Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie uno)

Relatos literarios escritos por entregas

El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo siete)

[Visto: 902 veces]

(viene del capítulo anterior)

Vio a un joven delgado y medio bajito que vestía una capucha gris. En sus ojos se describía la sensación que todo estaría bien. “¡Quinto!”, se emocionó Jano y abrazó efusivamente a su antiguo aliado. Luego, les presentó sus amigos, pero Quinto se mostró parco con ellos.

“Hermano, tenemos que irnos”, le indicó el de capucha gris entrando al baño de varones. Una vez que verificó que estuviera vacío, empezó a golpear una a una las finas secciones de madera que formaban una de las paredes. Fue golpeando cada una hasta que oyó un sonido hueco.

Entonces, tomando esa sección con cuidado, la removió un poco hacia la izquierda, dejando paso a unas escalinatas interiores. Quinto tomó la antorcha que colgaba de un soporte circular y lo prendió con unos fósforos que tenía guardados. Mirella y Neto lo siguieron, mientras Jano se aseguraba de cerrar la pared por dentro.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo seis)

[Visto: 877 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Hey, hey”, fue despertado el noqueado por la joven. “¿Qué sucedió?”, se sorprendió él. “Un tipo me secuestró y amenazó con matarme si no lo ayudaba a conseguir un auto”, inventó Mirella, con gesto desesperado, “lo siento mucho”.

“¿Y dónde está ese tipo?”, preguntó el conductor. “Justo ha entrado al bar a beber”, le indicó ella, “¿qué quieres hacer?”. “Le daré su vuelto”, respondió vengativo. Mirella y el tipo ingresaron al bar. “Él es”, le indicó ella a un hombre alto y fornido.

A pesar de la apariencia del supuesto secuestrador, el tipo no se amilanó. “Espera aquí”, le dijo, adelantándose hacia el hombre fornido, que departía en una mesa junto a un par de amigos. Sin mediar palabras, el conductor le propinó un derechazo y lo derribó, provocando la reacción de los otros dos.

Se armó una pequeña trifulca, que pronto se extendió a otras mesas. Este momento fue aprovechado por Neto y Jano para pasar desapercibidos por el bar. Alcanzaron a Mirella y se dirigieron a los servicios higiénicos. “No cambias”, una voz familiar le habló a Jano por detrás.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo cinco)

[Visto: 1010 veces]

(viene del capítulo anterior)

Quince minutos les tomó el trayecto restante hasta Ciudad Tejeda. Al entrar en ella, vieron que los restaurantes y bares se manifestaban muy activos, tal vez demasiado. “Es el Festival de Marzo”, empezó a explicar Jano recordando viejos tiempos: son los días donde las personas aprovechan el último ímpetu del verano, para derrochar la energía corporal que, dicen, viene del sol.

Él paró la camioneta a media calle y salió. “Voy al teléfono, cuídense de no decir nada”, les recomendó antes de caminar hacia la cabina pública de la esquina. “¿Conoces a alguien aquí?”, le preguntó Mirella intrigada a Neto. “A nadie”, contestó él igualmente desconcertado.

Al poco rato, volvió Jano. Su rostro denotaba extrema atención y cuidado, mientras la calle se llenaba poco a poco con más gente. “Vamos al bar de enfrente”, afirmó. “¿Y qué haremos con él?”, preguntó Neto, señalando al conductor. “Tengo una idea”, sonrió Mirella y les contó rápidamente su plan.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo cuatro)

[Visto: 880 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ya restablecidos en sus fuerzas, y caída la noche, los jóvenes caminaron otro par de horas hasta divisar un cielo iluminado por la luz eléctrica. “¡Llegamos!”, exclamó Neto, al observar la ciudad un tanto alejada, asentada sobre el frondoso valle. Admirado ante aquella hermosa vista, él corrió hacia la entrada de la misma.

Sin embargo, Jano se apresuró y lo alcanzó luego de unos segundos, parándolo en seco al agarrarle por el cuello de su polo. Luego lo llevó a un lado de la vía. “¿Qué haces?”, le reclamó airadamente su amigo ante esa desconcertante actitud. “No podemos entrar como forasteros, debemos actuar con sigilo”, le increpó Jano con cierta razón.

Una vez que se volvieron a juntar con Mirella, ella salió hacia la vía a parar un carro. Acertó a pasar por ahí un ingenuo hombre en una camioneta. Él no dudó en estacionarse al costado cuando la vio extender el brazo pidiendo un aventón. “Hola primor”, le dijo el piloto totalmente deslumbrado, “¿qué haces por este camino tan desolado?”.

– Es que me perdí, amigo –mintió Mirella-; ¿me podrías llevar a la ciudad?
– Claro, dulzura.
– ¿Y cuanto me costaría?
– Para ti primor, sólo un besito.

Mirella acercó su cara hacia el tipo, sólo para que él quedara a merced de una sonora cachetada. “Pero, ¿qué haces?”, dijo él sorprendido, mientras Jano entraba por la otra puerta y lo noqueaba de un tremendo derechazo. “Pase, primor”, le abrió la puerta a ella, mientras Neto subía también, y acomodaba en el asiento de atrás al inconsciente conductor.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo tres)

[Visto: 816 veces]

(viene del capítulo anterior)

Llegados a la ribera del arroyo, lo depositó a su amigo suavemente sobre las piedritas. Luego, tomó un poco de agua entre sus manos, la misma que derramó en la cara del desfalleciente. “Vamos, levántate”, lo animó Jano. Neto se levantó, sorprendido de su letargo. Miró hacia el arroyo y se acercó a rastras hasta él, y bebió unos sorbos con fruición.

“¿Dónde estás Mirella?”, preguntó al no verla cerca. Jano levantó el brazo en dirección a la carretera. “Si tenemos suerte, encontrará algo de comer”, afirmó optimista. “Entonces démosle el alcance”, habló Neto mientras comenzaba a caminar. No pasaron ni dos minutos cuando escucharon: “Chicos”.

Ellos apresuraron el paso y encontraron a su amiga tambalearse un poco ante el peso de unas bolsas blancas. “¿Cómo…? ¡Bizcochos!”, dijo Neto interrumpiendo su cuestión al revisar y ver el dulce alimento. También unas botellas de agua. Jano sonrió al verla exhalar un suspiro y sentarse en la ribera.

“Pensé que no teníamos dinero”, le dijo él. Ella sonrió de modo cómplice. “No lo necesitas cuando tienes una chica inteligente”, aseveró Mirella. Como adivinando su pensamiento, ella y Jano volvieron a reír.

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El hombre en la capucha: Que dios te perdone, Ciudad Tejeda (capítulo dos)

[Visto: 826 veces]

(viene del capítulo anterior)

La llamó por su nombre mientras trataba de reanimarla. Neto, que se detuvo a observar lo que pasaba, hincó sus rodillas sobre el terreno. Su mirada se fijó en Jano quien, con mucho esfuerzo, logró cargar la humanidad de mirella entre sus brazos y avanzó así con pasos que quería apresurar, mas sus piernas no le dejaban.

En medio de aquella visión desesperada, Neto gritó. “Sálvala, sálvanos”, fue lo único que retumbó en el desolado paraje. Luego, inclinó sus manos en la tierra y, vencido, se dejó caer también. Sentía queno podía continuar más. Que era el fin o, tal vez, la prolongación inusitada y absurda del fin. “Si hubiera muerto en la casa”, murmuró para sí, como queriendo olvidar el sufrimiento de la sed y la inanición.

Su mente se oscureció por largos minutos, esperando callado la llegada de la muerte, cuando de pronto, se sintió levantado en peso, y unos brazos debajo de su espalda. Abrió sus ojos un momento pero el sol en el firmamento lo cegó. “Gracias”, pronunciaron sus labios. “Agradécemelo luego”, señaló Jano caminando más ágil.

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El hombre en la capucha: Que Dios te perdone, Ciudad Tejeda

[Visto: 879 veces]

Un desierto se alza ante ellos. Neto, Mirella y, sobretodo, Jano han caminado durante varias horas, pero la ruta del costado sólo les muestra el inclemente asfalto de la sinuosa carretera y la vegetación seca bajo el calor agobiante de un sol renacido. Huyeron con dirección al norte, en busca de un escondite seguro.

Pero la sensación de persecución implacable, los mantuvo despiertos esa aciaga noche anterior. El temor de ser reconocidos movió a Jano a alejarse de los centros poblados y continuar por la ruta agreste y algo abandonada de La Silente, aún cuando fuere la más larga hasta Ciudad Tejeda, su verdadero destino.

De forma difícil pero exitosa, los jóvenes avanzaron por la silente poco más de la mitad del recorrido cuando, sea el cansancio, el calor o ambos, Mirella dio un mal paso y su cuerpo maltratado se derrumbó sobre las pequeñas piedras en la tierra. Jano volteó la mirada ante el ruido y corrió a auxiliarla.

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Proyecciones macabras (capítulo final)

[Visto: 768 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eduardo esperaba agazapado en el matorral. Había llegado temprano a ese pequeño bosque para ubicar el claro entre la vegetación donde se produciría el fatídico encuentro. Luego de un rato, vio llegar a Susana, quien parecía no estar consciente de lo que sucedería. Iba a advertirle, pero detrás venía Guillermo, mostrando una tenue sonrisa.

“Y bien”, le preguntó ella, “¿de qué quieres hablarme aquí?”. “Mira hacia allá”, le dijo indicándole el matorral. Susana se volteó, momento que aprovechó Guillermo para sacar un bate de béisbol de su mochila. “Acá no veo nada”, respondió volviendo a mirarlo, cuando recibió el fuerte golpe en la cabeza que la derrumbó sobre el campo.

“Ni volverás a ver”, amenazó levantando otra vez el arma para lanzar un golpe final. Entonces, Eduardo salió de su escondite y, con un puñetazo certero, derribó al sorprendido atacante. “Detente”, le suplicó Guillermo al verse superado por el impulso agresivo de su antes amigo. Exhausto, levantó el bate sobre la cabeza sangrante de Guillermo.

“Por favor, no lo hagas”, exclamó jadeante el herido, “ella es…”, y no pudo terminar la frase porque el batazo de Eduardo lo calló para siempre. Luego, se dirigió a auxiliar a Susana; sin embargo, ella ya se había incorporado y esbozaba una sonrisa malévola. “Hubieras escuchado a tu amigo”, fue lo único que dijo antes que la sangre de Eduardo se derramara sobre el claro. Sigue leyendo

Proyecciones macabras (capítulo once)

[Visto: 803 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ambos decidieron que era mejor ponerla en alerta. “Yo se lo haré saber”, dijo Eduardo al despedirse raudo del otro vidente. Buscó un teléfono público y la llamó: “Susana, soy yo, tenemos que hablar”, fue lo único que pronunció antes de cortar. Llegó luego unos minutos a la casa de su amiga. De hecho, ella ya lo esperaba en la puerta.

“¿Qué es tan importante?”, le preguntó la joven luego que Eduardo recuperó el aliento tras correr. Él le explicó que había tenido una visión donde ella estaba siendo victimada. “¿Y quién era el atacante?”, quiso terminar de satisfacer su curiosidad. “No lo sé”, respondió él preocupado, “mi visión aún es algo borrosa”.

Susana no le creyó y sintió, más bien, que Eduardo no estaba siendo sincero. Ello derivó en una discusión que terminó con ambos completamente enfadados. Él volvió a su casa agotado, desilusionado. “¡Por qué no me cree!”, exclamó para sí mientras se quedaba dormido sobre su cama. Como ayer, visionó el sueño, esta vez con mayor claridad y pudo identificar al atacante de Susana. “Él es”, señaló furioso al levantarse…

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Proyecciones macabras (capítulo diez)

[Visto: 868 veces]

(viene del capítulo anterior)

“¿Tú también fuiste salvado?”, le preguntó Eduardo a Guillermo al día siguiente. Él lo negó moviendo la cabeza de un lado a otro. Le contó que era un don que le fue otorgado desde su nacimiento. “Obviamente se te transfirió cuando te salvé”, explicó el inusitado hecho, “y eso que no muchos lo comprenden”.

Cuando le confesó que, de a quienes transfirió su don, la mayoría murió o se suicidó a los pocos días, Eduardo quedó muy sorprendido. “Tú eres diferente, puedes entenderlo”, se lo dejó en claro el vidente. Luego de un rato, Guillermo le preguntó si ya había visionado las imágenes de su nueva premonición. Eduardo le contestó afirmativamente.

“Entonces, nos vemos dentro de cinco días”, se despidió el otro. Como acordaron, ambos se vieron en el parque aquel miércoles. Guillermo esperaba tranquilo. Corriendo presuroso, Eduardo apareció en la escena. “¿Reconociste quién era?”, le inquirió ansioso al recién llegado. “No, pero sí el dije en su mano”, respondió Eduardo, “se trata de Susana”…

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