Recuerdos de la oscuridad (capítulo nueve)

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(viene del capítulo anterior)

Se acercó despacio hasta la municipalidad, local de cual ya había tomado posesión. Lo iba a invitar a pasar, pero él se negó. “Melsig, sólo vengo a pedirte que mañana temprano tú y tus huestes se vayan de La Abundancia”, afirmó con ánimo retador.

Yo me reí un poco y saqué rápidamente mi revólver, apuntándole debajo del mentón. “Podría matarte ahora mismo sólo por desafiarme”, grité colérico ante el profesor. “Hazlo ya”, dijo con tranquilidad Mendoza y cerró los ojos.

No sé si fue el cansancio o un capricho, lo cierto es que retiré el revólver de su mentón. El profesor abrió los ojos un tanto sorprendido por lo que había sucedido. “Olvidaré que esto ocurrió”, dije en tono bajo, di media vuelta y cerré la puerta, dejando con la palabra en la boca a Mendoza.

Celina me esperaba sentada en una mesa. Despojada de su arma y con la cara limpia, parecía como cualquier otra chica de la ciudad. Me empezó a acariciar la cara, y nos besamos.

No habían pasado ni diez minutos desde que comenzamos a tener sexo, cuando sonaron disparos en la plaza. Prieto, rápido como lince, entró en la municipalidad. “Mierda, el ejército”, nos avisó mientras nos vestimos.

(continúa)

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