anterior)

Es la mañana del día siguiente. Alberto despierta con sus manos abrazando el cuerpo de Casiopea. Se siente extraño: no es la primera vez que duermen juntos pero sí la primera que no está seguro. “¿Fue sólo por placer?”, se pregunta en su cabeza mientras sus manos acarician a la bella durmiente.

Más tarde, el se levantó dejándola soñar, se vistió y se fue hacia su casa para darse un duchazo. Por lo general se quedaba más tiempo para poder conversar con Sio, como cariñosamente la llama, pero no esta vez. La duda lo había golpeado con fuerza y sólo esperaba que las gotas de agua le ayudaran a calmar su tormento.

El fin de semana no había terminado aún pero Alberto ya tenía concertado un almuerzo con uno de sus mejores amigos, Sergio. habían estado hablando sobre algunos proyectos y también de ‘otros temas’. Durante un receso bebiendo un sorbo de agua, Sergio fue directo al grano: “¿y cómo van las noches con Casiopea?”.

(continúa)

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Indiscretos (capítulo dos)

[Visto: 462 veces]

(viene del capítulo anterior)

Una vez que salieron de la librería, Casiopea y Alberto caminaron hasta el apartamento de ella. Diciendose bromas tontas, se la pasaron riendo hasta que llegaron a la puerta. “Pues bueno, espero que disfrutes tu lectura”, dijo él para despedirse, pero ella lo detuvo. “¿Por qué no pasas a tomarnos unas copas?”, fue su pregunta retórica y él le hizo caso.

Pasaron y ella lo invitó a sentarse en el sofá largo. Él abrió el libro y comenzó a hojearlo mientras ella iba hasta la refri de su cocina para sacar la botella de vino. Cuando la vio volver, Alberto no puso atención ni en la botella ni en las dos copas que trae su amiga, sino en el cadencioso movimiento de su cuerpo hasta quedar frente a él.

“Pensé que querrías que destape la botella”, dijo él mirándola deleitado. “Aun te queda servir las copas”, respondió Casiopea con una mezcla de misterio y coquetería. Se sirvieron varios tragos mientras leían distintos pasajes de la novela, hasta que el alcohol hizo efecto en sus ánimos.

Primero con risas estridentes, luego con miradas emotivas, después con besos apasionadas. Después de un par de horas, Alberto era tan solo ‘Albe’ y Casiopea era fuego: el sofá quedó olvidado ante una cómoda cama.

(continúa)

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Indiscretos

[Visto: 441 veces]

Es un viernes por la noche. Para Alberto, no es una noche cualquiera. Después de mucho tiempo, espera a una amiga. Casiopea llega a la puerta del restaurant. Mira adentro para ubicarlo. Sus ojos se mueven de derecha a izquierda hasta encontrarlo leyendo en una céntrica mesa. El libro parece tenerlo muy interesado, tanto que ella debe poner sus dedos sobre el relato para presentarse.

Ella se rie al percatarse del gesto de sorpresa de su amigo. Alberto amablemente se disculpa por su desatención, “pero no sabes cómo me atrpan estas historias”. Ella se volvió a reir y le dijo que se lo perdonaba, luego de lo cual se sentaron y llamaron al mozo para que les abriera una botella de vino mientras esperaban la cena.

Cuando Casiopea habla, Alberto la escucha atentamente. Cuando Alberto habla, tiene la necesidad de ser breve. O incluso de ser interrumpido: no concibe a Casiopea en silencio. Prefiere escuchar su voz y mirar su sonrisa aunque a veces se le escape un  comentario controvertido. Quizá porque no va en plan de amigo, quizá porque busca algo más.

Terminada la cena y pagada la cuenta, ambos paran un taxi. Se dirigen a una librería donde ella dejó encargado un libro nuevo. Alberto le ha preguntado por el libro y ella le contesta con mucho entusiasmo. Pero al final, el libro sólo es excusa para seguir escuchando a Casiopea.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo final)

[Visto: 516 veces]

(viene del  capítulo anterior)

“Que bueno que despertaste. Un poco más y te pasarías”, escuché a mi costado. Me enojó el comentario y traté de recriminar a mi inusitado interlocutor, pero no pude hacerlo: era Guido quien lo había dicho. “Pero si tú no estabas en este bus”, le dije sorprendido por verlo allí. “Eso fue lo que te hice creer”, respondió él y su cara adquirió un tono lúgubre.

Se levantó del asiento contiguo y se dispuso a caminar hasta la bajada del bus. Quise seguirlo pero el vehículo adquirió una velocidad muy rápida en cuestión de segundos. Las personas entraron en pánico mientras se acercaba a la esquina de la calle. Otro bus apareció por la calle perpendicular e impactó contra el lado izquierdo del transporte.

Intentó sujetarme a una de los soportes, pero es inútil. Como muchos otros pasajeros, salgo volando y mi cuerpo atraviesa una de las amplias ventanas del bus. He caído sobre el pavimento y la espalda me duele demasiado. Siento los pedazos de vidrio esparramados y al sangre brotando profusa de alguna herida.

Quiero seguir despierto pero escucho el susurro. “Ya no despertarás, no despertarás”, es Guido quien me lo dice mientras toma mi mano esperando mi partida. Quiero revivir otra vez pero estoy muy cansado. Cierro los ojos de a pocos y veo la oscuridad. Y después ya no veo nada más.

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Reviviendo (capítulo ocho)

[Visto: 439 veces]

(viene del capítulo anterior)

Voy directamente hacia mi habitación. Arrojo el maletín sobre la cama, me quito los zapatos y me siento sobre el piso. No tengo ganas de hacer nada más. Sólo experimentar el silencio supremo que se apodera de este momento. Parezco estar tranquilo ante la inmensa quietud, pero algo comienza a fastidiarme.

No sé si será el café o alguna paranoia, pero comienzo a escuchar un zumbido. Primero grave, y luego se vuelve cada vez más agudo. mis tímpanos se sienten reventar ante su poderosa influencia. Llevo mis manos hacia mis orejas, intentando protegerlas para no oir el sonido: es inútil. Algo me dice que no es de que me rodea, sino que viene de adentro.

Grito fuerte. Grito para vencer esa impotencia. Grito muchas veces. Grito un largo rato. Me canso, ya no puedo más, mis ojos se cierran. No sé si es para concentrarme, o tal vez para soñar. Vuelve otra vez esa voz a mi cabeza. “No despertarás, no despertarás”. Me rebelo: sé que despertaré. Abro los ojos.

Mi casa no era mi casa, era sólo otra ilusión: estoy en ese día, en ese bus.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo siete)

[Visto: 511 veces]

(viene del capítulo anterior)

Lo primero que hice al llegar a la oficina, luego de una extenuante caminata, fue ir a la cafetería y servirme un vaso grande de café. Durante el día me tomé varias tasas de la negra bebida, esperando no tener que dormirme. Para mi jefe le era incluso extraño este comportamiento porque apenas si tenía por costumbre tomarlo una o dos veces a la semana.

“¿Te pasa algo?”, fue lo único que me preguntó al acercarse a mí en un receso que descansó. “No, jefe. Sólo intentó estar atento para un día complicado”, fue mi excelente excusa. Mi jefe no quedó del todo convencido con la respuesta hasta que, como a eso de las cinco de la tarde, le entregué los reportes que me había pedido.

Se puso a revisar y vio que todos los datos estaban en orden. “Bien hecho muchacho. Tómate libre el resto del día”, respondió mi jefe, satisfecho con mi labor. Al instante, decidí cerrar los archivos de trabajo y apagar la computadora. Alisté mi mochila y salí de la oficina… no sin antes servirme más café. Pero me lo bebía a sorbos tan pequeños que me duró más de la mitad del camino de regreso en el bus.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo seis)

[Visto: 473 veces]

(viene del capítulo anterior)

Luego de tan extraña experiencia, me fui para mi casa. Me la pasé pensando por qué ocurrió lo del consultorio, hasta que el cansancio mismo me venció recostado sobre el sofá de la sala. Para sorpresa mia, fue el segundo día que no tuve esas pesadillas. “Bien, es hora de continuar”, me dije con marcado optimismo.

En el paradero me encontré con Guido. Él me preguntó cómo seguía todo con mi condición. Le conté lo sucedido en la cita con el oculista y lo bien que dormí anoche. Aunque no terminó de entender bien, se alegró de verme de mejor ánimo. “Sólo espero que no te vuelva a repetir”, dijo mi amigo y se fue en su transporte.

En esa misma esperanza, me despedí de Guido bien contento y me dispuse a subir al bus. Ya dentro, tuve la suerte de encontrar varios asientos vacíos. Me senté en uno que está junto a la ventana. Me puse a cantar las canciones que puso el conductor, mientras veía las casas ser dejadas atrás. Me sentí tan tranquilo que, unos minutos después, me quedé dormido.

Luego de un rato, desperté de nuevo. El bus avanza suavemente por su camino, la música ha callado, y todo parece muy celeste. No parecen haber muchos pasajeros. De hecho, mi horror me paraliza: a mi costado está el mismo pasajero desconocido de mi segundo sueño. “Aún no despiertas… y pronto ya no despertarás”, dijo en tono misterioso y con una sonrisa malévola.

Abró los ojos asustado. No reconozco por dónde estoy. “Baja, baja”, le grito indignado al cobrador del bus. El conductor para en la esquina y yo bajo apurado. Miro los números de las casa para ubicarme: me he pasado ya cinco cuadras de mi destino.

(continúa)

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