Archivo de la categoría: Fragmentos literarios

Breves creaciones literarias del autor

La duda de Jorge (capítulo siete)

[Visto: 546 veces]

(viene del capítulo anterior)

Aquella noche, Jorge no sabía cómo vestirse. Cuando estaba con Nati, siempre sabía que debía estar bien elegante aunque solo fueran a comer un par de hamburguesas del chino de la esquina. Ahora, la duda entre la camisa negra y la casaca o el polo manga larga y la capucha gris se le hacía un mundo.

Como volviendo a una etapa rebelde, el polo y la capucha se combinaron con un jeans rasgado y zapatillas de lona. Llegó a las nueve y cuarto y, como no vio a Roberto todavía, encendió un cigarrillo que traía en uno de sus bolsillos. Poniéndose a pensar que quizá ir allí fue un error, arrojó el cigarrillo ya consumido al suelo.

Pero no tuvo opción: cuando volteó su mirada, miró a Roberto venir por el otro lado de la Alameda Santiago. Una sonrisa brilla en la cara del muchacho, quien viste tan informal como él. “Hola Jorge, ¿qué hacías?”, le preguntó cuando lo tuvo cerca. Jorge también sonrió y le invitó un cigarrillo.

Una vez prendido el pitillo con su encendedor, y tras un par de bocanadas, ambos empezaron a caminar en dirección al boulevar. “¿A dónde exactamente me llevas?”, quiso saber Jorge mientras se paraban en la entrada de una discoteca: Freedom. “Un lugar nuevo”, respondió Roberto y ambos ingresaron.

(continúa)

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La duda de Jorge (capítulo seis)

[Visto: 456 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la noche siguiente, Jorge entró en su habitación. Dejó la mochila sobre su cama y se dirigió hacia su escritorio. Allí le esperaba un cuaderno que no tardó en abrir para escribir lo sucedido ese día.

“Temprano en la mañana, llamé al muchacho que me encontré en las duchas. Le saludé y comenté nuestro encuentro. Roberto, que es su nombre, se alegró por la comunicación y no tardó en invitarme, ver si salíamos el fin de semana. Dudé unos segundos, pensando que quizá iba muy rápido.

Al final me dije, ¿por qué no?, y respondí afirmativamente a su pedido. Roberto se puso muy contento y quedamos en vernos el sábado en la Alameda Santiago como a las nueve de la noche. Nos despedimos y terminó la llamada. Con ella se fue mi tranquilidad. Ahora no sé cómo explicarle la verdad sin dañarlo.

Cómo decirle que esto no es más que un experimento, una situación para salvar otra, un momento de locura, una ilusa transición. No lo sé. Quizá llegue el día y tan sólo me deje llevar.”

(continúa)

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La duda de Jorge (capítulo cinco)

[Visto: 515 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la semana siguiente, Jorge se apareció por la universidad con una actitud desconcertante para sus amigos. La ropa demasiado limpia, los gestos delicados y la mirada algo coqueta eran su nuevo sello distintivo. Y si bien sus antiguos amigos no lo entendieron, empezó a llamar la atención de otros muchachos.

Al principio sólo fueron ojos curiosos observándolo por los pasillos o pedirle cierta indicación sobre un lugar. Nada realmente importante había pasado hasta que llegó ese momento después de la pichanga. Era una de las pocas actividades que aún disfruta hacer después de su episodio depresivo.

Entro a las duchas y empezó a mojarse con el agua cayendo por todo su cuerpo. Dos minutos más tarde sintió que alguien lo estaba mirando. Volteó y vio al muchacho que había entrado a las duchas. “¿Puedes prestarme tu jabón?”, preguntó el desconocido con cierto temor. Más fresco que de costumbre, Jorge se lo pasó con su mano.

El otro muchacho estiró el brazo. Su mano rozó con la de Jorge y realizó una caricia solapada mientras recibía el jabón. Jorge tomó la iniciativa y lo besó en los labios. Y aunque terminó bañándose por separado, al muchacho le gustó el beso. Cuando salieron de allí, él le alcanzó un papel donde había anotado su número telefónico.

(continúa)

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La duda de Jorge (capítulo cuatro)

[Visto: 471 veces]

(viene del capítulo anterior)

A la mañana siguiente, lo primero que hizo fue ir al baño a revisarse la cara. Y aunque el moretón que le mostró el espejo era muy feo, el dolor físico no era ni remotamente comparable al dolor que sentía en su corazón. Como reacción al episodio con Viviana, Jorge se volvió errático en su comportamiento posterior.

Cada mes se lucía por la universidad con una nueva chica, pero de pronto todo terminaba porque, a la menor sensación de aburrimiento, Jorge se portaba como un patán. Sus amigas dejaron de soportarlo y, más temprano que tarde, lo abandonaron. Era un hecho que, pretendiendo rehacer su vida sentimental, revivía la ruptura con Nati y contaminaba sus pasos.

Llegó el momento que Jorge se cansó de cortejar a las chicas, pero no podía evitar estar solo. Buscando alguna salida, se refugió en la biblioteca de su universidad. Pasó tardes enteras leyendo libros de autoayuda y de literatura, intentando escapar de la realidad en la cual se hundió.

Una de esas tardes, se quedó bien dormido, con la cabeza recostada sobre la mesa. Cuando despertó, miró su reloj y se percató que era muy de noche. Salió corriendo por el pasillo y no se dio cuenta de dos chicos que estaban abrazados y los chocó en su huida. Los tres cayeron al piso y la pareja le recriminó su imprudencia.

Jorge, algo adolorido, los miró levantarse y vio que se apoyaron mutuamente. Sin esperar sus disculpas, ellos salieron de la biblioteca agarrados de la mano. Esta imagen tuvo un efecto revolucionario en él. “Eso es”, se dijo para sí Jorge, “¡así entenderé a Nati!”.

(continúa)

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La duda de Jorge (capítulo tres)

[Visto: 469 veces]

(viene del capítulo anterior)

Dándose cuenta de su error, Jorge no reacciona a pesar que Nati se ha puesto agresiva con él. Con palabras de grueso calibre y alzando las manos, Nati arremte contra su ex enamorado, mientras él intenta reanimar a Viviana. Un par de minutos después, la joven en el suelo despierta y Jorge la ayuda a reincorporarse.

“Pucha, en serio, creí que eras…”, y no pudo terminar su frase de disculpa porque un puñetazo lo derribó al piso. “Tarado”, dijo Viviana vengándose del golpe recibido y se alejó con Nati caminando tranquilamente. Sin nadie que lo apoyara, Jorge se levantó solo y a pesar del dolor, no se quejó de nada hasta que llegó a su casa.

Encerrado en su habitación, se quejó amargamente mientras la noche empezó a oscurecerla. Echado sobre su cama, más que su boca, le dolía el alma. “¿En qué momento dejó de ser mía?”, se preguntó esperando encontrar una respuesta, una respuesta que no llegó porque el sueño apareció de pronto y lo sepultó en sus sábanas hasta el día siguiente

(continúa)

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La duda de Jorge (capítulo dos)

[Visto: 503 veces]

(viene del capítulo anterior)

A pesar de estar intranquilo, Jorge decidió llamarla al día siguiente. Eran como las diez cuando su celular sonó por primera vez y no le contestaron. Intentó otra vez, y otra y una tercera. Nada. Fue a buscarla al aula donde tenía clases, donde sus amigas: no había ido, no la habían visto.

Como último recurso, trató de contactarla llamando directamente a su casa. “Disculpa Jorge, pero ella no te puede atender en este momento”, le respondió la mamá antes de cortar abruptamente. Jorge se rindió. Ya no podía entender qué estaba pasando ni la actitud que Natalia había tomado. Decidido a no presionarla, dejó de llamar.

Pasaron algunas semanas. Ya le era evidente que ella buscaba evitarlo a cada momento, tanto que no la encontró ni por sus sitios favoritos… hasta que, saliendo de una librería poco visitada, la vio. Con una amplia sonrisa, Nati conversa amenamente con un chico que está de espaldas, usando cabello largo y vistiendo como rockero.

Ciertamente envalentonado, Jorge se les acercó a paso veloz y, antes que el muchacho pudiera reaccionar, le asestó un tremendo puñetazo en el rostro. Natalia no se quedó tranquila y le tiró una cachetada al agresor. “¿Qué te pasa, imbécil? ¿Por qué le pegas a Vivi?”, gritó ella muy enojada. Entonces Jorge se dio cuenta que había noqueado a una muchacha.

(continúa)

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La duda de Jorge

[Visto: 667 veces]

Es otro viernes por la tarde en la universidad. Sentado en uno de los pasillos que da a las aulas, Jorge espera a que acabe la clase de su enamorada para poder acompañarla. El timbre de salida suena puntual a las seis de la tarde y los jóvenes salen presurosos del lugar. Aún Natalia no ha salido, pero eso a él no le preocupa: seguro está formando grupo con sus amigas o contándose el chisme que la dejará pensando hasta la próxima semana.

Por eso se muestra extrañado cuando ella se le acerca tan lentamente y, en vez de una sonrisa, su cara parece dibujar un gesto de total indiferencia. “Hola Nati, ¿que te pasó?”, preguntó él con un gesto amistoso. Ella, aún en silencio, se aferró a él en un abrazo que casi le quita el aire. “Vámonos, vámonos ya”, dijo Natalia y lo tomó de la mano hasta que llegaron al paradero. Como siguiera con esa actitud, Jorge le preguntó de nuevo qué le había sucedido.

“Nada, sólo hubo muchas clases”, respondió con una sonrisa nerviosa y acto seguido le pidió que la besara. Ni corto ni perezoso, Jorge besó a Natalia y notó la aprehensión y la intensidad que ella impregnó en cada uno de sus besos. Sintiéndola más tranquila, la dejó subir sola en el bus que la llevaría hasta su casa. Nati lo miró por la ventana y, mientras el bus se alejaba, se despidió de él con alegría. Él no tenía idea que esa sería la última vez que la vería como su enamorada.

(continúa)

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El heladero Juan (capítulo final)

[Visto: 498 veces]

(viene del capítulo anterior)

Juan condució hasta su guarida. Bajó del camión y entró en la vieja casa que tenía por hogar. Los policías bajaron sigilosos del auto y comenzaron a caminar tranquilamente hacia allí, hasta que unos tenues gritos provenientes de la vivienda los alarmaron. Empezaron a correr y uno de ellos rompió el pestillo de la puerta de un solo patadón.

“¡Quieto carajo!”, ordenó uno de ellos apuntando con su arma y encontrando a Juan en ropa interior en la sala. El otro se acercó hasta su habitación: encontró atado y llorando al niño desaparecido. El oficial desató al niño y lo sacó fuera de la vivienda, mientras el otro sometía a Juan tirándolo al suelo para enmarrocarlo.

Juan fue condenado por secuestro y abuso de menores: el testimonio de don Arturo fue clave para condenarlo. Por su parte, el viejo heladero ya no quiso retomar su trabajo y se jubiló. El camión de helados dejó de pasar por la calle y muchos de los niños de entonces se mudaron: treinta años después, sólo quedó José, viviendo entre la alegría y el dolor, para recordar esa época que ya no volverá.

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El heladero Juan (capítulo cinco)

[Visto: 455 veces]

(viene del capítulo anterior)

Ante la revelación de su hijo, la madre procedió a llamar a la policía. Esa misma tarde, dos oficiales llegaron a su casa. Ellos pidieron tomar la declaración de José, pero ella se mostraba contrariada con el pedido. “Está bien mami, les diré todo”, dijo el niño entrando en la sala y se sentó en el sofá.

José contó la agresión con todos los detalles que recordó. Esto erizó la piel a los oficiales, al punto que la mano de uno de ellos temblaba al escribir lo narrado. “Eres muy valiente niño”, dijo uno de los oficiales al terminar y le besó en la frente. José lo abrazó con fuerza y él correspondió a su aprehensión de la misma forma.

Durante dos días, el vehículo de Juan no apareció por el vecindario. Eso no impidió que dos oficiales vestidos de civil lo esperaran en un auto simple a la entrada de la cuadra. Al tercer día, el heladero hizo su ronda habitual y sirvió a las niñas y niños que se acercaron como si nada hubiese pasado. Una vez que terminó de atender a sus pequeños clientes, Juan encendió el motor y se fue de allí. El auto simple de los oficiales lo empezó a seguir.

(continúa)

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El heladero Juan (capítulo cuatro)

[Visto: 444 veces]

(viene del capítulo anterior)

Asustado por lo que acaba de presenciar, José entró en su casa y corrió hasta su cuarto. Su mamá quiso hablar con él, pero el niño caminó otra vez directo a su habitación y se metió en su cama. “¿Qué te pasa, hijo mío?”, preguntó ella sentándose a un costado pero, primero el silencio y luego el sueño, conspiraron a que no recibiera una respuesta.

A la noche, cansada por el trajín del día, la señora prendió el televisor para ver si había algo interesante que ver. Iba cambiando canales, hasta que le pareció ver algo conocido. Subió el volumen y pudo ver que era el noticiero, donde decían: “la policía sigue en la búsqueda del menor de tres años que desapareció mientras iba a comprar un helado”.

El comisario señaló que manejaban la hipótesis del rapto, pero aun no sabían cómo lidiar con la situación pues el presunto secuestrador no se había comunicado con la familia. “Juan lo raptó”, escuchó decir a su hijo, quien se encontraba parado detrás de ella. La madre le preguntó por qué decía eso. “Porque Juan también me hizo daño”, dijo el niño y rompió a llorar, mientras su mamá corrió a abrazarlo.

(continúa)

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