El heladero Juan

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Aquella mañana de fines de diciembre, José esperaba que pasara el carro heladero con el sonido de corneta tan particular. Se imagina salir corriendo por la puerta de su casa, y llegar hasta el carro donde él y otro niños pedirían sus paletas de helados a Don Arturo, el viejo heladero que tan amablemente los atendía en cada verano.

La corneta sonó otra vez como cada verano, y el niño se apresuró en salir por la puerta. Ni bien lo vio acercarse, el carro paró a su costado. José vio bajar al conductor del carro y se quedó algo soprendido. El cabello negro y la barba incipiente eran inconsistentes con la apariencia de su viejo heladero.

“¿Qué helado deseas niño?”, preguntó el desconocido. El niño se le quedó mirando en silencio por algunos segundos, y luego preguntó por Don Arturo. “Aquí hijo”, dijo el viejo heladero por la puerta del copiloto. José lo reconoció y se volvió hacia él. “Disculpa que no pueda atenderte, tengo una lesión, pero mi sobrino Juan me ayudará con los helados”, se excusó el señor y dirigió su dedo hacia el joven y nuevo heladero.

(continúa)

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