Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

El heladero Juan (capítulo tres)

[Visto: 530 veces]

(viene del capítulo anterior)

El cambio de actitud que había mostrado el pequeño José le pertubó a su madre. En principio, la señora veía que se comporta con normalidad ante las situaciones, salvo en una: cuando el camión de helado avanza por la calle. Su hijo no salía y, si alguna rara vez lo hacía, se quedaba junto a la puerta. Pronto, los demás niños empezaron a hacer lo mismo.

Caras extraviadas, silencio y mutismo acompañan al paso del joven heladero, quien empezó a desesperarse al ver que no vendía como antes. Días después, Juan en persona bajó del camión y se acercó hasta José con un helado de chocolate en sus manos. “Hola José. Ven al camión. Te regalaré este y otro helado”, dijo Juan con sus penetrantes ojos.

José, que lo mira desde su puerta, siguió con su mutismo y le negó moviendo su cabeza de un lado a otro. Juan se ofuscó y estuvo a punto de tirar el helado contra el niño, cuando vio que por la esquina aparecía otro menor. “Te salvaron hoy”, señaló Juan con un susurro amenazante y se dirigió hasta el camión. Condujo por la calle y paró al costado de su próxima víctima.

(continúa)

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El heladero Juan (capítulo dos)

[Visto: 476 veces]

(viene del capítulo anterior)

Los niños, pese a su inicial desconfianza, adoptaron a Juan como su nuevo heladero, mientras la presencia de don Arturo se hizo menos visible. La amabilidad del joven los convenció de acercarse con total confianza a su vehículo. Un mes más tarde, José salió de su casa y le pidió a Juan un helado de vainilla.

Juan se sorprendió y le dijo que se le había acabado. “No puede ser… ¡tiene que haber uno por allí!”, exclamó el niño con mucho fastidio. El nuevo heladero le pidió que subiera al carro para que lo ayudara a buscar en la nevera. Mientras tanto, la mamá de José se preocupó de que su hijo ya estuviera cerca de media hora fuera de la casa.

Pero, cuando avanzó hacia la puerta, escuchó el golpe de nudillos de su hijo. Rápidamente, ella abrió la puerta y José entró con una sonrisa en sus labios y un helado en la mano. La mamá le preguntó por qué se había demorado tanto. “Lo siento, me puse a jugar con Juan”, se excusó el niño bajando la cabeza y caminó hacia su habitación.

(continúa)

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El heladero Juan

[Visto: 474 veces]

Aquella mañana de fines de diciembre, José esperaba que pasara el carro heladero con el sonido de corneta tan particular. Se imagina salir corriendo por la puerta de su casa, y llegar hasta el carro donde él y otro niños pedirían sus paletas de helados a Don Arturo, el viejo heladero que tan amablemente los atendía en cada verano.

La corneta sonó otra vez como cada verano, y el niño se apresuró en salir por la puerta. Ni bien lo vio acercarse, el carro paró a su costado. José vio bajar al conductor del carro y se quedó algo soprendido. El cabello negro y la barba incipiente eran inconsistentes con la apariencia de su viejo heladero.

“¿Qué helado deseas niño?”, preguntó el desconocido. El niño se le quedó mirando en silencio por algunos segundos, y luego preguntó por Don Arturo. “Aquí hijo”, dijo el viejo heladero por la puerta del copiloto. José lo reconoció y se volvió hacia él. “Disculpa que no pueda atenderte, tengo una lesión, pero mi sobrino Juan me ayudará con los helados”, se excusó el señor y dirigió su dedo hacia el joven y nuevo heladero.

(continúa)

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Tan sólo unos momentos (capítulo final)

[Visto: 476 veces]

(viene del capítulo anterior)

Me sentí más tranquilo saboreando la bebida en la barra. Tan tranquilo que, recién media hora después, me di cuenta que mi celular estuvo sonando. Dos llamadas perdidad y un mensaje de texto eran la prueba de que Annie también está atenta a mí. “Amigo, ¿dónde estás?”, fueron las breves palabras que me apresuré en contestar.

Luego de un par de minutos, ella apareció a mi lado con una amplia sonrisa y me preguntó qué había pasado. “No lo sé, pensé que me sentiría diferente… más alegre”, señalé con una cara que no pudo tapar mi decepción. Annie se acercó a mí, posó sus brazos detrás de mi cuello y sentí su beso en mi mejilla.

“¿Te parece bien si vamos a bailar un rato?”, preguntó ella mirándome con esos dos hermosos ojos negros. Acepté sin dudar y, llevándome a la pista de baile, la pasamos muy bien en ese momento. La hora pasó muy rápido y ya me tenía que ir. Nos despedimos con cierta ternura, y salí de la discoteca. Bajando por la escalera, me sentí contento por la manera, mas triste por el final: el cierre de la noche estuvo hecho.

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Tan sólo unos momentos (capítulo dos)

[Visto: 509 veces]

(viene del capítulo anterior)

No me pareció un abrazo tan largo, pero sí lo suficiente para sentir que este era un buen comienzo. Annie me presentó a sus migas, Silvia y Melissa, a quienes las vi elegantes pero no estaba igual de interesado. Subimos por la escalera y, previo pago de tickets, entramos en la discoteca del centro comercial.

El ambiente aún no había llegado a su apogeo, así que buscamos un buen sitio donde sentarnos. Los cuatro recorrimos el camino que rodea la pista de baile oval, y encontramos un sofá semicircular con una pequeña mesa. Ordenamos unos tragos e inciamos conversa antes que más amigos se sumaran.

Luego de hablar trivialidades con las chicas, me dirigí hacia el baño. Para cuando regresé, la pachanga había comenzado. Miré hacia la izquierda: Silvia y Melissa bailaban en la pista; miré hacia la mesa: sin rastro de Annie, había quedado vacía. Molesto por mi mala suerte, decidí ir a la barra a pedir una chela.

(continúa)

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Tan sólo unos momentos

[Visto: 520 veces]

No supe bien cómo llegué al sitio. Apenas subí al segundo bus, le dije al cobrador que me dejara en el centro comercial. Tras un corto recorrido, me encontré frente a mi destino. Eran las diez y cuarto en mi reloj de pulsera y me quedé esperando junto a la escalera blanca que conduce al segundo piso.

Conforme pasaban los minutos, vi algunas nubes aparecer en el cielo. Sentí que podía llover y yo tan sólo vestido con la camisa blanca y el jeans nuevo. “Desearía haber traído una chompa”, pensé para mis adentros. Como no quería ingresar solo, llamé a mi amiga que me hizo la invitación. “Ya estoy llegando”, dijo mientras algunas sonrisas se escuchaban por el auricular.

Diez minutos más tarde, un taxi paró en la esquina. Ella y sus dos amigas bajaron a pesar de la leve llovizna que se había iniciado. Se le veía elegante con sus jeans pegados, la blusa verde y, sobretodo, con esos adorables zapatos blancos que vestía la última vez que la vi. “Amigo, ¿Cómo estás?”, fue como me saludó apenas me reconoció después de tantos meses.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo final)

[Visto: 1161 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, el noticiero televisivo abrió las noticias locales con el doloroso crimen. Si bien la policía logró capturar luego de una balacera al vago, el viejo Erik no soportó la gravedad de sus heridas y falleció unas horas después.

Sentí una amarga tristeza de no haber podido despedirme de mi amigo de otra forma, y me abracé al regazo de mi abuela para esconder aquellas lágrimas que caían por mi rostro. Al día siguiente, fui otra vez hasta la banca blanca donde lo vi tantas veces.

Me senté y una brisa tibia me envolvió, como si unas manos me abrazaran con cariño. Y yo sólo sonreí, sabiendo que era él.

 

Con los años venideros, el barrio se tranquilizó. La policía capturó a varios drogadictos y microcomercializadores, y otra vez los niños volvieron a pasear por el parque. Pero ya no me interesaba estar allí: iba hasta donde estaba enterrado el viejo Erik. Veía su lápida en silencio por unos minutos y luego me sentaba a su lado, tan sólo para decirle: “Hola viejo amigo, ¿cómo te va?”

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El viejo en la banca blanca (capítulo ocho)

[Visto: 504 veces]

(viene del capítulo anterior)

Terminé de hacer rápido mi tarea, y fui como cada tarde a ver a Erik. Como siempre, estaba sentado en la banca, pero la expresión de su rostro había cambiado: se le veía satisfecho. Le pregunté si había solucionado sus asuntos. “Sí niño, ya no te volverán a molestar”, dijo el señor y continuamos con nuestras alegres charlas.

Una vez que anochecía me despedí de él y fui corriendo hasta la panadería. Estaba saliendo de allí, cuando se escucharon un par de disparos. Los clientes se tiraron al piso y yo hice lo mismo, pero me levanté de inmediato para ver qué había sucedido: el vago escapó corriendo por el parque, mientras el viejo Erik se desangraba en el piso.

Yo me acerqué a mi viejo amigo mientras algunos llamaban por el teléfono público a la policía. Le pedí que reaccionara, que no se fuera, pero él no podía hacerme caso. Uno de los paramédicos me tomó suavemente del brazo, mientras ponían a Erik en una camilla y lo subían a la ambulancia.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo siete)

[Visto: 453 veces]

(viene del capítulo anterior)

Durante el almuerzo, ni Erik ni mi abuela dijeron nada. Aún así, la expresión en sus rostros era tan elocuente, que seguramente me pedirían una explicación. Así que, como si hubieran tenido una conversa previa, ella se quedó sentada en la mesa y él se acercó hasta mí para hablarme.

El señor Erik fue directo al grano:”Tu abuela me contó sobre tu comportamiento anoche… y quiero saber si te encontraste con ese vago”. Aunque traté de negarlo, era evidente que mi silencio y un leve sudor me delataron. Me eché a llorar y le confesé que le había dado una probada al cigarrillo que me había invitado.

El viejo me abrazó y me aconsejó no volver a hacerlo.  “No, no volverá a pasar”, le dije más tranquilo. Satisfecho con mi respuesta, me acercó hasta mi abuela y se retiró de la casa. “Tengo unos asuntos que atender”, fue su breve excusa, abrió la puerta y se fue.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo seis)

[Visto: 460 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ingresé rápido en la casa de mi abuela y fui directamente hasta la mesa a dejar la bolsa de pan. Ella, que había notado mi impaciencia cuando la saludé, preguntó si me sentía bien. “Sí, todo bien”, respondó y fui al baño con la excusa de lavarme las manos.

Cerré bien y me enfoqué en echarme agua en la boca, esperando quitarme de la boca esa sensación de humo. Mi abuela tocó la puerta al ver que demoraba. “Se va a enfriar tu lonche”, afirmó ella del otro lado de la puerta. Me apresuré en contestarle que ya salía. Cerré el grifo del lavabo y salí.

Tomé el lonche con rapidez y silencio. Me despedí de mi abuela, diciéndole que tenía una tarea urgente que hacer. “Quizá mañana me sentiré mejor”, dije para mis adentros mientras llegaba hasta la avenida. Al día siguiente, cuando llegué para el almuerzo, me recibió el señor Erik. Su gesto adusto me puso al descubierto.

(continúa)

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