Archivo del Autor: Héctor Javier Sánchez Guevara

La puerta que cruzas (capítulo dieciocho)

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(viene del capítulo anterior)
El médico se acercó hasta Arminia y se la llevó aparte luego que supo que ella era la madre de Alfredo. Lorena se quedó ansiosa por la respuesta hasta que vio que su amiga volvía por el pasillo llorando a mares. Trató de acercarse para consolarla pero la señora rehusó con fuerza. “Déjame tranquila”, gritó Arminia y por poco la golpea.
Unas enfermeras la sujetaron y estuvieron con ella hasta que se tranquilizó. Luego la enviaron a su casa en un taxi. Un rato después, Lorena se acercó al médico y este le confirmó que Alfredo falleció unos minutos antes. Lorena decidió salir y encerrarse en su auto. Allí, sola y sin que nadie la moleste, pudo llorar todo el dolor que tenía acumulado. Luego que dejó de llorar, siguió sentada hasta que se tranquilizó.
Condujo hasta su casa sin sobresaltos. Luego de guardar el carro, se dirigó a la sala. Nicole la esperaba allí desde hace horas. Vio su estado lamentable y le preguntó qué había pasado. Cuando Lorena le confesó lo pasó con Alfredo, Nicole se desmoronó y, llorando, cayó de rodillas. Madre e hija lloraron juntas de nuevo hasta que se cansaron.
(continuará)

La puerta que cruzas (capítulo diecisiete)

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(viene del capítulo anterior)

Lorena se sentó en su silla esperando que Alfredo la llamase. Sin embargo, esa llamada nunca llegó. Por el contrario, fue Arminia quien se comunicó para decirle que encontraron a su hijo gravemente herido. Lorena, sorprendida por la noticia, no sabía qué responder. “Voy para allá”, dijo una vez que reaccionó ante lo sucedido.

Salió sin avisar de su casa y se dirigió rápidamente en su auto hasta el hospital que Arminia le señaló. No tardó mucho tiempo en encontrarla en el área de emergencias. Lorena se acercó a la señora y la abrazó con mucha aprehensión. Arminia le recibió su abrazo con cierta frialdad.

Lorena consideró que ella aún estaba en shock y dejó que se volviera a sentar. “No sé qué haré sin mi hijo”, dijo Arminia con la voz entrecortada. Lorena decidió quedarse sentada a su lado y esperar que los doctores le avisaran de alguna noticia. Unas horas después, uno de los médicos se acercó.

(continuará)

La puerta que cruzas (capítulo dieciséis)

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(viene del capítulo anterior)

Alfredo abrió los ojos con dificultad. El impacto de su auto fue tan brutal que lo dejó muy adolorido. Permanecía echado en el lugar del accidente, mirando al cielo en busca de una respuesta.  Cerró los ojos de nuevo. Escuchó la voz de su madre que lo llamaba por su nombre.

“¡Estás aquí!”, exclamó abrir los ojos y mirar a Arminia. “Lo siento, pensé que estaba lejos”, dijo el joven mirando a esa imagen transparente que apareció ante él. La imagen de Arminia le extendió su brazo y le invitó a alejarse de aquel lugar.

Aquella noche, Lorena recibió una llamada. Era Arminia preguntando si había visto a su hijo. Lorena contestó que no, que ya hace varios días que no lo veía. Arminia cortó la comunicación pero Lorena se quedó con la duda. Intentó llamar una y otra vez a Alfredo. Nunca contestó. La culpa y la desesperación se apoderaron de su corazón.

(continuará)

La puerta que cruzas (capítulo quince)

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(viene del capítulo anterior)

Tres horas después, Lorena y Alfredo salieron con la misma discreción con la que llegaron a aquel sitio. Subieron al auto y Alfredo manejó hacia la casa de Lorena. Faltando dos cuadras para llegar, ella se colocó los lentes oscuros y le pidió que pare en la esquina. El joven accedió y la señora bajó del auto, no sin antes besarlo suavemente en la mejilla.

“Hasta luego muchacho”, dijo ella y caminó por la vereda. Alfredo se retiró en dirección hacia su casa. No sabía realmente si sentirse bien o mal por lo sucedido. En cierto modo, tenía una sensación de oportunidad de ser cortejado por una mujer mucho mayor que él. De otro lado, sin embargo, está la sensación de haberle fallado a la confianza que Nicole puso en su corazón.

Angustiado por aquellas voces internas, decidió ya no ir a su casa y avanzó con su auto hacia una autopsita cercana. Aumentó la velocidad de su vehículo para que esas voces se alejaran. En aquel momento de voluntaria relajación, unas luces muy brillantes aparecieron en dirección opuesta y lo cegaron.

(continuará)

Viajero en la noche (capítulo trece)

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(viene del capítulo anterior)

Memo siguió caminando hasta que la zona se le hizo conocida. Sí, había bajado hasta la calle donde se encuentra aquel bar. Sólo que, en su lugar, había un par de puertas cerradas hacía mucho tiempo. Intentó mirar adentro por la ventana, pero el lugar se veían paredes y piso vacíos y sucios por el polvo.

Golpeó la puerta con los nudillos dos veces, pero nadie contestó. Tan solo otro caminante, que por allí pasaba, le preguntó qué hacía. “Solía visitar este bar”, dijo Memo algo melancólico. “Sí, yo también… hace como cinco años”, respondió el desconocido. “Yo vine hace un par de meses”, contestó Memo.

“Es posible que se confundiera”, dijo el caminante y se despidió sin más explicaciones. Desconcertado, Memo llamó a Gerardo por el celular. La operadora le contestó que el número marcado se encuentra fuera de servicio. Como aún era temprano, Memo paró un taxi y se dirigió al hogar de Gerardo para disipar sus dudas.

(continuará)

Viajero en la noche (capítulo doce)

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(viene del capítulo anterior)
Aún algo aturdido por lo ocurrido en la mañana, Memo se alistó y se dirigió a la oficina. Cuando abrió la puerta, encontró un panorama desolador. Los módulos de trabajo, salvo el suyo, estaban vacíos. Nada de papeles ni de personas. De pronto el blanco cubría con su inmensidad toda la oficina. A pesar de la extrañeza, dejó sus cosas en su módulo y caminó hasta la oficina de Aníbal.
Tocó la puerta cerrada pero no recibió respuesta. Algo ansioso, Memo tocó otra vez la puerta, con más fuerza. Aníbal reaccionó porque se acercó hasta allí y abrió la puerta. Memo se sorprendió de verlo jadeando, como si hubiera hecho algún ejercicio intenso. “¿Qué pasó con los demás empleados?”, fue la primera pregunta del joven. “Les di el día libre, pero no  para ti. Tu aún tienes pendientes”, fue la contestación de su jefe, seguida de una orden.
Dicho esto, Aníbal pidió no ser molestado y cerró otra vez la puerta. Como no quería enfadar a su jefe, Memo volvió a sus labores hasta que acabó el día. Antes de irse, se despidió de su jefe desde la puerta pero no contestaron. Como se le hizo normal su trato indiferente, salió de la oficina y empezó a caminar calle abajo.
(continuará)

Viajero en la noche (capítulo once)

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(viene del capítulo anterior)

Una vez que llegó al aeropuerto, Memo no le dijo nada a su jefe. Salvo para despedirse de él al llegar su taxi, no sentía ninguna empatía en continuar alguna conversación. Como quiera que Aníbal siguió entusiasmado con el libro, no le hizo mucho caso.

Fue así como Memo arribó hasta su casa y se dispuso a dormir. Dejó la maleta a un costado de la cama y, apenas con cambiarse el pijama, se metió a la cama. A eso de las cuatro de la mañana, sintió como que alguien se sentó encima de su cuerpo. Intentó poder ver qué  podía ser esa opresión, pero todo se veía muy oscuro en su habitación.

Finalmente, unos minutos después, esa presión desapareció tan misteriosamente como llegó. Memo se sentó en su cama y, luego de sentirse más aliviado, fue al baño a echarse un poco de agua en la cara. “Fue un mal sueño”, se dijo para sí y volvió a su cama. El reloj marcó las cinco. Decidió que era mejor abrir un libro y leer un poco antes que llegara el alba.

(continuará)

La puerta que cruzas (capítulo catorce)

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(viene del capítulo anterior)
Alfredo avanzó por algunas calles de un distrito residencial. No parecía tener mucha prisa en llegar hasta el lugar indicado. Luego de encontrar el sitio, estacionó el auto y entró en la cafetería y se sentó en una mesa. Pidió la carta del menú y se la quedó mirando por largo rato. Aún estaba decidiendo en su mente qué pediría cuando una mujer se acercó y se sentó en la otra silla de la mesa.
Tenía el rostro oculto por unos lentes oscuros y una tela de color verdoso alrededor de la cabeza, pero el sonido de su voz era suficiente para saber quién era. “Me tuviste ansiosa sabiendo si vendrías”, dijo Lorena rompiendo por fin el silencio. “Estoy cumpliendo con la promesa que te hice, aunque este lugar no es tan privado”, señaló Alfredo algo incómodo.
“No te preocupes querido. Sólo me bebo esta taza de café y salimos de aquí”, habló la mujer con cierta fascinación. Dicho y hecho, Lorena terminó su café, pagó la cuenta y ambos salieron hacia el auto. Alfredo condujo por unas calles más hasta que llegaron a la entrada de un hostal.
Bajaron del coche y, agarrados de la mano, se dirigieron a la recepción.
(continuará)

La puerta que cruzas (capítulo trece)

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(viene del capítulo anterior)
Unos días después, Nicole había quedado en salir con Alfredo por la tarde. Y a pesar de lo esmerado que lo veía a su enamorado, lo sentía ansioso. Habían aprovechado para hacer un paseo por el parque y encontraron una banca para sentarse. Alfredo empezó a mover su celular como si tuviera la imperiosa necesidad de recibir una llamada.
“¿Te pasa algo?”, preguntó la joven al darse cuenta que él le está prestando más atención a su teléfono. “Un amigo que no veo hace algún tiempo, me dijo que iba a llamar”, fue su escueta explicación. Nicole le recordó que lo ama y que puede contar con ella para cualquier situación. “Yo sé que me apoyarás, pero esto es personal”, respondió misterioso.
Esa respuesta rompió el buen clima que tenían y, ofuscada, la joven pidió que retornaran a su casa. Alfredo se quedó sorprendido y, rumiando su actitud idiota, caminó con ella hasta el auto, subió y condujo hasta la casa de Nicole. “No creo que sea para tanto”, dijo Alfredo sin imaginar que cometió su segundo error del día. “No puedes hablarme así, vete por favor”, dijo ella muy enojada entrando en su casa.
“¡Qué huevón!”, fue lo único que atino a decirse luego de casi recibir un portazo en la cara. Se fue decepcionado. Unos minutos más tarde, el celular sonó. “Hola. Espero que haya valido la pena esperar tu llamado”, dijo a su interlocutor y condujo con rumbo desconocido.
(continuará)

La puerta que cruzas (capítulo doce)

[Visto: 359 veces]

(viene del capítulo anterior)

Han pasado más de tres meses. Nicole ha aprovechado cada minuto de sus salidas con Alfredo para poder demostrarle sus sentimientos por él. A pesar de ello, se encuentra un tanto frustrada. Y no por ella. De hecho, siente que su enamorado no está dando la misma intensidad que ella necesita.

Siente que sus besos no tienen la misma dulzura de los primeros. Aún más extraño: hay días que él le dice que va a salir con sus amigos, cuando apenas los había mencionado en los días previos a la reunión con Lorena. “No lo entiendo, ¿mi mamá pudo haberlo intimidado?”, piensa la joven intentando encontrar un razón al cambio de comportamiento del joven.

Una de esas noches que regresa a su casa, Lorena se encuentra sentada en un sofá de la sala y leyendo una revista. Apenas la ve, ella le pregunta cómo le fue. “Me fue bien mamá. Alfredo es muy bueno conmigo”, respondió con una sonrisa. “Me alegro por ti hija”, dijo Lorena mirándola con poca emoción.

A Nicole le pareció extraña esta contestación; sin embargo, hizo como que sólo recibió el mensaje, dijo me voy a mi cuarto y subió las escaleras.

(continuará)