Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

El viejo en la banca blanca (capítulo cinco)

[Visto: 458 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Comprando pan para el lonche”, dije yo con algo de sorpresa ante su súbita aparición. “Ahhhh… tranquilo niño, sé que no comenzamos bien el otro día, por eso quería invitarte esto”, señaló el vago y presentó ante mi aquel cigarrillo humeante que invitaba a probarlo.

Tomé el pitillo antre mis manos y, embelesado por el humo que subía, intenté probarlo como él lo había hecho. Lo hice tan rápido, que lo dejé caer, mientras tosía con mucha fuerza pues sentía quemarse mis pulmones. El vago me sostuvo al toser y me dijo que no me preocupara.

“Siempre pasa así la primera vez”, señaló muy seguro de su respuesta y me recomendó que vaya a la casa, pero que no contara lo que había hecho. Luego de un rato sentí el aire puro refrescarme mientras caminaba. Al entrar en la quinta, volteé a mirarlo: el vago seguía en la esquina, como esperando que volviera la próxima vez.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo cuatro)

[Visto: 471 veces]

(viene del capítulo anterior)

Nunca lo había visto tratar con tanta rudeza a una persona. “¿Qué le ha hecho ese chico?”, le pregunté yo, queriendo saber el motivo de su reaccción. “Son unos vagos, fuman algunas rarezas para sentirse mejor”, respondió el señor Erik aún molesto. Y me recomendó no acercarme a ellos porque podía acabar muy mal.

Al escucharlo con cierta ambigüedad, pensé que quizá su vejez le estaba hciendo ver cosas. ¿Qué de malo podía tener un muchacho buscando hacer un nuevo amigo? Sin embargo, como respetaba a Erik, siempre que  se encontraba con él, evitaba mirar a los vagos.

Pero el bichito de la curiosidad ya me había picado. “¿Y dónde está el pan?”, preguntó extrañada mi abuela cuando me vio volver una tarde. “Perdona abuelita, ya vuelvo”, fue mi convenida excusa para salir otra vez de la casa. Fui y hasta la panadería y compré el pan. “¿Qué hay de nuevo, niño?”, dijo el vago apareciendo frente a mi.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca (capítulo tres)

[Visto: 474 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eran como las cuatro de la tarde, y el señor Erik consideró que ya era tiempo de irse. Se despidió de mi abuela, pero yo aun ansiaba conversar un rato más con él. “Está bien”, afirmó el hombre y salimos por la quinta hasta el parque. Nos quedamos hablando y riendo por un buen rato, hasta que volteó la cabeza y su gesto amable cambió.

Miré hacia donde él había visto. Un joven con ropas medio sucias y desgastadas venía en hacia nosotros. Tenía en su mano una especie de cigarillo humeante. “Hola niño, mis amigos y yo queremos invitarte a hablar con nosotros”, dijo el desaseado e indicó con su dedo a un grupo de personas que se encontraban fumando.

Al instante, el señor Erik se paró de la banca y encaró al tipo. “El niño no quiere hablar con ustedes, ¡fuera de aquí!”, me defendió él con toda firmeza. Esta reacción molestó un poco al desaseado, pero esbozó una sonrisa. “Ya nos veremos luego, niño”, apenas dijo el joven y se retiró donde sus amigotes.

(continuará)

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El viejo en la banca blanca (capítulo dos)

[Visto: 525 veces]

(viene del capítulo anterior)

Un día volvía del colegio a la hora del almuerzo. Me sorprendí gratamente cuando Erik me abrió la puerta. “Hola niño, te estábamos esperando”, dijo él con ternura y tomó mi mochila. Yo le agradecí y me acerqué corriendo a abrazar a mi abuela.

Ella me saludó muy efusivamente y me mandó a lavar las manos. En el transcurso del almuerzo, los viejos amigos conversaban animadamente y sus ojos brillaban al recordar las antiguas épocas de sus años mozos.

“Pero fíjese usted señor, ¡eso ya no existe ahora! Ni respeto ni nada”, reclamaba mi abuela con total desaprobación, mientras el señor Erik repetía a cada vez “exacto, exacto” y movía la cabeza, en concordancia con su afirmación.

(continúa)

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El viejo en la banca blanca

[Visto: 498 veces]

A veces me pregunto qué es lo que el viejo Erik me hubiera dicho ante mis problemas presentes. Es verdad que, cuando estoy frente a su tumba, dejo que escapen algunas palabras. “Hola viejo amigo, ¿cómo te va?”, comienzo siempre en cada visita donde él aguarda ya tranquilo, sereno.

Y mis lágrimas se sueltan libres al recordar que no siempre fue así. Que hubo una época donde ambos podíamos vernos las caras: yo saliendo de la casa de mi abuela, rumbo a la panadería, y él sentado en una de las bancas blancas del verde parque.

“Muchacho, ¡qué bueno verte!”, dijo el hombre al verme llegar hasta su lado caminando con mi bolsa de pan. Y nos quedábamos conversando cinco o diez minutos hasta que sintiera que se enfría el pan. Entonces, yo me despedía apurado mientras él se reía y se reía.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo final)

[Visto: 518 veces]

(viene del capítulo anterior)

Sostenido apenas por sus brazos, Eduardo escuchó una voz. “O te lanzas a ese hueco o miras cómo te disparo entre los ojos”, dijo el hombre de pie. Eduardo no tuvo dudas al oir esas palabras: era Sergio, alias Ricardo Cornejo, quien así lo amenazaba.

“Si sólo te hubiera encontrado”, respondió Eduardo esforzándose por sostenerse. “Pero no lo hiciste y ese fue tu error”, señaló Sergio con voz muy segura. El silencio se apoderó unos segundos de ese espacio antes que Sergio le preguntara si ya había tomado su decisión.

Entregado a su dolor, Eduardo levantó su cabeza y lo miró con furia. Allí estaba el joven, tranquilo pero triste, sí, ya sin lágrimas que derramar. Eduardo oyó el revólver dispararse… y no pudo ver más.

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Tiempo de venganza (capítulo nueve)

[Visto: 509 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Los Mendoza”, recordó Eduardo el apellido de los espías asesinados luego de unos segundos. Había olvidado que ellos criaron a un niño, Sergio. Esa noche que entró en la casa no lo encontró y pensó que otros miembros del servicio secreto lo habían reasignado.

Como no hubo forma de pensar que fuera testigo del hecho, no hubo investigación y se perdió su rastro. Ahora se encontraba, veinte años después, con la trampa de Sergio esperando su menor oportunidad de escape. Puso un pie fuera de la habitación, con un miedo tan grande como no sintió nunca.

Pero nada pasó. Confiado, avanzó por el corredor estrecho y oscuro. La pareció divisar una puerta con aspecto metálico y se acercó corriendo. En ese momento, su pie golpeó contra una baldosa hueca, se rompió y sus dos piernas quedaron pendiendo de un abismo.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo ocho)

[Visto: 477 veces]

(viene del capítulo anterior)

“Hace veinte años, existía una pareja feliz pero insegura. Ellos se llamaban Mabel y Jorge, o al menos eso lo creí mientras me criaban en medio de una casa cómoda y llamativa. Hasta que ellos fueron brutalmente asesinados una noche de sábado.

Jorge siempre me había dicho que, ante la sospecha de peligro, huyera de la casa. Esa noche lo sentí, y escapé aquella noche de desolación. A la mañana siguiente unas señoras me recogieron y me internaron en un orfanato hasta que fui mayor. Sin embargo, siempre me quedó la duda sobre lo que realmente había ocurrido.

Empecé a ganarme una vida y a establecer contactos. Entonces supe la verdad: ellos eran espías y habían sido asesinados por otros espías. Pensé iniciar mi represalia con los secuaces pero, al final, decidí buscar al líder del grupo: ese líder eras tú”, leyó Eduardo detenidamente y recordó vívidamente aquella escena.

(continúa)

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Tiempo de venganza (capítulo siete)

[Visto: 526 veces]

(viene del capítulo anterior)

En medio de su despertar, Eduardo escuchó la voz de Ricardo que le decía: “No soy quien crees que soy”. Para cuando leyó el papel, habían pasado varios minutos desde que su pupilo salió de aquella habitación vacía: el efecto del sedante fue muy fuerte.

Cuando se sintió más pleno en sus facultades, Eduardo empezó a tantear las losetas golpeándolas o viendo si fueron quitadas anteriormente. De esa forma, fue dejando atrás las traicioneras y avanzando con mayor seguridad. Llegó a la última loseta antes de la puerta.

Hubiera preferido simplemente saltarla, pero no había llegado lejos confiando en instintos. Hizo lo mismo que con las losetas anteriores y, al ver que era seguro, la levantó. Al voltear la loseta, encontró un papel escrito: ese que contiene la verdad sobre Ricardo.

(coninúa)

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Tiempo de venganza (capítulo seis)

[Visto: 460 veces]

(viene del capítulo anterior)

Eduardo disfrutó sus días de viaje: no sólo el seminario fue un éxito, sino que le quedó tiempo de sobra para pasear o irse de fiesta por las noches. “¡Qué ricas vacaciones! Lástima que ya se tengan que acabar”, afirmó con alguna tristeza.

Tomó un taxi del aeropuerto hasta su casa. Dejó la maleta en su cuarto y se dirigió hasta la cocina para beber algo. Encontró una botella de cerveza en la refrigeradora y se la llevó a la sala para ver un rato algún programa de televisión.

Extrañamente, con cada sorbo, parecía sentirse muy cansado. Comenzó a bostezar y los ojos se le cerraban. Para cuando despertó, miró alrededor y descubrió la habitación vacía que lo cobijaba y que no reconocía. Era un hecho: lo habían drogado y secuestrado.

(continúa)

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