Archivo de la categoría: Relatos por Entregas (serie dos)

Relatos literarios escritos por fascículos

Reviviendo (capítulo cinco)

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(viene del capítulo anterior)

Si bien es cierto que la noche anterior felizmente no tuve pesadillas, me encontré cansado. La ansiedad acumulada por la situación, me estresó de tal manera que mis ojos se abrieron decididos muy temprano por la mañana. Para cuando llegué al consultorio a eso de las diez de la mañana, el cerebro tan sólo me ordena cerrar los ojos y soñar… y soñar…

“Buenos días. Pase por favor, el doctor Aguirre lo está esperando”, fue la breve respuesta de la secretaria, quien se acercó a mi para avisarme mi turno. Todavía adormilado, mi cuerpo se levantó por inercia y caminó hasta el módulo del oculista, toqué la puerta y entré apenas él dijo “pase”. Todas las pruebas de rutina que Aguirre me realizó parecían pasar ante mí como procedimientos inútiles que me aburrían.

De hecho la bata blanca que vestía era un buen distractor para no quedarme más dormido. Y digo que era, porque hubo un momento en que ya mis ojos no pudieron escapar. Primero las gotas y luego mi cabeza apoyada sobre un soporte frente a un proyector de imágenes.  “Dime qué ves”, era la pregunta repetitiva de Aguirre cada vez que hacia un cambio de figuras. Con las primeras imágnes no hubo problemas, pero con las siguientes ocurrió algo desconcertante.

Bus. Semáforo. Choque. Otro bus. Paradero. Cuerpos destrozados. Otro semáforo. Y, de pronto, borroso. Borroso. Borroso. “¿Me estás tomando el pelo?”, preguntó con fastidio Aguirre al ver que no acertaba.  “Lo que veo, o no puedo ver, es lo que digo”, le respondí convencido de mi posición. El oculista escribió algo en su prescripción médica y me la entregó presuroso, seguramente queriendo nunca más volverme a ver.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo cuatro)

[Visto: 491 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aunque la noche se pasó volando, eso no me significa que el día fuera igual. Salí de casa sin un desayuno en mi estómago y tomé el primer bus que pasó por el paradero. Estaba muy lleno, pero aún así pude sentir una mano sobre mi hombro. Se trata de Guido, un amigo a quien no veía hace algunos meses.

Nos saludamos y apenas si cruzamos un par de frases, hasta que detectamos que dos asientos han quedado vacíos y nos apresuramos en ocupar. Entonces le narro el extraño sueño que he tenido. Guido escucha atentamente el relato pero, por las muecas de su boca, es claro que se muestra incrédulo en su reflexión.

“No sé si sea para tanto, incluso creo que puedes haberte golpeado la cabeza y estás alucinando”, dijo mi amigo y me recomendó ir donde un médico. Es verdad que esperaba más de su sapiencia, pero también es cierto que su consejo era válido. Así que saqué cita en un hospital para el día siguiente e imploré para no tener más pesadillas durante esa noche.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo tres)

[Visto: 460 veces]

(viene del capítulo anterior)

Todo el día en la oficina me quedé pensando qué pudo haber causado esa sensación. Y a pesar que traté, no encontré explicación alguna. Mis compañeros, incluso, me preguntaron qué me pasaba porque me notaban ensimismado la mayor parte del día. “No es nada”, fue lo único que contesté con cierto fastidio para que no volvieran a cuestionarme.

Aquella noche, cuando volví a mi casa, eran las nueve y sólo tenía ganas de dormir. Me acosté en mi cama y rápidamente se me cerraron los ojos. Ellos me devolvieron al bus, donde despierto como si hubiera estado en un largo reposo. A mi costado hay otro pasajero. Tenía el cabello alborotado y vestía de forma desaliñada.

Busco mi celular para ubicarme pero no lo tengo. Le pregunto al pasajero por la hora. “No es temprano, ni es tarde. Sólo es la hora justa”, respondió en un tono misterioso. Desconcertado, le pregunté qué significa eso. “Aquí no lo puedes entender. Tienes que despertar”, fue su susurrante aseveración.

Como me aburrieran sus palabras, incliné mi cabeza en la ventana y cerré los ojos. Cuando los abrí de nuevo, la luz de mi habitación entró por la ventana. Es un nuevo día y me deja sorprendido.

(continúa)

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Reviviendo (capítulo dos)

[Visto: 546 veces]

(viene del capítulo anterior)

El imprevisto salto me golpea con cierta rudeza la espalda. Los pocos pasajeros, molestos por lo ocurrido, empiezan a bajar de bus. Me doy un par de minutos para poder aliviar el dolor que me aqueja. Finalmente logro bajar por mis medios y miro el costado del bus: la tremenda embestida del otro vehículo hundió su costado izquierdo.

Mientras los demás pasajeros le reclaman al chofer y al cobrador por el tiempo perdido, yo no pierdo el tiempo. Camino adolorido hasta el siguiente paradero. Mis oídos zumban, como queriendo escuchar un sonido perdido, y mi mirada se ve distorsionada, con imágenes que no termino de distinguir.

Espero hasta que llega un bus de la misma ruta. Me siento otra vez, y otra vez me quedo dormido. Algo ha cambiado: mi boca no está seca. Siento un líquido ferroso que poco a poco la va llenando. Abro mi boca, y la sangre brota a mares. En ese momento, alguien toca mi hombro. Me despierto sobresaltado: el cobrador ha interrumpido la pesadilla, y me indica que ya llego a mi paradero.

(continúa)

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Reviviendo

[Visto: 497 veces]

Son las siete de la mañana, y he despertado asustado, recordando que me toca trabajar hoy y que ya es tarde. Con una rapidez inusitada, me aseo y me visto, tomo mi desayuno y salgo de mi casa, caminando con firmeza para poder llegar pronto al paradero. Son las siete y media, y estoy parado esperando.

Cinco, diez… Trece minutos son al final los que tardo en ver llegar el autobús que me llevara a mi destino. Los párpados me pesan aún, pero no puedo pegar una pestañeada. Los asientos están copados y sólo me queda aguantar parado y rodeado de personas que, al igual que yo, están más preocupadas por el sueño y menos por su oficina.

El bus avanza, la hora avanza y los paraderos también. Los pasajeros empiezan a volverse menos y los espacios más amplios. De pronto, el milagro: algunos asientos libres, de esos que están pegados a la ventana. Me quedo con uno de ellos y no me siento. Me acomodo con todas las ganas de alguien que espera su recompensa.

Mi cabeza se inclina, los ojos se cierran. El mundo se vuelve oscuro alrededor. No siento nada. O tal vez sí: un choque potente me hace saltar.

(continúa)

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Antes de los 28 (capítulo final)

[Visto: 430 veces]

(viene del capítulo anterior)

Al recordar aquel día, Nico descubrió que las muertes de sus amigos no habían sido al azar: tanto el atropello como el robo fueron acciones destinadas a hacerlos callar si algún día atestiguaran por el asesinato de Dante. Y si bien nadie estuvo cerca, Nico corrió todo lo que pudo para irse de esa infortunada calle.

Caminó sin rumbo por varios minutos hasta que llegó al malecón. Se quedó un rato mirando el mar hasta que una voz familiar lo sacó de su marasmo. “Veo que te pegué un buen susto”, dijo Dante parado junto a él. Efectivamente Nico se asustó al verlo pero su guía le recordó que ya había muerto.

“Era la única forma de salvarte, que creyeran que te asesinaron. Eres libre”, afirmó Dante dibujando en su rostro una leve sonrisa. Y empezó a caminar en dirección hacia la avenida. “¿Y qué harás ahora?”, le preguntó Nico más tranquilo. “Yo también soy libre”, lo miró Dante y se despidió. Mientras caminaba de nuevo, una suave brisa sopló y, como arena que lleva el aire, se desvaneció en la calle.

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Antes de los 28 (capítulo doce)

[Visto: 426 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aún arrodillado, Nico retrocedió su mente hasta el día de su anterior cumpleaños. Él y sus dos amigos habían salido hace poco del bar y deambulan por una de las calles, avanzando con borracho acompasamiento. Fue en esa circunstancia que se cruzaron con dos hombres que venían en dirección contraria.

“Sí, carajo, tenía que morir como un perro”, dijo uno de ellos todo eufórico, sin percatarse que venían personas del otro lado. Al instante, callaron y se dirigieron hacia la otra acera. Sin embargo, Sergio, José y Nico ya se habían puesto a pensar de qué estarían hablando. “No sé broder, pero mejor caminamos caleta como si no oímos nada”, habló Sergio en voz baja.

Cuando se aproximaron al bar para ingresar otra vez, la seguridad de la zona ya había asegurado la calle y no se podía pasar. José indicó con su dedo un punto en el callejón: tendido en el suelo, allí está Dante. Los tres amigos vieron el cuerpo y se les pasó la borrachera de un susto. Pronto, decidieron tomar un taxi de vuelta a sus casas. Detrás de ellos, una camioneta negra los venía siguiendo.

(continúa)

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Antes de los 28 (capítulo once)

[Visto: 480 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Bien Nico, sólo te pido que vayas a ese kiosko que está abierto y me compres una cajetilla de cigarros”, dijo el guía y le entregó algunas monedas. Nico se apresuró en cruzar la calle pero el viejito del kiosko se demoraba en entregar la cajetilla. Un poco inquieto, miró hacia donde estaba Dante. Como si se mirara en un espejo, vio a alguien que era idéntico a él.

Por la forma cómo sonrió, se dio cuenta que Dante, usando sus poderes mágicos, se había disfrazado de Nico y ahora espera su destino. Una camioneta negra apareció furiosa desde la entrada de la calle y se estacionó justo frente a Dante. Bajaron dos personas fornidas y comenzaron una pequeña discusión. Las palabras pronto fueron historia: uno de los desconocidos sacó un arma y disparó.

Los hombres volvieron a subir a la camioneta y huyeron de la escena. Nico quedó desolado. Aún sin poder creer lo sucedido, caminó lentamente hasta donde yace el caído. Dante, aunque malherido, intenta decirle algo. Acongojado por el crimen, Nico acerca su oreja hasta los labios del moribundo. “Recuerda… recuerda lo que pasó ese día”, dijo Dante con dificultad antes de callar.

(continúa)

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Antes de los 28 (capítulo diez)

[Visto: 436 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aún aturdido por todo lo que había, ya no sabía cómo decirlo… ¿revivido? ¿imaginado?¿alucinado?, Nico se encontró junto a Dante en la calle. Intenta pensar con mayor razonamiento, pero el aire frío que corre le dificulta pensar. “Entiendo que se te dificulte asimilar todo esto, pero tienes que tomar una decisión”, le conminó Dante con tranquilidad.

Su guía le explicó que, ya que falta unos diez minutos antes de su cumpleaños 28, tenía dos opciones: podía quedarse frente a la puerta del viejo bar… o podía esconderse en la acera de al frente. “¿Qué es lo que sucederá?”, preguntó Nico muy desestabilizado. “Seguirás viviendo… o morirás”, respondió así de tajante el guía.

Nico le pidió a Dante pensarlo unos minutos. Si bien tenía ganas de seguir viviendo, después de la partida de sus amigos había perdido muchos ánimos de hacer las cosas que le gustaban. Faltando dos minutos, Dante se le acercó otra vez y le preguntó qué había decidido. “Elijo quedarme aquí”, afirmó Nico con semblante de tristeza.

(continúa)

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Antes de los 28 (capítulo nueve)

[Visto: 482 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nico entra en el viejo bar, pero no parece vacío, sino tan vivo como siempre fue: los vasos de cerveza brindados con euforia, las canciones rockeras cantadas a todo pulmón, y la gente saltando frenéticamente con las melodías. Él se vio a sí mismo departiendo con José y Sergio entre chelas y cigarrillos.

No, no era el presente: era el día de su cumpleaños número veintisiete. “¡Amigos hasta el final!”, recordó el grito emocionado que los tres lanzaron, y luego se terminaron sus vasos de un solo sorbo. Nico volteó hacia el chico de la barra: “Broder, dos más”. Y entonces, lo reconoció: Dante era ese chico que le pasó las dos botellas mientras se contagiaba de su alegría.

Esa misma noche, mientras cerraban el local, Dante sacó las bolsas de basura por la puerta lateral. Las dejó en el tacho y se disponía a regresar, cuando vio una pelea de dos tipos. Intentó separarlos y se escuchó un disparo. Los dos desconocidos salieron corriendo mientas Dante agonizó en la acera. “Yo tengo cosas inconclusas, por eso me permitieron volver así”, dijo Dante y acompañó a Nico a la salida.

(continúa)

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