El ocaso

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Sentado en la arena
mirando el horizonte del mar
allí donde se oculta el sol de la tarde,
así desaparece tu amor
en serena decadencia.

No puedo ni expresar la tristeza
del momento vivido,
pues me tomó por sorpresa
tu adiós sentido.

Adiós sin persistencia,
sin reclamar ni luchar,
una palabra que dejó en claro
tu nueva frialdad.

Frialdad de alma,
como agua del mar
cuyo horizonte oculta
el sol de la tarde.

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Ecos desde Rasunia

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Baker mira con impaciencia hacia el mar. Desde la cubierta metálica de la fría fragata, el científico y explorador espera que pronto aparezca la cámara submarina que hace varias horas bajó al lecho marino en busca de su tesoro.

No se trata de un galeón hundido, cargado con pinturas y monedas de oro: su ambición nació en una expedición anterior, donde un rastro magnético le señaló un elemento de cual no se sabía su existencia. “Quizá pudo provenir del inicio mismo del universo”, se dijo en aquella ocasión sin ocultar su emoción.

Y ahora estaba allí, cinco años después, en esa cubierta fría, con la mirada fija en el océano. Unos minutos después, la cámara emerge en medio de un ambiente de algarabía. Baker y los demás marineros ayudan a enganchar la cámara a la nave.

Colotto, el conductor de la máquina submarina, abrió la compuerta por dentro y gritó de alegría. “Lo logramos”, afirmó entusiasmado y se confundió en un abrazo con Baker, mientras su ayudante sacó una gran bolsa negra donde descansaban las muestras del lecho marino.

(continúa)
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2012: El fin del mundo… que no ocurrió

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A diferencia de lo sucedido en el 2011, tras la vorágine sobrevino la calma. Por momentos, mucha calma. La transición había terminado, y por fin enfrenté el mundo laboral a jornada de tiempo completo, la misma que introdujo un punto de quiebre entre el blog y sus seguidores.

Y es que, a pesar del fantástico inicio de la cuarta temporada, la cual tuve picos importantes de lectoría, la tendencia se revirtió a partir de mayo. ¿La razón? El viaje de trabajo que realice a Tingo María a inicios de ese mes. El abandono evidente de mi escritura durante esos ocho días frenó el impulso que hubo entre los asiduos lectores.

Desde ese momento, ya nada fue igual. Aunque logré escribir un tanto más de historias que el 2011, la sensación instalada es que podía hacer abandono del blog en próxima ocasión posterior. Aprendí de ese error, y en adelante dejaré explícita mi ausencia si es que volviera a suceder.

Señalado todo lo anterior, agradezco a todos los seguidores en este año que terminó de forma natural (y no como los agoreros pretendían el 21 de diciembre) y los dejo con el acostumbrado recuento del año pasado.

Los diez artículos más vistos

1. Y ese era el problema [176 visitas]

2. La escalera de Chronos [163 visitas]

3. Bajo luz violeta (capítulo final) [158 visitas]

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6. El rostro de Paul (capítulo siete) [140 visitas]

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9. La escalera de Chronos (capítulo dos) [130 visitas]

10. El rostro de Paul (capítulo diez) [129 visitas]

Los diez artículos de mejor promedio

1. Paciente en la habitación 21 (capítulo nueve) [0.9111 visitas diarias]

2. Estragos de la furia (capítulo seis) [0.8909 visitas diarias]

3. Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo nueve) [0.8780 visitas diarias]

4. Paciente en la habitación 21 (capítulo final) [0.8684 visitas diarias]

5. Estragos de la furia (capítulo final) [0.8125 visitas diarias]

6. Estragos de la furia (capítulo cinco) [0.8033 visitas diarias]

7. Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo siete) [0.7813 visitas diarias]

8. Paciente en la habitación 21 (capítulo ocho) [0.7759 visitas diarias]

9. Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo final) [0.7714 visitas diarias]

10. Estragos de la furia (capítulo cuatro) [0.7612 visitas diarias] Sigue leyendo

Disputa en Los Robles

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Tras unos segundos de indecisión, los dos hombres se abalanzaron uno contra el otro. El más viejo comenzó a pegar al más joven, haciéndolo trastabillar, pero el joven no se quedó atrás y, aprovechando un momento de descuido de su oponente, logró tirarlo al suelo terroso y dejarlo semiconsciente tras una andanada de puñetazos cargados de odio.

Su mirada se fijó en el revólver que el viejo llevaba al cinto, lo retiró de la funda y apuntó al hombre, que aún se mantenía echado y jadeando en aquel lugar. Constanza, la mujer en disputa, se le acercó corriendo y lo jaló de un brazo para que se fueran de allí. Pero el joven se mantuvo impasible.

“Lucho, ¿qué estás haciendo? ¡Vámonos ya!”, le rogó la mujer esperando que recapacitara. Lucho aseguró el percutor y, de pronto, le entró la duda: ¿valdría la pena dejar vivo a su tío, sabiendo que continuaría con su cacería? El viejo se levantó sorpresivamente y se abalanzó sobre su sobrino. El joven despertó de su distracción y disparó.

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Estragos de la furia (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

López cuadró su auto en una calle sin mucha iluminación. Él y Lorena salieron a la calle y comenzaron a besarse. Emocionados, caminaron a la casa de ella. Luego que entraron, los sospechosos llegaron en el auto negro. Antes de bajarse, se colocaron unas capuchas y blandieron unos puñales.

Se disponían a ingresar por el frontis, cuando los patrulleros aparecieron con tremendo estruendo y redujeron a los desconocidos. Sin oponer resistencia, los dos hombres fueron conducidos a una de las patrullas, mientras el detective Robles entró en la casa.

“López, tenemos a los asesinos, ya todo terminó”, dijo desde la salita de recibo sin recibir respuesta. Desenfundó su arma y avanzó hacia las habitaciones. Uno a uno, sus pasos apenas hacían ruido en el suelo. Una puerta se abrió con violencia: la mujer se abalanzó contra él levantando un cuchillo para carne.

Robles reaccionó instintivamente ante la amenaza y le disparó. Lorena cayó al piso, desangrándose profusamente por el agujero en su pecho. El detective se adentró en la habitación y vio un cuerpo echado en el piso, detrás de la cama.

Al darle vuelta, confirmó que era López, quien se desangraba por los enormes cortes que recibió en el abdomen. “Tenías razón amigo… esto me costó caro”, habló el detective con dificultad. Luego, inclinó lentamente su cabeza y enmudeció por última vez. Sigue leyendo

Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo final)

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(viene del capítulo anterior)

Tras unas primeras semanas en estado depresivo, la convicción de Emilia en su recuperación fue vital para que el muchacho comenzara con su rehabilitación. “¿Por qué volver a la universidad?”, se preguntó en algún momento sintiéndose derrotado.

“¿Por qué no?”, fue la respuesta que le devolvió Emilia matizada con una sonrisa. Sintió que estaría bien apoyado, aunque no si eso sería suficiente Aquel día que volvió a clases, él estaba reacio mientras Emilia conducía la silla de ruedas en que se sienta.

Rodrigo detuvo la silla antes de que entraran al aula. Temía que lo vieran diferente. Ella se paró frente a frente: “sé que será difícil, pero así como tú me ayudaste, yo te ayudaré”, respondió ella optimista y entraron.

Han pasado dos años. Rodrigo los contó día por día esperando completar todo aquello por lo que había luchado. Es la tarde de la graduación, la antesala de su nueva vida. Como en aquella vuelta a clases, llega en la silla de ruedas empujada por Emilia.

Todos sus compañeros esperan ansiosos las palabras de su discurso. Pero él tiene una sorpresa. Sus manos se apoyan a los lados de la silla y, con cierto esfuerzo, logra ponerse de pie. Emilia, que lo había dejado solo un momento, se acerca rápidamente para evitar una recaída.

No es necesario. Rodrigo puede sostenerse sobre sus piernas, y todos lo ovacionan. Ella, aún asombrada, le preguntó cómo sucedió ello. “Bueno, tuvieron que pasar dos cosas: que hiciera la rehabilitación… y que estuvieras allí motivándome a llevarla a cabo. Esto no lo hice solo. Lo hicimos juntos”, le explicó y se saludaron efusivamente con un beso que les pareció eterno.
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Paciente en la habitación 21 (capítulo final)

[Visto: 736 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Hola Laura”, le dijo Luis mirándola con tristeza. Ella no entendía por qué estaba echada sobre la cama del hospital, con una sonda y varias vendas… y Luis tan sano, parado al pie de la cama. Hizo el intento de levantarse pero el dolor que sentía en los huesos era demasiado.

“¿Por qué me duele tanto el cuerpo? Apenas si me desmayé”, replicó ella hablando con dificultad y sin entender lo que sucedía. “No te desmayaste: ¡te tiraste del puente!”, respondió Luis entre molesto y quejumbroso.

“¿Qué estás diciendo? Tú te quisiste suicidar. Sibila y Abelardo me ayudaron a entender por qué lo hiciste”, habló ella haciendo un gran esfuerzo. “Mírame, estoy sano… y tú estás delirando con tus padres”, respondió Luis evitando ser ofensivo.

Laura no logró comprender esa respuesta, hasta que vio entrar a Sibila y a Abelardo abrazados. La mujer se le acercó y le acarició el cabello, llamándola “hijita mía”, pidiéndole que esté tranquila, que ya la observaría el médico.

Mientras el doctor auscultaba su condición, Laura empezó a recordar poco a poco los momentos antes de la caída: su búsqueda obsesiva de las supuestas profecías, su alejamiento de sus padres y de Luis, la desesperación intensa, la decisión de quitarse la vida, el arrojo…

Cayó en la cuenta que su cerebro había tramado una historia para mitigar su dolor durante su inconciencia, para escapar de lo que le había ocurrido. Pero no pudo más: era hora de rendirse ante la realidad. El doctor salió junto con los padres y con Luis al pasillo.

Ella no pudo escuchar nada, pero por los gestos de dolor que vio en su madre a través del vidrio de la puerta, le dejaron en claro que no sobreviviría por mucho tiempo. Laura cerró los ojos y decidió anular su dolor. Poco a poco, comenzó a sentir nada, nada, nada… Sigue leyendo

Entre Emi y Rodri: sentimientos a distancia (capítulo nueve)

[Visto: 842 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Logramos evitar que su hijo muera, pero es posible que hayas secuelas”, indicó el doctor mirándolos con cara atribulada. Ellos quedaron angustiados con la noticia y le preguntaron sobre qué consecuencias afrontar. El médico habló con incertidumbre: “esperemos a que su hijo despierte para hacerle una evaluación”.

Rodrigo, aún sedado, fue trasladado en la camilla hasta uno de los cuartos del hospital. Su madre fue la primera en entrar a cuidarlo, mientras que su padre se quedó con Emilia afuera. Ella aún estaba en shock por ver a su amigo en esa situación, y llora amargamente su tragedia. El hombre se le acercó y la abrazó.

“Tranquila niña, mi niño es fuerte, sé que se pondrá bien”, la animó, y le aconsejó ir a su casa a descansar. Emilia se opuso tajantemente en un primer momento, pero el padre la convenció señalando que le avisaría cuando Rodrigo despertara.

Unas horas después, cuando encerrada en su habitación vivía la ansiedad de no saber nada, Emilia recibió la llamada que tanto había esperado: Rodrigo había despertado y preguntó por ella. No perdió tiempo y se dirigió rápidamente al hospital.

Los padres de Rodrigo la esperaban en el pasillo: La madre en silencio, mirando para otro lado. El padre se acercó y le habló: “tendrás que ser fuerte para lo que viene”, le dijo y le abrió la puerta. Emilia entró y vio a Rodrigo dormitar. Se acercó hasta su cabecera. “Rodri, soy yo, Emilia”, habló con voz temblorosa.

Él abrió los ojos y sonrió al verla. Ella se emocionó con el gesto, y derramó algunas lágrimas al preguntarle “¿cómo estás?”. Rodrigo contuvo unos segundos el aliento antes de decirle: “Quiero que me ayudes”. Emilia gustosa aceptó, y quiso saber cómo podía ayudarlo. “Con mis piernas”, confesó Rodrigo y se puso a llorar desconsolado.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo nueve)

[Visto: 829 veces]

(viene del capítulo anterior)

Laura se dirigió al hospital en medio de esa noche para escuchar directamente de Luis aquellas voces que resonaban en su cabeza. Ni bien entró, sintió una extraña sensación: las luces de los pasillos estaban encendidas a pesar de la claridad de esa noche, pasillos iluminados pero completamente vacíos.

Tratando de dominar esa sensación, caminó por el pasillo hasta la habitación 21. Entró allí y dirigió su mirada hacia la cama. Grande fue su sorpresa al descubrir que tan sólo una ligera sábana cubría el colchón. Miró alrededor: Luis no estaba ahí.

Laura salió al pasillo. “¡Enfermera, enfermera!”, gritó por ayuda al no saber qué había ocurrido con su enamorado. El silencio de aquel vacío pasillo fue la única respuesta que recibió. La melancolía y la tristeza la invadieron.

Se recostó sentada contra una de las paredes, y comenzó a llorar su desgracia. “No llores niña, estoy aquí dentro”, la voz de Luis la llamó desde la habitación. Ella se preguntó cómo podía ser eso posible si ya había visto que no había nadie.

Se secó las lágrimas y entró en la habitación. Luis se encuentra dentro y la mira con cara triste. Laura se acerca y lo abraza. “Amor, añoré tanto estar así”, le dijo ella y le besó en los labios. “No quiero que te vayas”, le dijo él al abrazarla con mucha fuerza.

“No seas tonto, no me voy a ir”, se reafirmó ella en su opinión. “Veo que aún no lo entiendes”, señaló Luis, colocando sus manos sobre la frente de Laura. Al instante, ella sintió un fuerte mareo y se desmayó.

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Estragos de la furia (capítulo siete)

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(viene del capítulo anterior)

Minutos después de ese encuentro, López intuyó que una cita con la sospechosa estaba más que descontada. Se acercó al cantinero y se despidió, no sin antes recordarle que le mande aviso cuando volviera la italiana por el bar.

Al día siguiente, el detective le contó a su colega sobre lo ocurrido esa noche en el bar. “Eso fue poco profesional, y te va a costar caro”, comentó Robles luego de escucharlo atentamente. “Aún la sigo viendo como testigo de un crimen”, señaló López y le contó su plan para su próximo encuentro.

La nueva llamada del cantinero propició la puesta en marcha del operativo para ese fin de semana. Como la vez anterior, López se sentó en la barra, miró de reojo y se fijó donde Lorena estaba sentada. Ella se percató de la presencia de su ocasional interlocutor y se le acercó con su peculiar caminar.

“Te veo de nuevo”, le dijo el detective cuando la tuvo frente a sí. Lorena sonrió y lo besó en los labios suavemente. López no se quiso quedar atrás y la besó con mayor pasión. “¿Por qué no salimos a caminar?”, preguntó él completamente decidido.

Ella aceptó, dejaron los tragos y salieron del bar. Se encaminaron hacia la esquina, donde López había dejado su auto particular, y partieron de allí. A los pocos segundos, un par de jóvenes, que estaban sentados en la entrada del bar, subieron a un auto negro y los comenzaron a seguir.

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