Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

Comitiva en Jarumarca (capítulo seis)

[Visto: 782 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Ya despierta primo, es de mañana”, le pasó la voz Eleuterio como si sintiera que Camilo no se levantaría. El pistolero le hizo caso y, antes de que pasara una hora, ya se encontraba listo para partir. A diferencia de cómo llegó, esta vez vestía muy fúnebre: saco y pantalón negros, botas del mismo color, la camisa blanca y el cintillo también negro.

Tan sólo resaltaban su viejo y único sombrero y el cinturón donde fulgura con su brillo su fiel revólver. Camilo se acercó al féretro, rezó unos segundos y besó a su padre en la frente. Luego de cerrado, los ocho hombres designados alzaron el féretro para, junto con el cortejo, dirigirse hasta el cementerio municipal.

Camilo Estrada cargó el ataúd todo el tiempo, pues quiso estar cerca de su padre estos últimos momentos. Pero sus ojos tampoco estaban tranquilos: de rato en rato miraba hacia el gentío y, cada vez que lo hacía, uno de los tres hijos de Sifuentes aparecía dirigiendo su vengativa faz.

Alcanzado el cementerio, el cortejo avanzó hasta la última morada de Nicanor Estrada. Respetuosamente, los Sifuentes se quedaron en la entrada y no avanzaron con ellos. El párroco hizo las oraciones y el ataúd fue bajado a la tierra. Camilo se acercó al límite del hueco labrado y le prometió a su padre: “Hoy termina todo”.

(continuará)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo cinco)

[Visto: 723 veces]

(viene del capítulo anterior)

Fue una noche larguísima para Camilo: aunque su primo le dijo que no se preocupara por el entierro, el pistolero trató de dormir pero sólo consiguió cerrar los ojos luego de hacer divagar su mente en pensamientos triviales.

Eran casi las tres de la mañana. Un ruido proveniente de la sala lo hizo levantarse y empuñó su revólver para ver quién caminaba por allí. Con mucho sigilo, salió de la habitación. Oyó nuevos pasos y esperó detrás de una pared.

Finalmente, Camilo se decidió entrar en la sala apuntando con el revólver. Un anciano está parado junto al féretro, diciendo unos susurros. “¿Quién es usted?”, preguntó el pistolero esperando una respuesta breve y directa.

El hombre se volteó. Camilo quedó sorprendido, al ver que se trataba de la imagen de Nicanor Estrada, su padre, tal como lo vio hace veinticinco años, antes de irse de Jarumarca. “Descansa hijo, descansa”, le indicó su padre y se acercó para tomarle de la mano…

Camilo despertó sobresaltado: un sudor inmenso le cubría todo el cuerpo, pero su revólver, su fiel compañero, seguía como siempre sujeto a su diestra, impávido, sereno.

(continuará)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo cuatro)

[Visto: 722 veces]

(viene del capítulo anterior)

Camilo le dijo que no se preocupara, que si volvían a venir, los dejara pasar. Dicho y hecho, avisados por unos conocidos, los tres hombres aparecieron en la casa. Eleuterio los reconoció y los hizo pasar hasta la cocina.

“Te hemos estado buscando”, dijo el líder del trío, sentándose a un lado de la mesa. En el otro ya aguardaba Camilo, quien le preguntó porque lo buscaban. El hijo de Sifuentes fue enfático al señalar que tenía una deuda de sangre con ellos.

“Respetaremos tu duelo, y mañana a las cuatro de la tarde nos encontraremos en la plaza”, terminó de comentar el hijo de Sifuentes, levantándose de la mesa y saliendo con sus hermanos fuera de la casa. Luego de cerrar la puerta, Eleuterio se acercó donde su primo.

“¿Estás dispuesto a matar a estos tres hombres?”, le preguntó viendo a Camilo tan callado. Apreciando su revólver entre sus manos, el pistolero dijo convencido: “Ellos están dispuestos… y yo también”.

(continuará)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo tres)

[Visto: 792 veces]

(viene del capítulo anterior)

Camilo se dejó llevar hasta estar al costado del féretro. A pesar de la difícil enfermedad que sufrió, su padre tiene un semblante tranquilo. Aquel rostro conmueve la dureza de Camilo, quien lloró unos segundos con su mano sosteniendo la mano de Nicanor.

Eleuterio, su primo, viendo su desahogo, le pone la mano en el hombro: “Ven, vamos a la cocina para que comas algo”. Camilo se seca los ojos y acepta seguirlo. Ya dentro de la cocina, Valeria, la esposa de su primo, le da el pésame y le sirve un caldo de cabeza de res en un plato hondo.

“Tome primo, para que se recupere del viaje”, dice la señora de forma muy tierna, algo que le hace sonreír a Camilo. Una vez sosegada su boca tras beber la sopa, el hombre fue directo al grano: “¿y quiénes son esos indeseables que me están buscando?”.

“Son los tres hijos de Sifuentes”, señaló un pálido Eleuterio y agregó, “vinieron hace un rato y advirtieron: que ellos no pararán hasta que tú pagues”.

(continuará)

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Comitiva en Jarumarca (capítulo dos)

[Visto: 677 veces]

(viene del capítulo anterior)

A eso de las dos de la tarde, la locomotora desaceleró la marcha hasta detenerse. “¡Estación Jarumarca!”, gritó un hombre afuera. Los pasajeros bajaron: Camilo fue el último de ellos.

Algo encorvado y con la cara refrescada por la sombra de su sombrero, dejó la estación y avanzó por las calles polvorientas de su pueblo natal. A pesar de los años transcurridos, logró reconocer la puerta marrón de la tercera casa de la segunda calle.

Dio unos pocos golpes pero no tuvo que esperar mucho: un muchacho le abrió la puerta. El mozuelo le preguntó quién era. “Soy Camilo. Vengo a ver a Nicanor Estrada, mi padre”, respondió el forastero.

Como se le hiciera familiar, el muchacho lo hizo pasar hasta el recibidor. El joven se acercó hasta uno de los deudos que se encontraban cerca del ataúd. El hombre se levantó para verlo. Se dirigió hasta Camilo para verlo mejor.

“Primo, estás aquí”, se emocionó el hombre y abrazó a Camilo, pero en seguida le advirtió con cierto temor, “pasa rápido adentro que unos indeseables te están buscando”.

(continúa)

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Comitiva en Jarumarca

[Visto: 600 veces]

Los rayos del brillante sol entran por las ventanas de los vagones, mientras el tren avanza con paso firme y continuo por los rieles que comunican la serranía. En uno de vagones, sin embargo, Camilo Estrada cierra las cortinas ante el sofoco que empieza a sentir.

El hombre alto de mediana edad enciende un cigarrillo y reflexiona mirando el humo que se eleva y desvanece. Hace veinticinco años que había decidido irse de Jarumarca, cumpliendo la promesa de retirarse luego de batirse a duelo con el villano José Sifuentes. Pero la familia pudo más al final.

Un mes atrás, había recibido una carta de su padre. Le comunicó que estaba muy enfermo y que quería verlo antes de partir. Camilo ni pensó en negarse: a las dos horas tomó unas cosas en su pequeño equipaje y, en su cinto, el viejo revólver que nuevamente le dará pelea.

(continúa)

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Paciente en la habitación 21 (capítulo final)

[Visto: 743 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Hola Laura”, le dijo Luis mirándola con tristeza. Ella no entendía por qué estaba echada sobre la cama del hospital, con una sonda y varias vendas… y Luis tan sano, parado al pie de la cama. Hizo el intento de levantarse pero el dolor que sentía en los huesos era demasiado.

“¿Por qué me duele tanto el cuerpo? Apenas si me desmayé”, replicó ella hablando con dificultad y sin entender lo que sucedía. “No te desmayaste: ¡te tiraste del puente!”, respondió Luis entre molesto y quejumbroso.

“¿Qué estás diciendo? Tú te quisiste suicidar. Sibila y Abelardo me ayudaron a entender por qué lo hiciste”, habló ella haciendo un gran esfuerzo. “Mírame, estoy sano… y tú estás delirando con tus padres”, respondió Luis evitando ser ofensivo.

Laura no logró comprender esa respuesta, hasta que vio entrar a Sibila y a Abelardo abrazados. La mujer se le acercó y le acarició el cabello, llamándola “hijita mía”, pidiéndole que esté tranquila, que ya la observaría el médico.

Mientras el doctor auscultaba su condición, Laura empezó a recordar poco a poco los momentos antes de la caída: su búsqueda obsesiva de las supuestas profecías, su alejamiento de sus padres y de Luis, la desesperación intensa, la decisión de quitarse la vida, el arrojo…

Cayó en la cuenta que su cerebro había tramado una historia para mitigar su dolor durante su inconciencia, para escapar de lo que le había ocurrido. Pero no pudo más: era hora de rendirse ante la realidad. El doctor salió junto con los padres y con Luis al pasillo.

Ella no pudo escuchar nada, pero por los gestos de dolor que vio en su madre a través del vidrio de la puerta, le dejaron en claro que no sobreviviría por mucho tiempo. Laura cerró los ojos y decidió anular su dolor. Poco a poco, comenzó a sentir nada, nada, nada… Sigue leyendo

Paciente en la habitación 21 (capítulo nueve)

[Visto: 834 veces]

(viene del capítulo anterior)

Laura se dirigió al hospital en medio de esa noche para escuchar directamente de Luis aquellas voces que resonaban en su cabeza. Ni bien entró, sintió una extraña sensación: las luces de los pasillos estaban encendidas a pesar de la claridad de esa noche, pasillos iluminados pero completamente vacíos.

Tratando de dominar esa sensación, caminó por el pasillo hasta la habitación 21. Entró allí y dirigió su mirada hacia la cama. Grande fue su sorpresa al descubrir que tan sólo una ligera sábana cubría el colchón. Miró alrededor: Luis no estaba ahí.

Laura salió al pasillo. “¡Enfermera, enfermera!”, gritó por ayuda al no saber qué había ocurrido con su enamorado. El silencio de aquel vacío pasillo fue la única respuesta que recibió. La melancolía y la tristeza la invadieron.

Se recostó sentada contra una de las paredes, y comenzó a llorar su desgracia. “No llores niña, estoy aquí dentro”, la voz de Luis la llamó desde la habitación. Ella se preguntó cómo podía ser eso posible si ya había visto que no había nadie.

Se secó las lágrimas y entró en la habitación. Luis se encuentra dentro y la mira con cara triste. Laura se acerca y lo abraza. “Amor, añoré tanto estar así”, le dijo ella y le besó en los labios. “No quiero que te vayas”, le dijo él al abrazarla con mucha fuerza.

“No seas tonto, no me voy a ir”, se reafirmó ella en su opinión. “Veo que aún no lo entiendes”, señaló Luis, colocando sus manos sobre la frente de Laura. Al instante, ella sintió un fuerte mareo y se desmayó.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo ocho)

[Visto: 732 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Me llamo Abelardo”, se presentó el desconocido, “estudio con Luis y él me llevó a conocer esas profecías”. Laura le contó que era la enamorada de Luis y había conseguido algunos libros que él había estado revisando y las notas de su mochila por azar.

“Si no sabías qué buscar, ¿cómo es que pensaste en la mochila?”, le preguntó él intrigado. Ella le comentó que había oído la voz de Luis indicándole eso en su estado de coma. Eso lo sorprendió gratamente a Abelardo: “Luis creía que, a medida que el fin se acercara, la gente tomaría más conciencia de su potencial espiritual… ¡fue su espíritu hablándote!”.

Laura no entendía lo que él decía. Abelardo sacó unos apuntes que tenía guardados y se los mostró. Era la letra de Luis: en ellos, el joven citaba no los versos de la profecía maya del fin del mundo, sino las frases sobre su filosofía.

“Al fin lo comprendiste: es hora que me vaya”, escuchó claramente Laura como unas palabras proveniente del pasillo. “¿Escuchaste eso?”, le preguntó ella a Abelardo, pero él respondió que no oyó nada. “Quédate con todo”, dijo ella y salió corriendo, dejando a Abelardo solo gritándole a dónde se va.

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Paciente en la habitación 21 (capítulo siete)

[Visto: 707 veces]

(viene del capítulo anterior)

Laura corrió y corrió todo lo que pudo tratando de comprender cómo esos viejos mitos se habían convertido en realidad. Una vez que paró, se secó el sudor que le recorría por la cara y se puso a caminar hacia el depa. En el pasillo, notó la puerta abierta y una luz que sobresalía de ella.

“Intrusos”, pensó ella al recordar que había cerrado bien el sitio. Con cuidado empujó la puerta hacia adentro, pero sonó un chirrido contra el piso. Quedó sorprendida al observar todo el desorden que habían hecho los intrusos allí: la cama desarreglada, las cosas sacadas fuera del closet, los libros rebuscados y abiertos.

Al adentrarse más, se dio cuenta que la puerta del baño estaba cerrada. Despacio, Laura se acercó allí y giró la manija de la puerta. La abrió un poco y la puerta se le fue devuelta con fuerza contra ella. Cayó violentamente al piso mientras un muchacho salía corriendo del baño.

Un momento después, sin embargo, el desconocido volvió sobre sus pasos. “Dame la mochila”, ordenó el desconocido al percatarse que ella la tenía colgada detrás de su espalda. “¿Tú conoces a Luis?”, le preguntó Laura aún adolorida, a lo que él movió la cabeza afirmativamente.

“Entonces, quizá debamos apoyarnos mutuamente”, señaló ella extendiendo su brazo. Luego de pensarlo unos segundos, el desconocido le ofreció su brazo y la levantó.

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